LAS NOVEDADES DE 2010 EN MATERIA DE LIBROS
Con los ojos bien abiertos
La lista es inabarcable, pero aquí se apuntan algunos de los nombres con que se encontrarán los lectores a lo largo del año: Murakami, Mankell, Irving, Auster, Le Clézio, Tabucchi, Coetzee, Ishiguro, Pauls, Forn y Kohan. Y muchísimos más, por supuesto.
Por Silvina Friera
La inyección de libros 2010 deja al lector con la boca y los ojos bien abiertos. Hay un nuevo Roberto Bolaño para devorar en breve, pero también Haruki Murakami, Henning Mankell, Philip Roth, John Irving, Paul Auster, Jean-Marie Gustave Le Clézio, Leonard Cohen, Antonio Tabucchi, Chuck Palaniuk, Stephen King, Coetzee, Kazuo Ishiguro, Enrique Vila-Matas, Fernando Vallejo, Alan Pauls y Martín Kohan, entre tantos otros. Dos hermosos ladrillos que ya se pueden conseguir en las librerías estremecen por su tamaño y contenido. Son los Cuentos reunidos de Faulkner y Nabokov (Alfaguara). Si de cuentos se trata, otra perlita al alcance de la mano es Grieta de Fatiga (Eterna Cadencia), quince relatos extraordinarios del mexicano Fabio Morábito. Entre las novelas ya editadas están A cuántos hay que matar (Alfaguara), de Reynaldo Sietecase; el combo de la última premio Nobel, Herta Müller, En tierras bajas y El hombre es un gran faisán en el mundo (Punto de lectura); la novela El cojo y el loco (Alfaguara), del peruano con aspiraciones presidenciales Jaime Bayly; la edición escolar de Crímenes imperceptibles (Planeta), de Guillermo Martínez; Los monstruos (Mondadori), de Dave Eggers, y ese extraño objeto, a mitad de camino entre el documental y la novela que es La biblioteca ideal (La bestia equilátera), de Matías Serra Bradford.
Hay poesía en las viñas del mercado editorial. Cuaderno griego (Adriana Hidalgo) es el último poemario de Arnaldo Calveyra; Poesía Buenos Aires (1950-1960) Antología íntima (Ediciones del dock), con selección, prólogo y notas de Rodolfo Alonso, es un compendio de los treinta números publicados por esta legendaria revista de vanguardia que difundió el trabajo de Edgar Bayley, Mario Trejo, Francisco Madariaga, Hugo Gola, Leónidas Lamborghini, Francisco Urondo, y el propio Alonso, entre otros poetas.
Con marzo pisándole los talones a un febrero pasado por agua, faltan pocos días para que comience lo que será un auténtico malón editorial 2010. Se viene otro Murakami con El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas (Tusquets). Por lo que anticipa la editorial, el escritor japonés combina cyberpunk, novela negra, relato fantástico y reflexión moral a un ritmo trepidante e hipnotizador. Pero para los fans habrá doblete; probablemente para el segundo semestre se lanzará otro libro del “boom japonés”: De qué hablo cuando hablo de correr. El tanque Anagrama arranca con la edición nacional de Vértigo, de W. G. Sebald y dos nuevas novelas de Alan Pauls y Martín Kohan: Historia del pelo y Cuentas pendientes, respectivamente. El héroe de la comedia de Pauls es un enfermo del pelo. En la novela de Kohan, la apuesta es el retrato de una vida en la que el fracaso lo alcanza todo. Otros dos escritores argentinos premiados recientemente le echan leña a la expectativa que han generado. Oscura monótona sangre (título tomado de un verso de Salvatore Quasimodo), es la última novela de Sergio Olguín con la que ha ganado el premio Tusquets 2009. El oficinista, de Guillermo Saccomanno, flamante premio Biblioteca Breve, se publicará por Seix Barral. A toda máquina empieza Ordeno y mando (Anagrama), de Amélie Nothomb, cuando un misterioso y multimillonario sueco muere de forma fulminante en la casa de Baptiste Bordave.
El cubano Leonardo Padura vuelve al ruedo con El hombre que amaba a los perros (Tusquets), una historia en la que un hombre viudo, aspirante a escritor y responsable de un paupérrimo gabinete veterinario en un barrio de La Habana, recuerda cuando conoció en 1977 a un enigmático hombre que paseaba por la playa en compañía de dos hermosos galgos rusos, que lo hizo depositario de una singular confidencia en torno del asesinato de Trotsky. Kriminal Tango (Alfaguara), es el nuevo policial de Alvaro Abós, ambientado en la Buenos Aires de hoy; también se publicarán Mi perra Tulip (Beatriz Viterbo), novela autobiográfica de J. R. Ackerley; La humillación (Mondadori), de Philip Roth; Ganar es de perdedores (Norma), un libro de cuentos futbolísticos de Ariel Magnus; la novela Bajo tierra (Norma), de Gustavo Valle, venezolano residente en Buenos Aires, y Grandeza boliviana (Eterna Cadencia), el regreso de Sergio Di Nucci, nuevamente bajo el seudónimo de Bruno Morales, después del sonado “plagio” de Bolivia construcciones. Para los que no pueden vivir sin la “morfina” de la literatura rusa, pronto tendrán los Relatos fantásticos (Adriana Hidalgo), de Iván Turgueniev.
La anunciada y esperada novela inédita de Roberto Bolaño, El tercer Reich (Anagrama), llegará en abril al país. Escrita en primera persona y en forma de diario, el narrador es Udo Berger, un joven de 25 años de Stuttgart, apasionado por los juegos de guerra, que emprende un viaje junto a su novia Ingeborg –uno de los personajes principales de 2666–, a la Costa Brava española. Otra novela que genera expectativas es la última del colombiano Fernando Vallejo, El don de la vida (Alfaguara), quien visitará la feria del libro. No podía faltar en el menú Arturo Pérez-Reverte con Asedio (Alfaguara), que recrea el Cádiz de 1812 bajo el asedio de las tropas napoleónicas. También para la Feria del Libro (abril-mayo) está prevista la aparición de Negar todo y otros cuentos (Ediciones de la Flor), de Roberto Fontanarrosa; y un volumen que reúne textos de Copi (Anagrama), prologados por María Moreno.
Desde que ganó el Premio Nobel de Literatura en 2008, el escritor francés Jean-Marie Gustave Le Clézio se convirtió en un “habitué” del mercado editorial argentino. Ahora llegará por partida doble: el ensayo El éxtasis material (Adriana Hidalgo), que condensa las propuestas filosóficas y literarias del autor de El africano; hacia fin de año, Revoluciones (Adriana Hidalgo), novela publicada originariamente en 2003 en la que aborda, en clave de ficción, distintos períodos revolucionarios relacionados con Francia. Como todos los años, el rescate de autores brasileños crece exponencialmente. Publicada originalmente en 1935, El día de las ratas (Adriana Hidalgo), de Dyonelio Machado, es considerada una obra maestra de la literatura brasileña del siglo XX. Otro clásico brasileño que se traducirá por estos pagos es Infancia (Beatriz Viterbo), de Graciliano Ramos. En el año en que Clarice Lispector cumpliría 90 años, los lectores tendrán su recompensa con Descubrimientos (Adriana Hidalgo), un libro de crónicas. También habrá más Caio F. Abreu con los relatos de Frutillas enmohecidas (Beatriz Viterbo); los cuentos de Sergio Sant’Anna, El monstruo (Beatriz Viterbo), traducidos por César Aira, y el joven brasileño Luiz Ruffato con la novela Ellos eran muchos caballos (Eterna Cadencia), una serie de instantáneas tomadas durante un día, el 9 de mayo del 2000, en San Pablo.
Para alquilar balcones
Las grillas de los planes editoriales, como el servicio meteorológico, están sometidas a imponderables que suelen modificar salida de algunos títulos. Así que de ahora en más se sorteará la árida cronología para dar cuenta de lo que vendrá tanto para el primer como segundo semestre del año. Algunos ya se están frotando las manos con la buena nueva: habrá Leonard Cohen por un rato más. Edhasa publicará Hermosos perdedores, su primera novela, una obra de culto que hace muchísimo tiempo que no circulaba en castellano. El influjo que ejercen algunos nombres augura un año para alquilar balcones: El tiempo envejece deprisa (Anagrama), de Antonio Tabucchi; El ojo del leopardo (Tusquets) de Henning Mankell; Snuff (Mondadori), la novela pornográfica de Chuck Palahniuk; los Cuentos completos de Thomas Mann (Edhasa), publicados por primera vez en español con el bonus track de las Confesiones del estafador Felix Krull; Summertime (Mondadori), de Coetzee; Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques (Anagrama), de William Burroughs & Jack Kerouac; Dublinesca, la nueva novela de Enrique Vila-Matas quien, después de abandonar al editor Jorge Herralde estrena editorial (Seix Barral); Contraluz, de Thomas Pynchon (Tusquets); Saña, de la mexicana Margo Glantz (Eterna Cadencia); Memorias de los cuarenta (La bestia equilátera), de Julian Maclaren-Ross; Nocturnos (Anagrama), de Kazuo Ishiguro; La vida entera (Lumen), de David Grossman; La cúpula (Mondadori), lo nuevo de Stephen King; Sunset Park (Anagrama), de Paul Auster; la nueva novela de John Irving, Last night in Twisted River (Tusquets); Muy lejos de Kensington (La bestia equilátera), de Muriel Spark; y Trilogía de la ocupación (Anagrama), de Patrick Modiano, entre otros. El plato fuerte, sin duda, será el libro inédito en español de Nabokov que publicará La bestia equilátera. Y siempre será bienvenido el rescate de Virginia Woolf que viene haciendo Lumen. La editora Leonora Djament supo capitalizar el viaje a la Feria de Frankfurt. Ahora tienta a los lectores con tres jóvenes alemanes que se publicarán por Eterna Cadencia: Tilman Rammstedt con Seguimos cerca; Ulrich Peltzer, con Parte de la solución; y Nora Bossong con El protocolo de Weber.
Después de diez años de infatigable escritura, llegará la última novela de Leopoldo Brizuela, Lisboa (Alfaguara). Por la misma editorial se publicará lo nuevo de Matilde Sánchez, Los daños materiales; La orfandad, de Sylvia Iparraguirre; En el aire, novela de Graciela Speranza; Cuentos escogidos, de Hebe Uhart, y Medio mundo, del escritor uruguayo Mauricio Rosencof. El menú argentino ofrece carne para todos los gustos. Mondadori publicará Barrefondo, de Félix Bruzzone; Dos hermanos, novela de Sergio Dubcovksy; las nuevas novelas de Leo Oyola, Juan Terranova, Lucía Puenzo y la primera novela de Roberto Pettinato. Edhasa se apoya en un trípode de mujeres jóvenes argentinas. De Laura Alcoba, residente en Francia, editarán su segunda novela, Jardín blanco (publicada el año pasado por Gallimard), ambientada en los años ‘50 con Evita, Ava Gardner y Perón como protagonistas; de la cordobesa Eugenia Almeida, La pieza del fondo, también publicada en Francia por ediciones Métailié (la muchacha se ganó una beca para escritores en Francia, en la casa de infancia de Marguerite Yourcenar, y se va en mayo); y de María Cecilia Barbeta, residente en Berlín desde hace 12 años, El taller de arreglo “Los milagros”, con la que ganó el premio “Aspekte” de literatura a la mejor opera prima en lengua alemana. Siguiendo con su plan de reediciones de la obra de Mempo Giardinelli, Edhasa lanzará Final de novela en la Patagonia. También se reeditará Los pichiciegos (El Ateneo), de Fogwill.
Ernesto Mallo publicará por Planeta una novela histórica en consonancia con el Bicentenario (ver aparte); otros libros para celebrar son los artículos escogidos de Juan Forn, la poesía reunida de Fabián Casas, las memorias del entrañable Leónidas Lamborghini, los cuentos de Federico Falco (todos por Emecé). Si alguien tiene que ser después (Adriana Hidalgo), es el nuevo libro de poesía de Juana Bignozzi; El corazón de Dolli (El Ateneo), la nueva novela de Gustavo Nielsen. De la chilena Lina Meruane llegarán los cuentos de Las infantas (Eterna Cadencia); y de Javier Guerrero la nouvelle Balnearios de Etiopía (Eterna Cadencia). La bestia equilátera promete la nueva novela de María Martoccia; Hélice (Entropía) es la segunda novela de Gonzalo Castro. En un mercado editorial que promedia los 20 mil títulos al año, toda nota que pretenda abarcar el panorama 2010 será apenas un recorte, una foto demasiado estática para la dinámica editorial de cara al Bicentenario.
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lunes, 22 de febrero de 2010
domingo, 13 de diciembre de 2009
Los libros del año
Domingo 13 de Diciembre de 2009 Reunimos 16 libros que fueron analizados en este suplemento durante este año. Ofrecemos fragmentos de las críticas que publicamos oportunamente o de entrevistas a los autores, junto a datos orientativos sobre las obras.
NOVELA
La muñeca rusa
Alicia Dujovne Ortiz
(Alfaguara)
$ 55 - 312 páginas
Uno de los protagonistas es el escritor uruguayo Felisberto Hernández, quien conoce en París a una mujer que lo cautiva y con quien terminará casándose. Lo que desconoce Hernández es que su esposa es una espía del KGB y que él, al ser un anticomunista declarado, constituye una cobertura perfecta para que una agente pueda operar desde Montevideo. La historia es real. A partir de ella, Dujovne Ortiz construye una novela apasionante que llena las lagunas de la vida de una espía que terminó sus días en la Unión Soviética con las máximas distinciones que otorgaba el Kremlin.
’’Fue en Montevideo donde me contaron la historia de Africa de las Heras, heroína de la Guerra Civil española y miembro del KGB, enviada a la capital uruguaya en 1949, en plena Guerra Fría, para organizar una red de espionaje. Para mí, resultó evidente que la elección de Montevideo por parte de los rusos respondía a una ’tradición’: en esa ciudad había funcionado el Buró hasta 1943, y seguramente vivían allí unos cuantos ’topos’ a la espera de que Africa les encargara nuevas misiones, ahora de sabotaje atómico en los Estados Unidos’’.
Alicia Dujovne Ortiz (entrevistada por LA GACETA Literaria, 12 de abril)
INEDITO
Papeles inesperados
Julio Cortázar
(Alfaguara)
$ 69 - 488 páginas
Papeles inesperados encabezó, por varias semanas, las listas de libros más vendidos en la Argentina. Se trata de una compilación de textos inéditos de Julio Cortázar, y de otros publicados pero dispersos y hoy inaccesibles para el lector. El volumen reúne cuentos, crónicas, autoentrevistas, artículos políticos, poemas y escritos difíciles de clasificar. Los editores son el catalán Carles Alvarez Garriga, especialista en la obra del escritor argentino, y Aurora Bernárdez, heredera y albacea del escritor.
"El mayor éxito del libro me parece su cohesión, esa imagen de autobiografía multigenérica que al final acaba imponiéndose, me dicen, con su lectura… Si Juan Cruz inventó hace 15 años y para el público español el feliz lema ’Hay que leer a Cortázar’, Papeles inesperados propone una variante: ’Hay que REleer a Cortázar’".
Carles Alvarez Garriga (entrevistado por LA GACETA Literaria, 14 de junio)
CUENTO
Que tengas una vida interesante
Ana María Shua
(Emecé)
$ 58 - 304 páginas
El libro reúne los mejores cuentos de Ana María Shua, escritos en las últimas tres décadas. "Parece un buen deseo. Una vida interesante: viajes, amores, aventuras. Y sin embargo... Que tengas una vida interesante no es sólo un buen deseo sino también una antigua maldición china’’, dice la prestigiosa narradora argentina.
’’Una antología que nos recuerda que el oficio más depurado puede venir a la vez con la mayor libertad creativa. Una variedad asombrosa de registros, de géneros, de ideas narrativas, como un recorrido ideal por la mejor tradición del relato argentino. Ana María Shúa tiene algo escalofriante de Patricia Highsmith y Flannery O’Connor en la forma en que cuelga a sus criaturas de los abismos. Uno de los mejores libros de cuentos de la última década’’.
Guillermo Martínez (14 de junio)
NOVELA
La hija del sepulturero
Joyce Carol Oates
(Alfaguara)
$ 99 - 688 páginas
"Es un monstruo al que debería decapitarse en un auditorio público", dijo Truman Capote refiriéndose a Joyce Carol Oates, a quien detestaba por ser tan prolífica. La hija del sepulturero es la última novela publicada en la Argentina de una de las firmes candidatas al Nobel de Literatura. El libro narra la historia de los Schwart, una familia que escapa de la Alemania nazi en 1936 y se instala en una pequeña ciudad norteamericana. El jefe de la familia, un profesor que debe trabajar de sepulturero en su nuevo destino, ha perdido a su hija Rebecca, quien huyó de su casa para viajar través de los Estados Unidos. Rebecca intenta dejar atrás un pasado trágico y encontrar un lugar en el que pueda reinventarse.
"Mi estilo es el reflejo o la expresión de los personajes cuyas vidas están siendo ilustradas. En todos los casos intento un acercamiento poético en donde utilizo la metáfora para trasmitir significado’’.
Joyce Carol Oates (entrevistada por LA GACETA Literaria, 28 de junio)
ENSAYO
La agonía de una democracia
Julio María Sanguinetti
(Taurus)
$ 69 - 368 páginas
El libro reconstruye los sucesos políticos de la década previa al golpe de estado uruguayo del 73, que engendró una dictadura de 11 años. El recorrido de ese proceso de efervescencia autoritaria, que tiene enormes similitudes con los que vivió la mayor parte de los países latinoamericanos durante la misma época, resulta atractivo y esclarecedor para un lector argentino. Si bien los años de plomo uruguayos no alcanzaron los niveles de dramatismo de los nuestros, se gestaron dentro de una sociedad con una tradición política sofisticada y sólida; por lo tanto nos muestran el peligro de todo coqueteo antidemocrático.
"Lo lamentable es que hasta el propio Che Guevara dijo que en Uruguay no estaban dadas condiciones, pero igual siguieron adelante y vino la represión militar, que al resultar triunfante, vivió una embriaguez de victoria que la llevó a donde la llevó’’.
Julio María Sanguinetti (entrevistado por LA GACETA Literaria, 5 de julio)
ENSAYO
La democracia en 30 lecciones
Giovanni Sartori
(Taurus)
$ 45 - 152 páginas
"Invitado por la RAI (la radiotelevisión pública italiana) a realizar un ciclo en el que instruyera a la audiencia sobre la democracia, este verdadero democratólogo preparó las 30 lecciones que conforman este libro…
La doctrina es unánime al afirmar que la democracia tiene que inspirarse en el principio de mayoría limitada o moderada, la cual tiene derecho a mandar pero en el respeto de los derechos de la minoría. De lo contrario, (la democracia) vivirá un día y empezará a morir al día siguiente, sostiene el autor en la primera lección. La democracia en 30 lecciones es una obra gratificantemente paradójica. En su centenar y medio de páginas, es una obra completa y cerrada. Pero al mismo tiempo, es abierta e inacabada, porque se prolonga en las reflexiones que motiva’’.
Alvaro Aurane (26 de julio)
MEMORIAS
Los sueños de mi padre
Barack Obama
(Debate)
$ 55 - 408 páginas
"En esta obra autobiográfica, Barack -como le gusta que lo llamen- describe su lado más humano, con una adolescencia complicada, porque a principios de los 70, en la mitad de la geografía norteamericana, ser negro era una condena de por vida, pero ser mestizo era el mayor pecado del mundo. …Barack llegó a codearse con la marihuana y con el alcohol "y también una rayita de coca -admite-, cuando podías permitírtela". La temprana ausencia de su padre (se marchó cuando Barack tenía tan sólo dos años) obligó a su madre, Stanley Ann, a forjar las riendas del carácter de su hijo, sin imaginar que a los 47 años llegaría a la presidencia de los Estados Unidos… En esta obra, Barack expone sus hojas de vida, que lo muestran como un hombre moderno, progresista, inteligente, equilibrado y luchador contra la segregación racial, social y religiosa".
Miguel Velardez (2 de agosto)
CRONICA
Una luna
Martín Caparrós
(Anagrama)
$ 40 - 184 páginas
"A Martín Caparrós le llevó una luna (un mes: el ciclo completo: llena, menguante, nueva, creciente) viajar su último libro, titulado, justamente, Una luna. El viaje -dice el mismo Caparrós en esas páginas- fue a partir de una propuesta de la ONU (del Fondo de Población de Naciones Unidas, más exactamente) e implicaba atravesar ocho o diez países en 28 días, con un objetivo claro: "escribir sobre los que viajan de verdad: historias de migrantes". Caparrós va dando con las peripecias, penurias, privaciones propias de migrantes que huyen horrorizados por una realidad de su propia tierra que, a su vez, suele volvérseles más aterradora fuera de ella. Despatriados inventándose vidas, escapando de lugares para (con suerte, con mucha suerte) ser lo que querían ser antes de partir’’.
Hernán Carbonel
"Lo he definido como un diario de hiperviaje, las notas de una forma muy contemporánea -muy acelerada- de desplazarse en el espacio para contar historias de otras personas que se desplazan de otras formas: los migrantes del mundo".
Martín Caparrós (entrevistado por LA GACETA Literaria, 9 de agosto)
NOVELA
Los rebeldes
Sandor Marai
(Salamandra)
$ 59 - 256 páginas
Esta novela, editada este año en castellano, conforma una trilogía a la que el propio autor consideró el punto culminante de su travesía estética. El húngaro Sándor Márai se suicidó en 1989; recientemente fue descubierto por el mundo y leído vorazmente.
"Abel, Tibor, Béla y Ërno tienen 18 años y se embarcan en una especie de batalla sin tregua contra el orden instituido. Abundan en tragos y tabacos, en hurtos perpetrados en sus propias casas, en vestimentas llamativas, en picardías, en burlas a sus mayores y en otras extravagancias que son celebradas en una especie de refugio ajeno a las hostilidades del mundo.
