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jueves, 7 de enero de 2010
Acaba de comenzar, pero ya quieren terminar
La opinión parece unánime: este Dakar es más duro que el de 2009. Y eso que recién van cinco etapas y quedan nueve por delante. Se retrasó el puntero Peterhansel; todos sufren en el desierto, y todavía falta más de la mitad.
Si los pilotos se quejaron el año pasado de que el Dakar sudamericano era más duro que el que se disputaba en Africa, ¿qué dirán ahora? Agotados, lastimados, perdidos en el desierto, con la mecánica exhausta, llegaron como pudieron a Antofagasta, Chile, punto final de la quinta etapa, pensando que todavía faltan nueve más... “Este Dakar es mucho más complicado que el anterior”, afirma el puntero de la clasificación de las motos, el francés Cyril Despres. “El que termine va a terminar un Dakar muy duro”, afirmó el mendocino Orlando Terranova, que ayer pinchó dos neumáticos en pleno desierto y, aun así, terminó séptimo en la etapa y se ubica 19º en la general.
Los 483 kilómetros de especial entre Copiapó y Antofagasta sólo fueron superados en rigor por el hecho de que todavía quedan por encarar nueve etapas: la edición 2010 todavía no alcanzó su punto medio, el día de descanso, que será pasado mañana en Antofagasta, después de atravesar todo Atacama y regresar. En la dura prueba de ayer quedó vencido quien venía ganando el Dakar, el francés Stephane Peterhansel, vencedor de nueve ediciones anteriores y que ayer se despidió de la ilusión de ganar la décima.
“Después de 120 kilómetros se nos rompió un semieje –relató la odisea–. Fue una sucesión de golpes un tanto violentos. Tuvimos que parar a desarmarlo. Perdimos 50 minutos en la tarea. Mi navegante (Jean-Paul Cottret) la pasó horrible. Después terminamos la etapa con tracción sólo en las ruedas delanteras. Con este terreno blando la suspensión se rompe: vamos a perder el rally –admitió–. Ahora sí que no podemos aspirar a ganar. Y el Dakar es una carrera que se prepara durante todo el año...”
El retraso del francés, el único BMW que peleaba por la punta, dejó la prueba en manos de Volkswagen, que ahora ocupa las tres primeras posiciones de la general: Mark Miller ganó la etapa, corriendo durante cinco horas, y Carlos Sainz quedó a la vanguardia. “El Dakar, como quien dice, comenzaba hoy (por ayer)”, recordó Miller, subrayando la idea de que la prueba todavía reserva un sinnúmero de exigencias e ingratitudes.
Sainz opinó lo mismo: “Estamos recién en el quinto día de competición, queda mucho por delante”. El español perdió dos minutos al haber pinchado un neumático y ahora le lleva 4m37 al qatarí Al Attiyah y 9m39s a Miller. Robby Gordon (Hummer) quedó cuarto, a casi una hora de Sainz, y Peterhansel cayó a la décima ubicación, a dos horas.
El que pinchó no uno sino dos neumáticos fue Terranova (Mitsubishi). “Fue un día durísimo para el auto y para el físico –dijo el mendocino en Antofagasta–. La sensación de velocidad fue monstruosa, porque el auto estaba muy roto. Había que manejar muy atento y concentrado. Esperemos que los de adelante se sigan cayendo como sucedió hoy (por Peterhansel).” Terranova está a más de cuatro horas del líder Sainz. El cordobés Nelson Benítez abandonó a causa de un problema de motor en su Toyota y ahora el segundo argentino mejor colocado es Alejandro Yacopini, que está 50º con su Toyota.
¿Será el de hoy un día más apacible? Ni soñarlo. Habrá otros 418 kilómetros de velocidad pura por el desierto. Como dijo Sainz: “Esto recién acaba de comenzar”.
miércoles, 6 de enero de 2010
Una aventura a 4760 metros
LA NACION realizó el cruce de los Andes, durante la cuarta etapa de la carrera, a bordo de un Sherpa, vehículo que nació con destino militar en Francia y que ahora se utiliza para la asistencia de la prueba; una experiencia única
El Sherpa, minutos antes de partir en el campamento de Fiambalá; a la derecha, el Kerax, un vehículo de transporte
Por Roberto Berasategui
Enviado especial
COPIAPO, Chile.- El punto de reunión era a las 8. Se puede decir que para el ritmo demoledor del Dakar, ese horario es como si fuese de un domingo de descanso. Cada ratito que se aprovecha para dormir o descansar un poco más dentro de la carpa es por demás valioso.
