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lunes, 30 de noviembre de 2009

LA MORERA
Said Alami
traducido del árabe por el autor


MUNDO ARABE.ORG

A lo largo de un cuarto de siglo no había vuelto a ver la morera...y heme aquí hoy delante de ella, cara a cara. Ella, frondosa con sus ramas y hojas repletas de vida, cual madre inmensa y cariñosa...y yo, cargado de los recuerdos de mi infancia, cual rama cuyas hojas son rostros que me acompañaron tanto y que tanto he querido en los años más dulces de mi vida, hasta que se alejaron de mi y me alejé de ellos a lo largo de todos aquellos años, que a veces me parece que nunca habían existido o que no habían sido más que una especie de sueño. Pero, de vez en cuando me llegaban noticias de mis compañeros de infancia que yo recibía con mucho anhelo por aquellos días cuya antorcha sigue allí en los más profundo de mi alma.

Nunca desprecio una ocasión que pueda permitirme un trago de una felicidad que casi se nos ha vuelto prohibida de mayores, salvo a hurtadillas...y en momentos esporádicos como este en el que mi mirada posó, después de tan larga separación, sobre mi amada morera que a lo largo de los últimos veinticinco años había ocupado en mi mente un lugar privilegiado al lado de aquellos rostros que iluminaron cual estrellas el cielo de mi lejana infancia. Años que desvanecieron de repente...en un instante...cuando me quedé quieto, con la vista clavada en la morera, como si estuviera en el umbral del pasado, con la infancia extendida delante de mi, pletórica y olorosa, cual almizcle. Tantas veces, a lo largo de esos años, había alimentado la esperanza de conseguir una cesta de moras, o siquiera una sola mora, sin haber logrado nunca ni una cosa ni la otra.

En aquél período de mi vida solía buscar también otro árbol de los que caracterizan a Palestina, el almendro, al que también había perdido el rastro desde que mi familia se trasladó a vivir en el Golfo, sin haberlo podido localizar a lo largo de los años que pasé allí. Las tertulias de mi familia en las noches del Golfo giraban tanto en torno a las moras y almendras, como en torno a Lidda y Ramla y a las riquezas de aquella tierra de deslumbrante belleza.

Pasados aquellos años en el Golfo me encontré, boquiabierto, contemplando la costa mediterránea con sus aguas azules que se extendían ante mí hasta el horizonte donde imaginaba la costa de Palestina recibiendo sus olas calurosamente, mientras que a mis espaldas se extendían los campos de almendros valencianos, en la tierra de nuestros descendientes españoles.

Allí, en mi soledad, apiñé un montoncito de almendras verdes sobre la misa de mi cuarto, embargado por una felicidad que inundaba mi corazón. Pedí algo de sal a la casera quien al saber lo que me proponía hacer fue presa del pánico y me suplicó por Dios que no comiera aquellas almendras.. En vano intenté convencerla de que la almendra verde es inocente de lo que se la atribuía de malos atributos y falsos adjetivos en el país de los españoles en el que yo era un recién llegado. Pero aquella mujer hizo caso omiso de mis palabras pasando a calificarme de imprudente mientras innumeraba una y otra vez los nefastos efectos que las almendras verdes tienen para la salud, como si se tratara, en su opinión, de una especia de planta venenosa.

Yo creía que la malvada temía por mi y por mi salud, cuando de pronto me dijo, desistiendo ya de intentar convencerme, que me vaya a comer aquellas almendras fuera de su casa ya que no quería tener ninguna responsabilidad en caso de que alguna desgracia me ocurriera.

Desde aquél día, esta escena se repitió con decenas de españoles siempre que me veían comiendo almendras verdes o me oían hablar de ellas con pasión, pues estos españoles tienen unas extrañísimas creencias de las que no se salvan ni las almendras verdes a pesar de ser este fruto una de las características principales de su generosa tierra.

Traía a la memoria la historia de mi reencuentro con el almendro mientras me postraba con auténtica veneración ante la morera. Y desde aquél día en el que hallé el almendro perseveré en la búsqueda de la morera, dado que ambos árboles formaban sendas marcas muy definidas que quedaron grabadas en mi corazón desde los tiempos de la infancia, con su inocencia y alegría. Por más que me olvide de las cosas, nunca olvidará lo feliz que me sentí al haberme encontrado de nuevo con el almendro, en los campos de Valencia, que tanto parecen a los de Palestina, sea por su naturaleza o por sus frutos.

Mi felicidad entonces no se reducía tan solo al hecho de haberme encontrado con el almendro tras años de alejamiento, sino que era debida también a que yo, con mis propias manos, recogía las almendras de aquellas ramas a las que me había acostumbrado desde mi más tierna infancia, por lo que parecía que mi felicidad se debía al reencuentro con un íntimo amigo tras un largo alejamiento. Aquél día, con los almendros rodeándome por doquier, me acordé de cierto día en el que me hallaba en compañía de un grupo de mis congéneres a los pies del monte Yerzim, en Nablus, en un campo de almendros que se hallaba al sur de la ciudad, entre el monte y la carretera que llegaba hasta el cruce de carreteras de Wadi Al Badan-Jerusalén. Corríamos más veloces que el viento mientras las piedras y los insultos que nos lanzaba el guarda de la finca no dejaban de perseguirnos en un intento de impedir que acabáramos con las almendras verdes de los que estaban cargados aquellos árboles. Una vez a salvo de las garras del guarda formamos un círculo alrededor de un buen montón de almendras que engullimos entre risas y burlas de aquél pobre hombre con quien esa escena se repetía a diario cada primavera.

En cuanto a la morera, había perdido yo la esperanza de encontrarla en las zonas que conocí en el país de los españoles a lo largo de los últimos 20 años. Muchas veces me aseguraban conocidos míos españoles que las moreras existían en ese o aquél lugar, para que, una vez trasladado a aquellos lugares, a veces soportando largos viajes, me percataba de que en realidad aquellas personas no comprendían lo que son las moras ni las habían visto en su vida. En España existe una especie de arbusto que dan un fruto parecido a la mora, o quizás se trate de moras envilecidas, alabado sea Dios que no permitiría nunca que las moras sean envilecidas. La mora es inconfundible ... es aquel fruto blando de forma ovalada, de color blanco o rojo tirando a negro, del tamaño de una almendra grande, su tacto es delicado a pesar de tener una superficie rugosa, y cuando se pone en la boca se desvanece sin dificultad en su interior impregnándola de un sabor dulce.

Repetí esta descripción a oídos de los españoles una y otra vez, encontrando que algunos no habían oído hablar de ello nunca ni había visto algo parecido y que otros me indicaban aquellos lugares donde encontraba una planta llamada en español “frambuesa” o otra a la que se la llama “mora” siendo los dos frutos tan parecidos a la mora como el mono al hombre. En cuanto a los copartícipes de la condición de extraños de entre los palestinos y de sus vecinos árabes, todos se ponían de acuerdo, cuando les preguntaba, en que las moras no existían en el Paraíso Perdido a pesar de que la Historia cuenta que los árabes introdujeron las moras en España y crearon en ella la industria de la seda.

Hasta que un día, no hace mucho tiempo, metido en una conversación con un amigo libanés, le conté, muy orgulloso, mis idas y venidas entre unos pocos almendros en las afueras de Madrid. Luego le expresé mi desolación por mi fracaso hasta aquél momento en encontrar la morera. Entonces el hombre exclamó:

- Claro que hay moreras.

No daba crédito a mis oídos. Sabía a ciencia cierta que aquel hombre sabía perfectamente y al detalle todo lo relacionado con los frutos de la tierra en nuestros países, por lo que le pregunté impaciente:

- ¿Que dices?.

El hombre insistió y repitió hablando en su dulce dialecto, mientras pavoneaba orgulloso del hecho de que todas mis esperanzas pendían de él:

- Hay muchas moreras.

Volví a dudar de la veracidad de sus palabras, a pesar de que procedía de la zona más genuina del campo del norte libanés, y le pregunté agotada mi paciencia:

- ¿Donde?.

Mi amigo mi explicó entonces que las moreras se encuentran en un lugar cerca del pueblo de Aldea del Fresno, cerca de Madrid, al oeste de la ciudad. Yo conocía bien esa zona y no me sorprendió el hecho de que allí hubiera moreras. Incluso las había buscado allí, hacía largo tiempo, sin resultado, por un sentimiento que me embargaba cada vez que visitaba, para el esparcimiento, aquella zona conocida por sus huertos y bellos paisajes.

Mi amigo, unas dos décadas mayor que yo, se puso a darme una conferencia sobre las moras. Me explicó como su aldea solía vivir, igual que muchas aldeas en su alrededor, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, principalmente gracias a la producción de la seda, criando gusanos de seda sobre las hojas de las moreras. Hasta que terminó diciendo, dejando de pavonearse, y dirigiéndose a mi calurosamente, con sus ojos brillando con una luz extraña, producto de los recuerdos, lo que me hizo pensar que se trataba de un halo de luz venido del tiempo de su lejana infancia cuando los montes del Líbano eran un paraíso y un prodigio:

- En la carretera que lleva a Aldea del Fresno, unos kilómetros antes de llegar al pueblo, se yerguen las moreras a ambos lados de la carretera. Vimos a esos árboles dos amigos míos y yo, por pura casualidad, mientras recorríamos la zona en coche, por lo que nos detuvimos y nos bajamos a toda prisa sin dar crédito a nuestros ojos. El suelo, debajo de los árboles, estaba cubierto de moras. Los árboles, algunos estaban cargados de moras blancas y otros de moras granates...casi negras.

Una amplia sonrisa se dibujó en los labios de mi amigo, quien agregó:

- Empezamos a coger moras del suelo y comerlas con la voracidad propia de unos trastornados mentales...comimos tanto...comimos tanto...hasta que ya no sabíamos que hacer con las moras. Mis dos acompañantes no habían visto las moras desde hacía largos años mientras que yo no las había visto desde el estallido de la guerra civil en nuestro país dejando desde entonces de viajar allí, a la espera de una solución. Y mientras llenábamos nuestras tripas de moras polvorientas por la tierra del camino, con los coches

pasando a nuestro lado y sus pasajeros mirándonos con suma extrañeza, los tres nos lanzamos a contar nuestros recuerdos relacionados con las moras en Líbano, sin que ninguno de nosotros estuviera escuchando lo que decían los otros dos, pues los tres nos afanábamos intentando llegar, saltando, a las moras que pendían de las ramas inferiores.

No aguanté más e impaciente le pregunté nuevamente, aun a sabiendas de que mi insistencia sin duda le iba a molestar:

- ¿ Pero estás seguro de que eran moras?.

Entonces su sonrisa desapareció, y con el mismo acento que no le había abandonado en más de 30 años de residencia en Europa:

- Maldito sea este chico... por supuesto que eran moras... por supuesto... ¿es que no conocemos las moras, compadre?.

Apacigüé su ánimo hasta que recuperó su sonrisa, mientras me había tranquilizado respecto a la veracidad de sus palabras. Así, acordamos esperar al mes de julio, fecha en la que se inicia la temporada de las moras, para irnos a aquella carretera mágica. Dos meses nos separaban de aquella cita, período que pasamos, cada vez que nos encontramos, hablando de acerca de la aproximación de la feliz fecha.

Siempre que hablábamos del tema su rostro adquiría el semblante de grandeza, como si fuera Cristóbal Colón acabando de descubrir un nuevo continente. Él también esperaba la temporada de las moras con fuerte anhelo, del que una vez me dijo que parecía al anhelo que sentían los aldeanos del campo libanés cuando pasaban el año a la espera de la temporada de la seda por lo que les aportaba de ingresos, especialmente después de inventar las paracaídas y del amplio uso que tuvieron durante la Segunda Guerra Mundial, pues aquél invento hizo crecer sus ingresos gracias al gusano de la seda.