Sin embargo, nada es tan perfecto como para que los cuatro jóvenes puedan eludir interrogarse y examinarse de cara a valores tan fundantes como la amistad, el amor, el sexo, los deberes de los hombres, el sentido de la vida y de las cosas’’.
Walter Vargas (9 de agosto)
ENSAYO
El arte de la vida
Zygmunt Bauman
(Paidós)
$ 40 - 176 páginas
"El conocido sociólogo polaco conjuga, en este libro, un estudio crítico con una meditación filosófica. Ambos tienen como asunto el mencionado en el título, con especial referencia a la búsqueda de la felicidad, que parece ser el principal motivo de las acciones humanas. Aduce Bauman que las sociedades inmersas en la ’modernidad líquida’ (concepto al que él debe su celebridad) no manifiesta, según las encuestas del caso, una correlación positiva entre la prosperidad material y el logro de la felicidad; que ello se debe a que tales sociedades han equiparado la dicha con el consumo y su buscador con el individuo que sólo mira por sí; que, así las cosas, la identidad personal se torna tan efímera como las modas que dictan las oficinas de publicidad, por lo que la condición de persona llega a ser precaria, incapaz de proyectos de largo plazo, y obligada, con incesante desasosiego, a cambiar de hábitos cada vez más a menudo’’.
Samuel Schkolnik(16 de agosto)
NOVELA
El viajero del siglo
Andrés Neuman
(Alfaguara)
$ 69 - 544 páginas
"El viajero del siglo, la novela del argentino español Andrés Neuman que ganó el premio Alfaguara 2009, es (como ya se ha dicho a propósito de la obra del autor de Bariloche y de Una vez Argentina) una historia del siglo XIX interpelada con la mirada, las preguntas y las cuestiones del siglo XXI. El viajero del siglo transcurre en una ciudad inventada de la Alemania post napoleónica, Wanderburgo.
El viajero es Hans, un traductor que viene de paso, pero que va quedándose de a poco, atrapado por una galería colorida de personajes que le permiten al autor desarrollar con destreza narrativa lo que podríamos definir como ’su manifiesto’. En el tenor de sus intereses, Neuman es tan tributario de la modernidad decimonónica como del tiempo que le toca vivir. Y uno de los grandes atractivos de esta novela reside en el modo en que el autor pudo ir armando un diálogo entre esos dos tiempos a la luz de una historia en la que hay aventura, suspenso, conflicto, amor cortés, exaltación de la amistad y un riquísimo y profundo debate de ideas’’.
Nora Lía Jabif (20 de septiembre)
NOVELA
Las grietas de Jara
Claudia Piñeiro
(Alfaguara)
$ 49 - 256 páginas
"Con 45 años, Pablo Simó arrastra una existencia oscura. Arquitecto subalterno de un importante estudio, al que se le delegan tareas menores, sueña con construir su propio edificio en torre "de 11 pisos, mirando al Norte"… Lleva 20 años conviviendo con una esposa insufrible; le cuesta mucho comunicarse con su hija adolescente; ha abandonado la música, no frecuenta amistades y, como un topo urbano, viaja diariamente en subterráneo para evitar el cielo abierto.
Una clave de interpretación está en las sugerencias de la palabra ’grietas’ del título. Como ya es habitual en las novelas de Piñeiro, la acción está atravesada por un hecho criminal".
María Eugenia Bestani (18 de octubre)
"En todo lo que escribo la imagen está presente, tengo que ver lo que escribo. Supongo que el oficio de guionista evidentemente influye en esto, pero a veces me pregunto si esta característica no será anterior y que por eso terminé siendo guionista y escritora".
Claudia Piñeiro (entrevistada por LA GACETA Literaria, 20 de septiembre)
NOVELA
El símbolo perdido
Dan Brown
(Alfaguara)
$ 49 - 256 páginas
La nueva novela de Dan Brown empezó a quebrar marcas apenas apareció en las librerías; en 24 horas vendió un millón de ejemplares. En esta oportunidad, el profesor de simbología Robert Langdon (protagonista de Angeles y demonios y El Código Da Vinci, las anteriores novelas de Brown) se traslada a Washington. En esta ciudad norteamericana, diseñada por destacados masones como George Washington, Thomas Jefferson, Benjamin Franklin y el arquitecto Pierre Charles L’Enfant, el inquieto profesor de Harvard rastrea el símbolo perdido al que alude el título de esta nueva historia, un signo masón en el que se cifra la misión oculta de los Estados Unidos… La trama transcurre en 12 horas. Las que tarda Langdom en resolver el misterio. Las que demora un lector promedio en recorrer las 640 páginas de la novela. La historia en tiempo real, que sigue el esquema de un programa televisivo como 24, estimula el ritmo del lector y lo impulsa a correr la misma maratón que corre su protagonista.
LA DIRECCION (1 de noviembre)
INVESTIGACION
Diario íntimo de San Martín
Rodolfo Terragno
(Sudamericana)
$ 59 - 456 páginas
Terragno se concentra en un año de la vida de San Martín al que los historiadores suelen pasar por alto, aduciendo que no hay nada relevante en su regreso a Londres, en 1824, con el supuesto propósito de internar en un colegio inglés a su hija Mercedes. Después de una larga investigación en archivos ingleses, el autor descubrió documentos que indican que el objetivo del viaje de San Martín era obtener el reconocimiento británico de la independencia peruana para disminuir la firme posibilidad de una reconquista española.
"Creo que es importante advertir que San Martín tenía metas ambiciosas, que tenía estrategias para alcanzarlas y que poseía una gran perseverancia, así como el desprendimiento necesario para anteponer el resultado de su lucha a su propia conveniencia personal. Y pienso que es eso, justamente, lo que define a un estadista y que es algo que a menudo no se tiene en cuenta’’.
Rodolfo Terragno (entrevistado por LA GACETA Literaria, 22 de noviembre)
ARTICULOS
Sables y utopías: visiones de América Latina
Mario Vargas Llosa
(Aguilar)
$ 75 - 480 páginas
"El libro reúne una cincuentena de artículos periodísticos publicados por Vargas Llosa entre 1967 y el año pasado (muchos de ellos, en el diario El País, de España). Por una parte, su prosa sigue deslumbrando, aun usada para discurrir sobre otros autores… El problema -y esta es la otra pata del complejo fenómeno vargallosiano- es cuando asume el papel de tribuno, no precisamente de la plebe. No es ninguna novedad que a Vargas Llosa le endilgan haber cruzado una suerte de Rubicón ideológico, que consiste en haber mutado desde tempranas posiciones de izquierda -próximas, incluso, al marxismo- hacia una madurez liberal. Por eso, como si a él mismo le pesara la imputación, en esta cuidadosa selección de artículos pareciera tratar de sugerir que su compromiso con la causa de la libertad no es reciente ni el propiamente excesivo de un converso, sino que se remonta, por ejemplo, a la ’Carta a Fidel Castro’, publicada en mayo de 1971, debido a las persecuciones que sufrió en Cuba el escritor Heberto Padilla… Por supuesto que esto se conecta, en la actualidad, con el pavor y la irritación que le producen Hugo Chávez (al que califica de impresentable aspirante a Fidel Castro con minúsculas), Evo Morales o los recuerdos de la primera presidencia de Alan García en Perú’’.
Federico Abel (29 de noviembre)
BIOGRAFIA
Gabriel García Márquez, una vida
Gerald Martin
(Aguilar)
$ 99 - 768 páginas
Después de 17 años de trabajo, Gerald Martin concibió la biografía definitiva del autor que catapultó la literatura latinoamericana al primer mundo, que vendió 50 millones de sus libros y que engendró una forma novedosa de contar historias. Martin expone la fascinante vida del Nobel colombiano, en la que hay tantos pasajes asombrosos como en sus textos.
"En esta biografía que tejió el académico inglés es imposible no deleitarse con el relato de varias anécdotas familiares, como aquella de que al nacer, Gabo salió del vientre de Luisa Santiaga con una vuelta de cordón umbilical alrededor del cuello. Su tía Francisca Cimodosea propuso que, de inmediato, le frotaran con ron y agua bendita, por si ocurría algún otro percance… El ’Tío Yerald’ publicó la biografía que tanto anhelaba. Una obra meticulosa en la que el autor demuestra obsesión por ciertos detalles históricos. Además, expone sus quilates académicos al hilvanar la vida privada de García Márquez con sus producciones literarias y la relación con sus personajes de ficción’’.
Miguel Velardez (6 de diciembre)
Domingo 13 de Diciembre de 2009 Reunimos 16 libros que fueron analizados en este suplemento durante este año. Ofrecemos fragmentos de las críticas que publicamos oportunamente o de entrevistas a los autores, junto a datos orientativos sobre las obras.
NOVELA
La muñeca rusa
Alicia Dujovne Ortiz
(Alfaguara)
$ 55 - 312 páginas
Uno de los protagonistas es el escritor uruguayo Felisberto Hernández, quien conoce en París a una mujer que lo cautiva y con quien terminará casándose. Lo que desconoce Hernández es que su esposa es una espía del KGB y que él, al ser un anticomunista declarado, constituye una cobertura perfecta para que una agente pueda operar desde Montevideo. La historia es real. A partir de ella, Dujovne Ortiz construye una novela apasionante que llena las lagunas de la vida de una espía que terminó sus días en la Unión Soviética con las máximas distinciones que otorgaba el Kremlin.
’’Fue en Montevideo donde me contaron la historia de Africa de las Heras, heroína de la Guerra Civil española y miembro del KGB, enviada a la capital uruguaya en 1949, en plena Guerra Fría, para organizar una red de espionaje. Para mí, resultó evidente que la elección de Montevideo por parte de los rusos respondía a una ’tradición’: en esa ciudad había funcionado el Buró hasta 1943, y seguramente vivían allí unos cuantos ’topos’ a la espera de que Africa les encargara nuevas misiones, ahora de sabotaje atómico en los Estados Unidos’’.
Alicia Dujovne Ortiz (entrevistada por LA GACETA Literaria, 12 de abril)
INEDITO
Papeles inesperados
Julio Cortázar
(Alfaguara)
$ 69 - 488 páginas
Papeles inesperados encabezó, por varias semanas, las listas de libros más vendidos en la Argentina. Se trata de una compilación de textos inéditos de Julio Cortázar, y de otros publicados pero dispersos y hoy inaccesibles para el lector. El volumen reúne cuentos, crónicas, autoentrevistas, artículos políticos, poemas y escritos difíciles de clasificar. Los editores son el catalán Carles Alvarez Garriga, especialista en la obra del escritor argentino, y Aurora Bernárdez, heredera y albacea del escritor.
"El mayor éxito del libro me parece su cohesión, esa imagen de autobiografía multigenérica que al final acaba imponiéndose, me dicen, con su lectura… Si Juan Cruz inventó hace 15 años y para el público español el feliz lema ’Hay que leer a Cortázar’, Papeles inesperados propone una variante: ’Hay que REleer a Cortázar’".
Carles Alvarez Garriga (entrevistado por LA GACETA Literaria, 14 de junio)
CUENTO
Que tengas una vida interesante
Ana María Shua
(Emecé)
$ 58 - 304 páginas
El libro reúne los mejores cuentos de Ana María Shua, escritos en las últimas tres décadas. "Parece un buen deseo. Una vida interesante: viajes, amores, aventuras. Y sin embargo... Que tengas una vida interesante no es sólo un buen deseo sino también una antigua maldición china’’, dice la prestigiosa narradora argentina.
’’Una antología que nos recuerda que el oficio más depurado puede venir a la vez con la mayor libertad creativa. Una variedad asombrosa de registros, de géneros, de ideas narrativas, como un recorrido ideal por la mejor tradición del relato argentino. Ana María Shúa tiene algo escalofriante de Patricia Highsmith y Flannery O’Connor en la forma en que cuelga a sus criaturas de los abismos. Uno de los mejores libros de cuentos de la última década’’.
Guillermo Martínez (14 de junio)
NOVELA
La hija del sepulturero
Joyce Carol Oates
(Alfaguara)
$ 99 - 688 páginas
"Es un monstruo al que debería decapitarse en un auditorio público", dijo Truman Capote refiriéndose a Joyce Carol Oates, a quien detestaba por ser tan prolífica. La hija del sepulturero es la última novela publicada en la Argentina de una de las firmes candidatas al Nobel de Literatura. El libro narra la historia de los Schwart, una familia que escapa de la Alemania nazi en 1936 y se instala en una pequeña ciudad norteamericana. El jefe de la familia, un profesor que debe trabajar de sepulturero en su nuevo destino, ha perdido a su hija Rebecca, quien huyó de su casa para viajar través de los Estados Unidos. Rebecca intenta dejar atrás un pasado trágico y encontrar un lugar en el que pueda reinventarse.
"Mi estilo es el reflejo o la expresión de los personajes cuyas vidas están siendo ilustradas. En todos los casos intento un acercamiento poético en donde utilizo la metáfora para trasmitir significado’’.
Joyce Carol Oates (entrevistada por LA GACETA Literaria, 28 de junio)
ENSAYO
La agonía de una democracia
Julio María Sanguinetti
(Taurus)
$ 69 - 368 páginas
El libro reconstruye los sucesos políticos de la década previa al golpe de estado uruguayo del 73, que engendró una dictadura de 11 años. El recorrido de ese proceso de efervescencia autoritaria, que tiene enormes similitudes con los que vivió la mayor parte de los países latinoamericanos durante la misma época, resulta atractivo y esclarecedor para un lector argentino. Si bien los años de plomo uruguayos no alcanzaron los niveles de dramatismo de los nuestros, se gestaron dentro de una sociedad con una tradición política sofisticada y sólida; por lo tanto nos muestran el peligro de todo coqueteo antidemocrático.
"Lo lamentable es que hasta el propio Che Guevara dijo que en Uruguay no estaban dadas condiciones, pero igual siguieron adelante y vino la represión militar, que al resultar triunfante, vivió una embriaguez de victoria que la llevó a donde la llevó’’.
Julio María Sanguinetti (entrevistado por LA GACETA Literaria, 5 de julio)
ENSAYO
La democracia en 30 lecciones
Giovanni Sartori
(Taurus)
$ 45 - 152 páginas
"Invitado por la RAI (la radiotelevisión pública italiana) a realizar un ciclo en el que instruyera a la audiencia sobre la democracia, este verdadero democratólogo preparó las 30 lecciones que conforman este libro…
La doctrina es unánime al afirmar que la democracia tiene que inspirarse en el principio de mayoría limitada o moderada, la cual tiene derecho a mandar pero en el respeto de los derechos de la minoría. De lo contrario, (la democracia) vivirá un día y empezará a morir al día siguiente, sostiene el autor en la primera lección. La democracia en 30 lecciones es una obra gratificantemente paradójica. En su centenar y medio de páginas, es una obra completa y cerrada. Pero al mismo tiempo, es abierta e inacabada, porque se prolonga en las reflexiones que motiva’’.
Alvaro Aurane (26 de julio)
MEMORIAS
Los sueños de mi padre
Barack Obama
(Debate)
$ 55 - 408 páginas
"En esta obra autobiográfica, Barack -como le gusta que lo llamen- describe su lado más humano, con una adolescencia complicada, porque a principios de los 70, en la mitad de la geografía norteamericana, ser negro era una condena de por vida, pero ser mestizo era el mayor pecado del mundo. …Barack llegó a codearse con la marihuana y con el alcohol "y también una rayita de coca -admite-, cuando podías permitírtela". La temprana ausencia de su padre (se marchó cuando Barack tenía tan sólo dos años) obligó a su madre, Stanley Ann, a forjar las riendas del carácter de su hijo, sin imaginar que a los 47 años llegaría a la presidencia de los Estados Unidos… En esta obra, Barack expone sus hojas de vida, que lo muestran como un hombre moderno, progresista, inteligente, equilibrado y luchador contra la segregación racial, social y religiosa".
Miguel Velardez (2 de agosto)
CRONICA
Una luna
Martín Caparrós
(Anagrama)
$ 40 - 184 páginas
"A Martín Caparrós le llevó una luna (un mes: el ciclo completo: llena, menguante, nueva, creciente) viajar su último libro, titulado, justamente, Una luna. El viaje -dice el mismo Caparrós en esas páginas- fue a partir de una propuesta de la ONU (del Fondo de Población de Naciones Unidas, más exactamente) e implicaba atravesar ocho o diez países en 28 días, con un objetivo claro: "escribir sobre los que viajan de verdad: historias de migrantes". Caparrós va dando con las peripecias, penurias, privaciones propias de migrantes que huyen horrorizados por una realidad de su propia tierra que, a su vez, suele volvérseles más aterradora fuera de ella. Despatriados inventándose vidas, escapando de lugares para (con suerte, con mucha suerte) ser lo que querían ser antes de partir’’.
Hernán Carbonel
"Lo he definido como un diario de hiperviaje, las notas de una forma muy contemporánea -muy acelerada- de desplazarse en el espacio para contar historias de otras personas que se desplazan de otras formas: los migrantes del mundo".
Martín Caparrós (entrevistado por LA GACETA Literaria, 9 de agosto)
NOVELA
Los rebeldes
Sandor Marai
(Salamandra)
$ 59 - 256 páginas
Esta novela, editada este año en castellano, conforma una trilogía a la que el propio autor consideró el punto culminante de su travesía estética. El húngaro Sándor Márai se suicidó en 1989; recientemente fue descubierto por el mundo y leído vorazmente.
"Abel, Tibor, Béla y Ërno tienen 18 años y se embarcan en una especie de batalla sin tregua contra el orden instituido. Abundan en tragos y tabacos, en hurtos perpetrados en sus propias casas, en vestimentas llamativas, en picardías, en burlas a sus mayores y en otras extravagancias que son celebradas en una especie de refugio ajeno a las hostilidades del mundo.
Sin embargo, nada es tan perfecto como para que los cuatro jóvenes puedan eludir interrogarse y examinarse de cara a valores tan fundantes como la amistad, el amor, el sexo, los deberes de los hombres, el sentido de la vida y de las cosas’’.
Walter Vargas (9 de agosto)
ENSAYO
El arte de la vida
Zygmunt Bauman
(Paidós)
$ 40 - 176 páginas
"El conocido sociólogo polaco conjuga, en este libro, un estudio crítico con una meditación filosófica. Ambos tienen como asunto el mencionado en el título, con especial referencia a la búsqueda de la felicidad, que parece ser el principal motivo de las acciones humanas. Aduce Bauman que las sociedades inmersas en la ’modernidad líquida’ (concepto al que él debe su celebridad) no manifiesta, según las encuestas del caso, una correlación positiva entre la prosperidad material y el logro de la felicidad; que ello se debe a que tales sociedades han equiparado la dicha con el consumo y su buscador con el individuo que sólo mira por sí; que, así las cosas, la identidad personal se torna tan efímera como las modas que dictan las oficinas de publicidad, por lo que la condición de persona llega a ser precaria, incapaz de proyectos de largo plazo, y obligada, con incesante desasosiego, a cambiar de hábitos cada vez más a menudo’’.
Samuel Schkolnik(16 de agosto)
NOVELA
El viajero del siglo
Andrés Neuman
(Alfaguara)
$ 69 - 544 páginas
"El viajero del siglo, la novela del argentino español Andrés Neuman que ganó el premio Alfaguara 2009, es (como ya se ha dicho a propósito de la obra del autor de Bariloche y de Una vez Argentina) una historia del siglo XIX interpelada con la mirada, las preguntas y las cuestiones del siglo XXI. El viajero del siglo transcurre en una ciudad inventada de la Alemania post napoleónica, Wanderburgo.
El viajero es Hans, un traductor que viene de paso, pero que va quedándose de a poco, atrapado por una galería colorida de personajes que le permiten al autor desarrollar con destreza narrativa lo que podríamos definir como ’su manifiesto’. En el tenor de sus intereses, Neuman es tan tributario de la modernidad decimonónica como del tiempo que le toca vivir. Y uno de los grandes atractivos de esta novela reside en el modo en que el autor pudo ir armando un diálogo entre esos dos tiempos a la luz de una historia en la que hay aventura, suspenso, conflicto, amor cortés, exaltación de la amistad y un riquísimo y profundo debate de ideas’’.
Nora Lía Jabif (20 de septiembre)
NOVELA
Las grietas de Jara
Claudia Piñeiro
(Alfaguara)
$ 49 - 256 páginas
"Con 45 años, Pablo Simó arrastra una existencia oscura. Arquitecto subalterno de un importante estudio, al que se le delegan tareas menores, sueña con construir su propio edificio en torre "de 11 pisos, mirando al Norte"… Lleva 20 años conviviendo con una esposa insufrible; le cuesta mucho comunicarse con su hija adolescente; ha abandonado la música, no frecuenta amistades y, como un topo urbano, viaja diariamente en subterráneo para evitar el cielo abierto.
Una clave de interpretación está en las sugerencias de la palabra ’grietas’ del título. Como ya es habitual en las novelas de Piñeiro, la acción está atravesada por un hecho criminal".
María Eugenia Bestani (18 de octubre)
"En todo lo que escribo la imagen está presente, tengo que ver lo que escribo. Supongo que el oficio de guionista evidentemente influye en esto, pero a veces me pregunto si esta característica no será anterior y que por eso terminé siendo guionista y escritora".
