Seguidores

Mostrando las entradas con la etiqueta Mujeres. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Mujeres. Mostrar todas las entradas

lunes, 30 de noviembre de 2009

De los pelos


Por Juan Sasturain

A los hombres nos gustan los vestidos. Quiero decir: a los hombres nos gusta que las mujeres se pongan vestido. A muchos, al menos. Entendámonos, sobre todo ahora, con la primavera, el calor y el veranito que se viene, no hay nada más hermoso de ver que el ir y venir de una mina con un vestidito liviano, de esos de tela suave y moldeadora, que cae sin apretar, recuerda qué hay debajo, suelto y cómodo. Se lo digo, lo experimento con mi mujer. Es así. Un cruce de gambas con vestido y sin medias justifica todas las lluvias hinchapelotas de la primavera, y la leve transpiración en el cuello debajo de un vestido escotado con botoncitos, aunque sea a principios de diciembre, nos salva el año.

Claro que cuando uno formula estas verdades del sentimiento, puras y desinteresadas más allá de sí mismas, como la sed o el hambre de justicia, se le cruzan objeciones pragmáticas y de dudosa comprensión. Nunca hemos aceptado del todo la apropiación femenina del pantalón, los pretextos de comodidad y practicidad, hasta que –con sinceridad o sin ella– aparece, junto con otros argumentos que se esgrimen contra el sexismo de nuestro planteo, el tema de los pelos. Los pelos femeninos –no la cabellera, claro– como problema a resolver a la hora de determinar qué parte del cuerpo ha de estar expuesta al aire libre o recatada a la cobertura indumentaria. Esa parecer ser la cuestión. Una boludez, si se nos permite, masculina, prejuiciosamente hablando.

Al respecto, recuerdo con gusto una nota escrita hace años en que reflexionaba a pedido sobre un tema acaso poco fashion, pero muy pertinente, contiguo, tangente en este caso, que plantea cuestiones similares en un grado incluso más aparatoso: el vello axilar. Y según creo recordar, partía para reflexionar de un momento –los años de mi primera infancia: fin de los ’40, comienzo de los ’50– en que no se habían popularizado aún los pantalones entre las mujeres y la primitiva yilet ejercía –aún tímidamente– el liderazgo, por no decir el monopolio absoluto, entre los recursos taladores de vello para las chicas ensombrecidas. Pero el uso no estaba tan generalizado como puede suponerse.

Recuerdo que en esa nota apuntaba que –según mi mirada infantil– “las dos estaban buenas, pero Rita Hayworth se afeitaba las axilas y mi mamá, no”. Ese recuerdo puntual no fue algo tan difícil de verificar. El dato de Rita lo tengo, lo tenemos todos, por el baile demoledor de Gilda, que termina con el sopapo del boludo de Glenn Ford en un improbable club nocturno porteño hacia mediados de los ’40; ahí ella, cantando mal –pero, ¿quién la oía?–, levantaba los purísimos brazos sobre la cabeza mientras se sacaba los interminables guantes y agitaba la melena pelirroja, pese al blanco y negro. Una cosa infernal. El dato de mi mamá lo tengo de innumerables experiencias en vivo para la misma época que no pienso referir. Se puede argumentar que no son términos de comparación una terrible y frágil yegua de Hollywood y una linda mamá de clase media argentina diez años mayor: una en la pantalla y otra en la platea de la matinée. Pero tengo mis dudas al respecto.

Es que la cosa pilosa no se cortaba con el filo de yilet de la pantalla, ni con la navaja generacional, ya que poco después tampoco se depilaba la increíble Silvana Mangano en Arroz amargo para andar con el agua a la rodilla y los pies en el barro del Po; ni se podaba la bersagliera Gina Lollobrigida en Pan, amor y fantasía, ni mucho menos mezquinaba pelos la primitiva Sofia Loren antes de que –entregada por Carlo Ponti– los yanquis le pusieron un ph. Y esas salvajes tanitas de la pantalla neorrealista del primer tramo de los ’50 –que le hicieron la cabeza literalmente a medio mundo– estaban más cerca obviamente de las minas reales que andaban por la cocina de casa –mi vieja era de ascendencia tana– o por las calles pueblerinas que yo conocía desde la vereda o que espiaba de a franjas en la arena de Necochea, que de las oxigenadas y multiproducidas Lana Turner o Dorothy Malone del cinemascope. Marilyn –seguramente– ya sería otra cosa.

Por otro lado, la bruta y explícita maja goyesca –tan gallega—, la sudorosa Libertad que saca pecho y guía al pueblo según Delacroix, y las bellas y distendidas amigas de Modigliani, por ejemplo, nunca necesitaron sacarse puntualmente los pelos para posar una vez y entrar en los museos para siempre. Y tampoco nadie puso una curita negra ahí.