Pronto pasaron los dos meses... y llegó el momento del encuentro... y heme aquí ante el árbol de la infancia. Levanté mis ojos hacia sus frondosas ramas que me parecían brazos extendidos hacia mi para abrazarme con ansia y cariño...exactamente como solía comportarse conmigo hacía muchos años. Veía el cielo a través de sus hojas sobre las cuales tracé los tiempos más dulces de mi vida, cuando de pronto el color azul se fundió en el verde, y las moras blancas se tornaron estrellas que destellaban con un esplendor

fascinante. En aquellos momentos en los que mi mente se había fugado de mi mundo presente llegaron a mis oídos los gritos de unos niños y las risas de unos chavales. Y oí entre ellos a un niño que llamaba a sus congéneres por sus nombres, en el fragor de sus juegos... Basem...Rasem...Esmat...Hisham...Nazif... y divisé sobre las ramas altas de las moreras unos diablillos con pantalones caquis y cabellos despeinados y polvorientos, con toda la felicidad del mundo reflejada en sus ojos...¿y cómo no, si estaban, a escasos metros de sus casas, regocijándose en el regazo de las moreras... que con sus hojas les protegían del resplandor del sol nablusí... y que le obsequiaban con estos frutos prodigiosos que a ellos les parecían míticos.

Al instante siguiente les divisé bajándose al suelo y corriendo hacía otro árbol... contar hasta diez y luego lanzarse a la carrera hacía una tercera morera por la que trepaban apresuradamente... subirse hasta sus ramas entrelazadas... lanzándose de una rama a otra, como monos a veces y como pajarillos otras. Incluso les divisé, en plena fuga mental, colgándose de las ramas entrelazadas, trasladándose a través de estas ramas, con gran destreza, de una morera a otra, sin necesidad alguna de bajarse al suelo y con todo el orgullo del mundo en su resplandecientes semblantes, lanzando algunos de ellos, de vez en cuando, gritos imitando al grito de Tarzán de los monos, como lo conocían por el cine.

Más tarde les atisbé sacudiendo las ramas de las moreras haciendo que sus frutos, blancos, granates y negros, se precipitaran en gran cantidad sobre la hierba del suelo, apresurándose a zamparlas, alegres, con mucho alboroto y una sorprendente energía. Y me di cuenta que entre ellos había chavales que estaban recogiendo en sus pañuelos lo que podían de moras para llevarlas a casa, donde quizás sus madres, conformes, les den palmaditas en la espalda y no les castigaran por llevar los pantalones manchados de moras granates por haberse revolcado, en el fragor de sus juegos, encima de las moras que cubren el suelo.

Balbuceé mientras las lágrimas agitaban en mis ojos ... Basem... Rasem... Esmat...Hisham ...y me acordé de la desgracia que se abatió sobre y como algunos otros fueron dispersados y desterrados por el mundo, ellos que no se separaban excepto en sueño. Allí está Esmat, al cabo de tantos años, trastornado mentalmente desde que su hermano mayor perdiera la vida en la batalla de Al-Karamah, en 1968.

Y dentro de su desgracia la suerte de Esmat fue misericordiosa comparándose con el destino al que fue a parar Hisham quien un soldado israelí mató en Nablus... tal vez cerca de aquellas moreras... mientras participaba en una manifestación contra los ocupantes que continuaban ensuciando aquella pura tierra.

Las dolorosas imágenes se irrumpían en mi mente a la velocidad de rayo, trayéndome a la memoria algunos de los destinos en los que acabaron unos cuantos compañeros de infancia y los que nunca se nos podían pasar por la mente cuando jugábamos debajo de aquellas misericordiosas moreras. En cuanto al resto de aquellos amigos... de los que mi alma creció abrazada a las suyas ... nunca volví a saber nada de ellos desde que nos separamos hacía más de cuarto de siglo.

Contra mi voluntad las lágrimas fluyeron de mis ojos... miré al suelo debajo de los árboles encontrando cientos de moras... los gritos de mis congéneres empezaron a retumbar en mis oídos, elevándose cada vez con más fuerza, con gran estruendo...entonces me alejé de la morera alzando la vista hacia ella con temor... cuando aparecía ante mi cual madre indignada...los gritos y los chillidos se tornaron insoportables para mi oído...me quedé clavado en mi sitio absolutamente atónito ante lo que presenciaba sobre sus ramas y debajo de su extendida sombra. No cogí ni una sola mora. Sentí que aquél árbol se había convertido en el símbolo de lo más querido que habían tocado mis manos y habían visto mis ojos. El cuarto de siglo transcurrido desde mi que me separé de la morera la había convertido en un sagrado monumento... y hasta en el mausoleo de mi infancia.

Tomé con mi amigo el camino de regreso a Madrid, envueltos en un silencio que yo procuraba disipar de vez en cuando repitiendo en voz alta:

-No...ya no sabemos lo que son las moras, amigo mío.

El algarrobo

"La oca llama a sus compañeros cuando encuentra alimento"

I Ching

El algarrobo es el "árbol" en el Norte de Argentina porque sirve para distintos usos :

· su sombra cobija al hachero, a su familia... y a quien ande de paso por el monte.
· su madera, pesada, dura, estable y durable, sirve para diversas construcciones rurales, muebles y utensilios, produce energía para calentar hogares y cocinar alimentos.
· de su flor, las abejas sacan abundante néctar para hacer la miel de excelente sabor.
· su fruto dulce y rico en energía, proteína, calcio y hierro; da alimento a las personas como también a los animales.
· su resina es conocida como excelente tintura de color negro para chaguares, lana o algodón.
· proveedor también de mucílagos, gomas y medicinas.
· constituye una alternativa productiva en la economía de la familia campesina, proporcionándole diversos productos alimenticios.

El algarrobo

El árbol, una costura entre lo finito y lo infinito.

Es unión entre la Tierra y el Sol...

Nosotros los hombres-andariegos, efímeros, hijos del viento, esclavos del tiempo-- reconocemos en él la paradoja y el misterio: cuanto más hunde sus raíces, más cerca del cielo alza su copa.

A través de los siglos, lo hemos considerado sagrado.

Y venerado por ser, además, fuente inestimable de recursos de todo tipo: alimentos, tintes, esencias medicinales, celulosa...

Es lamentable que en la actualidad le prodiguemos tanta indiferencia, cuando desde tiempos inmemoriales se lo asocia con la vida, la protección y la memoria: los tres ejes claves de toda respuesta sabia y de toda acción de verdadero amor.


El árbol que tú olvidaste
siempre se acuerda de ti,
y le pregunta a la noche
si serás o no feliz.


Lo advertía Yupanqui.


Y León Gieco recompensa y consuela:

La tierra nunca se olvida /que el árbol es su primer pensamiento.

Pero nosotros debemos al árbol una fraternidad que ni practicamos ni inculcamos a nuestros hijos. Hoy deberíamos sostener la relación respetuosa que existió desde épocas de los "antiguos" de todas las razas, hasta poco tiempo atrás. Animar el sentimiento que en 1905 Ricardo Rojas reconocía en el gaucho:
Un hombre y un árbol se reconocen hermanos: ambos parecen hundir sus raíces aborígenes en la tierra común.

El algarrobo

Porque finalmente cuidamos sólo lo que amamos,

amamos sólo lo que conocemos

y conocemos sólo lo que nos enseñaron.

Baba Diom (naturalista africano)




Son los elementos arbóreos quienes asumen el control de las características de estructura y funcionamiento de las comunidades boscosas que integran, adquiriendo en virtud de su número, tamaño y/o cobertura, el carácter de dominantes ecológicos. De esta manera, son ellos los responsables de las condiciones microclimáticas en el interior del bosque porque modifican las condiciones de luminosidad, temperatura, humedad y velocidad de los vientos. También determinan indirectamente la clase y la cantidad de organismos, tanto vegetales como animales, y mejoran las condiciones edáficas, controlando la erosión.

El continuo avance irracional de las fronteras agropecuarias y el creciente uso intensivo de la madera de algarrobo en la industria del mueble, conducen a una deforestación que hace peligrar la existencia de los bosques. Esta situación, que no nos es ajena por ser observadores de la misma, nos ha llevado a tomar conciencia de la importancia de conocer al algarrobo y su ecología , pues se puede proteger, cuidar y amar sólo lo que se conoce.

El Algarrobo

El Ing. Agr. Jorge Aliney, brindó una conferencia organizada en la Sociedad Rural de Río Cuarto, en la que hizo hincapié en los beneficios y aportes del algarrobo para el buen funcionamiento del ecosistema.

Los algarrobos son árboles nativos de la República Argentina, símbolo de Río Cuarto y la región. Su distribución también se extiende a otras provincias del centro y norte de país. Poseen una madera dura de notable calidad en la industria de la construcción. Debido a la excelencia del producto, los bosques han sido talados a un extremo de tan gravedad, que peligran desaparecer para siempre.

La cosecha de la vaina y la posterior distribución en los meses que escasea el pasto, representa un notable incremento de la carga animal por hectárea. El beneficio más importante e inmediato es la fertilización nitrogenada, ya que del momento que se plantan comienzan a devolver la inversión.

Posee una copa que brinda sombra a la hacienda y por su hermoso porte es muy valuado como árbol ornamental. Con la caída de las hojas, el campo se fertiliza naturalmente y el suelo se torna más permeable a las lluvias.

Existen varias especies de algarrobos, siendo las más comunes en la zona, el algarrobo blanco y el negro. El algarrobo blanco llega hasta los 12 metros de altura, muy ramificado, que presenta dos espinas estipulares en la base de cada hoja y las son flores amarillas. El fruto es una legumbre encorvada y aplastada, excelente nutritivo para el ganado. Rompiendo la vaina podemos encontrar una melaza nutritiva para el ser humano. Molido se prepara una pasta llamada patay. También se prepara una bebida alcohólica.

El algarrobo negro es un árbol de 8 a 10 metros de altura de características semejantes al algarrobo blanco, pero difiere de éste porque las hojas son biyugas o triyugas y los folíolos son de menor tamaño. Los usos de esta planta son iguales, en general, al algarrobo blanco. Además, el tronco segrega una gomorresina con la cual se fabrican diversos colores oscuros. "Las especies de algarrobo son dignas de cultivos y todas merecen la misma atención", manifestó el Ingeniero.

"Ahora bien, vamos a ubicar a estas plantas dentro del contexto del ecosistema, es decir, la función que cumple el algarrobo en el ecosistema para poder, así, evaluar la importancia de estas plantas.

Un sistema es un conjunto de factores que están ligados íntimamente para poder cumplir una función determinada. Un ecosistema es un sistema ecológico, formado por distintos factores físicos, abióticos, íntimamente unidos con otros factores biológicos. Esta combinación de factores bióticos y abióticos se relaciona para llevar a cabo la vida en el planeta.

La vida en el planeta consiste básicamente en transformar la energía solar y reciclar la materia. La energía solar ingresa en el sistema a través de las plantas. Estas plantas pueden captar y asimilar una cierta cantidad de energía solar y transformar esa energía lumínica. La materia que ingresa a la planta proviene del aire y del suelo", explicó Jorge Aliney. Quien prosiguió diciendo: "El aire es el carbono y del suelo absorbe el agua y las sales minerales. Este es el alimento de las plantas".

Esta formación de alimento una vez que la planta muere, sirve de alimento de otros organismos que se alimentan de las plantas y, a su vez, esos organismos sirven a otros. De modo que se forma una cadena alimentaria y a medida que va pasando el alimento de un organismo a otro, pierde una cantidad de energía, y finalmente queda un residuo. De esta forma se completa el ciclo.

Para que se recicle la materia y se transforme la energía es fundamental una alta diversidad de especies. Esta tarea de transformar la energía solar de reciclado a materia, es llevada a cabo por un sinnúmero de organismos.

Es imprescindible para la estabilidad del sistema un número muy apto de microorganismos.