Claudia Piñeiro (entrevistada por LA GACETA Literaria, 20 de septiembre)
NOVELA
El símbolo perdido
Dan Brown
(Alfaguara)
$ 49 - 256 páginas
La nueva novela de Dan Brown empezó a quebrar marcas apenas apareció en las librerías; en 24 horas vendió un millón de ejemplares. En esta oportunidad, el profesor de simbología Robert Langdon (protagonista de Angeles y demonios y El Código Da Vinci, las anteriores novelas de Brown) se traslada a Washington. En esta ciudad norteamericana, diseñada por destacados masones como George Washington, Thomas Jefferson, Benjamin Franklin y el arquitecto Pierre Charles L’Enfant, el inquieto profesor de Harvard rastrea el símbolo perdido al que alude el título de esta nueva historia, un signo masón en el que se cifra la misión oculta de los Estados Unidos… La trama transcurre en 12 horas. Las que tarda Langdom en resolver el misterio. Las que demora un lector promedio en recorrer las 640 páginas de la novela. La historia en tiempo real, que sigue el esquema de un programa televisivo como 24, estimula el ritmo del lector y lo impulsa a correr la misma maratón que corre su protagonista.
LA DIRECCION (1 de noviembre)
INVESTIGACION
Diario íntimo de San Martín
Rodolfo Terragno
(Sudamericana)
$ 59 - 456 páginas
Terragno se concentra en un año de la vida de San Martín al que los historiadores suelen pasar por alto, aduciendo que no hay nada relevante en su regreso a Londres, en 1824, con el supuesto propósito de internar en un colegio inglés a su hija Mercedes. Después de una larga investigación en archivos ingleses, el autor descubrió documentos que indican que el objetivo del viaje de San Martín era obtener el reconocimiento británico de la independencia peruana para disminuir la firme posibilidad de una reconquista española.
"Creo que es importante advertir que San Martín tenía metas ambiciosas, que tenía estrategias para alcanzarlas y que poseía una gran perseverancia, así como el desprendimiento necesario para anteponer el resultado de su lucha a su propia conveniencia personal. Y pienso que es eso, justamente, lo que define a un estadista y que es algo que a menudo no se tiene en cuenta’’.
Rodolfo Terragno (entrevistado por LA GACETA Literaria, 22 de noviembre)
ARTICULOS
Sables y utopías: visiones de América Latina
Mario Vargas Llosa
(Aguilar)
$ 75 - 480 páginas
"El libro reúne una cincuentena de artículos periodísticos publicados por Vargas Llosa entre 1967 y el año pasado (muchos de ellos, en el diario El País, de España). Por una parte, su prosa sigue deslumbrando, aun usada para discurrir sobre otros autores… El problema -y esta es la otra pata del complejo fenómeno vargallosiano- es cuando asume el papel de tribuno, no precisamente de la plebe. No es ninguna novedad que a Vargas Llosa le endilgan haber cruzado una suerte de Rubicón ideológico, que consiste en haber mutado desde tempranas posiciones de izquierda -próximas, incluso, al marxismo- hacia una madurez liberal. Por eso, como si a él mismo le pesara la imputación, en esta cuidadosa selección de artículos pareciera tratar de sugerir que su compromiso con la causa de la libertad no es reciente ni el propiamente excesivo de un converso, sino que se remonta, por ejemplo, a la ’Carta a Fidel Castro’, publicada en mayo de 1971, debido a las persecuciones que sufrió en Cuba el escritor Heberto Padilla… Por supuesto que esto se conecta, en la actualidad, con el pavor y la irritación que le producen Hugo Chávez (al que califica de impresentable aspirante a Fidel Castro con minúsculas), Evo Morales o los recuerdos de la primera presidencia de Alan García en Perú’’.
Federico Abel (29 de noviembre)
BIOGRAFIA
Gabriel García Márquez, una vida
Gerald Martin
(Aguilar)
$ 99 - 768 páginas
Después de 17 años de trabajo, Gerald Martin concibió la biografía definitiva del autor que catapultó la literatura latinoamericana al primer mundo, que vendió 50 millones de sus libros y que engendró una forma novedosa de contar historias. Martin expone la fascinante vida del Nobel colombiano, en la que hay tantos pasajes asombrosos como en sus textos.
"En esta biografía que tejió el académico inglés es imposible no deleitarse con el relato de varias anécdotas familiares, como aquella de que al nacer, Gabo salió del vientre de Luisa Santiaga con una vuelta de cordón umbilical alrededor del cuello. Su tía Francisca Cimodosea propuso que, de inmediato, le frotaran con ron y agua bendita, por si ocurría algún otro percance… El ’Tío Yerald’ publicó la biografía que tanto anhelaba. Una obra meticulosa en la que el autor demuestra obsesión por ciertos detalles históricos. Además, expone sus quilates académicos al hilvanar la vida privada de García Márquez con sus producciones literarias y la relación con sus personajes de ficción’’.
Miguel Velardez (6 de diciembre)
miércoles, 2 de diciembre de 2009
Cobardes y traidores
Por Noé Jitrik *
En El corazón de las tinieblas, una de su novelas más densas, Joseph Conrad no elige a un héroe impecable frente a su destino, como ocurre en la novela clásica, sino a un cobarde. En ese orden es un innovador –puesto que la novela más bondadosa, la más decente, la de moral triunfante, elige invariablemente héroes positivos– como lo fueron los escritores románticos que heroizizaron a plebeyos agrediendo los requisitos retóricos de la narración que pedían héroes nobles. Conrad, me parece evidente, trata de indagar en lo que es la cobardía, sentimiento que invocamos con frecuencia para denigrar a alguien que no ha sabido, según lo vemos y en relación con una causa éticamente importante, afrontar sus consecuencias, jugarse por esa causa. Es probable que las “tinieblas” sean precisamente una metáfora de lo insoportable que es comprobar, sea el cobarde quien lo comprueba, sea otro quien lo denuncia, ese paso atrás cuando debería haberse dado para adelante. Lo peor, lo más grave es que no hay vuelta, un acto de cobardía no se puede revertir.
Encontramos una variante de esa situación, acaso inspirada por Conrad, en un famoso cuento de Jorge Luis Borges, “La marca de la espada”; hay, por cierto, un cobarde que sabe que lo es o lo fue, en el tiempo del relato, pero padece de una confesada contaminación: no sólo es cobarde en su íntima manera de ser sino que es también un traidor. Los dos términos se conjugan y hasta parecen equivalentes, pero no es exactamente así: se diría que, tal como lo podemos entender, el personaje primero es traidor y luego cobarde y no al revés, lo cual indicaría que la cobardía podría ser una condición y la traición, un objetivo. Se mezclan los dos conceptos y de pronto no podemos discernir con claridad qué alcance tienen uno y el otro.
Es claro que con frecuencia el cobarde se justifica con el argumento del miedo, noción que se añade a las precedentes, pero esa justificación no es casi nunca convincente pues, según se sabe por experiencia, todos los seres humanos sentimos miedo y no por eso nos vemos llevados ineluctablemente a la cobardía y a la traición: el miedo es un sentimiento tan humano que, según lo consigna la sabiduría popular, sin sentirlo y admitirlo no podríamos llegar a ser valientes. Es más, del que se jacta de no haber tenido miedo hay que desconfiar, en su arrogancia se esconde, replegada, una cobardía que tarde o temprano se manifiesta y ahí sí que no se valen jactancias.
Pero estamos hablando de los cobardes por omisión, aquellos que no actúan cuando deberían hacerlo porque saben que deberían hacerlo, y hemos dejado de lado a los cobardes por acción, violadores, aprovechadores, asesinos seriales, ladrones callejeros de ancianas, bandas que se echan sobre indefensos; esta población es enorme y nutre de tal modo las páginas de los periódicos que podría creerse que es inherente a nuestra civilización, o a sus peores subproductos.
¿Pero no será también que nuestra civilización genera, por otro lado y en un sentido “respetable”, cobardía al quitar espíritu de aventura, al exacerbar el deseo de seguridad, a evitar lo diferente? Será tal vez que todas las selvas han sido recorridas y todas las montañas escaladas y todas las especies diezmadas y nada queda por descubrir y que todo acercamiento a lo que en la naturaleza era enigma es objeto de turismo o de documentalismo en el mejor de los casos. O bien que muchos discursos que eran descubridores de regiones ignotas se han ido acobardando mediante el refugio que brindan las burocracias repetidoras, científicas o intelectuales o los partidos políticos, puro electoralismo, o los sindicatos, pura conciliación de clases.
Pero, volviendo a ese hurgar en el concepto en sí mismo que precede esta reflexión un tanto psicosociológica, quiero decir que la interacción entre cobardía, traición y miedo produce figuras incesantes e incontables. Veamos una, muy frecuente en el campo de las acciones políticas radicales: ¿se puede decir que es un cobarde quien sometido a atroces torturas o sabiendo que va a ser sometido a ellas delata a sus compañeros? Cuando esto se produce la situación corroe, desde luego, la confianza que debe existir en un grupo de acción cuyos miembros se han jurado resistir hasta la muerte antes que delatar, porque siempre se puede sospechar que la tortura presumida no ha sido tan extrema y que el miedo ha predominado por sobre la solidaridad, la lealtad y el autorrespeto, hasta dar lugar muy rápidamente a la cobardía. Es cierto, también, que en escasas ocasiones la cobardía confiesa que lo es; por lo general intenta pasar inadvertida o se quiere inconfesable, pero cuando el olvido no ha venido en ayuda del cobarde –dejo de lado a los cobardes por acción porque la conciencia de sus actos no es algo que les importe– y la cobardía trepa hasta apoderarse de la escena de la conciencia lo que puede sobrevenir es la vergüenza y acaso el arrepentimiento y, en muchos casos, con el auxilio de la Iglesia, el perdón, una nueva calma para un espíritu conturbado. ¿Pero hay borrón y cuenta nueva para el que ha atravesado el embriagador instante de la cobardía y luego se ha arrepentido? El arrepentimiento, se sabe, no es por fuerza una vacuna que inmuniza contra la tentación de nuevos actos cobardes.
Se diría que hay algo de fatalismo en tal aseveración, hacia atrás en el sentido de que es muy difícil borrar “la marca de la espada” de la mejilla del traidor, y hacia adelante, por cuanto no se puede afirmar que el que fue cobarde una vez no volverá a serlo pese a su arrepentimiento, su justificación o su autocomplacencia.
Detectar en la vida y en sus múltiples aconteceres la cobardía o las cobardías nos perturba mucho porque nos obliga a entender o nos lleva a condenar o, de última, a proyectar nuestra propia cobardía al percibir la cobardía de otros. Para la psicología es un objeto de máximo interés por aquello de las complejidades del alma humana, pero lo es más todavía para la literatura. Di dos ejemplos al comenzar esta nota, pero hay muchos más; en realidad, la literatura está poblada de cobardes, tanto como de valientes: si éstos, como Quijote, arremeten casi sin pensar, los otros calculan, acechan, esperan el momento propicio para ejecutar el acto cobarde o bien ese momento se les presenta como una opción dramática.
Como se ve, el asunto pasa por personajes literarios; esa entidad, personaje, trata de ser un calco de la realidad, para muchos el mayor acierto de la literatura es haberlo presentado de modo tal que quienes lo leen sienten que merecen un “es así”, a propósito de su manera de ser, rotundo y consagratorio, porque hallan en ellos la ocasión de sacar ejemplo o bien de identificarse o desidentificarse con ellos. Pero ésta es una manera de ver algo epidérmica porque tal vez el escritor mismo es un cobarde, no por méritos o historia personal, no por albergar en su mente deleznables figuras de cobardes, sino porque para poder escribir se sale del orden de las decisiones vitales: si no retrocediera frente a un riesgo, tentador, límite, desafiante, no podría seguir escribiendo; su mirada, que es lo que lo conecta con su posibilidad de narrar, no quiere ser interferida porque si lo admitiera su narración, que es lo que le da sentido como ser humano, no podría proseguir.
Se trata, pues, de un orden diferente de cobardía, esencial e irrenunciable, la del que busca en las palabras porque no puede hacer otra cosa y se arredra ante lo que puede ser un enfrentamiento, incluso una pasión.
* Crítico y escritor. Autor de numerosos libros de ensayo y ficción.
Por Noé Jitrik *
En El corazón de las tinieblas, una de su novelas más densas, Joseph Conrad no elige a un héroe impecable frente a su destino, como ocurre en la novela clásica, sino a un cobarde. En ese orden es un innovador –puesto que la novela más bondadosa, la más decente, la de moral triunfante, elige invariablemente héroes positivos– como lo fueron los escritores románticos que heroizizaron a plebeyos agrediendo los requisitos retóricos de la narración que pedían héroes nobles. Conrad, me parece evidente, trata de indagar en lo que es la cobardía, sentimiento que invocamos con frecuencia para denigrar a alguien que no ha sabido, según lo vemos y en relación con una causa éticamente importante, afrontar sus consecuencias, jugarse por esa causa. Es probable que las “tinieblas” sean precisamente una metáfora de lo insoportable que es comprobar, sea el cobarde quien lo comprueba, sea otro quien lo denuncia, ese paso atrás cuando debería haberse dado para adelante. Lo peor, lo más grave es que no hay vuelta, un acto de cobardía no se puede revertir.
Encontramos una variante de esa situación, acaso inspirada por Conrad, en un famoso cuento de Jorge Luis Borges, “La marca de la espada”; hay, por cierto, un cobarde que sabe que lo es o lo fue, en el tiempo del relato, pero padece de una confesada contaminación: no sólo es cobarde en su íntima manera de ser sino que es también un traidor. Los dos términos se conjugan y hasta parecen equivalentes, pero no es exactamente así: se diría que, tal como lo podemos entender, el personaje primero es traidor y luego cobarde y no al revés, lo cual indicaría que la cobardía podría ser una condición y la traición, un objetivo. Se mezclan los dos conceptos y de pronto no podemos discernir con claridad qué alcance tienen uno y el otro.
Es claro que con frecuencia el cobarde se justifica con el argumento del miedo, noción que se añade a las precedentes, pero esa justificación no es casi nunca convincente pues, según se sabe por experiencia, todos los seres humanos sentimos miedo y no por eso nos vemos llevados ineluctablemente a la cobardía y a la traición: el miedo es un sentimiento tan humano que, según lo consigna la sabiduría popular, sin sentirlo y admitirlo no podríamos llegar a ser valientes. Es más, del que se jacta de no haber tenido miedo hay que desconfiar, en su arrogancia se esconde, replegada, una cobardía que tarde o temprano se manifiesta y ahí sí que no se valen jactancias.
Pero estamos hablando de los cobardes por omisión, aquellos que no actúan cuando deberían hacerlo porque saben que deberían hacerlo, y hemos dejado de lado a los cobardes por acción, violadores, aprovechadores, asesinos seriales, ladrones callejeros de ancianas, bandas que se echan sobre indefensos; esta población es enorme y nutre de tal modo las páginas de los periódicos que podría creerse que es inherente a nuestra civilización, o a sus peores subproductos.
¿Pero no será también que nuestra civilización genera, por otro lado y en un sentido “respetable”, cobardía al quitar espíritu de aventura, al exacerbar el deseo de seguridad, a evitar lo diferente? Será tal vez que todas las selvas han sido recorridas y todas las montañas escaladas y todas las especies diezmadas y nada queda por descubrir y que todo acercamiento a lo que en la naturaleza era enigma es objeto de turismo o de documentalismo en el mejor de los casos. O bien que muchos discursos que eran descubridores de regiones ignotas se han ido acobardando mediante el refugio que brindan las burocracias repetidoras, científicas o intelectuales o los partidos políticos, puro electoralismo, o los sindicatos, pura conciliación de clases.
Pero, volviendo a ese hurgar en el concepto en sí mismo que precede esta reflexión un tanto psicosociológica, quiero decir que la interacción entre cobardía, traición y miedo produce figuras incesantes e incontables. Veamos una, muy frecuente en el campo de las acciones políticas radicales: ¿se puede decir que es un cobarde quien sometido a atroces torturas o sabiendo que va a ser sometido a ellas delata a sus compañeros? Cuando esto se produce la situación corroe, desde luego, la confianza que debe existir en un grupo de acción cuyos miembros se han jurado resistir hasta la muerte antes que delatar, porque siempre se puede sospechar que la tortura presumida no ha sido tan extrema y que el miedo ha predominado por sobre la solidaridad, la lealtad y el autorrespeto, hasta dar lugar muy rápidamente a la cobardía. Es cierto, también, que en escasas ocasiones la cobardía confiesa que lo es; por lo general intenta pasar inadvertida o se quiere inconfesable, pero cuando el olvido no ha venido en ayuda del cobarde –dejo de lado a los cobardes por acción porque la conciencia de sus actos no es algo que les importe– y la cobardía trepa hasta apoderarse de la escena de la conciencia lo que puede sobrevenir es la vergüenza y acaso el arrepentimiento y, en muchos casos, con el auxilio de la Iglesia, el perdón, una nueva calma para un espíritu conturbado. ¿Pero hay borrón y cuenta nueva para el que ha atravesado el embriagador instante de la cobardía y luego se ha arrepentido? El arrepentimiento, se sabe, no es por fuerza una vacuna que inmuniza contra la tentación de nuevos actos cobardes.
Se diría que hay algo de fatalismo en tal aseveración, hacia atrás en el sentido de que es muy difícil borrar “la marca de la espada” de la mejilla del traidor, y hacia adelante, por cuanto no se puede afirmar que el que fue cobarde una vez no volverá a serlo pese a su arrepentimiento, su justificación o su autocomplacencia.
Detectar en la vida y en sus múltiples aconteceres la cobardía o las cobardías nos perturba mucho porque nos obliga a entender o nos lleva a condenar o, de última, a proyectar nuestra propia cobardía al percibir la cobardía de otros. Para la psicología es un objeto de máximo interés por aquello de las complejidades del alma humana, pero lo es más todavía para la literatura. Di dos ejemplos al comenzar esta nota, pero hay muchos más; en realidad, la literatura está poblada de cobardes, tanto como de valientes: si éstos, como Quijote, arremeten casi sin pensar, los otros calculan, acechan, esperan el momento propicio para ejecutar el acto cobarde o bien ese momento se les presenta como una opción dramática.
Como se ve, el asunto pasa por personajes literarios; esa entidad, personaje, trata de ser un calco de la realidad, para muchos el mayor acierto de la literatura es haberlo presentado de modo tal que quienes lo leen sienten que merecen un “es así”, a propósito de su manera de ser, rotundo y consagratorio, porque hallan en ellos la ocasión de sacar ejemplo o bien de identificarse o desidentificarse con ellos. Pero ésta es una manera de ver algo epidérmica porque tal vez el escritor mismo es un cobarde, no por méritos o historia personal, no por albergar en su mente deleznables figuras de cobardes, sino porque para poder escribir se sale del orden de las decisiones vitales: si no retrocediera frente a un riesgo, tentador, límite, desafiante, no podría seguir escribiendo; su mirada, que es lo que lo conecta con su posibilidad de narrar, no quiere ser interferida porque si lo admitiera su narración, que es lo que le da sentido como ser humano, no podría proseguir.
Se trata, pues, de un orden diferente de cobardía, esencial e irrenunciable, la del que busca en las palabras porque no puede hacer otra cosa y se arredra ante lo que puede ser un enfrentamiento, incluso una pasión.
* Crítico y escritor. Autor de numerosos libros de ensayo y ficción.
sábado, 21 de noviembre de 2009
El origen de la gauchesca
Por: Fernando Molle
a Leónidas: maestro, amigo y padre
En 1872 José Hernández publica El gaucho Martín Fierro, al mismo tiempo que Friedrich Nietzsche da a conocer su primer libro, El origen de la tragedia, en donde ya están las líneas directrices de su pensamiento. Allí fija una de sus ideas centrales: "Bajo la influencia de la verdad contemplada, el hombre solamente percibe en todas partes lo horrible y lo absurdo de la existencia".
La única cura posible la puede dar el arte, que, para Nietzsche, transfigura dicha náusea en "imágenes que ayuden a soportar la vida". Estas pertenecen a dos órdenes: lo sublime, en donde el arte "doma y sojuzga a lo horrible", y lo cómico, que "nos libra de la náusea de lo absurdo".
Hernández y Nietzsche se estaban leyendo (nada importa que jamás hayan oído hablar el uno del otro). Uno de los pocos que tomó nota de este cruce (en su vasta obra, y ahora en este ensayo) fue y es Leónidas Lamborghini, el más consecuentemente nietzscheano de los poetas argentinos.
Risa y tragedia en los poetas gauchescos, publicado a fines de 2008, fue su primer libro de ensayos y tuvo su punto de partida en el seminario sobre la gauchesca que el autor de Partitas dictó en la UBA en 2003. "Hay que leer todo de nuevo" era el leit-motiv de Leónidas Lamborghini en su inolvidable taller, a principios de la década del 90.
No hace otra cosa en este libro: releer a contrapelo a los cuatro hitos de la gauchesca –Bartolomé Hidalgo, Hilario Ascasubi, Estanislao del Campo y José Hernández–, por fuera de la fosilización folclorizante y de los tics academicistas.
Tanto en los textos de Hidalgo –escritos a principios de la década de 1820–, como en sus descendientes, Lamborghini rastrea sus efectos cómico-paródicos mucho más allá de la "novedad" costumbrista del hablante malhablado. La risa gauchesca, para Lamborghini, es "un poder contra el poder político-cultural".
(Esta voluntad de subvertir el orden estético oficial se ejerce desde distintas posiciones políticas: a Lamborghini no se le escapa el unitarismo de barricada de Ascasubi y el federalismo rabioso de Hernández).
Casi la mitad del ensayo está dedicada al Santos Vega de Ascasubi, obra maestra hoy un poco olvidada, que circula (muy poco) en ediciones reducidas. Como un personaje-testigo inserto en el libro, Lamborghini, con delectación y ojo maestro para el detalle revelador, nos va comentando el relato de más de 13 mil versos, la barroca historia gauchipolicial que el payador Santos Vega refiere al santiagueño Tolosa.
El capítulo dedicado a Hernández y el Martín Fierro, el más inspirado del libro, nos muestra que aún se puede producir novedad crítica sobre el texto central del canon argentino. Es clave aquí el desglose lamborghiniano del tema del canto.