En el bivouac (campamento) de Fiambalá ultimaban los detalles para el comienzo de la 4» etapa, que unió a esa ciudad catamarqueña con Copiapó, con el cruce de la cordillera de los Andes por medio y la emoción de alcanzar casi 4800 metros sobre el nivel del mar en el paso San Francisco.
En marcha ya estaba el Sherpa, vehículo que nació hace cinco años en Francia de la mano de la empresa Renault con destino militar y que ahora aprovecha la dura competencia para efectuar otros desarrollos. A bordo de ese sensacional aparato viajó LA NACION, que compartió con su tripulación el tramo de ayer.
El Sherpa es un vehículo militar fabricado por Renault Trucks Defense. Dadas su confiabilidad y su movilidad, incluso en condiciones muy severas, el Sherpa fue acondicionado hace tres años para una versión civil de ocho toneladas. Claro que su hermano castrense es más pesado: 11 toneladas, por el blindaje. Y son algo más que un burro de carga: pueden transportar 18 toneladas.
El motor de 280 HP empuja con un ronquido seductor. Con sólo accionar la caja de cambios automática ya se advierte la fuerza de la máquina.
La salida de Fiambalá fue emotiva. Puñados de lugareños, con banderitas argentinas, saludaban al costado de los polvorientos caminos. Algunos, hasta se asomaban desde las ventanas de las casas de adobe mostrando una alegría infinita, sólo por el hecho de sentirse partícipes de un mundo que se presenta extremadamente alejado y ajeno. Había quienes, desde su pobreza material, ofrecían productos elaborados por ellos mismos. Gente que tenía casi nada y que entregaba algo de ese poco por la satisfacción de pertenecer a este acontecimiento único.
El Sherpa no transita sólo las rutas y los caminos de asistencia del Dakar. También acelera el Kerax, un camión imponente que tuvo su origen, también de la mano de Renault, en el mundo de las obras de construcción. Y que desde allí saltó a la competencia.
El tránsito no es sencillo. Los cuidados son permanentes, no sólo en función del Sherpa, sino también porque por un tema reglamentario hay que respetar ciertas cuestiones técnicas.
¿Cuál es el papel que cumple un auto de asistencia en el Dakar? Si bien no compite, cumple las exigencias que impone, en este caso, la empresa organizadora Amaury Sport Organisation (ASO), al igual que los coches de competición. Los autos o camiones de asistencia realizan el apoyo logístico y socorren a los vehículos de sus propios equipos que requieren ayuda.
En este caso, el Kerax transporta toneladas de repuestos para sus pares que están en competencia, además de elementos de primeros auxilios y hasta de comunicación.
El GPS y el Iritrack son los árbitros del andar del Sherpa. El GPS tiene marcada la hoja de ruta que debe respetar ese vehículo. En lugar de los viejos libros que revelaban cada paso, la pantalla se actualiza de manera automática, marcando los lugares por donde conviene transitar y en especial, a qué velocidad se debe circular. Si se excede los 50 km/h en las zonas urbanas o los 120 en las rutas, una alarma se activa dentro del vehículo y el Iritrack, un sistema de comunicación satelital, informa lo sucedido a la organización del Dakar. Si la infracción es permanente o reiterada, se penaliza al equipo y hasta se puede excluirlo.
Por supuesto, el Iritrack está no sólo para sancionar. Es también un elemento de seguridad, ya que informa si la máquina está detenida, si sufrió un impacto o si está volcada, para entonces socorrerla.
Los 2,35 metros de ancho dan la sensación desde allí arriba que el carril de la ruta o el sendero es demasiado angosto. Dentro del aparato, que cuenta con un tanque de 160 litros de combustible y una autonomía de 900 kilómetros, hay apenas cuatro butacas, pero el espacio permitiría dos más (tres por cada línea).
El camino es largo. Más de 600 kilómetros separan a ambas ciudades de los dos países. Los 3000 metros sobre el nivel del mar son soportables, pero la trepada se hace más pronunciada y en la proximidad del límite con Chile provoca algunos trastornos, como apunamiento en unos y cansancio en otros.