Quiero decir, volviendo a Rita, a mi mamá y pasando por la Mangano, que en aquel momento esos hoy demonizados pelos axilares que asomaban con naturalidad en las damas con vestido, avalados o no por el cine, también podían tirar con eficacia –a comparación de los otros, los clásicos que, sabemos, bien pueden a una yunta de bueyes– o al menos no inhibían ni mucho menos el trabajo a destajo de la libido protoadolescente.

En fin... En un mundo como aquél, de reprimida clase media, que diferenciaba absolutamente los modos y circunstancias de exhibición pública y privada de un cuerpo segmentado mucho más analíticamente que ahora, los bellos vellos funcionaban al revés de hoy, o sea, eran sobre todo pelos en un pliegue femenino, el único recoveco accesible a la mirada y en grado aun restringido. El pensamiento analógico hacía el resto. Bah, digo yo.

Y para terminar con el tema de los vestidos que nos gusta ver en primavera con sus piernas y demás dentro –y con devoto respeto y admiración–, a las mujeres sólo les pedimos que hagan lo que quieran con sus gambas –dilapiden o no fortunas en depilaciones más o menos exhaustivas–, pero no nos priven de una de las pocas cosas lindas que suele traer con seguridad la cercanía del fin de año.

Gracias.
La ciudad y sus mujeres
Anna Bofill Levi es doctora en arquitectura; Isabel Segura Soriano es historiadora. Ambas son catalanas y llevan años estudiando la relación de las mujeres con las ciudades que habitan. En esta entrevista explican cómo el vínculo entre estructura urbana y poder afecta la vida cotidiana de las mujeres.

Por Verónica Engler

–¿Cómo fue el proyecto Las Mujeres y la Ciudad, de la Comunidad Europea, que ustedes coordinaron?

Anna Bofill Levi
: –Lo más importante fue poder organizar talleres con mujeres de diferentes estamentos y posiciones económicas. Porque no experimentan la ciudad igual una mujer de un sector alto que puede tener ayuda doméstica y que va directamente de su casa a un despacho profesional y que tiene una vivienda de cientocincuenta metros cuadrados, que una mujer que tiene que trabajar, pero al mismo tiempo tiene que llevar los niños al colegio o al médico, o tiene que cuidar de un abuelito en su casa, que tiene que gestionarse toda la vida doméstica; o incluso de una mujer un poco mayor que a lo mejor no sabe ni leer ni escribir, y que tiene otra experiencia totalmente distinta porque es la que se ocupa del hogar, y sólo trabaja para el marido y que, por decirlo de alguna manera, ha sido la esclava del hogar durante toda su vida pero sin tener demasiada conciencia. Poner todas estas mujeres juntas en un mismo taller de análisis y debate de todas las experiencias hizo que surgieran los puntos débiles de la ciudad, los problemas, y que pudiéramos nosotras después racionalizar todo esto e identificar una serie de ítem que son los que caracterizan la configuración urbana en sus diferentes niveles dimensionales. Pudimos ver cómo el barrio, la vivienda, la calle, la plaza y el parque no se ajustan a este concepto que tenemos las mujeres de vida cotidiana; es decir, a esta ciudad que queremos, que no es la ciudad que produce continuamente un crecimiento económico de la especulación.

Isabel Segura Soriano: –Además de identificar cuáles eran los problemas relevantes, con estas mismas mujeres también planteamos alternativas para mejorar esas condiciones que dificultaban la realización de las actividades de la vida cotidiana.

–¿Cuáles fueron los puntos que ustedes pudieron identificar que no se ajustaban a la vida cotidiana de estas mujeres que tenían vivencias completamente distintas de la ciudad?

A. B. L.: –Con respecto a la vivienda, vimos que la que se ofrece comercialmente no tiene nada que ver con el tipo de vida que hace la gente hoy día, porque se ofrece una vivienda para madre, padre y dos criaturas, que es el modelo típico de la familia nuclear. Pero no se tiene en cuenta otro tipo de agrupaciones, que la gente puede vivir sola, o con un niño, o con una persona mayor, o pueden vivir grupos de amigos, o puede ser una pareja homosexual, hay toda una serie de combinatorias de personas que viven en las casas. Pero esas otras tipologías no existen en el mercado, no se ofrecen, ni tampoco existen en la vivienda pública. Entonces, hay propuestas que hacemos las mujeres de otro tipo de viviendas, que podría ser con un espacio de estar mucho mayor, con una cocina incorporada al espacio de estar, más grande, para que allí se pudiera desarrollar la vida diaria de las personas, los cuartos individuales más pequeños, porque actualmente hay esta tendencia a que el dormitorio sea mayor para poder poner la mesa de trabajo y la televisión, de manera que se aíslan las personas de la familia y no se comunican, no hacen una vida de convivialidad, esto es una tendencia muy importante en Europa en general. Las mujeres piensan que mejor sería que la gente que vive en un núcleo familiar, sea familia o sea otro tipo de agrupación, tuviera un espacio de convivialidad, y que el espacio individual fuera el mínimo para ir a dormir.