El canto como "facultá", como estrategia de Fierro para hacerse escuchar, para conmover y para ser incluído. Y la payada, releída como método filosófico sui géneris, "una cosmogonía del mundo y sus misterios pero desde el módico nivel de las ocurrencias gauchescas de dos hijos menesterosos de las pampas".
fernando molle
Por: Fernando Molle
a Leónidas: maestro, amigo y padre
En 1872 José Hernández publica El gaucho Martín Fierro, al mismo tiempo que Friedrich Nietzsche da a conocer su primer libro, El origen de la tragedia, en donde ya están las líneas directrices de su pensamiento. Allí fija una de sus ideas centrales: "Bajo la influencia de la verdad contemplada, el hombre solamente percibe en todas partes lo horrible y lo absurdo de la existencia".
La única cura posible la puede dar el arte, que, para Nietzsche, transfigura dicha náusea en "imágenes que ayuden a soportar la vida". Estas pertenecen a dos órdenes: lo sublime, en donde el arte "doma y sojuzga a lo horrible", y lo cómico, que "nos libra de la náusea de lo absurdo".
Hernández y Nietzsche se estaban leyendo (nada importa que jamás hayan oído hablar el uno del otro). Uno de los pocos que tomó nota de este cruce (en su vasta obra, y ahora en este ensayo) fue y es Leónidas Lamborghini, el más consecuentemente nietzscheano de los poetas argentinos.
Risa y tragedia en los poetas gauchescos, publicado a fines de 2008, fue su primer libro de ensayos y tuvo su punto de partida en el seminario sobre la gauchesca que el autor de Partitas dictó en la UBA en 2003. "Hay que leer todo de nuevo" era el leit-motiv de Leónidas Lamborghini en su inolvidable taller, a principios de la década del 90.
No hace otra cosa en este libro: releer a contrapelo a los cuatro hitos de la gauchesca –Bartolomé Hidalgo, Hilario Ascasubi, Estanislao del Campo y José Hernández–, por fuera de la fosilización folclorizante y de los tics academicistas.
Tanto en los textos de Hidalgo –escritos a principios de la década de 1820–, como en sus descendientes, Lamborghini rastrea sus efectos cómico-paródicos mucho más allá de la "novedad" costumbrista del hablante malhablado. La risa gauchesca, para Lamborghini, es "un poder contra el poder político-cultural".
(Esta voluntad de subvertir el orden estético oficial se ejerce desde distintas posiciones políticas: a Lamborghini no se le escapa el unitarismo de barricada de Ascasubi y el federalismo rabioso de Hernández).
Casi la mitad del ensayo está dedicada al Santos Vega de Ascasubi, obra maestra hoy un poco olvidada, que circula (muy poco) en ediciones reducidas. Como un personaje-testigo inserto en el libro, Lamborghini, con delectación y ojo maestro para el detalle revelador, nos va comentando el relato de más de 13 mil versos, la barroca historia gauchipolicial que el payador Santos Vega refiere al santiagueño Tolosa.
El capítulo dedicado a Hernández y el Martín Fierro, el más inspirado del libro, nos muestra que aún se puede producir novedad crítica sobre el texto central del canon argentino. Es clave aquí el desglose lamborghiniano del tema del canto.
El canto como "facultá", como estrategia de Fierro para hacerse escuchar, para conmover y para ser incluído. Y la payada, releída como método filosófico sui géneris, "una cosmogonía del mundo y sus misterios pero desde el módico nivel de las ocurrencias gauchescas de dos hijos menesterosos de las pampas".
fernando molle
Perlas en la red
Lectores que eligen el rumbo
Por Carlos Guyot
De la Redacción de LA NACION
Noticias de ADN Cultura
Vivió su momento de gloria a principios de los 80. Entonces se la bautizó como "hiperficción explorativa" o "ficción interactiva". Luego de desaparecer en 1998, la serie Elige tu propia aventura volvió más tarde por la revancha en la era digital.
Si bien casi 20 años antes Julio Cortázar puso en manos de los lectores de Rayuela la posibilidad de elegir el recorrido de la historia, la colección que en la Argentina publicó Atlántida permitió que una generación de nuevos lectores aprendiera que un mismo libro puede tener... 40 finales distintos.
Su reencarnación digital le permitió a The Choose Your One Adventure Company distribuir globalmente sus ediciones, crear una serie de juegos on-line, un club de miembros y, hace pocos meses, poner la colección completa en las pantallas del Kindle (el lector electrónico de Amazon), el iPhone y el iPod.
La resurrección ha inspirado además una serie de pequeñas piezas gráficas creadas por Christian Swineheart, un diseñador y programador de Nueva York.
Fanático de la colección en su niñez, Swineheart tomó sus viejos y queridos ejemplares, analizó la estructura de cada libro y a partir de las opciones y alternativas posibles creó diagramas, mapas, infografías y otras visualizaciones, algunas de ellas interactivas, que reflejan las diversas lecturas y sus interconexiones.
Y si Internet es el medio natural para la interactividad, y el video una de las experiencias digitales más extendidas, no resulta casual que la plataforma de videos YouTube ofrezca la posibilidad de crear videos interactivos.
La herramienta es más bien limitada, ya que simplemente genera links entre videos. Hasta el momento, las experiencias en video-ficción interactiva son pocas.
Sin embargo, algunas editoriales ya miran con interés un nuevo formato por explorar, el de los "vooks" (video-books) que integren texto, video y audio para que cada uno construya su propio relato. Ese futuro está a la vuelta de la esquina, dicen. Y es interactivo.
Links y más Perlas en la Red: blogs.lanacion.com.ar/guyot
© LA NACION
Lectores que eligen el rumbo
Por Carlos Guyot
De la Redacción de LA NACION
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Vivió su momento de gloria a principios de los 80. Entonces se la bautizó como "hiperficción explorativa" o "ficción interactiva". Luego de desaparecer en 1998, la serie Elige tu propia aventura volvió más tarde por la revancha en la era digital.
Si bien casi 20 años antes Julio Cortázar puso en manos de los lectores de Rayuela la posibilidad de elegir el recorrido de la historia, la colección que en la Argentina publicó Atlántida permitió que una generación de nuevos lectores aprendiera que un mismo libro puede tener... 40 finales distintos.
Su reencarnación digital le permitió a The Choose Your One Adventure Company distribuir globalmente sus ediciones, crear una serie de juegos on-line, un club de miembros y, hace pocos meses, poner la colección completa en las pantallas del Kindle (el lector electrónico de Amazon), el iPhone y el iPod.
La resurrección ha inspirado además una serie de pequeñas piezas gráficas creadas por Christian Swineheart, un diseñador y programador de Nueva York.
Fanático de la colección en su niñez, Swineheart tomó sus viejos y queridos ejemplares, analizó la estructura de cada libro y a partir de las opciones y alternativas posibles creó diagramas, mapas, infografías y otras visualizaciones, algunas de ellas interactivas, que reflejan las diversas lecturas y sus interconexiones.
Y si Internet es el medio natural para la interactividad, y el video una de las experiencias digitales más extendidas, no resulta casual que la plataforma de videos YouTube ofrezca la posibilidad de crear videos interactivos.
La herramienta es más bien limitada, ya que simplemente genera links entre videos. Hasta el momento, las experiencias en video-ficción interactiva son pocas.
Sin embargo, algunas editoriales ya miran con interés un nuevo formato por explorar, el de los "vooks" (video-books) que integren texto, video y audio para que cada uno construya su propio relato. Ese futuro está a la vuelta de la esquina, dicen. Y es interactivo.
Links y más Perlas en la Red: blogs.lanacion.com.ar/guyot
© LA NACION
jueves, 19 de noviembre de 2009
‘Los sueños de un Libertador’
La increíble historia de Francisco de Miranda
Por: Jorge Cardona Alzate
La obra del escritor Fermín Goñi que recobra la vida del intelectual que abrió la senda de la libertad.
"Sin Francisco de Miranda no hubiera existido la revolución bolivariana”.
La expresión es del escritor español Fermín Goñi, quien después de escudriñar las 12.000 páginas que comprenden el archivo del ilustre precursor venezolano y revisar una vasta bibliografía de más de 60 textos, en una tarea que le llevó varios años de lectura y 14 meses de escritura y edición infatigable, acaba de publicar la intensa obra Los sueños de un Libertador, la apasionante vida de “un intelectual de primer orden” que en su momento se destacó como el primer suramericano de talla universal.
La saga vital del prócer venezolano Sebastián Francisco Párbulo de Miranda Rodríguez, el primero de diez hijos del matrimonio de un acreditado comerciante canario de la primera generación de inmigrantes españoles a la Capitanía General de la Audiencia de Caracas, y una distinguida criolla de reputado linaje. El hombre que después de recorrer Europa y Estados Unidos conociendo de primera mano a nueve de las diez personalidades más influyentes de su época, a sus 56 años, a bordo del bergantín Leander, partió de Nueva York a liderar la empresa de liberar a América.
“Un personaje de otra dimensión”, resalta Fermín Goñi, quien a lo largo de 381 páginas distribuidas en 25 capítulos, un colofón y una proclama, con el oficio del novelista que sabe desentrañar el alma de sus personajes y recrear una época pletórica de ideales, reconstruye la aventura de un guerrero que en su momento llevó a Napoleón Bonaparte a dejar escrito en sus memorias: “Anoche cené en casa de un hombre verdaderamente extraordinario (…) Es un don Quijote, con la diferencia de que no está loco (…) En el corazón del general Miranda arde el fuego sagrado”.
Una personalidad extraordinaria que vivió sin prejuicios y quiso saberlo todo, al punto que desde su natal Venezuela, cuando abrió “las compuertas de su inteligencia a los clásicos grecolatinos, y luego a Diderot, Montesquieu, Rousseau, Voltaire, Cervantes, Feijoo, el padre Isla, y casi todos los que habían puesto por escrito no sólo la mejor literatura de ficción sino lo más avanzado del pensamiento de aquellos tiempos”, no sólo probó su amor por la sabiduría sino que forjó una biblioteca de 5.600 libros que a su muerte fueron subastados, salvo los que por testamento donó a la Universidad de Caracas.
Y qué decir de su escritura. En el salón central de la Academia Nacional de la Historia, en la capital venezolana, como los dejó en tres baúles de cuero en Londres dos años antes de su deceso, “encuadernados en tamaño infolio, en plena piel canela, con siete nervios, tres tejuelos e hierros dorados en rombo al lomo”, quedaron para la posteridad los 63 volúmenes de su archivo. Y en ellos, su sueño americano denominado “Colombeia”, la Gran Colombia que descubrió Colón para Occidente a finales del siglo XV, y Miranda edificó en la mente de quienes heredaron su espíritu revolucionario y combativo.
Entre ellos Simón Bolívar, el Libertador de cinco naciones, “el alumno que en su carácter impetuoso no supo entender a su maestro” y lo entregó a los españoles en el ocaso de la primera República en Venezuela. ¿Por celos, por desconfianza, por salvar su cabeza, por que ese fue el acuerdo con el capitán de fragata español Domingo de Monteverde? Lo cierto es que en julio de 1812, el joven coronel Bolívar puso preso a Miranda. “Bochinche, bochinche, esta gente no sabe hacer sino bochinche”, fue el comentario del cautivo que rememora el escritor Fermín Goñi en su magnífica novela.
Y después cuatro años de oprobiosa prisión para un libre pensador. En la cripta de La Guaira, en Venezuela; en la bóveda del castillo de San Felipe, en Puerto Cabello; en los bajos de las casamatas del castillo de San Felipe, en San Juan de Puerto Rico; y en La Carraca, en Cadiz (España), donde poco a poco Francisco de Miranda fue cediendo a tormentosos dolores de cabeza que derivaron en apoplejía, hasta el 14 de julio de 1816 cuando sin una queja murió en la enfermería, horas después de expulsar sus últimas palabras: “Que gobiernen las putas. A sus hijos ya los conocemos. Dejadme morir en paz”.
“En estos tiempos de bicentenario independista en América hay que conocer al inductor y autor intelectual de esa revolución continental”, recalca el escritor Fermín Goñi, quien además sostiene que “no es justo ni transparente que se trate de un líder histórico invisibilizado”. Y añade resaltando uno de los epígrafes de su novela: “Miranda fue el primer sudamericano culto que Europa conoció”. No admitirlo o negarse a estudiar su vida y obra, es como permitir que la Santa Inquisición que lo persiguió por leer libros, siga imponiendo su atraso para España y América.
No hay otro suramericano del cual se pueda decir que tuvo trato con George Washington, Thomas Jefferson, Alexander Hamilton o John Adams de la revolución norteamericana; que se sentó a manteles con Napoleón Bonaparte; que compartió amigos y agasajos con el Duque de Wellington; que en primera fila asistió a un desfile del rey Federico II de Prusia; que quedó impreso en la leyenda urbana de que pudo tener amores con Catalina la Grande de Rusia; o cuyo nombre siga impreso en el Arco del Triunfo que exalta a los grandes generales de la Revolución y el imperio francés.
Con las presillas del ejército español combatió en Marruecos, Argel y la Florida; en defensa de la Revolución Francesa comandó a 70.000 efectivos en los países bajos; o recorrió Europa enarbolando la libertad que defendió con sus actos; hasta que acosado por la justicia española y la retrógrada Inquisición, un día concluyó cuál era su destino americano: “Si queremos ser nosotros mismos, si la libertad hemos de conseguirla con sangre (...) si tiene que haber guerras, tampoco ha de temblarme el pulso, por más que la faena arrase nuestras vidas”.
Con ayuda británica, en 1806 encabezó la expedición a Venezuela y logró constituir su primera república, pero ante el contraataque realista y la firma de un armisticio en 1812, un grupo de sus segundos, entre ellos Bolívar, lo entregó al ejército español. Lo demás es tristeza y el escritor Fermín Goñi lo describe al comienzo y final de su obra con magistral crudeza. “Con la cara marchitada por la fiebre, los labios reventados por la pus, la lengua llagada, purulenta, y sin dar una queja, así pasó al oriente eterno” el primer Libertador de América.
Coincidencia o no, la vida desbordada de Miranda se apagó en la madrugada del 14 de julio de 1816, la misma fecha en que se celebra la libertad de Francia. “Un intelectual superlativo, un hombre superior a la ineptitud y envidia de sus contemporáneos detractores, el primer combatiente del que autodenominó ejército colombiano, con la bandera tricolor que aún distingue con diversos matices a Venezuela, Ecuador y Colombia”, concluye Fermín Goñi. Leer su obra es sumergirse en un momento estelar de América, que no enaltece por igual a todos sus baluartes.
Jorge Cardona Alzate EL ESPECTADOR
La increíble historia de Francisco de Miranda
Por: Jorge Cardona Alzate
La obra del escritor Fermín Goñi que recobra la vida del intelectual que abrió la senda de la libertad.
"Sin Francisco de Miranda no hubiera existido la revolución bolivariana”.
La expresión es del escritor español Fermín Goñi, quien después de escudriñar las 12.000 páginas que comprenden el archivo del ilustre precursor venezolano y revisar una vasta bibliografía de más de 60 textos, en una tarea que le llevó varios años de lectura y 14 meses de escritura y edición infatigable, acaba de publicar la intensa obra Los sueños de un Libertador, la apasionante vida de “un intelectual de primer orden” que en su momento se destacó como el primer suramericano de talla universal.
La saga vital del prócer venezolano Sebastián Francisco Párbulo de Miranda Rodríguez, el primero de diez hijos del matrimonio de un acreditado comerciante canario de la primera generación de inmigrantes españoles a la Capitanía General de la Audiencia de Caracas, y una distinguida criolla de reputado linaje. El hombre que después de recorrer Europa y Estados Unidos conociendo de primera mano a nueve de las diez personalidades más influyentes de su época, a sus 56 años, a bordo del bergantín Leander, partió de Nueva York a liderar la empresa de liberar a América.
“Un personaje de otra dimensión”, resalta Fermín Goñi, quien a lo largo de 381 páginas distribuidas en 25 capítulos, un colofón y una proclama, con el oficio del novelista que sabe desentrañar el alma de sus personajes y recrear una época pletórica de ideales, reconstruye la aventura de un guerrero que en su momento llevó a Napoleón Bonaparte a dejar escrito en sus memorias: “Anoche cené en casa de un hombre verdaderamente extraordinario (…) Es un don Quijote, con la diferencia de que no está loco (…) En el corazón del general Miranda arde el fuego sagrado”.
Una personalidad extraordinaria que vivió sin prejuicios y quiso saberlo todo, al punto que desde su natal Venezuela, cuando abrió “las compuertas de su inteligencia a los clásicos grecolatinos, y luego a Diderot, Montesquieu, Rousseau, Voltaire, Cervantes, Feijoo, el padre Isla, y casi todos los que habían puesto por escrito no sólo la mejor literatura de ficción sino lo más avanzado del pensamiento de aquellos tiempos”, no sólo probó su amor por la sabiduría sino que forjó una biblioteca de 5.600 libros que a su muerte fueron subastados, salvo los que por testamento donó a la Universidad de Caracas.
Y qué decir de su escritura. En el salón central de la Academia Nacional de la Historia, en la capital venezolana, como los dejó en tres baúles de cuero en Londres dos años antes de su deceso, “encuadernados en tamaño infolio, en plena piel canela, con siete nervios, tres tejuelos e hierros dorados en rombo al lomo”, quedaron para la posteridad los 63 volúmenes de su archivo. Y en ellos, su sueño americano denominado “Colombeia”, la Gran Colombia que descubrió Colón para Occidente a finales del siglo XV, y Miranda edificó en la mente de quienes heredaron su espíritu revolucionario y combativo.
Entre ellos Simón Bolívar, el Libertador de cinco naciones, “el alumno que en su carácter impetuoso no supo entender a su maestro” y lo entregó a los españoles en el ocaso de la primera República en Venezuela. ¿Por celos, por desconfianza, por salvar su cabeza, por que ese fue el acuerdo con el capitán de fragata español Domingo de Monteverde? Lo cierto es que en julio de 1812, el joven coronel Bolívar puso preso a Miranda. “Bochinche, bochinche, esta gente no sabe hacer sino bochinche”, fue el comentario del cautivo que rememora el escritor Fermín Goñi en su magnífica novela.
Y después cuatro años de oprobiosa prisión para un libre pensador. En la cripta de La Guaira, en Venezuela; en la bóveda del castillo de San Felipe, en Puerto Cabello; en los bajos de las casamatas del castillo de San Felipe, en San Juan de Puerto Rico; y en La Carraca, en Cadiz (España), donde poco a poco Francisco de Miranda fue cediendo a tormentosos dolores de cabeza que derivaron en apoplejía, hasta el 14 de julio de 1816 cuando sin una queja murió en la enfermería, horas después de expulsar sus últimas palabras: “Que gobiernen las putas. A sus hijos ya los conocemos. Dejadme morir en paz”.
“En estos tiempos de bicentenario independista en América hay que conocer al inductor y autor intelectual de esa revolución continental”, recalca el escritor Fermín Goñi, quien además sostiene que “no es justo ni transparente que se trate de un líder histórico invisibilizado”. Y añade resaltando uno de los epígrafes de su novela: “Miranda fue el primer sudamericano culto que Europa conoció”. No admitirlo o negarse a estudiar su vida y obra, es como permitir que la Santa Inquisición que lo persiguió por leer libros, siga imponiendo su atraso para España y América.
No hay otro suramericano del cual se pueda decir que tuvo trato con George Washington, Thomas Jefferson, Alexander Hamilton o John Adams de la revolución norteamericana; que se sentó a manteles con Napoleón Bonaparte; que compartió amigos y agasajos con el Duque de Wellington; que en primera fila asistió a un desfile del rey Federico II de Prusia; que quedó impreso en la leyenda urbana de que pudo tener amores con Catalina la Grande de Rusia; o cuyo nombre siga impreso en el Arco del Triunfo que exalta a los grandes generales de la Revolución y el imperio francés.
Con las presillas del ejército español combatió en Marruecos, Argel y la Florida; en defensa de la Revolución Francesa comandó a 70.000 efectivos en los países bajos; o recorrió Europa enarbolando la libertad que defendió con sus actos; hasta que acosado por la justicia española y la retrógrada Inquisición, un día concluyó cuál era su destino americano: “Si queremos ser nosotros mismos, si la libertad hemos de conseguirla con sangre (...) si tiene que haber guerras, tampoco ha de temblarme el pulso, por más que la faena arrase nuestras vidas”.
Con ayuda británica, en 1806 encabezó la expedición a Venezuela y logró constituir su primera república, pero ante el contraataque realista y la firma de un armisticio en 1812, un grupo de sus segundos, entre ellos Bolívar, lo entregó al ejército español. Lo demás es tristeza y el escritor Fermín Goñi lo describe al comienzo y final de su obra con magistral crudeza. “Con la cara marchitada por la fiebre, los labios reventados por la pus, la lengua llagada, purulenta, y sin dar una queja, así pasó al oriente eterno” el primer Libertador de América.
Coincidencia o no, la vida desbordada de Miranda se apagó en la madrugada del 14 de julio de 1816, la misma fecha en que se celebra la libertad de Francia. “Un intelectual superlativo, un hombre superior a la ineptitud y envidia de sus contemporáneos detractores, el primer combatiente del que autodenominó ejército colombiano, con la bandera tricolor que aún distingue con diversos matices a Venezuela, Ecuador y Colombia”, concluye Fermín Goñi. Leer su obra es sumergirse en un momento estelar de América, que no enaltece por igual a todos sus baluartes.
Jorge Cardona Alzate EL ESPECTADOR
De puta madre
Por Noé Jitrik
Nadie discutiría que el uso es rey en materia de lenguaje. Se empieza a hablar de cierto modo, con acierto o con error, y por una suerte de destino lingüístico, los cambios se imponen y entran a formar parte de la norma, volver atrás es muy difícil. Los ejemplos históricos son tan abundantes que sin ellos no se comprendería cómo un idioma pudo haber adquirido el aspecto que tiene actualmente y que parece inamovible.