El paso San Francisco aparece. El GPS, en el costado derecho del habitáculo, marca 4760 metros de altitud, el registro más elevado que transitó el Dakar en su historia. El Sherpa ni se conmueve. Continúa su andar sólido. "Uno puede dormirse aquí dentro porque pese a las irregularidades del camino, el confort es una cualidad de este vehículo", comenta Daniel Adrian, el conductor habitual del Sherpa, que posee una experiencia de 21 Dakar vividos.
Pese al calor, los picos nevados permiten un contraste de colores inimaginable. El Lago Verde, la salina a los costados, las montañas en sus distintos tonos con los extremos blancos y el cielo limpio impulsan a disfrutar de ese regalo de la naturaleza, aunque los tiempos apremien y el bivouac de Copiapó aguarde.
Los handies mantienen la comunicación con todo el equipo. Todo está en orden. Los horarios, también. Los carteles anuncian la proximidad de Copiapó. Otra jornada se cumple. Una más. O una menos; a esta altura ya no se sabe cómo contarlas. Pero en el recuerdo quedará la inolvidable experiencia de vivir la fabulosa sensación de sentirse dentro del Dakar.
martes, 22 de diciembre de 2009
Por Juan Sasturain
La Historia, entendida como memoria colectiva, construcción a veces arbitraria de lo que debe o no ser recordado, suele ser generosa con algunos y mezquina u olvidadiza con otros. Está claro que una cosa son los héroes, los consabidos próceres, los elegidos por la fama y la gloria, los privilegiados destinados a ser famosos por su grandeza, valor, e incluso por su crueldad o perversión. Son los que vienen con el bronce prefundido y la biografía con los casilleros listos para ser rellenados con hazañas o despropósitos, los futuros pobladores de billetes y estampillas. No se trata de especular sobre ellos, si son los verdaderos hacedores individuales y providenciales de la Historia o sólo los emergentes ocasionales de una clase social, de una época, de un momento que los elige para encarnarse. Plutarco, Carlyle, Lukács y muchos otros han escrito sobre eso. De una u otra manera son los protagonistas, los primeros actores de la Historia y –digamos– son los que siempre aparecen con los títulos de la película. Claro que en la Historia también hay actores secundarios e incluso –o sobre todo– muchos extras que ni siquiera aparecen en la letra chica. Sin embargo, a veces las circunstancias hacen que uno de esos actores menores se robe la atención, por un momento quede en el centro de la escena y todos los focos se dirijan hacia él: está (le ha tocado estar) en el momento y el lugar justos cuando la Historia pasaba por ahí.
Es en esas circunstancias en que la Historia puede ser ingrata o generosa, mezquina o dadivosa. La mitología patria recuerda al sargento Juan Bautista Cabral no por su vida –minuciosamente desconocida– sino por un gesto apenas, de pocos segundos, en el que ganó toda la fama y la memoria mientras perdía la vida; otros oscuros personajes han entrado en la memoria colectiva sólo por haber matado a Lincoln o a Lennon, o incendiado alevosamente un templo. Roberto De Vicenzo es famoso por un error que le impidió ser más famoso aún...
En el fútbol, territorio fértil para cultivar una memoria más o menos arbitraria y apasionada, estas cosas suceden todo el tiempo. Pero sobre todo pasaban antes, en la edad de oro, en que la Historia se confundía con (o quería ser) leyenda y a la inversa. Pero sin ir a los tiempos de Cesáreo Onzari y el gol olímpico o la tarde memorable del ocasional titular Rugilo en Wembley, hay muchos casos de buenos jugadores sin brillo excesivo que fueron protagonistas ocasionales de hechos clave, determinantes. Y si la memoria selectiva privilegió a veces el momento de mayor gloria, otras veces fue injusta al congelar a un grande en su minuto fatal: Delem frente a Roma. Incluso, a veces, lo memorable no es ni siquiera un jugador sino un gesto puntual, un movimiento repentino que quedó fijado para siempre: la palomita (con gol) de Poy a Newell’s; la mano de Gallo que impidió el gol de River ante Vélez; la nuca y la coronilla del Vasco Olarticoechea sobre la línea, en el Mundial de México...