I. S. S.: –El tema de la flexibilidad también es muy importante. Como la vivienda acostumbra a ser muy rígida, las mujeres planteaban la necesidad de una vivienda flexible que permitiese adecuarla a los ciclos vitales. Porque en la casa en un momento pueden ser seis personas, después cuatro, después tres y después una. Otra cuestión es el derecho de acceso a la vivienda, porque en nuestro país la vivienda es fundamentalmente privada, y el acceso a la vivienda no estaba ni está garantizado, a pesar de que la Constitución española reconoce el derecho a la vivienda. Otro de los puntos básicos era facilitar el acceso de las mujeres al crédito. Porque muchas veces para las mujeres que tienen trabajos discontinuos o que están trabajando en mercados no reglados, su posibilidad de llegar al crédito es muy difícil.

–¿Y hacia afuera de la vivienda cuáles fueron los problemas que identificaron en la ciudad?

A. B. L.: –Que el sesenta por ciento del suelo libre, el que no ocupa volumen construido, está ocupado por el coche, entonces ya casi no queda espacio para que las personas caminen. Hay demasiado tráfico porque no hay suficiente transporte público para todo el mundo. También se analizó la creación de espacios intermedios, que son esos espacios entre la vivienda y la calle por donde pasa todo el tráfico rodado. En un bloque de viviendas, por ejemplo, los espacios intermedios no son del todo públicos, son espacios comunitarios como plazoletas peatonales, jardinadas, diseñadas para los distintos usos que puede tener la comunidad de vecinos, con espacios comerciales. Es muy importante la idea de que haya mezcla de funciones en los núcleos habitacionales, que no sean sólo residenciales. Hay que romper la idea de zonificación, la idea de los usos monofuncionales, que tiene mucho Buenos Aires, en donde hay zonas en las que solamente se venden telas, o pieles, o ropa. También ocurre eso con el ocio, con la cultura, que está todo zonificado, en áreas. Nuestra idea, que surge de todos estos talleres, es la de mezclar actividades y funciones con el uso residencial.

I. S. S.: –Otro tema muy importante que surgió era la reivindicación del derecho a la movilidad pública, que es la que permite disfrutar de los bienes de la ciudad, pero sobre todo implica el acceso al mercado laboral. Las mujeres de barrios marginales, por ejemplo, se encuentran con que no hay suficiente transporte público, y eso les impide acceder al mercado de trabajo remunerado. Con lo cual, para las mujeres no tener acceso al transporte público es una doble discriminación. Porque en el caso de que exista un coche en la familia, mayoritariamente son los hombres los que lo utilizan. Las mujeres, además, planteaban, de alguna manera, una ciudad de distancias cortas. Es decir, que en los barrios exista la polifuncionalidad, acceso a lugares de trabajo remunerado, vivienda y servicios, para evitar los desplazamientos que, en el fondo, dificultan extraordinariamente la vida cotidiana.

–Zygmunt Bauman plantea que vivimos en metrópolis del miedo. El miedo parece funcionar como un organizador de la ciudad que cercena cada vez más los espacios públicos, por ejemplo cuando se enrejan las plazas, o se construyen barrios privados. Además, el omnipresente discurso sobre la inseguridad que destilan los medios parece contribuir a esta situación.