Las raíces del algarrobo tienen una serie de bacterias que son capaces de quitar el nitrógeno e incorporarlo a la planta, es decir, la bacteria aporta nitrógeno a la planta y le pide a cambio azucares o alimentos para poder vivir, crecer y reproducirse.

El reciclaje de la materia es llevado a cabo por microorganismos. Es fundamental que los mismos tengan un buen alimento, alimento que debe ser continuamente aportado por el ecosistema para que estos organismos puedan cumplir con todas sus funciones.

Para que la capacidad de crecimiento de todas las plantas, aumente es importante que haya una buena disponibilidad de nutrientes minerales en el suelo y esta disponibilidad de nutrientes se lleva a cabo por las bacterias que están en el mismo y que reciclan la materia".

"Pero es fundamental que todas esas bacterias y microorganismos que están en el suelo reciban una buena y adecuada alimentación. Y es precisamente el algarrobo un elemento que puede brindar este aporte ya que quita mucho nitrógeno y tiene por consiguiente mucho nitrógeno en sus tejidos, entonces, cuando se caen las hojas al suelo, como son hojas pequeñas y livianas pueden ser llevadas por el viento a una cierta distancia, y así, actuar como fertilizante natural.

Las hojas son ricas en nitrógeno y este es un elemento esencial para todas las plantas superiores y para los microorganismos, que se encuentran en muy baja proporción en el sistema. Ese aporte de materia orgánica rica en nitrógeno que tiene el algarrobo es un alimento ideal para estos microorganismos que además de reciclar la materia, cumple con uno de los roles fundamentales de funcionamiento del sistema. Estos microbios genéticos en el suelo tienen otra tarea importante que es la de formar la estructura del suelo", reiteró el Ingeniero

"Muchas veces nosotros nosotros nos fijamos en los milímetros de lluvia que caen, pero lo más importante es saber cual es la precipitación efectiva, la cantidad de lluvia que realmente infiltra en el suelo y es retenida.

La capacidad de infiltración en el suelo y la capacidad de retención del agua, dependen fundamentalmente de la materia orgánica que nosotros podamos aportar en el suelo, porque esa materia orgánica va a ser alimento indispensable para los microorganismos que van a formar la estructura del suelo.

Entonces, teniendo un elemento en el ecosistema que pueda aportar abundante materia orgánica y de buena calidad, estamos contribuyendo a mejorar el ciclo hídrico; que es fundamental en una zona como la nuestra, semiárida, en donde las lluvias representan un factor limitante. Los dos factores más importante son el agua y el microbio.

Nosotros podemos suplir estas deficiencias incorporado al sistema un elemento como el algarrobo, un elemento que como dije, quita mucho nitrógeno y que ese nitrógeno va a ser luego aprovechado por el resto de la comunidad vegetal a través de la caída de las hojas.

Por un lado, se mezclaron condiciones químicas y microbiológicas porque estamos aportando un nutriente esencial y estamos, por ende, favoreciendo al crecimiento, al desarrollo y la reproducción de la población de microbios que intervienen en el ciclo de nutrientes en la formación de la estructura; y por otro lado, es fundamental para esta región la conservación del agua.

Este año hemos sufrido problemas de falta de infiltración y también inundaciones porque el suelo no ha estado en suficientes condiciones para recibir el agua y retenerla.

Los suelos del sur de la llanura cordobesa son suelos de textura arenosa y pobres en materia orgánica, sumado a un laboreo permanente del mismo y una baja exportación de materia orgánica, hace que el perfil se compacte, y los poros del perfil se cierren, se escurre el agua y, paradójicamente, un factor tan esencial para el crecimiento de las plantas, se pierde y se producen inundaciones", afirmó el Ingeniero.

El algarrobo es una especie que puede ser utilizada para mejorar dos aspectos fundamentales del funcionamiento del ecosistema que actúan limitando el crecimiento de las plantas: el ciclo de nutrientes, especialmente el nitrógeno y el ciclo hídrico.

Aliney comentó que el dominante ecológico potencial, desde hace muchos años en el sur de la llanura cordobesa, ha sido el algarrobo y mientras el clima no cambie este seguirá siendo la especie más sobresaliente y destacada, que ejerce la mayor influencia en el funcionamiento del ecosistema, y la especie mejor adaptada a las condiciones y variaciones climáticas.

"Un aspecto que me interesa destacar tiene que ver con nuestra producción ganadera y agrícola. Vemos que los campos se han transformado en verdaderos paños de cultivo sin ninguna sombra y eso es muy perjudicial para la producción agropecuaria.

Esta es una zona netamente para invernada y al no haber sombra, el engorde, los animales se resientes, se frenan, sobre todo en los meses de verano. El productor se está dejando ganar porque el aumento del grano por día no es el ideal, por eso es muy importante estar bien documentados sobre la importancia que tiene la sombra en la producción ganadera".

"Finalmente quiero decir que cuando plantemos un árbol pensemos en la importancia de plantar un árbol de cualquier especie porque ayuda a la diversidad biótica. Recuerden que yo mencionaba que la transformación de la energía solar y el reciclado de la materia puede es llevado a cabo gracias a la diversidad biótica y es, justamente por la diversidad que el sistema logra mantener su equilibrio y estabilidad", de esta manera concluyó su exposición, en la Sociedad Rural de Río Cuarto (Cba), el Ingeniero Jorge Aliney.

Balussi, Karina
Agrobit.com

Cesar Aira

Instrucciones de uso
Por Pablo Gianera

Después de haber publicado más de medio centenar de libros, César Aira sigue provocando en muchos lectores una de las reacciones propias de las vanguardias: la sospecha del fraude, la sensación de la estafa. Desde principios de los años noventa, los detractores fueron acumulando sobre su nombre una cantidad de presunciones: que no corrige, que nunca vuelve atrás, que arruina sus novelas. En todo esto hay una parte de verdad, pero solamente una parte.

El mito de la no corrección debería entenderse del siguiente modo: corregir incesantemente un mismo libro es una estupidez que deriva en la parálisis; un libro sólo puede corregirse con otro, con el siguiente. Quizá por eso Aira escribe tanto. Su interés por el jazz (el único cuento que publicó se llama "Cecil Taylor", por el pianista de free ) no es del todo ajeno a este sistema. Ya otro pianista, Paul Bley, había dicho que no grababa discos que pudiera comprar en una disquería. Aira trató, justamente, de escribir libros que nadie hubiera escrito. "La improvisación, por otro nombre la Belleza, la sacristía estética. Yo sí osaba esperar que [?] todos los detalles cayeran en su sitio, se hicieran lugar unos a otros, se iluminaran y justificaran", dice el narrador de La serpiente . El libro, como el jazz, se explica mientras se hace.

Si se cree en sus declaraciones, si se cree en la lista de autores favoritos que incluyó en Diario de la hepatitis (Balzac, Zola, Proust), nada le habría gustado más a Aira que escribir novelas en el sentido decimonónico. Pero entendió que esos relatos se habían vuelto imposibles. Lo prueba su confesión de que termina las novelas de cualquier modo porque se aburre de ellas; le pasa lo mismo que a un simulador fatigado por el esfuerzo de la impostura. No podría asegurarse que al lector Aira le gusten los libros del escritor Aira. Con todo, El tilo , Fragmentos de un diario en los Alpes , Cumpleaños , Varamo pueden considerarse sus obras maestras, aunque como hay tanto para elegir, cada uno tendrá sus preferencias.

Cuando se publicó la traducción al inglés de Cómo me hice monja , The New York Times publicó una reseña en la que se leía: "Estos episodios desconcertantes no construyen una historia creíble". Sin embargo, nada parece más fácil de leer que una novelita de Aira. Basta con entregarse a las tramas y a sus violentos golpes de peripecias. Claro que, a estas alturas, un lector así sólo podría ser un niño o alguien no habituado a los protocolos narrativos del realismo. Pero por otro lado la máxima "si Aira existe, todo está permitido" es insostenible. Veáse lo que el propio escritor dice sobre sus imitadores en la entrevista de las páginas siguientes. En algún momento, va a hacer falta defender a Aira de sus admiradores. Hechos novelescos que en cualquier otro escritor serían intolerables resultan verosímiles en Aira. Él creó su propio verosímil, un verosímil que lleva su nombre propio. Todo, aun lo más inverosímil, se vuelve creíble porque ocurre en una novela de Aira. Tal vez Aira sea una de las mejores refutaciones de la teoría de la muerte del autor.
Retrato de una rebeldía
La autora de Aire tan dulce (Bajo la Luna), que acaba de reeditarse, habla de su necesidad de poesía hasta en las narraciones y recuerda la niñez en Tucumán, donde transcurre su novela. También evoca su período romano, el amor que le inspiró a Italo Calvino, la amistad que la unió a Elsa Morante, y la trágica figura de Alejandra Pizarnik

Noticias de ADN Cultura

Los juicios literarios de Orphée son implacables, pero precisos como la voz y la mirada con las que retrata la sociedad tucumana
Por Leopoldo Brizuela
Para LA NACION - La Plata, 2009


Elvira Orphée, casi noventa años, es una figura exótica y legendaria de la vida literaria argentina. Como Silvina Ocampo, como Sara Gallardo, Orphée ha escrito novelas y cuentos de una originalidad extrema y natural, sin imposturas, simple reflejo de una personalidad básicamente poética. Lo que la distingue, quizá, de sus contemporáneos, es el exquisito manejo del habla del noroeste argentino. Un recurso que le sirve para pintar una sociedad cuya mayor -y casi única- belleza se halla, según su mirada, en las formas de la destrucción: la violencia, la enfermedad, la locura.

Nacida en Tucumán, emigró a fines de los años cuarenta a Buenos Aires, donde estudió Letras, se casó con el pintor Miguel Ocampo, de quien tuvo tres hijas, e hizo su debut en la escena literaria con la novela Dos veranos (1956), saludada con admiración, entre otros, por Rosa Chacel. Poco después, acompañando a su marido en funciones diplomáticas, Orphée se estableció en Roma, donde formó parte del mítico círculo de escritores que rodeaban a Alberto Moravia y Elsa Morante. Tras una breve estadía en la Argentina, durante la cual el concurso de la editorial Fabril lanzó su segunda novela, Uno (1960), junto con las primeras obras de Haroldo Conti y Marta Lynch, Orphée se radicó en París, donde vivió hasta 1969. Empleada como lectora de literatura latinoamericana e italiana en la editorial Gallimard, Orphée prefirió recomendar, a los nombres del boom , el de su admiradísimo Juan Rulfo, el de Felisberto Hernández y el de Clarice Lispector, que dejarían cada uno su huella en las tres obras de su gran proyecto literario, elaborado por entonces: las novelas Aire tan dulce (1966), En el fondo (1971) y La penúltima conquista del Ángel (1977), una exploración en el tema de la tortura sin duda inusitada y, para muchos, como la escritora Luisa Valenzuela, "sublime". Orphée también es autora de tres libros de cuentos.

Austera y aristocrática a la vez, rodeada todavía hoy del halo de una belleza única y de una impiedad que le ganó no pocos enemigos, luego de repasar los ámbitos y amigos que dieron origen a Aire tan dulce , la novela con que la editorial Bajo la Luna inicia la reedición de sus obras, Orphée se revela, en realidad, como una "mujer en carne viva". El dolor de heridas nunca cerradas puede llevarla, sin transición, de odios tan ostentosos que no es difícil adivinarles la contracara de amor herido a gestos de arrasadora ternura, e inmediatamente, a arranques de un humor insólito, complacido en todo lo que en la vida hay de imprevisible y de inevitable.