Sin embargo, el uso, con acierto o error, sigue palpitando y es como si quisiera seguir modificando lo establecido. Es arduo luchar contra él: uno de los rasgos fundamentales de la moral del uso es que aguanta todo lo que las normas preexistentes le quieren obligar a respetar; el uso se mofa y se destina a un triunfo glorioso que consistiría en imponerse, tal como ha ocurrido históricamente. Siempre ha ocurrido y ahora también. Sería una tarea gigantesca registrar y dar cuenta de los usos que están preparando sus ataques a la gramática, pero algunos sobresalen, tienen más chances aunque sus posibilidades de triunfo no sean demasiado claras.
Uno de ellos, y me divierte consignarlo, es la resistencia a usar el potencial cuando corresponde y la naturalidad con que se lo usa cuando es impropio; es corriente decir –lo hacen incluso escritores muy refinados “si yo hubiera hecho tal cosa hubiese logrado tal otra”, como si creyeran que es más elegante emplear esa variante gramatical en lugar del más preciso “habría” y, por el contrario, no faltan quienes dicen “si yo habría hecho tal cosa hubiera logrado tal otra”. Que se produzcan cacofonías parece no importar demasiado, no ya el atentado a la gramática cuyas formulaciones costaron lágrimas durante siglos.
Por cierto, los que amamos la lengua reaccionamos contra disparates semejantes, pero se puede vaticinar que seremos derrotados aunque por ahora a quienes los cometen les basta con decir, no sin arrogancia, “¡yo digo así y qué!”.
Otro uso que me provoca erupciones –aunque también sé que el disminuido ejército de quienes militamos en la sensibilidad lingüística será fatalmente vencido– es el del “donde” en lugar del relativo “que”. Así, periodistas, escritores, políticos, locutores de radio y televisión, ensayistas y vendedores de baratijas lo emplean con soltura en frases como ésta: “Una afirmación doctrinaria donde se sostiene que...”, en lugar del más simple “una afirmación doctrinaria que sostiene que...”, o bien “el interés nacional donde los particulares se niegan a contribuir”, en lugar del más directo y preciso “el interés nacional al que los particulares se niegan a contribuir”. ¿De dónde, precisamente, salió ese uso del “donde” cuya proliferación provoca el espanto de correctores y que ha dado nombre a una epidemia designada como “dondismo”? No lo sé y no es un tema que me obsesione o me llame la atención como, en cambio, la universal presencia de la expresión “hijo de puta”, no sólo en castellano sino también en otras lenguas, el inglés por ejemplo, y de uso ya muy remoto: llegó alguna vez, quizás en el Renacimiento, época fértil en putas, para quedarse; dados sus alcances resulta indispensable para injuriar o para denigrar, es tan grande su poder de afirmación que quien recibe ese tratamiento queda congelado, como tocado por un rayo.
Lo curioso es que también se emplea para elogiar en ciertos lugares, momentos y cualidades de quien es objeto de su aplicación; la diferencia es muy sutil: una cosa es decirle, admirativamente “¡qué hijo de puta!” a alguien cuya inteligencia o astucia o habilidad le han permitido obtener algo importante, un pensamiento, o una ventaja o un hallazgo no previsto por quien emite la exclamación que conlleva un juicio positivo, en buena teoría de la argumentación, y otra, cuando se enuncia, fríamente, “es un hijo de puta”. Esta distinción, entre un modesto aunque enfático “qué” y un casi anónimo “un”, es importante y en la práctica comunicativa funciona puesto que como elogio ennoblece una relación y la hace admirativa y, por el otro lado, como insulto, descalifica terminantemente, sin remisión.
Estas variantes han sido estudiadas, claro que no en círculos académicos, pero le han dado a la expresión una especie de carta de ciudadanía para regocijo de quienes aprecian la creatividad lingüística.
Pero, ¿qué alcances tiene la expresión o, dicho de otro modo, qué se quiere decir cuando se la emplea? En principio, y como para aclarar un poco las cosas, se diría que el hijo de una puta, como hecho físico, no es necesariamente “un” hijo de puta. Pero también, para aclarar, hay que señalar que puesto que no es fácil que los hijos de las putas asuman esa proveniencia –una madre es, sea como fuere una madre, y en todos los casos está colocada en un altar, sobre todo si ha sido fiel a su condición y amorosa en sus cuidados– no se sabe quiénes lo son y quiénes no lo son, razón por la cual queda probado que el artículo indefinido “un” no se refiere a las relaciones de parentesco (ignoro si Claude Lévi-Strauss atiende a este punto en sus célebres estudios) sino a comportamientos y actitudes reprobables, de manera que en realidad se aplica sobre todo a hijos de madres que pueden o no ejercer, en principio, la noble profesión del putazgo.
No es poca cosa el universo de implícitos que acompaña a esta expresión sobre todo cuando tiene una clara intención ofensiva. Ante todo, es evidente que el destinatario inmediato es herido porque su carácter de hijo es menos puesto en cuestión que la índole de su mamá; es a ella a la que se ataca en la idea de que ser puta es algo muy feo, tanto que el hijo no podría defenderla ni reivindicarla; si arguyera “mi madre no es una puta” tendría que demostrarlo para lo cual es probable que no le dieran tiempo pues el insulto es veloz, se parece a una flecha que un arquero arroja con habilidad y que pega en el blanco. Pero además, al atribuir a la madre el ser puta se está diciendo que el hijo no tiene padre y, más grave todavía, que acaso tenga tantos padres como su madre ha atendido en una jornada muy pesada de trabajo. Y si un hombre no tiene padre no tiene referente, no tuvo continente, es un ser que porque anda a la deriva es capaz de cometer cualquier felonía, canallada, traición, asesinato por la espalda, robo a mano armada, ser fascista, violador, golpear mujeres, ser cruel con los animales y con las viejitas, etcétera.
Estos alcances de la expresión no son inverosímiles ni fantasiosos: se recortan sobre valores instalados en la sociedad, en especial en cuanto a los roles atribuidos a padre y madre. Por un lado se conoce de qué manera se practica un culto a la madre en muchos países y cómo la canción popular se ha hecho cargo de él pero, verbalmente, la palabra sufre muchos ataques semánticos; así, ha adquirido fama universal “Madres de Plaza de Mayo”, una culminación del ser maternal, pero no es lo mismo cuando se la invoca para referirse a la guerra, “madre de todas las batallas” se dice; cuando en México se ataca a alguien se le aplica una “madriza”, curiosamente, “de padre y señor mío” y cuando se lo quiere desbaratar se lo “madrea”; igualmente, es un grave insulto “chinga a tu madre”, con perfume del peor de los incestos, por no hablar del desagradable “huele a madres”, aplicado a sustancias en descomposición o impresentables corporales; en cambio, la expresión “de puta madre”, que reúne los dos conceptos, es un elogio mayúsculo; en suma, la palabra “madre”, lo mismo que ocurre con ella en la vida real, se presta para servicios varios, no muy reverenciales en muchos momentos o en muchos usos mientras que “padre” es siempre un elogio y en el aumentativo un superelogio, “padrísimo” se califica sentenciosamente.
La expresión “hijo de puta”, para volver al tema, se ha impuesto aunque no se la emplea con naturalidad en todos los lugares por igual; sin embargo, cuando la confianza suelda la conversación o las urgencias derrotan a los miramientos aparece definiendo muy bien las cosas, hasta en lo político, incluso internacional: interrogado un secretario de Estado norteamericano sobre un dictadorzuelo latinoamericano declaró muy llanamente “es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, frase que no emplearía tal vez en el Congreso ni en la Asamblea de las Naciones Unidas, pero que acompaña toda necesidad de calificación sincera, claro que en el peor de los sentidos.
Por Noé Jitrik
Nadie discutiría que el uso es rey en materia de lenguaje. Se empieza a hablar de cierto modo, con acierto o con error, y por una suerte de destino lingüístico, los cambios se imponen y entran a formar parte de la norma, volver atrás es muy difícil. Los ejemplos históricos son tan abundantes que sin ellos no se comprendería cómo un idioma pudo haber adquirido el aspecto que tiene actualmente y que parece inamovible.
Sin embargo, el uso, con acierto o error, sigue palpitando y es como si quisiera seguir modificando lo establecido. Es arduo luchar contra él: uno de los rasgos fundamentales de la moral del uso es que aguanta todo lo que las normas preexistentes le quieren obligar a respetar; el uso se mofa y se destina a un triunfo glorioso que consistiría en imponerse, tal como ha ocurrido históricamente. Siempre ha ocurrido y ahora también. Sería una tarea gigantesca registrar y dar cuenta de los usos que están preparando sus ataques a la gramática, pero algunos sobresalen, tienen más chances aunque sus posibilidades de triunfo no sean demasiado claras.
Uno de ellos, y me divierte consignarlo, es la resistencia a usar el potencial cuando corresponde y la naturalidad con que se lo usa cuando es impropio; es corriente decir –lo hacen incluso escritores muy refinados “si yo hubiera hecho tal cosa hubiese logrado tal otra”, como si creyeran que es más elegante emplear esa variante gramatical en lugar del más preciso “habría” y, por el contrario, no faltan quienes dicen “si yo habría hecho tal cosa hubiera logrado tal otra”. Que se produzcan cacofonías parece no importar demasiado, no ya el atentado a la gramática cuyas formulaciones costaron lágrimas durante siglos.
Por cierto, los que amamos la lengua reaccionamos contra disparates semejantes, pero se puede vaticinar que seremos derrotados aunque por ahora a quienes los cometen les basta con decir, no sin arrogancia, “¡yo digo así y qué!”.
Otro uso que me provoca erupciones –aunque también sé que el disminuido ejército de quienes militamos en la sensibilidad lingüística será fatalmente vencido– es el del “donde” en lugar del relativo “que”. Así, periodistas, escritores, políticos, locutores de radio y televisión, ensayistas y vendedores de baratijas lo emplean con soltura en frases como ésta: “Una afirmación doctrinaria donde se sostiene que...”, en lugar del más simple “una afirmación doctrinaria que sostiene que...”, o bien “el interés nacional donde los particulares se niegan a contribuir”, en lugar del más directo y preciso “el interés nacional al que los particulares se niegan a contribuir”. ¿De dónde, precisamente, salió ese uso del “donde” cuya proliferación provoca el espanto de correctores y que ha dado nombre a una epidemia designada como “dondismo”? No lo sé y no es un tema que me obsesione o me llame la atención como, en cambio, la universal presencia de la expresión “hijo de puta”, no sólo en castellano sino también en otras lenguas, el inglés por ejemplo, y de uso ya muy remoto: llegó alguna vez, quizás en el Renacimiento, época fértil en putas, para quedarse; dados sus alcances resulta indispensable para injuriar o para denigrar, es tan grande su poder de afirmación que quien recibe ese tratamiento queda congelado, como tocado por un rayo.
Lo curioso es que también se emplea para elogiar en ciertos lugares, momentos y cualidades de quien es objeto de su aplicación; la diferencia es muy sutil: una cosa es decirle, admirativamente “¡qué hijo de puta!” a alguien cuya inteligencia o astucia o habilidad le han permitido obtener algo importante, un pensamiento, o una ventaja o un hallazgo no previsto por quien emite la exclamación que conlleva un juicio positivo, en buena teoría de la argumentación, y otra, cuando se enuncia, fríamente, “es un hijo de puta”. Esta distinción, entre un modesto aunque enfático “qué” y un casi anónimo “un”, es importante y en la práctica comunicativa funciona puesto que como elogio ennoblece una relación y la hace admirativa y, por el otro lado, como insulto, descalifica terminantemente, sin remisión.
Estas variantes han sido estudiadas, claro que no en círculos académicos, pero le han dado a la expresión una especie de carta de ciudadanía para regocijo de quienes aprecian la creatividad lingüística.
Pero, ¿qué alcances tiene la expresión o, dicho de otro modo, qué se quiere decir cuando se la emplea? En principio, y como para aclarar un poco las cosas, se diría que el hijo de una puta, como hecho físico, no es necesariamente “un” hijo de puta. Pero también, para aclarar, hay que señalar que puesto que no es fácil que los hijos de las putas asuman esa proveniencia –una madre es, sea como fuere una madre, y en todos los casos está colocada en un altar, sobre todo si ha sido fiel a su condición y amorosa en sus cuidados– no se sabe quiénes lo son y quiénes no lo son, razón por la cual queda probado que el artículo indefinido “un” no se refiere a las relaciones de parentesco (ignoro si Claude Lévi-Strauss atiende a este punto en sus célebres estudios) sino a comportamientos y actitudes reprobables, de manera que en realidad se aplica sobre todo a hijos de madres que pueden o no ejercer, en principio, la noble profesión del putazgo.
No es poca cosa el universo de implícitos que acompaña a esta expresión sobre todo cuando tiene una clara intención ofensiva. Ante todo, es evidente que el destinatario inmediato es herido porque su carácter de hijo es menos puesto en cuestión que la índole de su mamá; es a ella a la que se ataca en la idea de que ser puta es algo muy feo, tanto que el hijo no podría defenderla ni reivindicarla; si arguyera “mi madre no es una puta” tendría que demostrarlo para lo cual es probable que no le dieran tiempo pues el insulto es veloz, se parece a una flecha que un arquero arroja con habilidad y que pega en el blanco. Pero además, al atribuir a la madre el ser puta se está diciendo que el hijo no tiene padre y, más grave todavía, que acaso tenga tantos padres como su madre ha atendido en una jornada muy pesada de trabajo. Y si un hombre no tiene padre no tiene referente, no tuvo continente, es un ser que porque anda a la deriva es capaz de cometer cualquier felonía, canallada, traición, asesinato por la espalda, robo a mano armada, ser fascista, violador, golpear mujeres, ser cruel con los animales y con las viejitas, etcétera.
Estos alcances de la expresión no son inverosímiles ni fantasiosos: se recortan sobre valores instalados en la sociedad, en especial en cuanto a los roles atribuidos a padre y madre. Por un lado se conoce de qué manera se practica un culto a la madre en muchos países y cómo la canción popular se ha hecho cargo de él pero, verbalmente, la palabra sufre muchos ataques semánticos; así, ha adquirido fama universal “Madres de Plaza de Mayo”, una culminación del ser maternal, pero no es lo mismo cuando se la invoca para referirse a la guerra, “madre de todas las batallas” se dice; cuando en México se ataca a alguien se le aplica una “madriza”, curiosamente, “de padre y señor mío” y cuando se lo quiere desbaratar se lo “madrea”; igualmente, es un grave insulto “chinga a tu madre”, con perfume del peor de los incestos, por no hablar del desagradable “huele a madres”, aplicado a sustancias en descomposición o impresentables corporales; en cambio, la expresión “de puta madre”, que reúne los dos conceptos, es un elogio mayúsculo; en suma, la palabra “madre”, lo mismo que ocurre con ella en la vida real, se presta para servicios varios, no muy reverenciales en muchos momentos o en muchos usos mientras que “padre” es siempre un elogio y en el aumentativo un superelogio, “padrísimo” se califica sentenciosamente.
La expresión “hijo de puta”, para volver al tema, se ha impuesto aunque no se la emplea con naturalidad en todos los lugares por igual; sin embargo, cuando la confianza suelda la conversación o las urgencias derrotan a los miramientos aparece definiendo muy bien las cosas, hasta en lo político, incluso internacional: interrogado un secretario de Estado norteamericano sobre un dictadorzuelo latinoamericano declaró muy llanamente “es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, frase que no emplearía tal vez en el Congreso ni en la Asamblea de las Naciones Unidas, pero que acompaña toda necesidad de calificación sincera, claro que en el peor de los sentidos.
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Ser viejo
El fenómeno de la nueva ancianidad bajo la óptica de la filosofía y la sociología modernas. Por qué la vejez dejó de ser sinónimo de autoridad y sabiduría. Un ensayo sin concesiones de Diana Cohen Agrest sobre los cambios culturales que afectan a la tercera edad
Noticias de ADN Cultura
Diana Cohen Agrest
Para LA NACION - Buenos Aires, 2009
El día que sean invitados a un congreso desde el extranjero, se hagan cargo de todos sus gastos y sean recibidos en el aeropuerto... es porque están viejos-, sentenció cierta vez un experimentado profesor universitario ante sus alumnos. De allí en más, esta muestra de humor corrosivo sería el consuelo que me acompañaría en cada uno de mis esforzados desplazamientos académicos.
Años más tarde, vuelvo a encontrar al profético docente en una velada social. Remedando sus palabras, le cuento que las invitaciones all inclusive que, finalmente, estaba recibiendo tras años de perseverancia eran la prueba irrefutable de su hipótesis prudencial. Para mi sorpresa, y con una bien ganada autosuficiencia, replica entonces que el paso del tiempo lo había obligado a reformular su teoría original: "El día que ya ni te vayan a buscar al aeropuerto ni se hagan cargo de todos tus gastos y ni siquiera te inviten, ese día, ¡es la prueba de que estás realmente vieja!"
En la Antigüedad, cuando el anciano era una rara avis, era venerado como una fuente sapiencial indisolublemente ligada a cierta superioridad moral certificada por su madurez. Hoy por hoy, en un mundo demográficamente envejecido en el que se asienta una cultura que idolatra tanto la belleza y la juventud como oculta la fealdad y la vejez, no se desea ser perturbado por nada que nos recuerde nuestra finitud. El costo social de esta huída es una progresiva invisibilización de una franja etaria en una sociedad que, a mayor cantidad de viejos, menos sabe qué hacer con ellos. No es por azar que los eufemismos para aludir a este colectivo se multipliquen como los panes y los peces: "abuelos", "adultos mayores", "tercera edad" y hasta "cuarta edad"... en un intento de cubrir con un manto de respetabilidad a quienes el rechazo cultural hace de los así aludidos, uno de los grupos más discriminados. Dicha exclusión ilumina las razones que hacen que las reflexiones en torno al envejecer, en nuestra cultura mediática, suelan ser marginales pues, a manera de síntoma, ellas reflejan el rostro oculto de aquello que nos resistimos a aceptar.
Aun cuando admitamos que muchos de los prejuicios son la expresión de condicionamientos culturales, el imaginario social de la vejez hunde sus raíces en las circunstancias que hasta hace poco sellaban esta etapa de la vida atravesada por el tiempo y por una carnalidad despojada de todo glamour. De allí la necesidad de meditar, a contracorriente, en torno a modelos divergentes en el abordaje del envejecer.
La mirada despiadada
Por cierto, el envejecimiento no es una condición "normal" para el que lo vive, quien se siente cobijado bajo la creencia de que sólo los otros envejecen. Esta autoexclusión narcisista es tan frágil como detectable: una mirada fugaz en el espejo basta para que el cristal le devuelva una imagen marcada por las huellas del tiempo, para comprobar que es y no es el mismo. Es cierto que, en su conciencia, se siente todavía joven, pero la imagen retratada poco o nada tiene que ver con la reflejada en aquellos días más benévolos del pasado, como si ese ritual de cada día le revelara, con crueldad, cierta incoherencia entre el yo joven que lo acompaña desde siempre y ese yo que contempla, consternado, en el cristal. Ese rostro que, con el tiempo, se le ha vuelto extraño.
Este desencuentro aciago entre el yo que se cree ser y el que se es condujo a cierto consenso en el imaginario colectivo acerca de que el envejecimiento es un mal incurable. Devoto de una fe ilusoria y consagrado a exorcizar ese mal, aquel que dice "Me siento bien" lo hace porque ya no se encuentra en un estado óptimo, condición en que uno ni siquiera "se siente": durante las primeras etapas del ciclo vital, el cuerpo lo acompañó como un amigo silencioso. Al envejecer, de aliado se transformó en enemigo, traicionándolo, inclemente, con achaques y limitaciones; devenido una suerte de parásito que ha ido carcomiendo a quien fue en tiempos mejores. Cuanto más siente que las piernas no le responden, que la digestión se le volvió una molestia, que la vista se le nubla; cuanto más siente el cuerpo, más extraño se siente de quien fue, aun cuando continúe siendo el mismo. Y pese a que lo abandona cada vez un poco más, se aferra a él y, a través de él, a la vida.
Por sobre todo, el individuo que envejece se siente cada vez más, más cuerpo y, en el mismo gesto, más desposeído de un mundo donde se va quedando solo. Ciudadano de una patria que ya no es la suya, sus amigos de siempre lo han ido abandonando. Ya ni siquiera lo acompañan sus enemigos, los mismos que le daban algún sentido, siquiera miserable, a sus luchas y fracasos. Por eso se obstina en ese yo que alguna vez existió, cuando no reescribe su propia historia. Pues en una suerte de rememoración tan ficticia como irrefutable, entreteje el arte de la fabulación: si de joven se creyó dotado de aptitudes musicales, el yo social presentará su propio pasado como el de un talento desperdiciado. O si es un veterano de la Guerra Civil Española, podrá alardear de haber sido vecino de cama del Hemingway internado en el hospital militar.
Reconociéndose cautivo de su cuerpo propio, lanzarse fuera de los muros de su acotada geografía, salir de lo normal, alterar su rutina, mudarse, viajar o explorar territorios inexplorados supone los riesgos de enfrentarse con adversarios con los que no se siente capaz de medir sus fuerzas. Esas fronteras no son meramente espaciales. Con el porvenir cancelado, es irrelevante aquella pregunta pueril "¿Qué vas a ser cuando seas grande?". El sucedáneo es "¿Qué hiciste de tu vida?, como si la vida, sinónimo de cambio y devenir, se hubiese petrificado en un pasado hacia el cual no hay ni retorno ni oportunidad de reparación. Prisionero de quien fue, contempla con recelo al joven que todavía es promesa, es más, que todavía es lo que promete ser, porque no ha atravesado el curso del tiempo que se burla de los deseos y aniquila las ilusiones.