A. B. L.: –Eso es una gran trampa y una gran perversidad. Porque sabemos que justamente la propaganda y la publicidad del miedo y del peligro es el arma que ha usado la sociedad neoliberal para, entre otras cosas, controlarnos, tenernos clasificados y clasificadas, es decir, intervenir en la vida privada de las personas. ¿Y qué decimos las mujeres? Decimos que nosotras consideramos otro miedo y otro tipo de violencia que se tiene que resolver con otras armas, no con estas armas del control de la identidad, del control policial, del enrejamiento y de la guetización. Porque esas personas (las que viven en barrios privados) se auto guetizan, se ponen la policía, y tienen todo allí dentro y se hacen una cápsula de cristal al margen de la vida y al margen de lo que pasa en el mundo, sin contacto con la realidad. Eso crea exclusión, disimetrías, rupturas que desintegran absolutamente el espacio y la sociedad, porque en lugar de ir a la mezcla de los distintos sectores sociales, que enriquece y humaniza, va por el camino contrario, por el camino de la desunión, de la separación, de la segregación y de que unos sectores no conozcan a los otros. Pero el miedo del que hablamos las mujeres es el miedo a la agresión, a la vulneración de nuestro cuerpo, a la agresión contra la propia integridad. Es un miedo difuso y a veces incluso inconsciente. Entonces, de ahí viene todo este miedo urbano que sentimos las mujeres, de no pasar por ciertos lugares, no hacer determinados recorridos porque están oscuros o porque no hay suficiente visibilidad. Ese es el miedo de las mujeres, que es completamente distinto del miedo de los hombres.

I. S. S.: –Lo que se difunde en los medios es una utilización del miedo profundamente política, y que se concreta en un modelo urbanístico que está potenciando la creación de guetos. Y en este nuevo modelo que se está imponiendo, las que salen más perjudicadas también son las mujeres, porque son las que quedan más encerradas en esos espacios. Y creo que detrás de ese etéreo miedo lo que hay es la voluntad de introducir un modelo de ciudad absolutamente zonificado, que no resuelve los problemas en absoluto, al contrario, los agudiza. El miedo es un argumento que utiliza la derecha siempre.

–Desde una perspectiva urbanística, ¿qué pudieron vislumbrar ustedes en relación con los problemas de inseguridad que se les presentan a las mujeres?

A. B. L.: –Primero, que la seguridad no se consigue con más presencia policial en las calles. Se consigue mayor seguridad con el control del espacio y con el diseño de los espacios públicos. Es así como se puede conseguir prevenir la violencia. Hemos publicado una guía en Cataluña que incluye un capítulo que trata el tema de la seguridad y propone veintitrés parámetros que he llegado a identificar de inseguridad, por los que si se aplican en el planeamiento y en el diseño urbano, se puede llegar a prevenir la violencia. Por ejemplo, hay un punto donde se producen muchas agresiones, que es en los vestíbulos de los edificios. Entonces, una propuesta es que los vestíbulos sean transparentes, que haya una transparencia visual entre el interior del bloque y la calle. Si en la calle hay mezcla de actividades, si pasan cosas, si pasa gente, se produce un control social, y es muy importante que haya este control social. Yo, por ejemplo, diseñé una gran estación (de subte) en el subsuelo de Barcelona, en Plaza Cataluña, y ése era un espacio muy grande, de 6000 metros cuadrados y había un problema de inseguridad, que se produce en todas las estaciones en donde circulan cincuenta o sesenta mil personas al día. Y ahí traté de que los espacios tuvieran muros de vidrio, transparencias, para que hubiera un control social, que no hubiera recovecos, ni rincones, que todo fuera muy visible, que la circulación fuera fácil, y que la iluminación también estuviera puesta estratégicamente. Otro parámetro que identifiqué y que me parece muy interesante es el de la densidad. Lo que proponemos es que es más seguro un modelo de densidades medias. Un metro cuadrado construido por metro cuadrado de suelo sería un modelo de densidad media en donde los volúmenes se organizarían alrededor de los espacios intermedios de uso y donde las alturas estarían entre cuatro y siete pisos.

–En la actualidad, más del cincuenta por ciento de la población mundial vive en las ciudades y esta proporción se incrementará considerablemente en los próximos años. Este crecimiento hace que las ciudades vayan tomando dimensiones casi monstruosas en su estructura y en su funcionamiento. ¿No sería bueno retomar las banderas del “Small is beatiful” (Lo pequeño es hermoso) que el economista Ernst Friedrich Schumacher pregonaba en los años ’70 cuando comenzó a vislumbrar los efectos de la globalización?

A. B. L.: –Claro. Por supuesto, la escala propuesta por el urbanismo moderno, que es con la que se ha construido el centro de Brasilia, por ejemplo, es una escala totalmente inhumana. Aquí en Buenos Aires, por ejemplo, considero que la Avenida 9 de Julio tiene también una escala bastante inhumana, porque para atravesarla se necesita mucho tiempo. La estructura urbana está marcada por las escalas del poder político, que también va ligado al poder económico. Los signos arquitectónicos y urbanísticos del poder son la grandeza, la monstruosidad de la escala, hoy día parece que hay una competencia para ver quién tiene el rascacielos más alto. El poder político se quiere manifestar siempre a través de líneas rectas, plazas con obeliscos, grandes avenidas y autopistas enormes. Lo primero que me horrorizó cuando vine a Buenos Aires hace cuarenta años fue que las autopistas entraban al casco urbano destruyendo la cohesión de los barrios.