"Ayer soñé con cuatro apocalipsis", dice de pronto, con la tonada tucumana modelándole las frases, mientras la fotógrafa la asedia a tomas. "Y no, nada terrible era... Yo estaba por encima y veía, muy tranquila, el mundo que iba destruyéndose, de cuatro modos." Cuando la fotógrafa le muestra la que considera la mejor toma, Orphée dice: "Un muchacho, me he convertido en un muchacho" y deja escapar un largo suspiro del que, como siempre, se rescata al recordar que no está sola y que puede aún "escribir en el aire": su gran pasión de estos años. "Yo no sé qué le pasa a Dios, si se habrá olvidado de mí, con tantos otros que tiene para atender... Y no me preocupo mucho, porque claro que sé que me queda muy poco tiempo. Pero no tengo miedo. Lo que tengo, ay, es una curiosidad in-fi-ni-ta."


* * *

Algo de la naturaleza nómada y apátrida de Elvira Orphée parece estar cifrado en su apellido, que por alguna razón llegó desde Grecia al pueblo francés de Cholet, "de donde salieron -explica la escritora- las primeras urdimbres para las Cruzadas". Algo del Orfeo mítico parece rodear la figura del padre de Elvira, omnipresente en sus charlas y en sus escritos, quizá por incomprensible. "En una entrevista que te hizo la profesora Gwendolyn Díaz -le digo-, leí que tu padre era un científico."

-Bueno, sí, si puede llamarse científico... Digamos, un químico que, en vez de seguir su carrera, había elegido trabajar en la Oficina Química de Tucumán. No sé por qué. Sí sé que su empleo era vigilar que todo lo que consumía la población fuera puro. Salía de inspector y si encontraba un lechero que mezclaba la leche con agua... ya ¡multa! En casa era un hombre raro, loco por irse a cazar leones a los cerros, ¡con esos fríos! No, no me hablaba francés. Creo que quería mantener su francés a salvo de toda contaminación nativa. A mí no me quería [se franquea, sin sombra de tristeza o amargura: es un desafío de esos que mantienen viva una antigua lucha]. Las enfermedades del calor las he tenido todas: malaria, paludismo... En una de esas fiebres, me acuerdo, mi madre penaba a un lado. Yo no entendía por qué. Yo veía pasar los angelitos sobre mi cama, me inventaba dinosaurios que eran sólo para mí, conversaba con las plantas... Me habían regalado los Cuentos de Calleja. Y después otro libro que se llamaba El tesoro de la fantasía . Eso había despertado mi pasión y ya inventé un cuento. Era puro bosque. Entre ramas vivía un Roland, sobrino de Carlomagno. Pero no tenía trama ninguna ese cuento, ¡era sólo lo que él pensaba! Una tarde levanté apenas la cabeza, mirando por la puerta de visillos hacia el patio, dije: "De esas azucenas van a salir las hadas". "No digas tonterías -me dijo mi padre-, de las plantas no salen más que flores." Yo no dije nada. Pero ahí lo enterré.

Aunque este pequeño universo familiar es muy semejante al de Atalita Pons, protagonista de Aire tan dulce , el gran escenario de la novela es otro: el ancho patio de Mimaya, la abuela criolla y su "círculo de poco sentido común" de parientas, vecinas, criadas y animales.

-Era mi abuela Eulogia Jiménez, casada primero con un señor Segura, catamarqueño. De ese matrimonio nació mi madre. Cuando enviudó, se casó con mi abuelastro, un señor Aráoz Alfaro, que yo adoraba y que tenía pasión por mí. Desde chiquita yo me escapaba a esa casa, que quedaba a cuadra y media de la mía. Porque además yo allí reinaba: ¡era la enferma! Ya podía pedir un cochinillo de Indias para la cena que los viejos me lo buscaban y me lo hacían... Mi abuela, que sólo se ocupaba la pobre de ir una vez por mes a ver cómo marchaba el juicio por una casa que le habían robado, fumaba en chala, pasaba las horas y las horas charlando con las criadas, que eran gente de campo y me divertían mucho, porque nos trataban como si fuéramos de ellas... "Señora Euloooogia, ¡no salga así que después se me constipa y mañana quién la aguanta!" Cuando volvían embarazadas después del Carnaval, había que escucharla a Mamiye lamentándose de que hubiera "otra boca más para comer". No se le ocurría que pudiera echarlas. Eran muy charlatanas y yo también hablaba mucho, y recitaba para ellas, inventaba obras de teatro... Cuando pasó el tiempo, cada tanto el patio temblaba y la palmera a bambolearse y cabecear. Era mi prima Elsa, la aventurera, que tomaba lecciones de aviación. Quería saludarnos, pero tenía que apartarse para esquivar la palmera.

-¿Y tu madre?

-Bueno, de mi madre lo primero que hay que decir es que era una mujer católica y una fanática de la limpieza y de la desinfección. Que vivía pendiente de mis tratamientos. Era terriblemente católica. Y se había casado con ese ateo y tenía esta hija desesperada por vivir... Por eso su pasión por meterme en un colegio de monjas. Mi madre estaba vistiéndome para una procesión. De angelito precisamente. Y sentí como un rayo en el vientre. Por suerte había cerca una cama y caí desmayada sobre ella. Me desperté horas después, en el sanatorio X. Todos los días venía un enfermero a drenarme la infección, que casi me llegó al corazón, con una cánula. Yo veía pasar al enfermero y... ¡lo veía al diablo! Por eso cuando salí, ya dije ¡ah bueno! Cómo me habré vuelto de mala que mi madre, aunque era la mujer más atormentada por miedo del infierno, se atrevió a alterar la partida de nacimiento para que pudiera entrar en un colegio en que me tuvieran quieta [se refiere al colegio Nuestra Señora del Huerto, que si bien hoy se enorgullece de haber contado entre sus alumnas, además, a Lola Mora, en esa época era, dice Elvira, muy tradicional]. Y entré a los once, con compañeritas de catorce... El primer día la conocí a Leda Valladares. "¿Y qué sos vos, ah? ¿Sietemesina?", me preguntó Leda al verme. ¡Cómo sería de ingenua yo que creí que me preguntaba si tenía siete hermanos mellizos! Las dos fuimos tal para cual: dos espíritus totalmente endemoniados. ¿Sabés cómo nos llamaba la profesora de música? "Caudillas de grillos" y "¡Bribonas!". Y éramos taimadas... Los viernes, cuando venía el cura a confesar, pedíamos permiso para salir y ya no volvíamos a clase. El tiempo se nos iba en imaginaciones malignas. Una vez Leda salió del confesionario, diciendo que el cura preguntaba el nombre, lo que no se puede hacer. Entonces fui y me inventé yo sola unos pecados horrorosos. "¿Cómo te llamas, hija?" "Saritita Molina Padilla", dije. Era el nombre de mi compañera de banco. Después teníamos otra trapisonda a la que habíamos llamado, no sé por qué, "la calandria". Aunque éramos las dos bajitas -yo más, claro, por la diferencia de edad-, nos poníamos últimas en la fila durante los rezos; y cuando el cura decía "y el cuerpo de Dios se hizo carne", que es cuando todos se tienen que arrodillar, embestíamos con la fila de chicas. Quedaba el tendal de devotas... En fin, pobre mi madre: no salí mucho más religiosa de lo que había entrado. Eso sí: siempre he tenido un costado muy metafísico. Ahora, por ejemplo -te vas a reír- estoy leyendo un libro de Katherine Neville, sobre el número ocho. ¿Cuál es tu número preferido? ¿El ocho también? ¡Gran destino! Sólo que van a tardar mucho en reconocerte. ¿Sabés?, cuando ella me levantaba de la cama, con un delantalito gris nomás sobre el camisón embutido en las medias, yo recuerdo que ya iba contando las baldosas así, de a ocho...

Al menos en un sentido, las elecciones estéticas de Valladares y Orphée son coincidentes: la primera buscó arte más allá de los límites de su clase y de la cultura urbana, Elvira Orphée hizo de los desclasados, los marginados y los pobladores de las zonas rurales de Tucumán los personajes de un mundo insólito, más cerca de Faulkner, Juan Rulfo u Onetti que de cualquier nativismo. La conversación deriva, por ejemplo, a la feroz pintura del ambiente de los ingenios azucareros, en donde se emplea el adolescente Félix Gauna, otro de los protagonistas de Aire tan dulce... "¿Cómo sabés tanto?", le pregunto.

-Mi madre se enfermó sorpresivamente cuando yo tenía quince años. No me explico qué pudo haber pasado. He llegado a pensar que sería un mal que le habían hecho, ¿vos creés en esas cosas? Mi padre no tuvo mejor idea que mandarme a un ingenio de un francés amigo suyo. Y yo le pagué volcándole el automóvil mientras trataba de enseñarme a manejar entre los cañaverales. Cuando mi madre murió, a la semana, otro francés, amigo de mi padre, me dijo: "Bueno, m´hija, ahora va a tener que pensar en ir buscando un hogar", y al mismo tiempo -se interrumpe Orphée, furiosa-, ¡le tuve que dar una trompada! Y después ya fue él, mi padre, que tenía esa pasión por desprenderse de mí. Me dijo que se casaba con otra mujer y que fuera buscándome dónde vivir. Claro, suponía que iba a ir a lo de mi abuela, que es lo que hice. Pero yo ya quería irme. Para los tucumanos era poco menos que una meretriz, simplemente porque me ponía a charlar con un muchacho, así como vos, de la ventana a la vereda...

Y así, como por casualidad, parece entrar en la conversación el modelo de Félix Gauna, ese fantástico personaje que en las primeras páginas de Aire tan dulce decide que "ya que no puede ser el mejor, será el peor", se hace echar de su colegio con el fantástico gesto de tajear en cuatro el mapa de la provincia al grito de "¡de este a oeste, de sur a norte, aquí nunca ha habido un hombre?!", y se encuentra con Atalita en un baldío de "basura y luna" (una imagen tan emblemática de su estética que ése es el título de su nueva novela, aún inédita).

-Ese baldío estaba a dos casas -contesta, evasiva y cortante- y pertenecía a una carpintería. Allí nos juntamos una o dos noches, sí, para planear las perradas que íbamos a hacerle al mundo? Pero ya soñaba con irme. Leda ya se había a ido Europa, a vivir de la música. Mi prima Elsa, la aventurera, le había pedido al padre, que era otro Orphée, un dinero. Y se había ido a Egipto, sin siquiera saber el idioma. Enseguida llegó carta donde decía que había conseguido que una familia egipcia la recibiera en su casa por un año. Me morí de envidia. Pero después llegó carta donde decía que se había fugado en un barco por el Mediterráneo porque se había dado cuenta de que todo era una trampa para casarla con el hijo mayor. Mi tío se negó a mandarle más dinero y Elsa vivió de baby sitter de una nena que aún le escribe... ¿Me querés decir por qué volvió? No lo puedo entender. El día que me fui de Tucumán fue el más feliz de mi vida.


* * *

Aire tan dulce es la novela de la rebeldía adolescente. En el fondo, es la novela del desarraigo y la nostalgia que Orphée nunca admitiría. Una nostalgia de madre. Una nostalgia menos de las personas del "país caliente", es cierto, que de un paisaje y, sobre todo, de un modo de hablar, o mejor, de un modo de relacionarse con la lengua, en los límites de la ciudad indiana con la argentina indígena, haciendo de la transgresión lingüística un disfrute cotidiano... Y la nostalgia y la sensación de no tener destino deben de haber puesto en marcha la rueda de su escritura.