Cuando recién despunta la vejez, todavía intenta sostener aquel yo social (aun a sabiendas de que el yo biológico ya no responde como se quisiera). Y todavía vive como imagen especular -interiorizada- de la mirada de los otros. Pero desterrados de esa patria que es el propio tiempo, y a diferencia de los que le siguen, quienes envejecen no sólo envejecen para la mirada de los jóvenes, también envejecen para muchos de sus coetáneos, quienes corren tras los jóvenes y los ideales de la juventud, en el anhelo inútil de que, como por ósmosis, la fuerza y rebeldía juveniles les sean transmitidas, añorando esa edad presuntamente dorada (y olvidando que, en verdad, se trata de un período crítico de la vida, plagado de conflictos y temores).
En un texto sin paliativos, Revuelta y resignación. Acerca del envejecer, el pensador existencialista Jean Améry describe, en estos términos, al viejo que, vanagloriándose de su actitud positiva, aspira a mantenerse joven entre jóvenes: si se viste y se expresa como aquellos a quienes emula, simulará compartir las bondades de la juventud. Si el viejo renuncia al espíritu de sus propios tiempos y logra mimetizarse con los modelos contemporáneos, se dirá de él que es dueño de "una mentalidad abierta", pero a costa de sentir en carne propia su anacronismo. Obligado a vivir en un mundo que no es aquel en el cual él creció. Pero como esos modelos se renuevan cada vez más aceleradamente, está condenado a saberse cada vez más distante de las vanguardias.
Otra respuesta posible es cosechar lo vivido, creerse más allá del bien y del mal, sintiéndose finalmente liberado de la tiranía de modas pasajeras (otra forma de autoengaño), como si la experiencia ganada, pero sobre todo sufrida, otorgara el título de maestro de vida que hasta parecería autorizar cierto maltrato a los demás. Es el caso de quien murmura, entre dientes, "Todo tiempo pasado fue mejor", sin reconocer que (parafraseando a Borges) le tocó vivir, como a todos los hombres, en el peor de los tiempos.
No son las únicas respuestas existenciales a la vejez. También hay otras que, sin caer
El fenómeno de la nueva ancianidad bajo la óptica de la filosofía y la sociología modernas. Por qué la vejez dejó de ser sinónimo de autoridad y sabiduría. Un ensayo sin concesiones de Diana Cohen Agrest sobre los cambios culturales que afectan a la tercera edad
Noticias de ADN Cultura
Diana Cohen Agrest
Para LA NACION - Buenos Aires, 2009
El día que sean invitados a un congreso desde el extranjero, se hagan cargo de todos sus gastos y sean recibidos en el aeropuerto... es porque están viejos-, sentenció cierta vez un experimentado profesor universitario ante sus alumnos. De allí en más, esta muestra de humor corrosivo sería el consuelo que me acompañaría en cada uno de mis esforzados desplazamientos académicos.
Años más tarde, vuelvo a encontrar al profético docente en una velada social. Remedando sus palabras, le cuento que las invitaciones all inclusive que, finalmente, estaba recibiendo tras años de perseverancia eran la prueba irrefutable de su hipótesis prudencial. Para mi sorpresa, y con una bien ganada autosuficiencia, replica entonces que el paso del tiempo lo había obligado a reformular su teoría original: "El día que ya ni te vayan a buscar al aeropuerto ni se hagan cargo de todos tus gastos y ni siquiera te inviten, ese día, ¡es la prueba de que estás realmente vieja!"
En la Antigüedad, cuando el anciano era una rara avis, era venerado como una fuente sapiencial indisolublemente ligada a cierta superioridad moral certificada por su madurez. Hoy por hoy, en un mundo demográficamente envejecido en el que se asienta una cultura que idolatra tanto la belleza y la juventud como oculta la fealdad y la vejez, no se desea ser perturbado por nada que nos recuerde nuestra finitud. El costo social de esta huída es una progresiva invisibilización de una franja etaria en una sociedad que, a mayor cantidad de viejos, menos sabe qué hacer con ellos. No es por azar que los eufemismos para aludir a este colectivo se multipliquen como los panes y los peces: "abuelos", "adultos mayores", "tercera edad" y hasta "cuarta edad"... en un intento de cubrir con un manto de respetabilidad a quienes el rechazo cultural hace de los así aludidos, uno de los grupos más discriminados. Dicha exclusión ilumina las razones que hacen que las reflexiones en torno al envejecer, en nuestra cultura mediática, suelan ser marginales pues, a manera de síntoma, ellas reflejan el rostro oculto de aquello que nos resistimos a aceptar.
Aun cuando admitamos que muchos de los prejuicios son la expresión de condicionamientos culturales, el imaginario social de la vejez hunde sus raíces en las circunstancias que hasta hace poco sellaban esta etapa de la vida atravesada por el tiempo y por una carnalidad despojada de todo glamour. De allí la necesidad de meditar, a contracorriente, en torno a modelos divergentes en el abordaje del envejecer.
La mirada despiadada
Por cierto, el envejecimiento no es una condición "normal" para el que lo vive, quien se siente cobijado bajo la creencia de que sólo los otros envejecen. Esta autoexclusión narcisista es tan frágil como detectable: una mirada fugaz en el espejo basta para que el cristal le devuelva una imagen marcada por las huellas del tiempo, para comprobar que es y no es el mismo. Es cierto que, en su conciencia, se siente todavía joven, pero la imagen retratada poco o nada tiene que ver con la reflejada en aquellos días más benévolos del pasado, como si ese ritual de cada día le revelara, con crueldad, cierta incoherencia entre el yo joven que lo acompaña desde siempre y ese yo que contempla, consternado, en el cristal. Ese rostro que, con el tiempo, se le ha vuelto extraño.
Este desencuentro aciago entre el yo que se cree ser y el que se es condujo a cierto consenso en el imaginario colectivo acerca de que el envejecimiento es un mal incurable. Devoto de una fe ilusoria y consagrado a exorcizar ese mal, aquel que dice "Me siento bien" lo hace porque ya no se encuentra en un estado óptimo, condición en que uno ni siquiera "se siente": durante las primeras etapas del ciclo vital, el cuerpo lo acompañó como un amigo silencioso. Al envejecer, de aliado se transformó en enemigo, traicionándolo, inclemente, con achaques y limitaciones; devenido una suerte de parásito que ha ido carcomiendo a quien fue en tiempos mejores. Cuanto más siente que las piernas no le responden, que la digestión se le volvió una molestia, que la vista se le nubla; cuanto más siente el cuerpo, más extraño se siente de quien fue, aun cuando continúe siendo el mismo. Y pese a que lo abandona cada vez un poco más, se aferra a él y, a través de él, a la vida.
Por sobre todo, el individuo que envejece se siente cada vez más, más cuerpo y, en el mismo gesto, más desposeído de un mundo donde se va quedando solo. Ciudadano de una patria que ya no es la suya, sus amigos de siempre lo han ido abandonando. Ya ni siquiera lo acompañan sus enemigos, los mismos que le daban algún sentido, siquiera miserable, a sus luchas y fracasos. Por eso se obstina en ese yo que alguna vez existió, cuando no reescribe su propia historia. Pues en una suerte de rememoración tan ficticia como irrefutable, entreteje el arte de la fabulación: si de joven se creyó dotado de aptitudes musicales, el yo social presentará su propio pasado como el de un talento desperdiciado. O si es un veterano de la Guerra Civil Española, podrá alardear de haber sido vecino de cama del Hemingway internado en el hospital militar.
Reconociéndose cautivo de su cuerpo propio, lanzarse fuera de los muros de su acotada geografía, salir de lo normal, alterar su rutina, mudarse, viajar o explorar territorios inexplorados supone los riesgos de enfrentarse con adversarios con los que no se siente capaz de medir sus fuerzas. Esas fronteras no son meramente espaciales. Con el porvenir cancelado, es irrelevante aquella pregunta pueril "¿Qué vas a ser cuando seas grande?". El sucedáneo es "¿Qué hiciste de tu vida?, como si la vida, sinónimo de cambio y devenir, se hubiese petrificado en un pasado hacia el cual no hay ni retorno ni oportunidad de reparación. Prisionero de quien fue, contempla con recelo al joven que todavía es promesa, es más, que todavía es lo que promete ser, porque no ha atravesado el curso del tiempo que se burla de los deseos y aniquila las ilusiones.
Cuando recién despunta la vejez, todavía intenta sostener aquel yo social (aun a sabiendas de que el yo biológico ya no responde como se quisiera). Y todavía vive como imagen especular -interiorizada- de la mirada de los otros. Pero desterrados de esa patria que es el propio tiempo, y a diferencia de los que le siguen, quienes envejecen no sólo envejecen para la mirada de los jóvenes, también envejecen para muchos de sus coetáneos, quienes corren tras los jóvenes y los ideales de la juventud, en el anhelo inútil de que, como por ósmosis, la fuerza y rebeldía juveniles les sean transmitidas, añorando esa edad presuntamente dorada (y olvidando que, en verdad, se trata de un período crítico de la vida, plagado de conflictos y temores).
En un texto sin paliativos, Revuelta y resignación. Acerca del envejecer, el pensador existencialista Jean Améry describe, en estos términos, al viejo que, vanagloriándose de su actitud positiva, aspira a mantenerse joven entre jóvenes: si se viste y se expresa como aquellos a quienes emula, simulará compartir las bondades de la juventud. Si el viejo renuncia al espíritu de sus propios tiempos y logra mimetizarse con los modelos contemporáneos, se dirá de él que es dueño de "una mentalidad abierta", pero a costa de sentir en carne propia su anacronismo. Obligado a vivir en un mundo que no es aquel en el cual él creció. Pero como esos modelos se renuevan cada vez más aceleradamente, está condenado a saberse cada vez más distante de las vanguardias.
Otra respuesta posible es cosechar lo vivido, creerse más allá del bien y del mal, sintiéndose finalmente liberado de la tiranía de modas pasajeras (otra forma de autoengaño), como si la experiencia ganada, pero sobre todo sufrida, otorgara el título de maestro de vida que hasta parecería autorizar cierto maltrato a los demás. Es el caso de quien murmura, entre dientes, "Todo tiempo pasado fue mejor", sin reconocer que (parafraseando a Borges) le tocó vivir, como a todos los hombres, en el peor de los tiempos.
No son las únicas respuestas existenciales a la vejez. También hay otras que, sin caer
domingo, 15 de noviembre de 2009
sábado, 14 de noviembre de 2009
Premio Clarín Novela para un relato policial Archivo 2005
Lo ganó Claudia Piñeiro, por “Las viudas de los jueves”. La obra, un retrato de una clase social enriquecida en los 90, fue elegida entre 1.367 trabajos. El jurado lo integraron el Nobel de Literatura José Saramago, Rosa Montero y Eduardo Belgrano Rawson.
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Un prestigioso jurado, integrado por el Premio Nobel de Literatura 1998, el portugués José Saramago, la española Rosa Montero y el argentino Eduardo Belgrano Rawson consagró esta noche a Claudia Piñeiro como ganadora de la octava edición del Premio Clarín de Novela. Su obra, “Las viudas de los jueves”, fue elegida entre los 1.367 trabajos inéditos que participaron del certamen literario.
El premio -dotado con una recompensa de cien mil pesos y la publicación de la obra ganadora por el sello Alfaguara- se entregó en el auditorio del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba). Allí también fueron distinguidas otras dos obras: “Ojo por Diente”, de Sara Zapata Valeija (Primera Mención), y “La Mala espera”, de Marcelo Luján (Segunda Mención del Jurado).
“Las viudas de los jueves” traza un retrato irónico de una clase social enriquecida en la década menemista, en los 90. Es un relato policial plagado de crímenes, traiciones e hipocresía, que transcurren mientras el país se sumerge en una profunda crisis socio-económica.
Uno de los miembros del jurado, el Premio Nobel de Literatura José Saramago, no ahorró en elogios para la obra ganadora. Dijo que es “una novela ágil, escrita en un lenguaje perfectamente adecuado al tema”. Y consideró que consiste en “un análisis implacable de un microcosmos social, en acelerado proceso de decadencia”.
En tanto, la escritora y periodista Rosa Montero señaló que “Las viudas de los jueves” es una “novela coral, sólida y solvente”, escrita con un “agudísimo retrato psicológico y social”. Así, sostuvo que es un reflejo de lo que ocurre “no sólo en la Argentina de hoy, sino en el mundo acomodado occidental”.
“Es una historia atrapante, de ritmo cinematográfico, sobre una clase social a la cual desnuda sin piedad, con la contundencia de un impacto en el estómago”, resumió a su turno el autor y periodista argentino Eduardo Belgrano Rawson.
La novela de Piñeiro se distinguió entre las 1.367 obras inéditas que se presentaron en la octava edición del Premio Clarín de Novela. Una cifra récord para este certamen, que superó ampliamente la convocatoria del año 2000, cuando se participaron 937 originales.
En esta edición participaron novelas de la Argentina y de países hispanoamericanos como Chile, Uruguay, Colombia, México, Nicaragua, Perú, Puerto Rico y España. Pero también llegaron trabajos desde Brasil, Portugal, Francia, Israel, Austria y Estados Unidos.
Los ganadores de las ediciones anteriores
El Premio Clarín de Novela se entrega desde 1998. En su primera edición la novela ganadora fue “Una noche con Sabrina Love”, de Pedro Mairal. Un año más tarde, esta historia saltó a la pantalla grande: fue dirigida por Alejandro Agresti y protagonizada por Cecilia Roth.
La ganadora de 1999 fue “Inglaterra, una fábula”, de Leopoldo Brizuela. Esta obra, elegida de forma unánime, relata hechos históricos con imaginación, inteligencia y creatividad. Un año después, en 2000, la elegida fue “Se esconde tras los ojos”, de Pablo Toledo.
“Memorias del río inmóvil”, de Cristina Feijoo, resultó consagrada en la edición de 2001. Su novela giraba alrededor de la militancia, el exilio, la represión y la identidad, características de la década del 70.
En 2002, el premio fue para María Guadalupe Henestrosa por “Las ingratas”: una ficción sobre la inmigración española. Mientras que en 2003, la novela “Perdida en el momento”, de Patricia Suárez, se quedó con la sexta edición del certamen.
La última ganadora del premio (en 2004) había sido Angela Pradello, por su novela “El lugar del padre”, una obra de trama delicada trama que crece y se desarrolla a través de pequeñas escenas de la vida cotidiana.
La ganadora
Claudia Piñeiro nació en 1960. En 1983 se recibió de contadora pública, en la UBA. Pero diez años después, abandonó su profesión en la economía y se dedicó a escribir. Desde entonces, trabajó como periodista, dramaturga y guionista de televisión. En 1992 ganó el premio Pléyade a la mejor nota periodística publicada ese año en revistas femeninas.
Entre otras obras, escribió la novela policial “Tuya” (finalista del premio Planeta de Novela 2003, publicada por Colihue); “Un ladrón entre nosotros” (Premio Latinoamericano Norma-Fundalectura de Literatura Infantil y Juvenil, publicada por Norma y traducida a varios idiomas), del relato “Serafín, el escritor y la bruja” (Editorial Edebé de Barcelona), y de cuentos y narraciones con los que ha sido finalista en varios concursos internacionales.
Lo ganó Claudia Piñeiro, por “Las viudas de los jueves”. La obra, un retrato de una clase social enriquecida en los 90, fue elegida entre 1.367 trabajos. El jurado lo integraron el Nobel de Literatura José Saramago, Rosa Montero y Eduardo Belgrano Rawson.
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Un prestigioso jurado, integrado por el Premio Nobel de Literatura 1998, el portugués José Saramago, la española Rosa Montero y el argentino Eduardo Belgrano Rawson consagró esta noche a Claudia Piñeiro como ganadora de la octava edición del Premio Clarín de Novela. Su obra, “Las viudas de los jueves”, fue elegida entre los 1.367 trabajos inéditos que participaron del certamen literario.
El premio -dotado con una recompensa de cien mil pesos y la publicación de la obra ganadora por el sello Alfaguara- se entregó en el auditorio del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba). Allí también fueron distinguidas otras dos obras: “Ojo por Diente”, de Sara Zapata Valeija (Primera Mención), y “La Mala espera”, de Marcelo Luján (Segunda Mención del Jurado).
“Las viudas de los jueves” traza un retrato irónico de una clase social enriquecida en la década menemista, en los 90. Es un relato policial plagado de crímenes, traiciones e hipocresía, que transcurren mientras el país se sumerge en una profunda crisis socio-económica.
Uno de los miembros del jurado, el Premio Nobel de Literatura José Saramago, no ahorró en elogios para la obra ganadora. Dijo que es “una novela ágil, escrita en un lenguaje perfectamente adecuado al tema”. Y consideró que consiste en “un análisis implacable de un microcosmos social, en acelerado proceso de decadencia”.
En tanto, la escritora y periodista Rosa Montero señaló que “Las viudas de los jueves” es una “novela coral, sólida y solvente”, escrita con un “agudísimo retrato psicológico y social”. Así, sostuvo que es un reflejo de lo que ocurre “no sólo en la Argentina de hoy, sino en el mundo acomodado occidental”.
“Es una historia atrapante, de ritmo cinematográfico, sobre una clase social a la cual desnuda sin piedad, con la contundencia de un impacto en el estómago”, resumió a su turno el autor y periodista argentino Eduardo Belgrano Rawson.
La novela de Piñeiro se distinguió entre las 1.367 obras inéditas que se presentaron en la octava edición del Premio Clarín de Novela. Una cifra récord para este certamen, que superó ampliamente la convocatoria del año 2000, cuando se participaron 937 originales.
En esta edición participaron novelas de la Argentina y de países hispanoamericanos como Chile, Uruguay, Colombia, México, Nicaragua, Perú, Puerto Rico y España. Pero también llegaron trabajos desde Brasil, Portugal, Francia, Israel, Austria y Estados Unidos.
Los ganadores de las ediciones anteriores
El Premio Clarín de Novela se entrega desde 1998. En su primera edición la novela ganadora fue “Una noche con Sabrina Love”, de Pedro Mairal. Un año más tarde, esta historia saltó a la pantalla grande: fue dirigida por Alejandro Agresti y protagonizada por Cecilia Roth.
La ganadora de 1999 fue “Inglaterra, una fábula”, de Leopoldo Brizuela. Esta obra, elegida de forma unánime, relata hechos históricos con imaginación, inteligencia y creatividad. Un año después, en 2000, la elegida fue “Se esconde tras los ojos”, de Pablo Toledo.
“Memorias del río inmóvil”, de Cristina Feijoo, resultó consagrada en la edición de 2001. Su novela giraba alrededor de la militancia, el exilio, la represión y la identidad, características de la década del 70.
En 2002, el premio fue para María Guadalupe Henestrosa por “Las ingratas”: una ficción sobre la inmigración española. Mientras que en 2003, la novela “Perdida en el momento”, de Patricia Suárez, se quedó con la sexta edición del certamen.
La última ganadora del premio (en 2004) había sido Angela Pradello, por su novela “El lugar del padre”, una obra de trama delicada trama que crece y se desarrolla a través de pequeñas escenas de la vida cotidiana.
La ganadora
Claudia Piñeiro nació en 1960. En 1983 se recibió de contadora pública, en la UBA. Pero diez años después, abandonó su profesión en la economía y se dedicó a escribir. Desde entonces, trabajó como periodista, dramaturga y guionista de televisión. En 1992 ganó el premio Pléyade a la mejor nota periodística publicada ese año en revistas femeninas.
Entre otras obras, escribió la novela policial “Tuya” (finalista del premio Planeta de Novela 2003, publicada por Colihue); “Un ladrón entre nosotros” (Premio Latinoamericano Norma-Fundalectura de Literatura Infantil y Juvenil, publicada por Norma y traducida a varios idiomas), del relato “Serafín, el escritor y la bruja” (Editorial Edebé de Barcelona), y de cuentos y narraciones con los que ha sido finalista en varios concursos internacionales.
viernes, 13 de noviembre de 2009
George Steiner
El señor de los libros
Es uno de los más grandes críticos literarios del mundo. Llega ahora a la Argentina un libro que compila sus textos más brillantes, publicados en la legendaria revista The New Yorker . Anticipamos "Danubio negro", donde habla de Viena como cuna de los cambios culturales y como caldera del diablo
Noticias de ADN Cultura: Sábado 7 de noviembre de 2009 Por George Steiner
La vanguardia de la sátira es local. La eficacia del autor satírico depende de la precisión, de la densidad circunstancial que tenga el blanco elegido. Como el caricaturista, trabaja cerca de su objeto y aspira a que éste sea reconocido de forma inmediata y sobresaltada. En cierto sentido la sátira aspira no solamente a la destrucción sino también a la autodestrucción. Idealmente, consumiría su tema y de este modo eliminaría la causa de su propia ira. El fuego muere en la ceniza fría. Karl Kraus, de Viena, el maestro de la sátira de nuestra época, dio a su revista el título de Die Fackel (La antorcha), pero no es el único que ha recurrido al motivo del fuego: la llama y la sátira tienen afinidad desde hace mucho tiempo.
En consecuencia, pocas sátiras, verbales o pictóricas, han resultado duraderas. En Aristófanes hay una especie de bufonada de la mente, una payasada de las ideas maravillosamente física, que garantiza una cierta universalidad, pero buena parte, aun de sus mejores comedias, sólo logran hacer reír después de atravesar setos de espino de notas a pie de páginas y explicaciones eruditas. La generalidad de los temas de Juvenal -la guerra entre los sexos, la hipocresía religiosa, la ostentosa vulgaridad del nouveau riche , la corrupción de la política urbana- es tal que eleva su furia a perenne tristeza por lo que atañe al hombre.