–Con respecto a estas dimensiones elefantiásicas que están tomando las ciudades, ¿qué alternativas ven ustedes? ¿Son factibles hoy propuestas como las de barrios con viviendas comunitarias con cocinas compartidas, por ejemplo, como las que había planteado a fines del siglo XIX Ellen Swallow Richards o las propuestas posteriores de ciudades jardín con viviendas cooperativas para gente sola y para personas mayores?

A. B. L.: –Hubo muchas mujeres en estas propuestas. Esto lo explica muy bien (la urbanista estadounidense) Dolores Hayden. Tiene un libro que se llaman Seven American Utopias, donde la mayoría de las utopías que ella explica son de mujeres de finales del XIX, que tenían propuestas de grupos de viviendas con todos los servicios domésticos socializados, esto fue un gran movimiento de mujeres filósofas, arquitectas, economistas y urbanistas. Yo creo que es muy importante que estas estrategias, además de ser promovidas por los criterios públicos, también surjan de la ciudadanía. Es muy interesante todo el movimiento de cooperativas que surge de las propias asociaciones de personas y familias de los barrios que necesitan viviendas.

I. S. S.: –Ya hemos visto realizaciones concretas de propuestas de algunos servicios colectivos. Por ejemplo, en Holanda, fábricas que habían sido ocupadas por el movimiento Okupa, la municipalidad las adquirió para convertirlas en viviendas sociales. Y en esas viviendas sociales mezclaban generaciones, algo que es interesante, para evitar los guetos por edades. Tenían un mínimo espacio individual, de 40 o 50 metros cuadrados, pero con servicios colectivos, por ejemplos lavarropas en cada pasillo, había algún comedor que se podía reservar para cuando se tenían personas invitadas, con cocina también colectiva. Es decir, que ya hay proyectos de este tipo realizados que realmente plantean cambios interesantes. Otro ejemplo es un proyecto impulsado por el Departamento de Mujeres de la Municipalidad de Viena, que convocó a un concurso público solamente para arquitectas, donde se introdujeron criterios de género en la construcción de todo ese bloque habitacional, en el que uno de los temas fue la construcción de espacios colectivos en el interior. Cada vivienda tenía 70 metros cuadrados, pero era muy flexible, se podía distribuir de la manera que cada uno necesitase, y también había comercios y servicios colectivos.

sábado, 28 de noviembre de 2009

CRONICAS

Bautismo urbano


Por Juana Menna

“Ay, cómo me duelen las ballenitas”, dice Susana mientras se frota la blusa, al costado de ese par de senos gigantes, maternalísimos, que tiemblan en el borde del escritorio, donde casi no hay lugar para nada más, en medio de biromes, formularios, un té que se enfría y una medialuna con mordisco. Le pregunto por qué usa corpiño con ballenitas si le molestan. “Pero no, nena —responde—, las ballenitas no son del corpiño.” Y se levanta la blusa del todo, mostrando un corset ortopédico. “Es que tengo un pinzamiento entre la cuarta y la quinta vértebra”, explica. Hace un calor de locos en ese Centro de Gestión de Villa del Parque. Es noviembre. Susana deberá usar el corset hasta febrero. “Tengo tiempo para rascarme”, se ríe. Y continúa llenando un formulario con caligrafía cuidada.

El CGP es pequeño. En la puerta, varios carteles escritos con fibrón insisten: “Se atiende sólo con turno”. La cola de espera llega a la puerta. Ahí se hacen trámites vinculados a DNI. Así que podés retirar el documento de tu hijo, pedir una copia nueva si tu original está perdido o, como es mi caso, estampar un cambio de domicilio. Yo nací en un pueblo del sur de Santa Fe y luego me mudé a Rosario. Eso consta en el DNI que llevo. Nada dice del por qué de esos tránsitos pero yo sí sé.

En uno de los cuatro escritorios laterales atiende Susana, pelo colorado, el rímel que le endurece las pestañas como las de una muñeca, la lengua quitando migajas de los dientes en su boca cerrada que por momentos se abre y libera una voz finita, quebrada cada tanto por una tos que, dice, es de los nervios, de atender gente todo el día.

“Tengo 46 años y me falta mucho para jubilarme”, sigue cuando le pregunto si puede pedir una licencia por su problema de salud. No responde mi pregunta pero se despacha con lo siguiente: cuando una persona necesita un trámite vinculado al DNI, tiene que llamar al 147. Ahí te otorgan un turno, al que aluden los carteles de la puerta. El problema es que las operadoras del 147 acomodan esos turnos cada diez minutos. Antes, cada turno eran quince minutos. Los cinco minutos de diferencia, asegura Susana, son preciosos “porque nunca se puede atender a alguien a los apurones y, al fin, la gente se acumula”.