Pero acaso los ejemplos de mayor visibilidad sean los que se producen en partidos de trascendencia, esos que, según el lugar común, todo el mundo desea jugar alguna vez. Ahí es cuando el Destino se emplea a fondo y juega con las expectativas de muchos y le da su oportunidad sólo a alguno. La lista de jugadores más o menos brillantes u oscuros que han quedado marcados por su ocasional y providencial participación con goles clave en partidos clave es extensa pero acotada. Los hinchas de cada club saben lo que significaron puntuales goles de Claudio Benetti, del pibe Bruno, de aquel extremo izquierdo Catalán, de Lucas Pusineri o del Gallego González. En la Selección, una vez Grillo les hizo “el gol” a los ingleses, el Oveja Telch dos a Brasil, allá, y el Burru, el último de la final en México, a los alemanes.
Y puntualmente, hablando de finales de Copa Intercontinental o cualquier denominación que tuviese, nadie es más justamente famoso por un solo gol increíble que el Chango Cárdenas con su zapatazo contra el Celtic en Montevideo. Después hay otros destinos grandes por goles (más) “chicos” pero justísimos, como el empate del insospechable Matías Donnet que le permitió a Boca empatarle al Milan y después ganar en los penales o el toque del Mandiga Percudani que le dio una de sus Copas al rey de Avellaneda. La Historia los fue a buscar y ahí estuvieron.
Todo viene al caso tras la final de Estudiantes ante el Barcelona del sábado.
La derrota y el gol determinante de la Pulga Messi –que definió el partido, hizo redundante justicia futbolera y nos dejó con las ganas– no pueden hacernos olvidar que durante casi una hora –¿cuánto faltaba? Casi nada– el Pincharrata estuvo ahí de llevarse todo y de lograrlo con un gol que merecía el recuadro definitivo de la Gloria.
Porque desde los 36 del primer tiempo y hasta el borde mismo del podio o del abismo, el notable cabezazo de Mauro Boselli –un goleador raro, eficaz y de perfil bajo, un delantero extraño e inclasificable– fue nada menos que el glorioso, único gol de la victoria, el gol que hubiera puesto a su autor en la galería de los elegidos y en el recuerdo emocionado de generaciones de pinchas y futboleros en general.
Pero no quiso. La Historia fue mezquina con el bueno de Mauro, lo dejó ahí, al filo de llevarse todo. Hubiera sido lindo, con tantos buenos primeros actores, que el premio se lo llevara uno de reparto. Pero se sabe que las cosas no suelen estar bien repartidas, precisamente.
viernes, 18 de diciembre de 2009
viernes, 4 de diciembre de 2009
Por Juan Forn
Lo primero que pienso siempre que leo el nombre de André Agassi es una declaración genial que hizo Boris Becker después de destrozarlo en una semifinal de Wimbledon, a principios de los ’90: “Le gané porque nadie lo quiere”. El Boris se ha vuelto bastante pavote (vean la publicidad que hace estos días de esa enervante nueva imbecilidad llamada Pokerstars), pero en sus tiempos de tenista era un capo, cuando jugaba y cuando hablaba: en ambas circunstancias ponía en acto lo que el resto del mundo pensaba y creía que no se podía hacer o decir. Y lo que todo el mundo pensaba y pocos decían de André Agassi en aquel entonces es que era un insufrible, un jugador del montón manijeado por Nike y la ATP en un intento desesperado por hacer atractivo el circuito masculino cuando se retiraron todos los grandes y dejaron el tope del ranking en manos de mediocres sin carisma como Chang, Courier o Stich (de hecho, aunque Agassi ganó su primer millón de dólares antes de cumplir los dieciocho, necesitó cinco años más y un día sin viento para ganar su primer Grand Slam, cosa que corroboró la leyenda de que perdía solo si soplaba la menor brisa en el court).
Después vino su casamiento con Brooke Shields y su derrumbe tenístico (en menos de un año cayó al puesto 141 de la ATP) y, cuando todos lo daban por acabado en el planeta tenístico, ocurrió su reencarnación: se afeitó la cabeza, abandonó el ridículo colorinche de su vestuario, cambió por completo su comportamiento dentro y fuera de la cancha, conquistó ante el estupor generalizado a la extraordinaria Steffi Graf y se convirtió en el Agassi que todos conocemos: el brillante estratega que dejaba todo en la cancha, el rey del fair play que nunca protestaba un fallo y sabía ganar con la misma hidalguía que exhibía cuando le tocaba perder.