-Cuando llegué a Buenos Aires fui a parar al pied-à-terre de una parienta lejana de mi abuela, una señora salteña, que estaba en la política. Por ahí se decían cosas malas de ella, en la provincia se dicen cosas malas de mujeres así. Yo no sé: ella no se metía conmigo ni yo me metía con ella. Un día fui a una institución a que me hicieran un test, con idea de que me iba a tocar Medicina. Pero me dijeron que si quería hacer algo con mi pasado de enfermedades, más vale estudiara Letras. Y sí, era la carrera para mí. Tenía unos profesores fabulosos de locos. Me acuerdo de la tarea que me dio el profesor de latín: traducir "Yo amo...esta hormiga". A mí me enamoran esos dislates. Ahora una de mis nietas, que está en Letras, dice que casi no se estudia el latín. ¿Y qué estudiarán? Porque si hay algo que hay que aprender en la vida, es a desarmar las palabras. Bueno, en la facultad me crucé con un pintor Mihánovich que me preguntó si quería trabajar posando para él. Yo necesitaba trabajar, pero cuando fui ya no me quiso: me había dado el sol en el verano y se ve que para cuadro ya resultaba demasiado oscura. Sin embargo Miguel, que era uno de sus discípulos, se enamoró de mí. ¿Te dije ya que soy el ocho? Miguel es claramente el siete. ¡Nítido, elegante, misterioso! "Qué suerte, un novio rico", me decían todos. Pero yo a los hombres no les pido nada, sólo que me desconcierten. Todo el que es ocho se enamora del que es siete: tengo más vueltas, pero sé lo que es la eternidad... Una mañana de domingo me llamó una señora, Julia Bullrich, diciéndome que Victoria, prima hermana de Miguel, me quería esa misma tarde en San Isidro. Sentí que quería examinarme. Le dije que de ningún modo. "Uuuuuuy -dijo la señora-, no puede hacer eso, Victoria se va a enojar muchísimo." "Bueno -confesé-, lo que pasa es que estoy muy resfriada." "Uuuuuuy -dijo la señora-, pues va a tener que venir y disimular ¡porque Victoria odia a la gente resfriada!" Fui y entré tan nerviosa que sin querer pisé un zapato ¡con el pie de Victoria adentro! "Uuuuuy", oí que decía el coro. Pero ella, regia, nada. Tampoco yo: ¡me pasé una tarde horrible, aguantando los estornudos y las ganas de responder a las cosas que se decían!

Sin embargo, el talento y la originalidad de Orphée no pasaron inadvertidos a los directores de la revista Sur : en 1951 se publica "La calle Mate de Luna", un extraordinario cuento coral, sobre las sospechas y chismes que un barrio tucumano va elaborando, a medida que avanza el calor, acerca de una familia de forasteros porteños; chismes basados menos en datos concretos que en una secreta "hambre de realidades abominables" que permitan escapar del tedio y liberar el odio acumulado. "Dos veranos", que escribe por entonces, es un extraño fresco de las clases media y baja tucumanas, las mismas que poco más tarde retrataría Juan José Hernández desde el punto de vista de un criado huérfano, un "caído del cielo", analfabeto pero alucinantemente lúcido al momento de detectar la omnipresencia del racismo, el abuso de poder, la enfermedad.

-De no haber sido por otra gran señora (¡ésa sí que era una mujer abierta!), Carmen Gándara, no sé qué habría sido de mí. Ella había formado parte del jurado en el premio Emecé, donde yo me había presentado, y que ganó Beatriz Guido. Bueno, alguien me llevó a su salón, y cuando le dije que me interesaba su opinión porque estaba medio triste por el fracaso, ella se golpeó la frente. "¡Pero mi querida! ¿Entonces vos sos el negrito del norte? ¡Yo te quería dar el primer premio y los demás (Bioy Casares, Leopoldo Marechal) ni quisieron leerte! ¡Pero qué querés hacer, decime!" "¡Irme!", le dije. Todavía estaba Perón. Días atrás nos habían llevado presos, a Miguel y a mí, por unas horas, a la Sección Especial de la Policía, donde se torturaba mucho. Nos habían largado enseguida (al comisario se le cayó un crucifijo de la misma mano con que daba palizas y de ahí saldría mucho más tarde toda una novela). Gracias a la Nena Gándara, lo nombraron a Miguel en la embajada en Roma. [La actividad diplomática de Miguel Ocampo ha quedado en la historia de la literatura por un episodio que Manuel Mujica Lainez se encargó de agradecer: fue ese joven pintor quien descubrió a Manucho la belleza de los jardines de Bomarzo.]

-En cambio -dice Elvira Orphée-, yo no me llevé bien con Manucho, que era muy de humillar. "¿En serio sos escritora? Qué sorpresa... Porque todas ustedes (las mujeres de diplomáticos) parecen institutrices." "No como vos", le dije yo ¡porque ya me lo veía venir!, "que parecés una..." y ahí agregué una palabrota que no me perdonó nunca. Hace poco estuve leyéndolo a Manucho. Le importa mucho la historia, que a mí, de por sí, no me interesa nada. Narra bien, ¿quién lo duda? Pero es como los novelistas decimonónicos que quieren contar todo, todo, todo. Y eso los distrae. Y sobre todo, no sabe hacer lo que hay que hacer para que las palabras resplandezcan. La suya es la lógica del sentido común. Y yo escribo según esa otra lógica, ¡que vaya uno a saber de dónde me viene!

-¿Entonces tampoco te adaptaste a Roma?

-¡Ah sí! Si Dios me diera ir a un solo lado ahora, un solo viaje, nada más?! Cierro los ojos, me veo embarazada de mi tercera hija, esperando el tranvía (porque vivíamos lejos de la ciudad) y viendo uno, dos, tres coches que paraban y decían: "¡yo la llevo!" "¡yo la llevo!". Coches con familias enteras. ¡Qué gente maravillosa! Un día llamé a mi médico: "Creo que llegó la hora". "¿Cada cuánto son las contracciones?" "No siento contracciones, dottore, sólo me siento rara" "¿Rara cómo?" "No sé -dije-, muy feliz" "¡Entonces véngase para acá inmediatamente!". Y nació apenas llegué. Le puse Flaminia, como la Via Flaminia, donde nació. Una pintora colombiana me llevó a un cóctel en la casa de Alberto Moravia y su mujer, Elsa Morante, que vaya a saber uno por qué de entrada se apasionó por mí. Elsa era así. Fuego. Los demás me celaron por eso. Pasolini, que prácticamente vivía con ellos y que me maltrataba; Natalia Ginzburg, que estaba en la Einaudi y tampoco quería a las mujeres. Moravia no me prestaba atención: estaba sólo en sus novelas y cuando salía quería gente superficial. Recuerdo que un día volvimos de no sé qué viajes con Elsa y encontramos a sus gatos muertos de hambre: Moravia, metido en su novela, se había olvidado de alimentarlos. Elsa salió al balcón (vivía en un quinto piso y Moravia en el sexto) y gritó: "¡Alberto, si vuelves a hacer esto, ¡no te daré más gatos! ¿Me escuchaste?" Nunca entendí la pasión loca de Elsa por Moravia, que era tanto menos en todo. Otro día Elsa me dice: "Elvira, mañana tienes que venir aquí porque he invitado a un hombre bellísimo, bellísimo". Y apareció Italo Calvino. "Pero Elsa -le dije, en secreto-, questo uccellino es para vos un uomo bellissimo ?". En cambio, él sí se enamoró de mí. Lo he sentido mucho a Italo, como a Elsa. Porque a mí me han gustado muchos libros como lectora común y silvestre; pero me han importado pocos libros como escritora. Como escritora, a mí me han importado los que alcanzan poesía. No me interesan ni las tramas ingeniosas, ni los frisos sociales, ni los pensamientos profundos... Yo lo que les pido es poesía. Poesía no es lo que se escribe: es la más profunda necesidad de expresión del hombre, para la que no bastan las palabras, las frases, ¿cómo decirte? de la cotidianidad. Y Elsa, que estaba escribiendo La isla de Arturo , vivía en esa necesidad. Yo nunca había visto a alguien así, salvo yo misma. La recomendé a Sudamericana, mi editora, con la esperanza de poder traducirla: se la dieron a otro, que la tradujo sin nada nada de poesía.

Siguiendo las lecciones de Morante y de los escritores latinoamericanos que descubría por su trabajo y que le ayudaron a recuperar, como herramienta literaria, el poder de creación lingüística del pueblo de Tucumán de su infancia, Elvira Orphée empezó Aire tan dulce tan pronto llegó a París, hacia 1961.

-¿Cómo escribía? Nunca he sido metódica. Escribía cuando me venía en gana. Pero me venía en gana todo el tiempo. En papelitos, en cuadernos, en boletas, en lo que fuera y donde fuera. Ahora, cómo me volvían esas voces. Porque yo a Tucumán creía habérmelo sacado de encima salvo por dos cosas: los odios y los olores. No el olor de las rosas, no, que siempre me parecieron tontas, sino el de las flores de los naranjos de las calles, que era impresionante. Todavía lo tengo en mí. Por eso creo que Elsa Morante me escribió una vez: "Sé que volverás y con vos volverá la primavera". Y no, no creo que fuera ya el influjo de otros escritores. Salvo, ¡claro!, Alejandra Pizarnik -se entusiasma- que a ella sí la conocí en París y nos alimentamos mucho, la una a la otra, hasta el día de su muerte. ¿Sabías que yo estuve con ella la noche anterior? Estuvimos jugando hasta altas horas esos juegos de papelitos, ¿cómo se llaman? Cadáveres exquisitos, sí. Al mediodía llamé y una amiga me dio la noticia. Y me costó creerlo, porque para mí era un ser de alegría. Me amaba Alejandra. La gente habla mucho sobre que era lesbiana: es secundario. Lo que hay que entender es que Alejandra era un ser de una necesidad de amor in-ve-ro-sí-mil. Quería entrar en el mundo de cada uno de los que la fascinaban y quedarse allí. Salvarse de sí misma. Claro que la gente no lo entendía, que se sentía violada. Una vez que entendió que yo no era lesbiana y la admitiría en mi mundo, si ella me admitía tal como yo era, vivimos en diálogo profundo. Me acuerdo de una vez que teníamos que ir a un cóctel o a una fiesta, no sé, medio de gala, y como ella no se animaba a ir, yo me puse a vestirla, a peinarla: nos pasamos horas frente al espejo, como dos adolescentes. Ahora he estado leyendo sus poemas.

Orphée me pide que tome el libro Árbol de Diana (1961) y busque "uno que está dedicado a Esther Singer, la amiga que yo le presenté a Calvino y con quien él finalmente se casó". Se lo leo:

Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler, mi vida, déjate enlazar de fuego, de silencio ingenuo, de piedras verdes en la casa de la noche, déjate caer y doler, mi vida.

-Bueno, yo digo en "Querida", uno de los capítulos de Aire tan dulce : "Sé mi querida, sé la que me quiere, mamita Muerte. Vendrás, habrá acabado de llover. Sabrás que te estaba esperando por este inmenso desapego que me notarás. Y después será el amor". No puedo dejar de pensar en eso. Alejandra hablando a la vida; yo, a la muerte. Pensar que ella se ha muerto hace tanto y yo estoy aquí. Sin el menor desapego.

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Chemtrails en Argentina: ¿Los bombardeos químicos contra el granizo provocan las sequías?

Mendoza, San Luis y Córdoba son algunas de las provincias que han sido fuertemente afectadas por las sequías en los últimos años. Si bien el cambio climático es la estrella del momento (aún cuando las cifras están siendo cada vez más cuestionadas), pobladores de esas provincias acusan al uso de químicos sobre la atmósfera de esta situación: los bombardeos contra el granizo estarían provocando la escasez de lluvias para proteger ciertas cosechas específicas.



CIUDAD DE BUENOS AIRES (Urgente24) - El uso de químicos sobre la atmósfera es algo que poco a poco se da a conocer en diferentes partes del mundo; ya famosos son los casos de China con su modificación climática para la inauguración de los Juegos Olímpicos o el de Rusia con la petición de Madonna de mejorar el clima para su recital en Moscú.

El cambio climático (cacareado desde los foros internacionales en pos de la instauración de un impuesto mundial al carbono) no está siendo generado necesariamente por la contaminación y diferentes variables se están dando a conocer: los chemtrails sobre las ciudades y los bombardeos contra granizo en el campo dan mucho que hablar en Internet... incluso en la Argentina.