Un hombre del costado la mira y asiente. El es un señor mayor que arrastra un bastón y que le muestra a otra empleada unas fotos para su documento, cuyo formato no es de cuatro centímetros por cuatro, como pide el formulario. La empleada traza el cuadradito en el aire para explicarle por qué las fotos que trajo no sirven. El hombre la mira sin entender.

Más allá una mujer dice que ella no tiene impuestos ni contrato de alquiler a su nombre para corroborar que se mudó donde dice que se mudó. Y en el escritorio del fondo, una chica con una beba colgada de su seno (un seno magro, no como el de Susana, una chica triste) balbucea que ella no puede firmar porque no sabe escribir. Está claro que, por más que se trate de trámites estandarizados, cada quien tiene sus propios problemas. O sea, los diez minutos asignados no sirven. Así es como la gente se amontona.

Susana me entrega el documento doce, se certifica que ahora soy ciudadana de Buenos Aires. Ella no sabe cómo ni por qué estoy aquí. No hay razones para que lo sepa. Todo lo que le importa es el escozor de sus ballenitas y el té ya frío que apura de a sorbos. Yo le agradezco. Es que la risa que escapa de su escote es toda la bienvenida que necesito, su bendición materna, pagana. Su modo de echarme a los brazos de esta ciudad indómita de la que ahora, al menos en los papeles, soy parte.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

“Cuando las víctimas son mujeres nadie se alarma”
En el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, la abogada rosarina advierte que la violencia machista es “un problema de seguridad y una violación de los derechos humanos”.


Por Mariana Carbajal

“Si las 204 víctimas de femicidios registradas en los primeros diez meses del año en la Argentina fueran personas perseguidas por su color de piel o por profesar la religión judía, estaríamos hablando de un genocidio, pero como son simplemente mujeres, nadie se alarma”, cuestionó Susana Chiarotti, la abogada rosarina que integra el comité de expertas de la Organización de Estados Americanos (OEA) que se encarga de evaluar a los países del continente en el cumplimiento de la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, suscripta en Belém do Pará. En una entrevista con este diario, Chiarotti consideró que “se debe entender que la violencia contra las mujeres es un problema de seguridad y una violación de los derechos humanos”. La especialista destacó avances que se han realizado en el país en el último año, como la sanción de una ley integral, pero reclamó la urgente implementación de un Plan Nacional de Acción para enfrentar la violencia machista y la inclusión en el Presupuesto 2010, en discusión en el Congreso, de partidas específicas para ponerlo en marcha.

Además, evaluó el impacto regional que tendrá la flamante condena de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) a México por los femicidios en Ciudad Juárez. Chiarotti es reconocida internacionalmente por su larga militancia en la defensa de los derechos de las mujeres. Feminista, es fundadora y directora del Instituto de Género, Derecho y Desarrollo de Rosario (Insgenar), y responsable de Monitoreo del Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer (Cladem), organización que patrocinó a una de las madres de las tres víctimas de femicidio –dos de ellas adolescentes– que llevaron a México ante la CIDH.

“Se empezó a cumplir con una de las asignaturas pendientes que tenía el país: delinear un marco jurídico para enfrentar la violencia contra las mujeres. Tenemos una ley desde abril y está en proceso de reglamentación”, se apresura a destacar Chiarotti a la hora de hacer un balance sobre las medidas que el Comité de Expertas de la OEA le viene reclamando a la Argentina para cumplir con la Convención de Belém do Pará. Chiarotti hizo alusión a la ley 26.485 de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales, que consagra el derecho de las mujeres a vivir una vida libre de violencia, y define los lineamientos generales de un plan de acción que involucra a los tres poderes del Estado y que deberá aplicarse en todo el país, en cada provincia y en cada municipio (ver aparte).

–La ley contempla la violencia contra la libertad reproductiva. ¿En qué casos se la violaría?

–Se podría aplicar esa figura si un médico se opone arbitrariamente a una ligadura de trompas o le niega a una adolescente consejería en salud sexual y reproductiva por cuestiones de edad.

–¿Y si en un hospital se obstruye el acceso a un aborto no punible?

–También. La reglamentación tiene que dar pautas claras tanto a los profesionales de la salud como a los medios de comunicación sobre cómo se instrumenta la violencia mediática, que es otra modalidad contemplada en la norma. Pero más allá de la reglamentación, todavía nos falta un Plan Nacional de Acción contra la violencia hacia las mujeres, federal y coordinado en todo el país, como establece la norma.