Es difícil encontrar otro caso de un tenista que haya logrado reformatearse y enterrar su pasado como hizo Agassi. Y eso es lo que hace tan difícil de tragar su reciente autobiografía: nadie quería recordar aquel Agassi, porque nadie en el tenis quiere que se pongan sobre la mesa los trapitos sucios que la aceitadísima e hiperrentable maquinaria global que es hoy la ATP ha logrado difuminar hasta la invisibilidad.
El mayor escándalo lo produjo una confesión casi naïf: que, durante aquel infausto 1997 en que se derrumbó tenística y existencialmente, Agassi tomó metanfetaminas (cristal, en la jerga drogota), dio positivo en un antidoping y logró bajo cuerda que la ATP no lo sancionara. Navratilova y Marat Safin fueron los más duros: una en serio y el otro sarcásticamente dijeron que Agassi debía devolver todos los premios de su carrera, si tanto le pesaba aquel asunto. Pat Cash planteó algo más interesante: dijo que la pregunta a hacerse era cómo habría encarado Agassi el resto de su carrera si hubiera recibido la sanción que le correspondía.
En aquel entonces, la ATP penaba con tres meses de suspensión el uso de drogas “recreativas”, el mismo período que usó Agassi como pretemporada antes del poderoso retorno que lo llevó del puesto 141 al sexto el año siguiente. De manera que volver al ruedo después de la suspensión no le hubiera sido tan complicado como evitar a partir de entonces los antidoping que los demás tenistas dicen hoy que evitó desde 1998 hasta su retiro.
Nada dice el libro de Agassi respecto de eso. Sí confiesa, en cambio, que cuando era junior y competía en los torneos nacionales norteamericanos, tomaba excedrina antes de los partidos. “Si papá te da pastillitas antes de entrar a la cancha, escóndelas y no las tomes”, le aconseja a André su hermano mayor en determinado momento del libro. Esas son, a mi gusto, las revelaciones más fuertes del libro de Agassi, las que más preocupan a la ATP: las relacionadas con el padre de Agassi, un villano de película.
Mike Agassi, cuyo verdadero nombre es Ardashes Saginian, nació en Irán, representó a su país como boxeador en las Olimpíadas de 1948 y 1952, emigró a América y se convirtió en personal de seguridad de los casinos de Las Vegas. Convencido de que el tenis era el deporte del futuro, se hizo una cancha en el fondo de su casa y empezó a entrenar a sus hijos con una máquina de su invención llamada “El Dragón” que lanzaba pelotas a cien kilómetros por hora.
El mayor se escapó de la casa a los dieciséis, la segunda se casó para liberarse del yugo (curiosamente, lo hizo con Pancho Segura, una leyenda del tenis de los ’60 que amenazó a Papá Agassi con romperle las piernas si volvía a acercarse a la nena). El pequeño André le dio la revancha: desde los cuatro años hasta los trece, debió devolver 2500 pelotas diarias (es decir, un millón al año) lanzadas por aquella máquina. “Nadie que devuelve un millón de pelotas del Dragón puede ser derrotado”, le dijo Papá Agassi al legendario Nick Bolletieri y consiguió que éste tomara a su hijo como pupilo y lo lanzara al estrellato, estimulando su mal comportamiento y su look “transgresor” para que se destacara mediáticamente, como Connors y McEnroe (Andy Murray confesó hace poco que, cuando era ball-boy en Wimbledon, Agassi lo insultó una vez hasta dejarlo llorando).
Dice Agassi en su libro que, cuando empezó a quedarse pelado, sus asesores lo convencieron de usar peluquín porque su melena bicolor era parte de su personalidad (por eso perdió un Roland Garros contra Andrés Gómez: por el pavor de que se le desacomodara el peluquín y quedara en evidencia ante el mundo entero). Dice Agassi que, hasta que conoció a Steffi Graf, odiaba el tenis pero no se animaba a confesárselo a nadie. Dice Agassi que Ste-ffi le contestó: “¿Quién de nosotros no?”. Ese es el centro neurálgico del libro y el gran temor que ha despertado en la ATP. Hace poco pasaron por televisión un programa en el que las estrellas del tenis actual cuentan qué hacen en sus ratos libres.