Los bombardeos contra granizo son fumigaciones sobre las nubes con ioduro de plata, que al explotar en el aire desvían el curso de potenciales tormentas de granizo. Al detectarse un frente de tormenta que puede llegar a generar granizo, enemigo de las plantaciones frutales en Mendoza, los aviones despegan desde El Plumerillo y San Rafael y se internan en al nube para dispararle con bombas de Ioduro de plata. Minutos después, la explosión.

Otros sectores del país que también basan su producción agrícola en las frutas han implementado esta explosiva herramienta para ahuyentar el granizo. En la localidad de Algarrobo, al oeste de Bahía Blanca, casi al limite con La Pampa la falta de lluvia se siente hasta en el aire. “Cuesta respirar, es todo polvo, al no llover, se muere el pasto, queda la tierra descubierta y el viento al erosiona. La ruta 3 está casi cortada por la cantidad de tierra que tiene encima, y la ruta 22 no se ve a más de 50 metros”, cuenta Edgar Kroneberger, vecino de esa localidad en una carta al portal 24con.

“En Río Colorado, a 80 kilómetros de acá, utilizan cañones de gas, tiran el gas al aire lo encienden y la onda expansiva corre la nube a otra corriente y siguen de largo, no llueve. Nosotros vemos pasar la nube, mucho mas chica y mas alto, pero no llueve” profundizó Edgar. “Los meteorólogos dicen que es imposible, que una explosión corra la nube, pero acá son nubes chicas y las llegan a empujar. Río colorado produce manzanas, peras, durazno, si les cae granizo arruinan todas las plantaciones, pero así nosotros nos quedamos sin agua”.

A pesar de que los expertos aseguran que es imposible pensar en una modificación del clima de semejantes características, los pobladores de las provincias afectadas saben que el tema no es una cuestión de ciencia ficción.

En Córdoba, la organización Ongamira Despierta ha realizado la correspondiente denuncia frente a las autoridades por el uso de químicos sobre la atmósfera, entre otras acciones contra la contaminación del medio ambiente. De más está aclarar que Córdoba ha sufrido una terrible sequía que causó más de un incendio en el norte de la provincia durante todo este año 2009.

Por su parte, el diario La República, de San luis, la semana pasada llamó la atención de sus lectores al cuestionarle: "¿Ha visto usted los aviones “rompe tormentas”?". Las respuestas de los lectores resultaron más que elocuentes:

De Belén: Yo lo ví
en la zona de los mebrillos, hace 1 semana mas o menos, estaba en el campo de un familiar,era la terdecita y el cielo estaba todo cubierto, sin viento y parecia que ya llovia, empece a escuchar un zumbido en el cielo, lo busque y no encontre nada hasta que de las nuve aparecio una avioneta, no habran pasado 15 minuto que desde el mismo lugar donde paso la avioneta, las nuves se separaron y al cabo de un rato estaba todo despejado y no callo un agota. ojala los puedan agarrar.

De Miguel: Anoche
Ayer 20-11-09, por la noche, 2140, 2200hs. más o menos se escucho el ruido de un avión con motor a explosión, o sea una avioneta, que se dirigió hacia el Norte de la Ciudad, de donde se veía una tormenta. Yo no sé si rompe o no tormentas pero de que no cayó ni una gota de agua y que la tormenta desapareció, desapareció. Realmente si están haciendo esto es un atentado contra los DD HH y afectando el eco sistema consuetudinariamente. Este vuelo volvió para aterrizar en nuestro aeropuerto a eso de las 2315 hs.

Los mensajes se multiplican a lo largo de todo el foro, y a pesar de que hay ciertos mensajes que desmerecen los testimonios de la gente, no se han dado mejores explicaciones sobre el tema.

Lo que sí es cierto es que las sequías han aumentado notablemente durante los últimos años y todo se lo atribuye al cambio climático (modificación del clima generada indirectamente por la polución ambiental) sin que el uso de este tipo de tecnologías hayan sido investigadas por las autoridades.
La economía en 2010 / Pronósticos alentadores
El campo, los autos y el turismo encabezarán la recuperación
Serán los sectores más favorecidos por el repunte de la soja y por una mayor demanda brasileña

La industria automotriz, que está cerrando este año mejor de lo esperado, seguirá creciendo en 2010
LA NACION



El campo y las industrias que se puedan beneficiar con el arranque de la locomotora brasileña liderarán la recuperación de la economía en 2010. De acuerdo con un relevamiento realizado entre economistas y analistas privados, la producción de soja, la fabricación de autos, la metalmecánica, el turismo y las industrias de plásticos y químicos son los rubros que presentan una mejor perspectiva para un año en que se espera que la economía argentina vuelva a crecer luego de la caída de 2009. Por el contrario, los sectores que menos sufrieron la recesión del año que está terminando, como el de los alimentos o la obra pública, se cree que tendrán un 2010 sin gran crecimiento.

"Para 2010, los sectores que tienen mayor potencial de recuperación son los que más sufrieron y, en este sentido, sobresalen los granos, no sólo por las mejores proyecciones en materia meteorológica, sino también por una suba en los precios internacionales de su producción. Sin llegar a los niveles de la campaña 2007/08, esperamos un año bueno para el campo, muy superior al de 2008/09", explica economista Mariano Lamothe, de la consultora Abeceb.com (más información, ver aparte).

El pronóstico sobre las buenas perspectivas para la actividad agrícola es compartida en la consultora Claves, que destaca el papel que tendrá la soja en el crecimiento de entre el 3 y el 3,5% que se espera para el PBI de 2010.

"Medio punto de la suba del PBI que proyectamos para el año próximo vendrá del factor climático, que tendrá un beneficio directo sobre el campo. Igualmente, los grandes ganadores serán las oleaginosas y los cereales, con la soja a la cabeza, mientras que la ganadería seguirá estando golpeada", señaló Eduardo Echevarría, analista de mercados de Claves.

Los analistas también esperan que la recuperación del campo tenga un efecto contagio sobre la industria metalmecánica, que también había sido una de las más afectadas por el conflicto con el campo, en 2008. "Ya se vislumbran signos de recuperación en la venta de maquinaria para el campo, y algo similar está ocurriendo con la industria automotriz, en la que, después del medio millón de unidades con el que cerraremos este año, para 2010 proyectamos una producción de entre 660.000 y 700.000 unidades", señaló Lamothe.

Su colega Fausto Spotorno, economista jefe del estudio Orlando J. Ferreres, por su parte, destaca que los rubros que encabezarán el crecimiento en 2010 serán los vinculados con el socio mayor del Mercosur.

"Autos, químicos y plásticos fueron algunos de los sectores más afectados por la crisis de 2009, pero ahora van a ser los que se van a recuperar más rápido, en gran parte gracias a la locomotora que significa la economía brasileña", explica el economista.

Turismo en alza


Spotorno, además, suma, entre los rubros con mejores perspectivas, el turismo, que se verá favorecido por factores internos y externos, incluido un mayor flujo de visitantes brasileños.

"A nivel global, para la industria del turismo parece haber pasado lo peor, y en la medida en que se recuperen las economías del Primer Mundo y más turistas salgan de vacaciones al exterior, el mercado en la Argentina tendrá una buena temporada. Además, la industria turística local también se puede cosechar los beneficios de una economía brasileña en crecimiento", explica.

Si el campo, la industria metalmecánica y la automotriz presentan las mejores perspectivas, del otro lado se ubican los alimentos y la obra pública. "En materia de alimentos, se espera una mejora pequeña, básicamente porque se trata de un sector menos elástico y que por lo tanto históricamente no registra grandes variaciones interanuales, mientras que en la construcción tenemos grandes dudas sobre lo que pueda pasar, especialmente con la obra pública, a partir de las deudas que arrastra el Estado", señaló Lamothe.




"El mundo del Opus Dei es realmente fascinante”
El film del director no tardó en erizar la piel de la orden creada por José María Escrivá de Balaguer.



Por Mariano Blejman

A esta altura podría decirse que las películas del español Javier Fresser son al cine hispanoparlante lo que Taringa! a Internet. Básicamente hay de todo, de fuentes muy variadas, la información aparece como flash espasmódico y siempre causa algo de asombro. Porque si los delirantes y provocativos cortos anticipaban un cine plagado de humor, sarcasmo e ironía (como las interminables patadas de la serie Javy y Luci que fueron furor en la red), si la comedia surrealista de El milagro de P. Tinto dejó a todos pasmados con frases como “¿Me podría decir cuál es la albóndiga y cuál el guisante? Es que soy daltónico”, si La gran aventura de Mortadelo y Filemón coqueteaba con el comic hasta dejarlo rendido (todas estas películas se dieron en el reciente Festival de Mar del Plata, en la retrospectiva dedicada a su obra), la presentación de Camino (ganadora de seis premios Goya y próxima a estrenarse en salas de Buenos Aires) rompe definitivamente con todo lo que pueda esperarse de Fresser. El film tiene intencionalmente el nombre del libro que escribió José María Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei, y está inspirado en una historia real de una niña, aquí llamada Camino, que muere de un raro tumor. Y el film es algo así como un thriller de terror religioso, o –como acierta el crítico local Agustín Masaedo– un “gore quirúrgico”. Fresser recibe a Página/12 después de ver una película rusa, que se llama Letters to Father Jacob, pero pareciera ser pura casualidad.

–¿Cómo llegó a esta película tan distinta?

–Comprendo que son películas diferentes. Pero para mí no hay un cambio tan esencial, porque creo que por suerte o desgracia estoy detrás de la misma manera. Camino es premeditadamente la primera historia que tuve en la cabeza. Antes de hacer El milagro de P. Tinto conocí la historia y había empezado a elaborar un guión. Hace quince años tuve la madurez de darme cuenta de que no tenía la madurez para hacerla antes. No era con lo que quería empezar, esta historia me tenía arrebatado y necesitaba otro lenguaje y otra actitud.

–¿Tenía que atravesar el humor?

–No he planeado lo que he hecho. Como tienes la suerte de hacer cine y el privilegio de que lo que haces interese a más de uno, estás obligado a investigar un poco y no acomodarte a lo que sabes hacer, porque en el fondo es un poco fraude.

–¿Por qué?

–Cuando haces películas es fácil hacer una detrás de la otra. Me propuse no hacer la misma cosa, primero porque es más interesante, segundo porque tiene un componente de riesgo fundamental: esa dosis de vértigo e incertidumbre para hacer algo interesante; y por otro lado equivocarme no es ninguna desgracia. Películas, las hay de todo tipo. Me he rebelado siempre contra la clasificación en cualquier ámbito de la vida, y la verdad es que me siento identificado y muy a gusto cuando alguien me dice: “Es difícil de clasificar”. Es uno de los mayores piropos posibles. En el cine, en la música, en la literatura, hay una necesidad enfermiza por clasificarlo todo y ponerlo en sacos distintos. La experiencia que tiene el espectador es más pobre porque acude a lo que ya conoce. Sabe si va a reírse, si va a llorar. La industria está montada de esa manera, el distribuidor que va a un mercado, que no tiene tiempo de verla, pregunta: “¿Esta película a cuál se parece?”. Y es difícil vender cuando no sabes responder esa pregunta. Porque no siempre hay una referencia: en el caso de Camino y en el caso de El milagro de P. Tinto eso ocurre.

–¿Cómo llegó a la historia de Camino?

–Conocí la historia hace veinte años, a través del libro. Una niña madrileña que a los pocos años de morir le iniciaron su proceso de beatificación. La historia me pareció fascinante y no me abandonó nunca. Con el tiempo vi más claro que esa historia tenía ingredientes suficientes para contar lo que quería, que es una historia de amor. Además me iba a permitir indagar en aspectos que no había tocado nunca: el amor, la muerte, la fe, el sentido de la trascendencia, la religión. Con mi infancia, mi educación, mi cultura. Mi generación ha tenido una educación católica, y que la hayas abrazado o no, deja el cerebro ordenado de una manera, básicamente es el sentimiento de culpa.