–En el Consejo Nacional de la Mujer aseguran que lo están elaborando.

–El proyecto de ley del Presupuesto 2010 que se está discutiendo en el Congreso no contempla ninguna partida específica. Eso es muy preocupante.

–En el Consejo sostienen que ya cuentan con un millón y medio de dólares para empezar a implementar la ley.

–Las mujeres en Argentina somos más de 20 millones. Entre enero y octubre de este año se cometieron 204 femicidios, de acuerdo con un relevamiento de los casos publicados en diarios de todo el país (N. de R.: publicado en la edición del lunes último de Página/12). Imaginemos si fueran personas perseguidas por el color de la piel o por ser judíos: sería un genocidio. Pero como son simplemente mujeres, nadie se alarma. Para encarar una política de prevención de la violencia contra las mujeres en serio, que incluya campañas en los medios de comunicación e intervenciones en la cultura, para llevar adelante la sanción y la erradicación de este flagelo, se necesita más que un millón y medio de dólares. Se debe entender que la violencia contra las mujeres es un problema de seguridad y una violación de los derechos humanos.

–¿Considera que debe incorporarse al Código Penal la figura del femicidio, como ya tienen otras legislaciones en Latinoamérica?

–No soy partidaria de una figura específica. No creo que todo fenómeno social que tiene que ser visibilizado requiera de una figura jurídica específica, porque después sucede que los requisitos para que se configure son tantos que es de muy difícil aplicación y los femicidios terminan quedando impunes.

–¿Qué impacto tendrá en Latinoamérica la condena por los femicidios en Ciudad Juárez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que acaba de recibir México?

–Creo que va a marcar un antes y un después. Tenemos mucha expectativa. En la Argentina la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos es obligatoria, lo que va a significar que las cortes nacionales tengan que analizar las muertes de mujeres como crímenes de género.

–¿Qué importancia tienen los medios de comunicación en la lucha contra la violencia machista?

–Mucha. En primer lugar, los medios tienen que abstenerse de mostrarnos a las mujeres como objetos y deben desterrar el concepto de crimen pasional, porque están transmitiendo la idea de que el asesinato es fruto del amor, que la amaba tanto que la mató. El amor no mata. No deben mostrar a la víctima como promiscua, con un abordaje sensacionalista. Recuerdo el caso de Nora Dalmasso. Hay programas de televisión y canciones que nos hacen mucho daño al mostrarnos como objetos sexuales.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Las mujeres viven más tiempo, pero con menos calidad de vida


El informe Las mujeres y la salud: los datos de hoy, la agenda de mañana presentado en Ginebra, Suiza, en noviembre del 2009, por la Organización Mundial de la Salud, asegura que las mujeres viven más tiempo —de seis a ocho años— que los varones pero que no tienen una vida más sana que ellos. Para el organismo internacional se sigue fallando en la atención sanitaria de las mujeres, especialmente, en la adolescencia y en la vejez, y exhortó a mejorar los déficit de la salud pública.

La directora general de la OMS, Margaret Chan, convocó a los gobiernos: “Si se niega a las mujeres la oportunidad de desarrollar plenamente su potencial humano, incluidas sus posibilidades de llevar una vida más sana y, al menos, un poco más feliz, ¿está verdaderamente sana la sociedad en su conjunto? ¿Qué nos dice esto acerca del estado del progreso social en el siglo XXI?”, increpó.

Según el estudio, en el mundo entero, el grueso de la atención sanitaria está a cargo de las mujeres, que son las que se ocupan del cuidado de sus padres, madres, hijos y maridos u otros familiares (más que de ellas mismas). Pero a ellas se les presta poca atención: “Es más probable que se disponga de ciertos servicios, como la atención durante el embarazo, que de otros como los de salud mental, violencia sexual y detección y tratamiento del cáncer de cuello de útero”, enumera el informe.

“Por otra parte, en muchos países los servicios de salud sexual y reproductiva tienden a centrarse exclusivamente en las mujeres casadas, dejando de lado las necesidades de las que no lo son y de las adolescentes”, denuncia la OMS. Y continúa: “Son pocos los servicios que se ocupan de otros grupos marginados de mujeres, como las consumidoras de drogas por vía intravenosa, las pertenecientes a minorías étnicas y las mujeres de las zonas rurales”.

Además, el VIH, las dolencias relacionadas con el embarazo y la tuberculosis siguen siendo unas de las principales causas de muerte de las mujeres, de entre 15 y 45 años, en el mundo entero. “En todo el mundo, los ataques cardíacos e ictus, con frecuencia considerados problemas ‘masculinos’, son también las dos principales causas de muerte de las mujeres”, subraya la investigación.