Todos (Federer, Nadal, Nalbandian, Djokovic) usaron la misma palabra para referirse al circuito: grinder, que en inglés significa trituradora. Dice Agassi que escribió su libro para que les sirva a todos aquellos pibes sometidos al despotismo de sus padres que quieren hacerse millonarios. Imaginen la gracia que ha de hacerle a la ATP si el libro de Agassi empieza a circular de mano en mano entre esos pibes.
Y ahora escuchen las declaraciones de Mike Agassi cuando la prensa fue a sonsacarle su opinión del libro: “¿Para qué habría de leerlo? Yo estuve ahí. Yo sé todo lo que hizo mi hijo y todo lo que hice yo para que él llegara adonde está. Y, además, los libros nunca fueron lo mío ni lo de André. ¿O ustedes pretenden tomárselo en serio?”.
miércoles, 11 de noviembre de 2009
Costa Rica: Fútbol
Los "Ticos" cuentan con un 'motivador' profesional, quien para arengar al plantel de cara al primer choque del sábado correspondiente al repechaje mundialista ante Uruguay, eligió una canción de Diego Torres para motivar. Costa Rica se prepara con todo y sueña con participar de la gesta mundialista del 2010
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Urgente24) En la jornada de trabajo de la selección de Costa Rica la nota singular la dio un motivador profesional que trabaja en radios de San José. Mauricio Corrales asistió al entrenamiento a hacer una charla removedora con miras al partido del sábado ante los celestes.
Corales habló del presente, el futuro y del compromiso que los futbolistas deben asumir. El motivador se despidió invitando a escuchar al plantel de los "ticos" una de las famosas canciones de Diego Torres:
"Color Esperanza", que en parte de su letra reza "Es mejor perderse que nunca embarcar, mejor tentarse a dejar de intentar, aunque ya ves que no es tan fácil empezar. Sé que lo imposible se puede lograr, que la tristeza algún día se irá y así será, la vida cambia y cambiará".
Costa Rica cerró herméticamente su lugar de concentración y su técnico René Simoes remueve hasta la médula a sus dirigidos en la búsqueda de una rebelión interna que los haga entrar el sábado a la cancha del estadio "Ricardo Saprissa" con el cuchillo entre los dientes, arenga que patentizó el "Cholo" Simeone cuando hace unos años Argentina parecía hacer agua en el renglón anímico.
El misterio forma parte del clima de ofensiva psicológica. El estratega no da pistas a Oscar Tabárez y se muestra convencido que sus tiros conceptuales darán en el blanco.
El brasileño, con la picardía y habilidad de los técnicos que marcaron épocas de oro en el Río de la Plata, instaló un ambiente de batalla como forma de empardar la histórica garra celeste y atenuar las falencias que los especialistas costarricenses le remarcaron. El hilo conductor es el combate. Simoes y sus jugadores están en pie de guerra.
Simoes se maquilla en el papel de hombre sin compasión. Enfatiza que en su equipo no tienen cabida jugadores sensibles. Pretende futbolistas duros y no un combinado flojo.
Por eso, según él, están entrenando con calzas y canilleras. Asegura que practican peleando cada posesión del balón, forzando roces y que jugarán ante Uruguay "guerreando".
lunes, 26 de octubre de 2009
Por Juan Sasturain
La transmisión televisiva de River-Boca fue anunciada ayer con referencias cuasi presocráticas: el Superclásico desde la tierra, desde el aire y desde el agua. Una manera de proponer –se suponía–... [+]
jueves, 22 de octubre de 2009
Enviado por Aldea Ireductible
EL ESPECTACULAR VUELO DE "PANCHO CARTER" (1987)
La imagen fue tomada a las 5:58 p.m. del día 3 de mayo de 1987 durante los entrenamientos de la carrera de las 500 millas de Indianápolis.
viernes, 16 de octubre de 2009
DEPORTES
“Ahora hay que definir el equipo”
Por Facundo Martínez
El técnico de Huracán estuvo en el Centenario y opina que, tras la clasificación, Maradona debe elegir a sus jugadores y entrenar con ellos, “porque el estilo ya está definido”. Analizó a Messi y habló de los insultos de Diego.