–¿Cómo ha reaccionado el Opus Dei?

–La película toca de lleno y de forma profunda el Opus Dei, y lo toca con el conocimiento que proviene de estudiar y de investigar y de documentarme de la institución de la Iglesia Católica. Es un mundo apasionante y, sin ser protagonista, es un paisaje esencial donde se mueven personajes que interactúan mucho con esa forma de entender el mundo. Como era de esperar, oficialmente la reacción fue pequeña y discreta, pero extraoficialmente, que es realmente como trabajan, con iniciativas personales, sueltan toda la artillería. Pero el ataque ha sido muy torpe y ha provenido siempre de quien declara no haber visto la película y promete que no la verá jamás.

–¿Cómo ha sido su documentación?

–He dedicado mucho tiempo a documentarme. La más elocuente y más valiosa proviene de los documentos internos del Opus Dei, y los testimonios y declaraciones de quien está adentro y convencido de que está en el camino correcto en la santidad. Al contrario de los que piensan que está documentada por testimonios de quien está fuera, es justo al revés. Y la cuestión más valiosa: hay un dogma en el Opus Dei incuestionable, que es que todo aquel que ha estado y se ha salido es un resentido que hablará mal de ellos. Entonces hay miles de testimonios que coinciden en su denuncia del modus operandi como una secta. El Opus Dei son como los mejillones a la roca: se pegan al poder, el dinero y la influencia. No deja de sorprenderme la mezcla de religión y violencia, cómo se pueden unir esos dos conceptos: la religión católica, que es la que mejor conozco, está basada en el concepto del amor y es curioso...

–... bueno, empezó con un crucificado.

–Ay, si se levantara el hombre, más de uno se pondría colorado.

–Usted habló de los que se van, pero, ¿y los que entran?

–Hay diversos grados de pertenencia; hay una vía especialmente espeluznante que es la que realiza la captación de niños y jóvenes con la obra de San Rafael, donde poco a poco va despegando al adolescente de su familia y le hace ir acercándose a ellos, con la cautela de que la familia no vaya a entrometerse. Los agradecimientos más emocionantes han sido de madres y padres de niños que han desaparecido de sus vidas para siempre y porque han decidido dejarlo todo y hacerse numerarios y numerarias del Opus Dei, y sus sentimientos son que algo mal han hecho, y en algo han fallado porque sus hijos los rechazan y no los quieren y no tienen interés, excepto el económico. Muchas madres españolas han comprendido que ellos no tienen la culpa de haberlos perdido. Si tu hijo cumple 18 años y dice que se va y no tiene que dar explicación, y empieza a pertenecer en un lugar donde le dicen que su nueva familia es más importante y numerosa y que pensar en su antigua familia es un acto de debilidad, entonces se destruyen vínculos afectivos.

–Pero, ¿cuál es el objetivo del Opus Dei?

–Establecer un entramado que les permita tener acceso al poder, a la influencia, al dinero en una estructura piramidal. La inmensa mayoría son la base y hay otra minoría que tiene a esa base convencida de una cosa que no es. De todos modos, el Opus Dei es apenas el paisaje de Camino, que es una historia de amor, de la primera vez en tu vida que sientes el amor, hecho en una circunstancia que incluye la enfermedad y el dolor que van parejos y en un paisaje de un sentimiento religioso concreto, en torno de la muerte y al más allá. Es una historia de amor.
De los pelos


Por Juan Sasturain

A los hombres nos gustan los vestidos. Quiero decir: a los hombres nos gusta que las mujeres se pongan vestido. A muchos, al menos. Entendámonos, sobre todo ahora, con la primavera, el calor y el veranito que se viene, no hay nada más hermoso de ver que el ir y venir de una mina con un vestidito liviano, de esos de tela suave y moldeadora, que cae sin apretar, recuerda qué hay debajo, suelto y cómodo. Se lo digo, lo experimento con mi mujer. Es así. Un cruce de gambas con vestido y sin medias justifica todas las lluvias hinchapelotas de la primavera, y la leve transpiración en el cuello debajo de un vestido escotado con botoncitos, aunque sea a principios de diciembre, nos salva el año.

Claro que cuando uno formula estas verdades del sentimiento, puras y desinteresadas más allá de sí mismas, como la sed o el hambre de justicia, se le cruzan objeciones pragmáticas y de dudosa comprensión. Nunca hemos aceptado del todo la apropiación femenina del pantalón, los pretextos de comodidad y practicidad, hasta que –con sinceridad o sin ella– aparece, junto con otros argumentos que se esgrimen contra el sexismo de nuestro planteo, el tema de los pelos. Los pelos femeninos –no la cabellera, claro– como problema a resolver a la hora de determinar qué parte del cuerpo ha de estar expuesta al aire libre o recatada a la cobertura indumentaria. Esa parecer ser la cuestión. Una boludez, si se nos permite, masculina, prejuiciosamente hablando.

Al respecto, recuerdo con gusto una nota escrita hace años en que reflexionaba a pedido sobre un tema acaso poco fashion, pero muy pertinente, contiguo, tangente en este caso, que plantea cuestiones similares en un grado incluso más aparatoso: el vello axilar. Y según creo recordar, partía para reflexionar de un momento –los años de mi primera infancia: fin de los ’40, comienzo de los ’50– en que no se habían popularizado aún los pantalones entre las mujeres y la primitiva yilet ejercía –aún tímidamente– el liderazgo, por no decir el monopolio absoluto, entre los recursos taladores de vello para las chicas ensombrecidas. Pero el uso no estaba tan generalizado como puede suponerse.

Recuerdo que en esa nota apuntaba que –según mi mirada infantil– “las dos estaban buenas, pero Rita Hayworth se afeitaba las axilas y mi mamá, no”. Ese recuerdo puntual no fue algo tan difícil de verificar. El dato de Rita lo tengo, lo tenemos todos, por el baile demoledor de Gilda, que termina con el sopapo del boludo de Glenn Ford en un improbable club nocturno porteño hacia mediados de los ’40; ahí ella, cantando mal –pero, ¿quién la oía?–, levantaba los purísimos brazos sobre la cabeza mientras se sacaba los interminables guantes y agitaba la melena pelirroja, pese al blanco y negro. Una cosa infernal. El dato de mi mamá lo tengo de innumerables experiencias en vivo para la misma época que no pienso referir. Se puede argumentar que no son términos de comparación una terrible y frágil yegua de Hollywood y una linda mamá de clase media argentina diez años mayor: una en la pantalla y otra en la platea de la matinée. Pero tengo mis dudas al respecto.

Es que la cosa pilosa no se cortaba con el filo de yilet de la pantalla, ni con la navaja generacional, ya que poco después tampoco se depilaba la increíble Silvana Mangano en Arroz amargo para andar con el agua a la rodilla y los pies en el barro del Po; ni se podaba la bersagliera Gina Lollobrigida en Pan, amor y fantasía, ni mucho menos mezquinaba pelos la primitiva Sofia Loren antes de que –entregada por Carlo Ponti– los yanquis le pusieron un ph. Y esas salvajes tanitas de la pantalla neorrealista del primer tramo de los ’50 –que le hicieron la cabeza literalmente a medio mundo– estaban más cerca obviamente de las minas reales que andaban por la cocina de casa –mi vieja era de ascendencia tana– o por las calles pueblerinas que yo conocía desde la vereda o que espiaba de a franjas en la arena de Necochea, que de las oxigenadas y multiproducidas Lana Turner o Dorothy Malone del cinemascope. Marilyn –seguramente– ya sería otra cosa.

Por otro lado, la bruta y explícita maja goyesca –tan gallega—, la sudorosa Libertad que saca pecho y guía al pueblo según Delacroix, y las bellas y distendidas amigas de Modigliani, por ejemplo, nunca necesitaron sacarse puntualmente los pelos para posar una vez y entrar en los museos para siempre. Y tampoco nadie puso una curita negra ahí.

Quiero decir, volviendo a Rita, a mi mamá y pasando por la Mangano, que en aquel momento esos hoy demonizados pelos axilares que asomaban con naturalidad en las damas con vestido, avalados o no por el cine, también podían tirar con eficacia –a comparación de los otros, los clásicos que, sabemos, bien pueden a una yunta de bueyes– o al menos no inhibían ni mucho menos el trabajo a destajo de la libido protoadolescente.

En fin... En un mundo como aquél, de reprimida clase media, que diferenciaba absolutamente los modos y circunstancias de exhibición pública y privada de un cuerpo segmentado mucho más analíticamente que ahora, los bellos vellos funcionaban al revés de hoy, o sea, eran sobre todo pelos en un pliegue femenino, el único recoveco accesible a la mirada y en grado aun restringido. El pensamiento analógico hacía el resto. Bah, digo yo.

Y para terminar con el tema de los vestidos que nos gusta ver en primavera con sus piernas y demás dentro –y con devoto respeto y admiración–, a las mujeres sólo les pedimos que hagan lo que quieran con sus gambas –dilapiden o no fortunas en depilaciones más o menos exhaustivas–, pero no nos priven de una de las pocas cosas lindas que suele traer con seguridad la cercanía del fin de año.

Gracias.
La ciudad y sus mujeres
Anna Bofill Levi es doctora en arquitectura; Isabel Segura Soriano es historiadora. Ambas son catalanas y llevan años estudiando la relación de las mujeres con las ciudades que habitan. En esta entrevista explican cómo el vínculo entre estructura urbana y poder afecta la vida cotidiana de las mujeres.

Por Verónica Engler

–¿Cómo fue el proyecto Las Mujeres y la Ciudad, de la Comunidad Europea, que ustedes coordinaron?

Anna Bofill Levi
: –Lo más importante fue poder organizar talleres con mujeres de diferentes estamentos y posiciones económicas. Porque no experimentan la ciudad igual una mujer de un sector alto que puede tener ayuda doméstica y que va directamente de su casa a un despacho profesional y que tiene una vivienda de cientocincuenta metros cuadrados, que una mujer que tiene que trabajar, pero al mismo tiempo tiene que llevar los niños al colegio o al médico, o tiene que cuidar de un abuelito en su casa, que tiene que gestionarse toda la vida doméstica; o incluso de una mujer un poco mayor que a lo mejor no sabe ni leer ni escribir, y que tiene otra experiencia totalmente distinta porque es la que se ocupa del hogar, y sólo trabaja para el marido y que, por decirlo de alguna manera, ha sido la esclava del hogar durante toda su vida pero sin tener demasiada conciencia. Poner todas estas mujeres juntas en un mismo taller de análisis y debate de todas las experiencias hizo que surgieran los puntos débiles de la ciudad, los problemas, y que pudiéramos nosotras después racionalizar todo esto e identificar una serie de ítem que son los que caracterizan la configuración urbana en sus diferentes niveles dimensionales. Pudimos ver cómo el barrio, la vivienda, la calle, la plaza y el parque no se ajustan a este concepto que tenemos las mujeres de vida cotidiana; es decir, a esta ciudad que queremos, que no es la ciudad que produce continuamente un crecimiento económico de la especulación.

Isabel Segura Soriano: –Además de identificar cuáles eran los problemas relevantes, con estas mismas mujeres también planteamos alternativas para mejorar esas condiciones que dificultaban la realización de las actividades de la vida cotidiana.

–¿Cuáles fueron los puntos que ustedes pudieron identificar que no se ajustaban a la vida cotidiana de estas mujeres que tenían vivencias completamente distintas de la ciudad?