La OMS remarca que la falta de igualdad de género acrecienta el malestar físico femenino. Chan advierte: “La falta de acceso a la educación, a cargos de responsabilidad y al ingreso puede limitar las posibilidades de la mujer de proteger la propia salud y la de su familia. No veremos progresos significativos mientras las mujeres sigan siendo consideradas ciudadanas de segunda clase en tantas partes del mundo”.

Más información:

* Informe completo sobre las mujeres
y la salud: http://www.who.int/gender/women_health_report/es/index.html

* ¿En qué consiste el enfoque de salud pública basado en el género?
http://www.who.int/features/qa/56/es/index.html

martes, 13 de octubre de 2009

ECONOMIA
Por primera vez, una mujer

La norteamericana Elinor Olstrom ganó el Premio Nobel de Economía, junto a su colega Oliver Williamson
EL PAIS › Nota de tapa

VIENTITO DEL TUCUMAN

Por Luciana Peker

Bajo la fuerte oposición de grupos de conservadores católicos, más de 20 mil mujeres que se reunieron en la ciudad de Tucumán para debatir sobre derechos de género reclamaron que se avanzara en la despenalización del aborto
Miedo a la libertad


Por Marta Dillon

Suele ser una tarea complicada hacer un balance de cada Encuentro Nacional de Mujeres. Su propia modalidad aparece, en primera instancia, como un camino de ripio para quien intenta “contar” o al menos “sacar conclusiones”.

Talleres que respetan hasta donde pueden la conversación en círculo, que hacen circular la palabra como un valor precioso que a su vez construye poder aun cuando no haya, por principios, mujeres más poderosas o más autorizadas que otras.

El principal valor de los ENM está en su nombre y su propuesta: Encuentro.

Encuentro poniendo en juego la voz y el cuerpo, encuentro con otras con el desafío que implica escuchar y sentir la vibración del eco de otras experiencias en el propio cuerpo. Por eso es que las marchas que suelen cerrar estas jornadas intensas tienen un poder capaz de sacudir los cimientos de las ciudades por las que atraviesa.

Cada vez, al menos desde los últimos diez años, cuando la participación de mujeres piqueteras, de barrios populares, campesinas, obreras, y un largo etcétera comenzaron a apropiarse de ese espacio, a asistir masivamente, a ponerle cuerpo, historia y experiencia a esas mismas consignas y debates que las mujeres feministas que alumbraron esta posibilidad hace 24 años venían sosteniendo.

Así, en los debates sobre la despenalización del aborto, por ejemplo, ya no se habló más en tercera persona de las mujeres pobres, era posible decir “es por nosotras” porque ahí estaban todas, exigiendo soberanía para sus cuerpos.

Esto no podía pasar desapercibido a pesar de la supina indiferencia de la mayoría de los multimedios que todavía se rasgan las vestiduras por la libertad de prensa. Nunca cubrieron uno de estos Encuentros.

Ni aun cuando 20 mil mujeres marchen juntas en provincias donde la movilización más numerosa no llega a la mitad de personas.

A pesar de este silencio, la Iglesia Católica junto a otras iglesias evangélicas, tal vez menos visibles, sí tomaron nota. Y tomaron también la decisión política de quitarle aire a estas voces desatadas de mujeres.

Esa misma Iglesia que tiene su público cautivo entre los pobres y las pobres, que disciplina a través de la culpa, que convierte el placer en pecado y el cuerpo en sangre, se asusta frente al poder que pueden tener tantas mujeres juntas diciendo basta: ni la Iglesia ni el Estado pueden legislar sobre nuestros cuerpos.

Ahora mismo se está hablando otra vez de aborto, mujeres militantes que se organizaron –muchas– a través de estos mismos Encuentros han logrado hacer cada vez más visible el derecho humano de que las mujeres puedan decidir en libertad sobre sus cuerpos. Y entonces la Iglesia avanza.

Hace su contramarcha, pone el grito en el cielo; y, lo que es peor, se vale de la policía para acallar las voces disidentes a su credo.

No es nueva esta alianza, pero no deja de generar miedo. Porque aunque esté claro que ese miedo que puede generar la libertad hace tiritar a quienes se sienten seguros en su dogma, también está claro que la Iglesia Católica tiene poder para influir en las políticas públicas.

Y que el debate del aborto, aun cuando esté en boca de la mayoría, todavía no ha podido permear las anchas paredes de las cámaras legislativas, ahí donde la palabra, convertida en ley, podría cambiar radicalmente la vida de las mujeres.