Por Daniel Guiñazú
Desde la llegada al cargo de César Luis Menotti en octubre de 1974, la relación entre los directores técnicos de los seleccionados argentinos y el periodismo deportivo siempre ha estado en el ojo del huracán. Sólo un leve esfuerzo de memoria bastará para recordar desplantes, peleas a cielo abierto, pedidos de despidos, lonas que tapaban los alambrados para no dejar ver las prácticas, conferencias de prensa súbitamente interrumpidas y cruces de altísimo voltaje mediático.
Eso sí: Meno-tti, Carlos Bilardo, Alfio Basile, Daniel Passarella, Marcelo Bielsa y José Pekerman jamás pasaron las cotas de mal gusto y vulgaridad que Diego Maradona atravesó en Montevideo al lograr la clasificación para el Mundial.
Menotti tuvo tres años de calma a partir del apoyo irrestricto que contó de los medios más poderosos de entonces: Clarín, El Gráfico y Radio Rivadavia con José María Muñoz a la cabeza. Pero en 1977 y en simultáneo con la serie internacional que se disputó en la cancha de Boca, los diarios La Razón, Crónica y La Prensa (cuya sección Deportes por entonces dirigía Dante Panzeri) y la revista Goles comenzaron a plantear duras críticas al estilo de juego de la Selección y sus dudas respecto de las chances reales en 1978.
La ausencia en el seleccionado de jugadores del Boca de Juan Carlos Lorenzo, bicampeón de 1976 y campeón de América de 1977, les dio a los opositores un argumento más para hostigar a Menotti.
Fue en ese contexto que, a un mes del comienzo de la Copa del Mundo, la dictadura militar emitió a aquel tristemente célebre bando sin membrete que ordenaba no criticar al equipo. La consagración en el Mundial sólo fue una tregua. Y el Mundialito de Uruguay reabrió las hostilidades.
A tal extremo Menotti perdió los estribos ante la virulencia de las críticas que se le formulaban que una vez impidió la participación de un periodista en una conferencia de prensa levantándole el grabador de la mesa.
Otra vez estuvo a punto de tomarse a golpes de puño con un cronista y, en 1981, movió influencias militares y logró que se levantara del aire de Canal 9 una imitación que el actor cómico Mario Sapag le hacía en el programa Operación Ja-Ja.
Cuando la Selección viajó a jugar el Mundial de España en 1982, la guerra estaba declarada. Menotti sólo hablaba para los medios que le eran afines. La revista El Gráfico aguardó la eliminación del equipo a manos de Brasil para dar un giro en el aire y criticar una semana después lo que habían elogiado una semana antes. Los medios opositores lo hicieron polvo a la hora del fracaso.
Que Carlos Bilardo haya solicitado, luego de ganar el Mundial de México, el despido masivo de los integrantes de la sección Deportes de Clarín que lo habían acosado hasta allí, da la pauta de la dureza de su enfrentamiento con ese medio.
Para Bilardo no hubo armisticio. Siempre estuvo en la mira por las bajísimas actuaciones de sus equipos y la incoherencia de sus decisiones y sus declaraciones, a pesar del apoyo irrestricto que recibió de muchos de los periodistas (Víctor Hugo Morales, Fernando Niembro, Marcelo Araujo, Adrián Paenza) que le habían hecho la vida imposible a Meno-tti.
En una gira por Europa en 1984, los jugadores, fogoneados por Maradona y Oscar Ruggeri, llegaron a declarar persona no grata al enviado especial de El Gráfico, molestos por el tenor crítico de sus comentarios.
La angustiosa clasificación al Mundial de México y los pobres resultados logrados en la etapa previa avivaron las críticas y empujaron el intento de destitución de Bilardo impulsado por el entonces secretario de Deportes de la Nación Rodolfo O’Reilly y su segundo, Osvaldo Otero. Era tal la desconfianza que los canales de TV, por entonces en mano del Estado, no enviaron periodistas a México y varias radios y medios escritos redujeron sus coberturas al mínimo ante la inminencia del papelón.
El título conseguido y la extraordinaria actuación de Maradona otra vez forzaron a muchos a darse vuelta en el aire para sumarse a la onda patriotera y triunfadora.
El periodismo quedó entonces dividido en una lucha fratricida entre aquellos que, pese a todo, siguieron apuntándole sus cañones a Bilardo y los que creyeron que el técnico era rubio y de ojos celestes.