A. B. L.: –Con respecto a la vivienda, vimos que la que se ofrece comercialmente no tiene nada que ver con el tipo de vida que hace la gente hoy día, porque se ofrece una vivienda para madre, padre y dos criaturas, que es el modelo típico de la familia nuclear. Pero no se tiene en cuenta otro tipo de agrupaciones, que la gente puede vivir sola, o con un niño, o con una persona mayor, o pueden vivir grupos de amigos, o puede ser una pareja homosexual, hay toda una serie de combinatorias de personas que viven en las casas. Pero esas otras tipologías no existen en el mercado, no se ofrecen, ni tampoco existen en la vivienda pública. Entonces, hay propuestas que hacemos las mujeres de otro tipo de viviendas, que podría ser con un espacio de estar mucho mayor, con una cocina incorporada al espacio de estar, más grande, para que allí se pudiera desarrollar la vida diaria de las personas, los cuartos individuales más pequeños, porque actualmente hay esta tendencia a que el dormitorio sea mayor para poder poner la mesa de trabajo y la televisión, de manera que se aíslan las personas de la familia y no se comunican, no hacen una vida de convivialidad, esto es una tendencia muy importante en Europa en general. Las mujeres piensan que mejor sería que la gente que vive en un núcleo familiar, sea familia o sea otro tipo de agrupación, tuviera un espacio de convivialidad, y que el espacio individual fuera el mínimo para ir a dormir.

I. S. S.: –El tema de la flexibilidad también es muy importante. Como la vivienda acostumbra a ser muy rígida, las mujeres planteaban la necesidad de una vivienda flexible que permitiese adecuarla a los ciclos vitales. Porque en la casa en un momento pueden ser seis personas, después cuatro, después tres y después una. Otra cuestión es el derecho de acceso a la vivienda, porque en nuestro país la vivienda es fundamentalmente privada, y el acceso a la vivienda no estaba ni está garantizado, a pesar de que la Constitución española reconoce el derecho a la vivienda. Otro de los puntos básicos era facilitar el acceso de las mujeres al crédito. Porque muchas veces para las mujeres que tienen trabajos discontinuos o que están trabajando en mercados no reglados, su posibilidad de llegar al crédito es muy difícil.

–¿Y hacia afuera de la vivienda cuáles fueron los problemas que identificaron en la ciudad?

A. B. L.: –Que el sesenta por ciento del suelo libre, el que no ocupa volumen construido, está ocupado por el coche, entonces ya casi no queda espacio para que las personas caminen. Hay demasiado tráfico porque no hay suficiente transporte público para todo el mundo. También se analizó la creación de espacios intermedios, que son esos espacios entre la vivienda y la calle por donde pasa todo el tráfico rodado. En un bloque de viviendas, por ejemplo, los espacios intermedios no son del todo públicos, son espacios comunitarios como plazoletas peatonales, jardinadas, diseñadas para los distintos usos que puede tener la comunidad de vecinos, con espacios comerciales. Es muy importante la idea de que haya mezcla de funciones en los núcleos habitacionales, que no sean sólo residenciales. Hay que romper la idea de zonificación, la idea de los usos monofuncionales, que tiene mucho Buenos Aires, en donde hay zonas en las que solamente se venden telas, o pieles, o ropa. También ocurre eso con el ocio, con la cultura, que está todo zonificado, en áreas. Nuestra idea, que surge de todos estos talleres, es la de mezclar actividades y funciones con el uso residencial.

I. S. S.: –Otro tema muy importante que surgió era la reivindicación del derecho a la movilidad pública, que es la que permite disfrutar de los bienes de la ciudad, pero sobre todo implica el acceso al mercado laboral. Las mujeres de barrios marginales, por ejemplo, se encuentran con que no hay suficiente transporte público, y eso les impide acceder al mercado de trabajo remunerado. Con lo cual, para las mujeres no tener acceso al transporte público es una doble discriminación. Porque en el caso de que exista un coche en la familia, mayoritariamente son los hombres los que lo utilizan. Las mujeres, además, planteaban, de alguna manera, una ciudad de distancias cortas. Es decir, que en los barrios exista la polifuncionalidad, acceso a lugares de trabajo remunerado, vivienda y servicios, para evitar los desplazamientos que, en el fondo, dificultan extraordinariamente la vida cotidiana.

–Zygmunt Bauman plantea que vivimos en metrópolis del miedo. El miedo parece funcionar como un organizador de la ciudad que cercena cada vez más los espacios públicos, por ejemplo cuando se enrejan las plazas, o se construyen barrios privados. Además, el omnipresente discurso sobre la inseguridad que destilan los medios parece contribuir a esta situación.

A. B. L.: –Eso es una gran trampa y una gran perversidad. Porque sabemos que justamente la propaganda y la publicidad del miedo y del peligro es el arma que ha usado la sociedad neoliberal para, entre otras cosas, controlarnos, tenernos clasificados y clasificadas, es decir, intervenir en la vida privada de las personas. ¿Y qué decimos las mujeres? Decimos que nosotras consideramos otro miedo y otro tipo de violencia que se tiene que resolver con otras armas, no con estas armas del control de la identidad, del control policial, del enrejamiento y de la guetización. Porque esas personas (las que viven en barrios privados) se auto guetizan, se ponen la policía, y tienen todo allí dentro y se hacen una cápsula de cristal al margen de la vida y al margen de lo que pasa en el mundo, sin contacto con la realidad. Eso crea exclusión, disimetrías, rupturas que desintegran absolutamente el espacio y la sociedad, porque en lugar de ir a la mezcla de los distintos sectores sociales, que enriquece y humaniza, va por el camino contrario, por el camino de la desunión, de la separación, de la segregación y de que unos sectores no conozcan a los otros. Pero el miedo del que hablamos las mujeres es el miedo a la agresión, a la vulneración de nuestro cuerpo, a la agresión contra la propia integridad. Es un miedo difuso y a veces incluso inconsciente. Entonces, de ahí viene todo este miedo urbano que sentimos las mujeres, de no pasar por ciertos lugares, no hacer determinados recorridos porque están oscuros o porque no hay suficiente visibilidad. Ese es el miedo de las mujeres, que es completamente distinto del miedo de los hombres.

I. S. S.: –Lo que se difunde en los medios es una utilización del miedo profundamente política, y que se concreta en un modelo urbanístico que está potenciando la creación de guetos. Y en este nuevo modelo que se está imponiendo, las que salen más perjudicadas también son las mujeres, porque son las que quedan más encerradas en esos espacios. Y creo que detrás de ese etéreo miedo lo que hay es la voluntad de introducir un modelo de ciudad absolutamente zonificado, que no resuelve los problemas en absoluto, al contrario, los agudiza. El miedo es un argumento que utiliza la derecha siempre.

–Desde una perspectiva urbanística, ¿qué pudieron vislumbrar ustedes en relación con los problemas de inseguridad que se les presentan a las mujeres?

A. B. L.: –Primero, que la seguridad no se consigue con más presencia policial en las calles. Se consigue mayor seguridad con el control del espacio y con el diseño de los espacios públicos. Es así como se puede conseguir prevenir la violencia. Hemos publicado una guía en Cataluña que incluye un capítulo que trata el tema de la seguridad y propone veintitrés parámetros que he llegado a identificar de inseguridad, por los que si se aplican en el planeamiento y en el diseño urbano, se puede llegar a prevenir la violencia. Por ejemplo, hay un punto donde se producen muchas agresiones, que es en los vestíbulos de los edificios. Entonces, una propuesta es que los vestíbulos sean transparentes, que haya una transparencia visual entre el interior del bloque y la calle. Si en la calle hay mezcla de actividades, si pasan cosas, si pasa gente, se produce un control social, y es muy importante que haya este control social. Yo, por ejemplo, diseñé una gran estación (de subte) en el subsuelo de Barcelona, en Plaza Cataluña, y ése era un espacio muy grande, de 6000 metros cuadrados y había un problema de inseguridad, que se produce en todas las estaciones en donde circulan cincuenta o sesenta mil personas al día. Y ahí traté de que los espacios tuvieran muros de vidrio, transparencias, para que hubiera un control social, que no hubiera recovecos, ni rincones, que todo fuera muy visible, que la circulación fuera fácil, y que la iluminación también estuviera puesta estratégicamente. Otro parámetro que identifiqué y que me parece muy interesante es el de la densidad. Lo que proponemos es que es más seguro un modelo de densidades medias. Un metro cuadrado construido por metro cuadrado de suelo sería un modelo de densidad media en donde los volúmenes se organizarían alrededor de los espacios intermedios de uso y donde las alturas estarían entre cuatro y siete pisos.

–En la actualidad, más del cincuenta por ciento de la población mundial vive en las ciudades y esta proporción se incrementará considerablemente en los próximos años. Este crecimiento hace que las ciudades vayan tomando dimensiones casi monstruosas en su estructura y en su funcionamiento. ¿No sería bueno retomar las banderas del “Small is beatiful” (Lo pequeño es hermoso) que el economista Ernst Friedrich Schumacher pregonaba en los años ’70 cuando comenzó a vislumbrar los efectos de la globalización?

A. B. L.: –Claro. Por supuesto, la escala propuesta por el urbanismo moderno, que es con la que se ha construido el centro de Brasilia, por ejemplo, es una escala totalmente inhumana. Aquí en Buenos Aires, por ejemplo, considero que la Avenida 9 de Julio tiene también una escala bastante inhumana, porque para atravesarla se necesita mucho tiempo. La estructura urbana está marcada por las escalas del poder político, que también va ligado al poder económico. Los signos arquitectónicos y urbanísticos del poder son la grandeza, la monstruosidad de la escala, hoy día parece que hay una competencia para ver quién tiene el rascacielos más alto. El poder político se quiere manifestar siempre a través de líneas rectas, plazas con obeliscos, grandes avenidas y autopistas enormes. Lo primero que me horrorizó cuando vine a Buenos Aires hace cuarenta años fue que las autopistas entraban al casco urbano destruyendo la cohesión de los barrios.

–Con respecto a estas dimensiones elefantiásicas que están tomando las ciudades, ¿qué alternativas ven ustedes? ¿Son factibles hoy propuestas como las de barrios con viviendas comunitarias con cocinas compartidas, por ejemplo, como las que había planteado a fines del siglo XIX Ellen Swallow Richards o las propuestas posteriores de ciudades jardín con viviendas cooperativas para gente sola y para personas mayores?

A. B. L.: –Hubo muchas mujeres en estas propuestas. Esto lo explica muy bien (la urbanista estadounidense) Dolores Hayden. Tiene un libro que se llaman Seven American Utopias, donde la mayoría de las utopías que ella explica son de mujeres de finales del XIX, que tenían propuestas de grupos de viviendas con todos los servicios domésticos socializados, esto fue un gran movimiento de mujeres filósofas, arquitectas, economistas y urbanistas. Yo creo que es muy importante que estas estrategias, además de ser promovidas por los criterios públicos, también surjan de la ciudadanía. Es muy interesante todo el movimiento de cooperativas que surge de las propias asociaciones de personas y familias de los barrios que necesitan viviendas.

I. S. S.: –Ya hemos visto realizaciones concretas de propuestas de algunos servicios colectivos. Por ejemplo, en Holanda, fábricas que habían sido ocupadas por el movimiento Okupa, la municipalidad las adquirió para convertirlas en viviendas sociales. Y en esas viviendas sociales mezclaban generaciones, algo que es interesante, para evitar los guetos por edades. Tenían un mínimo espacio individual, de 40 o 50 metros cuadrados, pero con servicios colectivos, por ejemplos lavarropas en cada pasillo, había algún comedor que se podía reservar para cuando se tenían personas invitadas, con cocina también colectiva. Es decir, que ya hay proyectos de este tipo realizados que realmente plantean cambios interesantes. Otro ejemplo es un proyecto impulsado por el Departamento de Mujeres de la Municipalidad de Viena, que convocó a un concurso público solamente para arquitectas, donde se introdujeron criterios de género en la construcción de todo ese bloque habitacional, en el que uno de los temas fue la construcción de espacios colectivos en el interior. Cada vivienda tenía 70 metros cuadrados, pero era muy flexible, se podía distribuir de la manera que cada uno necesitase, y también había comercios y servicios colectivos.