Es sorprendente, sin embargo, hasta qué punto Juvenal resiste mejor en cita que en el texto completo. Por la claridad de su argumentación, por la exactitud de la correspondencia entre el escenario satírico y su contraparte político-religiosa, Historia de una bañera sigue siendo la obra maestra de Swift. Ahora sólo los eruditos leen esta feroz invención, precisamente porque supone un conocimiento especializado y estrechamente referencial de la política de Iglesia y partido, de diócesis y gabinete, en la Inglaterra de comienzos del siglo XVIII.
Si los Viajes de Gulliver sobreviven como un clásico, es en buena medida a pesar de sus propósitos satíricos especiales, nuevamente políticos, partidistas -incluso difamatorios-, que subyacen a los relatos. Aquí, de manera casi única, el veneno, que requería precisas identificaciones y reconocimientos, se ha evaporado en la fantasía.
El problema con que se enfrenta todo el que en 1986 quiera acceder a Karl Kraus en cualquier lengua que no sea el alemán vienés o antivienés muy especial es el del localismo, de lo que Henry James habría denominado "el espíritu del lugar". Es el problema de la formidable densidad, del entretejimiento de ilusión efímera, referencia interna de grupo y codificadas presunciones de familiaridad que hay hasta en los escritos de mayor alcance y más apocalípticos de Kraus. Viena en el cambio de siglo, en el período de entreguerras y en víspera de la catástrofe no es meramente el escenario fijo, el polo magnético de la realidad que tiene Kraus; es la constante diaria de su reportaje moral, minuciosamente observador.
Que había en Kraus una arcadia celosamente guardada -un tímido y tenso amor por ciertos refugios de Bohemia y de los Alpes- es seguro. Pero el genio de esta obra, el alimento, siempre abundante, de sus odios líricos, fue una única ciudad, anatomizada, diseccionada, hecha crónica en su vida política, social, artística, periodística, en un escrutinio día a día, desde la década de 1890 hasta 1936, el año de su muerte. La Viena de Kraus es el ámbito total de su sensibilidad, como lo es Dublín para la de James Joyce.
Contemplando a Viena, Kraus fue poseído por la clarividencia. Percibió en su brillo cultural los síntomas de la neurosis, de las fatales tensiones entre "la cultura y su malestar". (La famosa expresión de Freud, un vidente rival, a quien despreciaba, podría ser suya.) En el lenguaje del periodismo vienés, de la charla de salón y de la retórica parlamentaria registró algo enfermizo que estaba invadiendo los centros vitales de la lengua alemana.
Mucho antes que George Orwell y de forma mucho más completa, Karl Kraus relacionó la descomposición en la lucidez, en los valores de verdad, en el personal vigor del discurso privado y público con la descomposición, más en general, de las sociedades políticas centroeuropeas y occidentales. En las angustiadas sátiras de Kraus sobre las falsedades, sobre las actuaciones legales determinadas por la clase, y en particular de la justicia penal, cobra realidad un fustigador repudio del orden burgués en su totalidad. Antes quizá que ningún otro crítico social, Kraus identificó y analizó el trastocamiento de las ideas estéticas en la literatura y en las bellas artes por obra del omnipotente poder de la comercialización, de los medios de comunicación de masas, de los lanzamientos publicitarios.
Sus anatomías del kitsch aún no han sido superadas. Y, de una manera que desafía la explicación racional -en esto se le puede comparar con Kafka-, Kraus percibió en el crepúsculo del viejo régimen europeo y en los demenciales horrores de la Primera Guerra Mundial la venida de una noche todavía más tenebrosa. Al satirizar la ingenua fe en el progreso científico, Kraus pudo establecer en 1909 la proposición, entonces enteramente fantástica (ahora insoportable), de que el progreso de tipo científico-tecnológico "hace monederos con piel humana".
Pero por amplias que sean sus implicaciones, las ocasiones para la profecía que hay en Kraus, los trampolines de su ira, siguen siendo estrictamente locales y temporales. Sus despiadadas críticas y parodias lingüísticas arrancan de algún artículo, con frecuencia trivial, en la prensa diaria, de alguna efímera reseña literaria, de una nota publicitaria o un anuncio.
Las diatribas contra las groseras miopías de la ley de la burocracia tardoimperial o de entreguerras son desencadenadas por alguna oscura acusación en los suburbios o en las zonas deprimidas de la ciudad.
Las polémicas de Kraus, sumamente ambiguas, sobre el tema de la homosexualidad -deploraba que fuera perseguida, al mismo tiempo que temía su clandestina influencia en la política y en las letras- hacen suponer un íntimo conocimiento de ciertos escándalos, casos de calumnia, suicidios bajo la presión de chantaje tanto en la Alemania de los Hohenzollern como en el beau monde vienés.
¿Quién recuerda hoy -y mucho menos lee- a los periodistas, a los críticos teatrales, a los publicistas o a los pedantes académicos que Kraus seleccionó para su implacable censura? ¿Quién recuerda a los expertos forenses, a los criminólogos cuyas complacencias con anteojeras ridiculizó Kraus?
Hasta el opus magnum de Kraus -el titánico drama- collage sobre la Primera Guerra Mundial, titulado Los últimos días de la humanidad y que toma como modelo, soberbiamente, las alegorías de la Walpurgisnacht de la segunda parte del Fausto de Goethe- exige muchas veces un conocimiento no sólo del dialecto y el slang vieneses sino también de las minucias de los hábitos administrativos y sociales del edificio, en pleno hundimiento del imperio austrohúngaro.
Un segundo obstáculo impide acceder hoy a Kraus. Los escritos completos son extensos; los dos volúmenes de cartas íntimas a la baronesa Sidonie Nádhern´y, que fue la gran pasión de su vida, son profundamente reveladores. Pero su genio triturador fue al parecer más manifiesto en sus apariciones personales como lector-recitador de sus propios textos, de sus traducciones de Shakespeare y otros dramaturgos y de poesía, Kraus presentó unas setecientas lecturas en solitario entre 1910 y 1936.
Tenemos numerosos informes -y todos sin resuello- recientes, en las memorias de Canetti) Una pura fuerza de pensamiento, un carisma intelectual-histriónico del virtuosismo más singular emanaba, según parece, de las recitaciones y lecturas de Kraus. Entre 1916 y 1936 adaptó para su interpretación en solitario en alemán trece comedias de Shakespeare. Quienes (aún entre nosotros) estaban entre el público hablan de una multiplicidad de voces, de una tensión y un ritmo dramáticos no igualados en el teatro de verdad.
Las artes de Kraus para la presentación directa incluían la música: con acompañamiento de piano, interpretaba con mímica, canto y palabras, él solo, las operetas de Offenbach, a quien, junto con Johann Nestroy, dramaturgo vienés del siglo XIX y Frank Wedekind, comediógrafo contemporáneo de cabaré, situó en la vanguardia misma de la sátira literaria y social.
Fue Kraus en su atril, en su "Teatro de la poesía y del pensamiento", el que lanzó el mayor hechizo. Como otros grandes profetas y vigilantes en la noche, tenía con el lenguaje una relación más física, más inmediata que ninguna que se pueda fijar escribiendo. Han quedado una o dos fotografías de aficionado de estos dramas de la palabra. No tenemos ninguna grabación.
Son estas distancias, con el hombre y con su medio omniconfigurador, las que hacen que el profesor Harry Zohn, notablemente quijotesco, se esfuerce por conseguir para Kraus un público lector anglohablante más amplio. Half-truths and One-and-a-half Truths (Carcanet) intenta poner ante los lectores ingleses "un mosaico de las opiniones, actitudes e ideas de Karl Kraus tal como las revela en forma de aforismo".
Ahora bien: es totalmente cierto que Kraus podía brindar máximas lapidarias y aforismos mordaces. Pero éstos carecen, sobre todo fuera de contexto, de la persuasiva intensidad y de la presión de pleamar que posee su retórica. Como los poemas de Kraus, sus aforismos se resienten en ocasiones de un deliberado manierismo, de la timidez del sabio.
Hay momentos intensos y sugerentes: "Las sátiras que el censor entiende son prohibidas con toda la razón", "Uno no debe aprender más que lo que necesita absolutamente contra la vida", "ya no tengo colaboradores. Me daban envidia. Repelen a los lectores que quiero perder yo mismo"; el psicoanálisis es esa enfermedad mental para la cual se considera a sí mismo una terapia" (un golpe tan famoso como irrefutable); "no me gusta inmiscuirme en mis asuntos privados", o el hallazgo tan en consonancia con las máximas de La Rochefoucauld, "la ingratitud es a menudo desproporcionada con respecto al beneficio recibido".
Con harta frecuencia, sin embargo, las máximas extraídas y agrupadas por el profesor Zohn pueden relegarse sin más al olvido. ¿Qué hay más banal que la proposición según la cual "se considera normal venerar la virginidad en general y ansiar su destrucción en particular"? ¿Necesitamos que el reprobador del sentimentalismo nos diga que "el amor y el arte no abrazan lo que es bello sino lo que ese abrazo hace bello"? Cuán hueca es la autodramatización del alarde de Kraus "yo y la vida: la disputa se resolvió caballerosamente. Los adversarios se separaron sin haber hecho las paces". Cuán forzada es la declaración "muchos comparten mis opiniones conmigo. Pero yo no las comparto con ellos".
¿Y podría haber una generalidad más fácil de refutar que la afirmación de que "un poema es bueno hasta que uno sabe de quién es" (y esto lo dice un ardiente, aunque torpe, traductor de los sonetos de Shakespeare)? Sin su contexto, ¿qué tiene que pensar el lector de algo que en realidad no es un aforismo de Kraus sino una variación sobre la más universal de las citas: "Señor, perdónalos, porque no saben lo que hacen"?
Es muy posible que el más célebre de los dichos breves de Kraus sea también el más controvertido: "Respecto a Hitler, no se me ocurre nada que decir". El profeta se quedó sin habla ante la pesadilla de la realización de sus peores temores. Anotada a finales de la primavera o principios del verano de 1933, esta abstención del discurso, esta despedida de la elocuencia, revela un terrible hastío. Los cientos de representaciones públicas, los treinta y siete volúmenes de Fackel , la atormentada salida y marginal regreso de Kraus al judaísmo (la cuestión sigue envuelta en la oscuridad) habían sido inútiles. Un zafio infierno estaba a punto de engullir a la civilización europea y, más especialmente, a la lengua alemana, que Kraus había amado y por la que había luchado.
"La lengua es la única quimera cuyo ilusorio poder es infinito, algo inagotable que impide que la vida se empobrezca", había escrito. "Que los pobres aprendan a servir a la lengua." Ahora, el instrumento elegido de Kraus, la única vara de zahorí de la verdad que el hombre pensante tiene a su alcance, se convertiría en estridente megáfono de lo inhumano. Ante Hitler, un antimaestro de la palabra más despiadado que él -un actor, un recitador más hipnótico-, Kraus se quedó callado.
En algún nivel muy profundo de su semiconciencia tal vez percibió en Hitler la imagen, monstruosamente distorsionada pero también paródica, de sus propios talentos. Ahora se encontraba a sí mismo entre la bola de cristal y el espejo y enmudecía.
En realidad el gas mefítico del nazismo había empezado a burbujear en Austria. Fue en las calles de Viena, antes de 1914, donde Adolf Hitler se nutrió hasta saciarse de las teorías raciales, los histéricos resentimientos y el antisemitismo que habrían de componer su demonología. Cuando el nazismo volvió a Viena, en la primavera de 1938, la acogida que le fue dispensada excedió en fervor incluso a la recibida en Alemania. Unas formas fantasmales de nacionalsocialismo, un latido apenas atenuado de antisemitismo y una singular infusión de oscurantismo, en parte eclesiástica, en parte rural, siguen caracterizando el clima de conciencia en la Austria de Kurt Waldheim. Es este caldero de brujas el que provoca las implacables acusaciones y las sátiras de Thomas Bernhard.
A diferencia de Kraus, Bernhard es principalmente un escritor de ficción: de novelas, relatos y obras para radio. Prolífico y desigual, en sus mejores momentos es el artesano más destacado de la prosa alemana después de Kafka y Musil. Amras (todavía no traducida al inglés), The Lime Works (traducida por Sophie Wilkins y recientemente reeditada por la Unversity of Chicago Press, que ha sacado también otras dos novelas de Bernhard) y la aún no traducida Frost crearon un paisaje angustioso tan detallado, tan precisamente imaginado, como ningún otro en la literatura moderna.
Los bosques tenebrosos, los torrentes precipitados pero con frecuencia contaminados, las aldeas empapadas y malignas de Carinthia -la misteriosa región de Austria en la que Bernhard vive su vida totalmente privada- se transmutaron en el escenario de un infierno de poca monta. Aquí, la ignorancia humana, los aborrecimientos arcaicos, la brutalidad sexual y el fingimiento social prosperan como víboras. Increíblemente, Bernhard llegó a extender esta visión nocturna, fríamente histérica, a las mayores alturas de la cultura moderna. Su novela sobre Wittgenstein, Correction (disponible en tapa blanda en Vintage), es uno de los logros más sobresalientes de la literatura de posguerra. Su Der Unterghe r (no traducido al inglés), un relato centrado en la mística y el genio de Glenn Gould, trata de descubrir los poderes frenéticos de la música y el enigma de un talento para la suprema interpretación. La musicología, la obsesión erótica y la tónica de autodesprecio característica de Bernhard confieren fuerza persuasiva a la novela Concrete (otro de los volúmenes de la Universidad de Chicago).
Entre estas cimas hay demasiados relatos y guiones que se imitan a sí mismos, automáticamente sombríos. Sin embargo, incluso cuando Thomas Bernhard es inferior a sí mismo es inconfundible el estilo. Heredero de la pureza marmórea de la prosa narrativa de Kleist y de la vibración del terror y el surrealismo de Kafka, Bernhard ha convertido en un instrumento totalmente adecuado a sus propósitos de severa censura la frase corta, una sintaxis impersonal, aparentemente oficiosa, y el despojamiento de las palabras concretas hasta dejarlas en sus huesos radicales. Las primeras novelas de Beckett darán al lector inglés alguna aproximación a la técnica de Bernhard. Pero incluso en lo más desolado de Beckett hay risa.
Nacido en 1931, Bernhard pasó su infancia y su adolescencia en la Austria prenazi y nazi. La fealdad, la chillona mendacidad de aquella experiencia han marcado la totalidad de su visión. De 1975 a 1982, Bernhard publicó cinco estudios autobiográficos. Cubren la época que se extiende desde su nacimiento hasta sus veinte años. Recogidos ahora en una secuencia continua, estos recuerdos constituyen Gathering Evidence (Knopf).
Narran los primeros años de un hijo ilegítimo recogido y criado por unos excéntricos abuelos. Son la crónica de los odiosos años escolares de Bernhard bajo un sistema sádicamente represivo, dirigido primero por sacerdotes católicos, luego por nazis, después nuevamente por sacerdotes; queda bien patente que no hay gran diferencia entre unos y otros. La sección titulada "The Cellar" narra con paralizante detalle las experiencias del joven Bernhard en Salzburgo cuando la ciudad estaba siendo bombardeada por las Fuerzas Aéreas aliadas.
Los años de la inmediata posguerra fueron un oasis para Bernhard, que pasó a trabajar como aprendiz y dependiente con un tendero vienés y fue testigo de la temporal turbación de los nazis, ahora de forma tan repentina y sorprendente convertidos a la democracia. Mientras hace recados para su abuelo moribundo, el viejo tigre anticlerical y anarquista al que Bernhard quería como no había querido a nadie cercano a él, el joven, de dieciocho años, cae enfermo.
Es confiado a un pabellón hospitalario para seniles y moribundos. (Estos pabellones se harán perennes en sus novelas posteriores y en el inspirado libro -en parte realidad, en parte invención- El sobrino de Wittgenstein .) En el hospital, Bernhard contrae la tuberculosis. En el umbral de la vida adulta, se encuentra sentenciado a muerte. Esperando constantemente el cumplimiento de esa sentencia y a la vez desafiándola, escapará a la ciudadela armada de su arte.
Escrupulosamente traducido por David McLintock, que también tradujo Concrete , este retrato del artista como niño torturado y como joven acosado por la muerte no constituye una lectura poco exigente. Hay una nota de dolor y aborrecimiento nunca mitigados:
Pronto se vio confirmada mi sospecha de que nuestras relaciones con Jesucristo no eran en realidad distintas de las que habíamos tenido con Adolf Hitler seis meses o un año antes. Cuando consideramos las canciones y coros que se cantan para el honor y la gloria de cualquier personaje tildado de extraordinario, sea quien sea -canciones y coros como ésos, cantábamos durante la época nazi y después-, nos vemos obligados a admitir que, con ligeras diferencias de formulación, los textos son siempre los mismos y se cantan siempre con la misma música.
Todo en esas canciones y coros es simplemente una expresión de estupidez bajeza y falta de carácter por parte de quienes los cantan. La voz que se oye en esas canciones y coros es la voz de la inanidad, de una universal y mundial inanidad. Todos los crímenes de la educación perpetrados contra los jóvenes en los establecimientos de enseñanza de todo el mundo son perpetrados en nombre de algún personaje extraordinario, se llame Hitler, Jesucristo o de cualquier otra manera.
Los médicos son torturados con licencia no menos que profesores. Su desprecio por la vida interior del paciente, por las complejas necesidades de los moribundos, guarda una proporción exacta con su arrogancia, con sus afirmaciones altivas pero huecas de poseer un conocimiento de experto. La detallada descripción que hace Bernhard de cómo casi se asfixia mientras le ponen inyecciones de aire en el pecho es intencionadamente insoportable. Representa una larga alegoría del estrangulamiento: por obra de las circunstancias familiares, de la educación, de la servidumbre política.
Escribe: "El profesor se presentó inmediatamente en el hospital y me explicó que lo que había ocurrido no era nada fuera de lo corriente . No dejaba de repetir esto de forma categórica, excitado y con una expresión maligna en su cara que dejaba entrever claramente una amenaza. Mi neumotórax se había frustrado ahora, gracias a la discusión del profesor sobre su menú del almuerzo, y había que idear algo nuevo". Sigue una intervención peor, todavía más brutal.
Dentro de esta "inanidad mundial", la inanidad de Austria es con mucho la más detestable. Bernhard arremete contra el untuoso entierro de su pasado enteramente nazi, contra el megalómano provincianismo de la cultura vienesa, contra la ciénaga de superstición, intolerancia y avaricia en que el campesino o el habitante de las montañas austríacas llevan sus asuntos.
Bernhard anatematiza un país que tiene por norma sistemática ignorar, humillar y desterrar a sus más grandes espíritus, ya se trate de Mozart o de Schubert o de Webern; un establishment académico que se niega a honrar a Sigmund Freud, aun póstumamente; un odio crítico-literario que exilia a Broch y a Canetti y reduce a Musil casi al hambre. Hay numerosos entornos de infierno, trazados por la estupidez, la venalidad y la codicia humanas.
Sólo en la provincia de Salzburgo, cada año, dos mil seres humanos, muchos de ellos jóvenes, intentan suicidarse. Un récord europeo, pero apenas, si hemos de creer a Bernhard, ajustado a los motivos: "Los habitantes de la ciudad son totalmente fríos; la mediocridad es su pan de cada día y el cálculo sórdido su rasgo característico". En una novela muy reciente, Maestros antiguos , se otorga la palma de la infamia, sin derecho a la apelación, a la "más estúpida", a la "más hipócrita" de todas las ciudades, que es Viena.
El problema del odio es que le falta aliento. Cuando el odio genera una inspiración verdaderamente clásica -en Dante, en Swift, en Rimbaud- lo hace a rachas, cubriendo distancias cortas. Prolongado, se convierte en una sierra monótona y embotada que zumba y chirría sin cesar. La obsesiva e indiscriminada misantropía que hay en Bernhard, las filípicas día y noche contra Austria amenazan frustrar sus propios fines. No admite la fascinación y el genuino misterio del caso.
El país, la sociedad, que con tanta razón censura por su nazismo, por su fanatismo religioso, por su risible autosatisfacción, da la casualidad de que es también la cuna y el escenario de gran parte de lo más fértil, más relevante de toda la Modernidad. La cultura que produjo a Hitler también engendró a Freud, Wittgenstein, Mahler, Rilke, Kafka, Broch, Musil, el Jugendstil y lo más importante de la música moderna. Eliminen ustedes del siglo XX Austria-Hungría y la Austrias de entreguerras y no tendrán lo más demoníaco, lo más destructivo de esa historia, pero tampoco sus grandes fuentes de energía intelectual y estética.
No tendrán las intensidades mismas, la autodesgarradora violencia de espíritu que produjeron un Kraus y un Bernhard. Lo que antaño fue esencial para Europa se tornó esencial para la civilización occidental. Hay muchas maneras evidentes en las que la cultura urbana estadounidense de hoy, en especial la cultura urbana judía estadounidense, es un epílogo de la Viena fin-de-siècle y de esa dínamo de genio y neurosis definida por el triángulo Viena-Praga-Budapest. Para ese núcleo, el mero odio es un guía tuerto.
© LA NACION
El señor de los libros
Es uno de los más grandes críticos literarios del mundo. Llega ahora a la Argentina un libro que compila sus textos más brillantes, publicados en la legendaria revista The New Yorker . Anticipamos "Danubio negro", donde habla de Viena como cuna de los cambios culturales y como caldera del diablo
Noticias de ADN Cultura: Sábado 7 de noviembre de 2009 Por George Steiner
La vanguardia de la sátira es local. La eficacia del autor satírico depende de la precisión, de la densidad circunstancial que tenga el blanco elegido. Como el caricaturista, trabaja cerca de su objeto y aspira a que éste sea reconocido de forma inmediata y sobresaltada. En cierto sentido la sátira aspira no solamente a la destrucción sino también a la autodestrucción. Idealmente, consumiría su tema y de este modo eliminaría la causa de su propia ira. El fuego muere en la ceniza fría. Karl Kraus, de Viena, el maestro de la sátira de nuestra época, dio a su revista el título de Die Fackel (La antorcha), pero no es el único que ha recurrido al motivo del fuego: la llama y la sátira tienen afinidad desde hace mucho tiempo.
En consecuencia, pocas sátiras, verbales o pictóricas, han resultado duraderas. En Aristófanes hay una especie de bufonada de la mente, una payasada de las ideas maravillosamente física, que garantiza una cierta universalidad, pero buena parte, aun de sus mejores comedias, sólo logran hacer reír después de atravesar setos de espino de notas a pie de páginas y explicaciones eruditas. La generalidad de los temas de Juvenal -la guerra entre los sexos, la hipocresía religiosa, la ostentosa vulgaridad del nouveau riche , la corrupción de la política urbana- es tal que eleva su furia a perenne tristeza por lo que atañe al hombre.
Es sorprendente, sin embargo, hasta qué punto Juvenal resiste mejor en cita que en el texto completo. Por la claridad de su argumentación, por la exactitud de la correspondencia entre el escenario satírico y su contraparte político-religiosa, Historia de una bañera sigue siendo la obra maestra de Swift. Ahora sólo los eruditos leen esta feroz invención, precisamente porque supone un conocimiento especializado y estrechamente referencial de la política de Iglesia y partido, de diócesis y gabinete, en la Inglaterra de comienzos del siglo XVIII.
Si los Viajes de Gulliver sobreviven como un clásico, es en buena medida a pesar de sus propósitos satíricos especiales, nuevamente políticos, partidistas -incluso difamatorios-, que subyacen a los relatos. Aquí, de manera casi única, el veneno, que requería precisas identificaciones y reconocimientos, se ha evaporado en la fantasía.
El problema con que se enfrenta todo el que en 1986 quiera acceder a Karl Kraus en cualquier lengua que no sea el alemán vienés o antivienés muy especial es el del localismo, de lo que Henry James habría denominado "el espíritu del lugar". Es el problema de la formidable densidad, del entretejimiento de ilusión efímera, referencia interna de grupo y codificadas presunciones de familiaridad que hay hasta en los escritos de mayor alcance y más apocalípticos de Kraus. Viena en el cambio de siglo, en el período de entreguerras y en víspera de la catástrofe no es meramente el escenario fijo, el polo magnético de la realidad que tiene Kraus; es la constante diaria de su reportaje moral, minuciosamente observador.
Que había en Kraus una arcadia celosamente guardada -un tímido y tenso amor por ciertos refugios de Bohemia y de los Alpes- es seguro. Pero el genio de esta obra, el alimento, siempre abundante, de sus odios líricos, fue una única ciudad, anatomizada, diseccionada, hecha crónica en su vida política, social, artística, periodística, en un escrutinio día a día, desde la década de 1890 hasta 1936, el año de su muerte. La Viena de Kraus es el ámbito total de su sensibilidad, como lo es Dublín para la de James Joyce.
Contemplando a Viena, Kraus fue poseído por la clarividencia. Percibió en su brillo cultural los síntomas de la neurosis, de las fatales tensiones entre "la cultura y su malestar". (La famosa expresión de Freud, un vidente rival, a quien despreciaba, podría ser suya.) En el lenguaje del periodismo vienés, de la charla de salón y de la retórica parlamentaria registró algo enfermizo que estaba invadiendo los centros vitales de la lengua alemana.
Mucho antes que George Orwell y de forma mucho más completa, Karl Kraus relacionó la descomposición en la lucidez, en los valores de verdad, en el personal vigor del discurso privado y público con la descomposición, más en general, de las sociedades políticas centroeuropeas y occidentales. En las angustiadas sátiras de Kraus sobre las falsedades, sobre las actuaciones legales determinadas por la clase, y en particular de la justicia penal, cobra realidad un fustigador repudio del orden burgués en su totalidad. Antes quizá que ningún otro crítico social, Kraus identificó y analizó el trastocamiento de las ideas estéticas en la literatura y en las bellas artes por obra del omnipotente poder de la comercialización, de los medios de comunicación de masas, de los lanzamientos publicitarios.
Sus anatomías del kitsch aún no han sido superadas. Y, de una manera que desafía la explicación racional -en esto se le puede comparar con Kafka-, Kraus percibió en el crepúsculo del viejo régimen europeo y en los demenciales horrores de la Primera Guerra Mundial la venida de una noche todavía más tenebrosa. Al satirizar la ingenua fe en el progreso científico, Kraus pudo establecer en 1909 la proposición, entonces enteramente fantástica (ahora insoportable), de que el progreso de tipo científico-tecnológico "hace monederos con piel humana".
Pero por amplias que sean sus implicaciones, las ocasiones para la profecía que hay en Kraus, los trampolines de su ira, siguen siendo estrictamente locales y temporales. Sus despiadadas críticas y parodias lingüísticas arrancan de algún artículo, con frecuencia trivial, en la prensa diaria, de alguna efímera reseña literaria, de una nota publicitaria o un anuncio.
Las diatribas contra las groseras miopías de la ley de la burocracia tardoimperial o de entreguerras son desencadenadas por alguna oscura acusación en los suburbios o en las zonas deprimidas de la ciudad.
Las polémicas de Kraus, sumamente ambiguas, sobre el tema de la homosexualidad -deploraba que fuera perseguida, al mismo tiempo que temía su clandestina influencia en la política y en las letras- hacen suponer un íntimo conocimiento de ciertos escándalos, casos de calumnia, suicidios bajo la presión de chantaje tanto en la Alemania de los Hohenzollern como en el beau monde vienés.
¿Quién recuerda hoy -y mucho menos lee- a los periodistas, a los críticos teatrales, a los publicistas o a los pedantes académicos que Kraus seleccionó para su implacable censura? ¿Quién recuerda a los expertos forenses, a los criminólogos cuyas complacencias con anteojeras ridiculizó Kraus?
Hasta el opus magnum de Kraus -el titánico drama- collage sobre la Primera Guerra Mundial, titulado Los últimos días de la humanidad y que toma como modelo, soberbiamente, las alegorías de la Walpurgisnacht de la segunda parte del Fausto de Goethe- exige muchas veces un conocimiento no sólo del dialecto y el slang vieneses sino también de las minucias de los hábitos administrativos y sociales del edificio, en pleno hundimiento del imperio austrohúngaro.
Un segundo obstáculo impide acceder hoy a Kraus. Los escritos completos son extensos; los dos volúmenes de cartas íntimas a la baronesa Sidonie Nádhern´y, que fue la gran pasión de su vida, son profundamente reveladores. Pero su genio triturador fue al parecer más manifiesto en sus apariciones personales como lector-recitador de sus propios textos, de sus traducciones de Shakespeare y otros dramaturgos y de poesía, Kraus presentó unas setecientas lecturas en solitario entre 1910 y 1936.
Tenemos numerosos informes -y todos sin resuello- recientes, en las memorias de Canetti) Una pura fuerza de pensamiento, un carisma intelectual-histriónico del virtuosismo más singular emanaba, según parece, de las recitaciones y lecturas de Kraus. Entre 1916 y 1936 adaptó para su interpretación en solitario en alemán trece comedias de Shakespeare. Quienes (aún entre nosotros) estaban entre el público hablan de una multiplicidad de voces, de una tensión y un ritmo dramáticos no igualados en el teatro de verdad.
Las artes de Kraus para la presentación directa incluían la música: con acompañamiento de piano, interpretaba con mímica, canto y palabras, él solo, las operetas de Offenbach, a quien, junto con Johann Nestroy, dramaturgo vienés del siglo XIX y Frank Wedekind, comediógrafo contemporáneo de cabaré, situó en la vanguardia misma de la sátira literaria y social.
Fue Kraus en su atril, en su "Teatro de la poesía y del pensamiento", el que lanzó el mayor hechizo. Como otros grandes profetas y vigilantes en la noche, tenía con el lenguaje una relación más física, más inmediata que ninguna que se pueda fijar escribiendo. Han quedado una o dos fotografías de aficionado de estos dramas de la palabra. No tenemos ninguna grabación.
Son estas distancias, con el hombre y con su medio omniconfigurador, las que hacen que el profesor Harry Zohn, notablemente quijotesco, se esfuerce por conseguir para Kraus un público lector anglohablante más amplio. Half-truths and One-and-a-half Truths (Carcanet) intenta poner ante los lectores ingleses "un mosaico de las opiniones, actitudes e ideas de Karl Kraus tal como las revela en forma de aforismo".
Ahora bien: es totalmente cierto que Kraus podía brindar máximas lapidarias y aforismos mordaces. Pero éstos carecen, sobre todo fuera de contexto, de la persuasiva intensidad y de la presión de pleamar que posee su retórica. Como los poemas de Kraus, sus aforismos se resienten en ocasiones de un deliberado manierismo, de la timidez del sabio.
Hay momentos intensos y sugerentes: "Las sátiras que el censor entiende son prohibidas con toda la razón", "Uno no debe aprender más que lo que necesita absolutamente contra la vida", "ya no tengo colaboradores. Me daban envidia. Repelen a los lectores que quiero perder yo mismo"; el psicoanálisis es esa enfermedad mental para la cual se considera a sí mismo una terapia" (un golpe tan famoso como irrefutable); "no me gusta inmiscuirme en mis asuntos privados", o el hallazgo tan en consonancia con las máximas de La Rochefoucauld, "la ingratitud es a menudo desproporcionada con respecto al beneficio recibido".
Con harta frecuencia, sin embargo, las máximas extraídas y agrupadas por el profesor Zohn pueden relegarse sin más al olvido. ¿Qué hay más banal que la proposición según la cual "se considera normal venerar la virginidad en general y ansiar su destrucción en particular"? ¿Necesitamos que el reprobador del sentimentalismo nos diga que "el amor y el arte no abrazan lo que es bello sino lo que ese abrazo hace bello"? Cuán hueca es la autodramatización del alarde de Kraus "yo y la vida: la disputa se resolvió caballerosamente. Los adversarios se separaron sin haber hecho las paces". Cuán forzada es la declaración "muchos comparten mis opiniones conmigo. Pero yo no las comparto con ellos".
¿Y podría haber una generalidad más fácil de refutar que la afirmación de que "un poema es bueno hasta que uno sabe de quién es" (y esto lo dice un ardiente, aunque torpe, traductor de los sonetos de Shakespeare)? Sin su contexto, ¿qué tiene que pensar el lector de algo que en realidad no es un aforismo de Kraus sino una variación sobre la más universal de las citas: "Señor, perdónalos, porque no saben lo que hacen"?
Es muy posible que el más célebre de los dichos breves de Kraus sea también el más controvertido: "Respecto a Hitler, no se me ocurre nada que decir". El profeta se quedó sin habla ante la pesadilla de la realización de sus peores temores. Anotada a finales de la primavera o principios del verano de 1933, esta abstención del discurso, esta despedida de la elocuencia, revela un terrible hastío. Los cientos de representaciones públicas, los treinta y siete volúmenes de Fackel , la atormentada salida y marginal regreso de Kraus al judaísmo (la cuestión sigue envuelta en la oscuridad) habían sido inútiles. Un zafio infierno estaba a punto de engullir a la civilización europea y, más especialmente, a la lengua alemana, que Kraus había amado y por la que había luchado.
"La lengua es la única quimera cuyo ilusorio poder es infinito, algo inagotable que impide que la vida se empobrezca", había escrito. "Que los pobres aprendan a servir a la lengua." Ahora, el instrumento elegido de Kraus, la única vara de zahorí de la verdad que el hombre pensante tiene a su alcance, se convertiría en estridente megáfono de lo inhumano. Ante Hitler, un antimaestro de la palabra más despiadado que él -un actor, un recitador más hipnótico-, Kraus se quedó callado.
En algún nivel muy profundo de su semiconciencia tal vez percibió en Hitler la imagen, monstruosamente distorsionada pero también paródica, de sus propios talentos. Ahora se encontraba a sí mismo entre la bola de cristal y el espejo y enmudecía.
En realidad el gas mefítico del nazismo había empezado a burbujear en Austria. Fue en las calles de Viena, antes de 1914, donde Adolf Hitler se nutrió hasta saciarse de las teorías raciales, los histéricos resentimientos y el antisemitismo que habrían de componer su demonología. Cuando el nazismo volvió a Viena, en la primavera de 1938, la acogida que le fue dispensada excedió en fervor incluso a la recibida en Alemania. Unas formas fantasmales de nacionalsocialismo, un latido apenas atenuado de antisemitismo y una singular infusión de oscurantismo, en parte eclesiástica, en parte rural, siguen caracterizando el clima de conciencia en la Austria de Kurt Waldheim. Es este caldero de brujas el que provoca las implacables acusaciones y las sátiras de Thomas Bernhard.
A diferencia de Kraus, Bernhard es principalmente un escritor de ficción: de novelas, relatos y obras para radio. Prolífico y desigual, en sus mejores momentos es el artesano más destacado de la prosa alemana después de Kafka y Musil. Amras (todavía no traducida al inglés), The Lime Works (traducida por Sophie Wilkins y recientemente reeditada por la Unversity of Chicago Press, que ha sacado también otras dos novelas de Bernhard) y la aún no traducida Frost crearon un paisaje angustioso tan detallado, tan precisamente imaginado, como ningún otro en la literatura moderna.
Los bosques tenebrosos, los torrentes precipitados pero con frecuencia contaminados, las aldeas empapadas y malignas de Carinthia -la misteriosa región de Austria en la que Bernhard vive su vida totalmente privada- se transmutaron en el escenario de un infierno de poca monta. Aquí, la ignorancia humana, los aborrecimientos arcaicos, la brutalidad sexual y el fingimiento social prosperan como víboras. Increíblemente, Bernhard llegó a extender esta visión nocturna, fríamente histérica, a las mayores alturas de la cultura moderna. Su novela sobre Wittgenstein, Correction (disponible en tapa blanda en Vintage), es uno de los logros más sobresalientes de la literatura de posguerra. Su Der Unterghe r (no traducido al inglés), un relato centrado en la mística y el genio de Glenn Gould, trata de descubrir los poderes frenéticos de la música y el enigma de un talento para la suprema interpretación. La musicología, la obsesión erótica y la tónica de autodesprecio característica de Bernhard confieren fuerza persuasiva a la novela Concrete (otro de los volúmenes de la Universidad de Chicago).
Entre estas cimas hay demasiados relatos y guiones que se imitan a sí mismos, automáticamente sombríos. Sin embargo, incluso cuando Thomas Bernhard es inferior a sí mismo es inconfundible el estilo. Heredero de la pureza marmórea de la prosa narrativa de Kleist y de la vibración del terror y el surrealismo de Kafka, Bernhard ha convertido en un instrumento totalmente adecuado a sus propósitos de severa censura la frase corta, una sintaxis impersonal, aparentemente oficiosa, y el despojamiento de las palabras concretas hasta dejarlas en sus huesos radicales. Las primeras novelas de Beckett darán al lector inglés alguna aproximación a la técnica de Bernhard. Pero incluso en lo más desolado de Beckett hay risa.
Nacido en 1931, Bernhard pasó su infancia y su adolescencia en la Austria prenazi y nazi. La fealdad, la chillona mendacidad de aquella experiencia han marcado la totalidad de su visión. De 1975 a 1982, Bernhard publicó cinco estudios autobiográficos. Cubren la época que se extiende desde su nacimiento hasta sus veinte años. Recogidos ahora en una secuencia continua, estos recuerdos constituyen Gathering Evidence (Knopf).
Narran los primeros años de un hijo ilegítimo recogido y criado por unos excéntricos abuelos. Son la crónica de los odiosos años escolares de Bernhard bajo un sistema sádicamente represivo, dirigido primero por sacerdotes católicos, luego por nazis, después nuevamente por sacerdotes; queda bien patente que no hay gran diferencia entre unos y otros. La sección titulada "The Cellar" narra con paralizante detalle las experiencias del joven Bernhard en Salzburgo cuando la ciudad estaba siendo bombardeada por las Fuerzas Aéreas aliadas.
Los años de la inmediata posguerra fueron un oasis para Bernhard, que pasó a trabajar como aprendiz y dependiente con un tendero vienés y fue testigo de la temporal turbación de los nazis, ahora de forma tan repentina y sorprendente convertidos a la democracia. Mientras hace recados para su abuelo moribundo, el viejo tigre anticlerical y anarquista al que Bernhard quería como no había querido a nadie cercano a él, el joven, de dieciocho años, cae enfermo.
Es confiado a un pabellón hospitalario para seniles y moribundos. (Estos pabellones se harán perennes en sus novelas posteriores y en el inspirado libro -en parte realidad, en parte invención- El sobrino de Wittgenstein .) En el hospital, Bernhard contrae la tuberculosis. En el umbral de la vida adulta, se encuentra sentenciado a muerte. Esperando constantemente el cumplimiento de esa sentencia y a la vez desafiándola, escapará a la ciudadela armada de su arte.
Escrupulosamente traducido por David McLintock, que también tradujo Concrete , este retrato del artista como niño torturado y como joven acosado por la muerte no constituye una lectura poco exigente. Hay una nota de dolor y aborrecimiento nunca mitigados:
Pronto se vio confirmada mi sospecha de que nuestras relaciones con Jesucristo no eran en realidad distintas de las que habíamos tenido con Adolf Hitler seis meses o un año antes. Cuando consideramos las canciones y coros que se cantan para el honor y la gloria de cualquier personaje tildado de extraordinario, sea quien sea -canciones y coros como ésos, cantábamos durante la época nazi y después-, nos vemos obligados a admitir que, con ligeras diferencias de formulación, los textos son siempre los mismos y se cantan siempre con la misma música.
Todo en esas canciones y coros es simplemente una expresión de estupidez bajeza y falta de carácter por parte de quienes los cantan. La voz que se oye en esas canciones y coros es la voz de la inanidad, de una universal y mundial inanidad. Todos los crímenes de la educación perpetrados contra los jóvenes en los establecimientos de enseñanza de todo el mundo son perpetrados en nombre de algún personaje extraordinario, se llame Hitler, Jesucristo o de cualquier otra manera.
Los médicos son torturados con licencia no menos que profesores. Su desprecio por la vida interior del paciente, por las complejas necesidades de los moribundos, guarda una proporción exacta con su arrogancia, con sus afirmaciones altivas pero huecas de poseer un conocimiento de experto. La detallada descripción que hace Bernhard de cómo casi se asfixia mientras le ponen inyecciones de aire en el pecho es intencionadamente insoportable. Representa una larga alegoría del estrangulamiento: por obra de las circunstancias familiares, de la educación, de la servidumbre política.
Escribe: "El profesor se presentó inmediatamente en el hospital y me explicó que lo que había ocurrido no era nada fuera de lo corriente . No dejaba de repetir esto de forma categórica, excitado y con una expresión maligna en su cara que dejaba entrever claramente una amenaza. Mi neumotórax se había frustrado ahora, gracias a la discusión del profesor sobre su menú del almuerzo, y había que idear algo nuevo". Sigue una intervención peor, todavía más brutal.
Dentro de esta "inanidad mundial", la inanidad de Austria es con mucho la más detestable. Bernhard arremete contra el untuoso entierro de su pasado enteramente nazi, contra el megalómano provincianismo de la cultura vienesa, contra la ciénaga de superstición, intolerancia y avaricia en que el campesino o el habitante de las montañas austríacas llevan sus asuntos.
Bernhard anatematiza un país que tiene por norma sistemática ignorar, humillar y desterrar a sus más grandes espíritus, ya se trate de Mozart o de Schubert o de Webern; un establishment académico que se niega a honrar a Sigmund Freud, aun póstumamente; un odio crítico-literario que exilia a Broch y a Canetti y reduce a Musil casi al hambre. Hay numerosos entornos de infierno, trazados por la estupidez, la venalidad y la codicia humanas.
Sólo en la provincia de Salzburgo, cada año, dos mil seres humanos, muchos de ellos jóvenes, intentan suicidarse. Un récord europeo, pero apenas, si hemos de creer a Bernhard, ajustado a los motivos: "Los habitantes de la ciudad son totalmente fríos; la mediocridad es su pan de cada día y el cálculo sórdido su rasgo característico". En una novela muy reciente, Maestros antiguos , se otorga la palma de la infamia, sin derecho a la apelación, a la "más estúpida", a la "más hipócrita" de todas las ciudades, que es Viena.
El problema del odio es que le falta aliento. Cuando el odio genera una inspiración verdaderamente clásica -en Dante, en Swift, en Rimbaud- lo hace a rachas, cubriendo distancias cortas. Prolongado, se convierte en una sierra monótona y embotada que zumba y chirría sin cesar. La obsesiva e indiscriminada misantropía que hay en Bernhard, las filípicas día y noche contra Austria amenazan frustrar sus propios fines. No admite la fascinación y el genuino misterio del caso.
El país, la sociedad, que con tanta razón censura por su nazismo, por su fanatismo religioso, por su risible autosatisfacción, da la casualidad de que es también la cuna y el escenario de gran parte de lo más fértil, más relevante de toda la Modernidad. La cultura que produjo a Hitler también engendró a Freud, Wittgenstein, Mahler, Rilke, Kafka, Broch, Musil, el Jugendstil y lo más importante de la música moderna. Eliminen ustedes del siglo XX Austria-Hungría y la Austrias de entreguerras y no tendrán lo más demoníaco, lo más destructivo de esa historia, pero tampoco sus grandes fuentes de energía intelectual y estética.
No tendrán las intensidades mismas, la autodesgarradora violencia de espíritu que produjeron un Kraus y un Bernhard. Lo que antaño fue esencial para Europa se tornó esencial para la civilización occidental. Hay muchas maneras evidentes en las que la cultura urbana estadounidense de hoy, en especial la cultura urbana judía estadounidense, es un epílogo de la Viena fin-de-siècle y de esa dínamo de genio y neurosis definida por el triángulo Viena-Praga-Budapest. Para ese núcleo, el mero odio es un guía tuerto.
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