Así, en medio de recias críticas y elogios desmedidos, pasaron otros cuatro años y se llegó al Mundial de Italia, donde ni siquiera el subcampeonato alcanzó para cerrar heridas que subsisten hasta hoy.
Alfio Basile gozó de tres años de gracia en su primer ciclo al frente de la Selección. Hasta las Eliminatorias para el Mundial de los Estados Unidos, estaba blindado por las dos copas Américas obtenidas en 1991 y 1993 y el invicto acumulado de 33 partidos oficiales. Pero el 0-5 ante Colombia el 5 de septiembre de 1994 hizo estallar un vendaval que la opaca clasificación en el repechaje ante Australia no alcanzó a detener.
En el proceso previo se le criticó su pasividad ante la guerra de exclusividades por los jugadores desatadas entre Torneos y Competencias y el grupo Clarín, por un lado, y Telefe y Editorial Atlántida, por el otro.
Después, el doping positivo de Maradona y la eliminación en octavos de final ante Rumania terminaron fulminándolo.
Para Daniel Passarella, tampoco hubo tregua. Apenas si contó con unos meses de calma cuando, en 1995, su hijo Sebastián falleció en un accidente automovilístico. Luego, la prensa siempre lo maltrató. Y Passarella (que apostrofaba al periodismo como “los invictos, porque nunca pierden”) respondió con creciente desconfianza.
Sus conferencias de prensa fueron tensas, hoscas, llenas de contestaciones a desgano. Se sentía acosado y no hacía ningún esfuerzo por disimularlo. Alguna vez, en Brasil, interrumpió una de ellas porque le había disgustado una pregunta. Fue en el Mundial de Francia donde estallaron todos los enfrentamientos.
Aquella lona verde que tapaba todo el perímetro del campo de entrenamiento en L’Etrat, en Francia, y las conferencias de prensa de todo el plantel para evitar declaraciones exclusivas quedaron como testimonio de una relación que empeoró a cada paso y que nunca tuvo retorno.
A Marcelo Bielsa también se lo criticó mucho y no siempre con las mejores intenciones. Su decisión de tratar a toda la prensa por igual sin dar notas individuales y de no permitir que se vieran los entrenamientos le generó la posición adversa de los periodistas de TyC.
Y su juego vertical y acelerado no les cayó del todo bien a los defensores de la tradición futbolera. Una vez, en una conferencia de prensa televisada en vivo a todo el país, tuvo un ríspido intercambio de opiniones con un periodista del diario Olé.
El gran nivel de la Selección en las Eliminatorias para el Mundial de Corea-Japón le sirvió de parapeto durante tres años. Cuando en 2002 la Selección se marchó en primera ronda, el país le cayó sin piedad. Sin embargo, pudo remontar la cuesta. Y se fue luego de haber ganado la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Atenas en 2004, otra vez en lo más alto de la consideración popular.
José Pekerman reemplazó a Bielsa en octubre de 2004, justo cuando comenzaba la segunda rueda de las Eliminatorias para el Mundial de Alemania. Llegó avalado por sus tres títulos mundiales en juveniles y los medios lo distinguían como “el argentino que todos queremos ser”.
Cordial, simpático, de bajo perfil, más abierto que Bielsa con la prensa y de resultados comprobados, sin embargo, no pudo resistir la picadora de carne.
Después de que Alemania eliminara por penales a Argentina en los cuartos de final con Messi y Riquelme en el banco, no esperó ni cinco minutos: en la conferencia de prensa posterior al partido, presentó la renuncia y nunca más dirigió en el país.
Después, vino el segundo tiempo de Basile y la llegada estelar de Maradona. Pero esa historia está demasiado fresca. Es la misma que se viene viviendo en los últimos 35 años. Sólo que ahora parece haberse roto el último de los códigos.
Ahora sí, Maradona y Grondona se reunirán para decidir cómo sigue la historia. El entrenador no va a renunciar, pero el dirigente quiere –con el pasaje asegurado– dejar su impronta en el proceso que viene. Mohamed dice que no le hablaron.
jueves, 15 de octubre de 2009
Seleccion Nacional de Fútbol
“Para los que no creyeron en la Selección”
Por Facundo Martínez
Bolatti, diez minutos de fama
Por Facundo Martínez
Historia de la ciudad desnuda
or Emilio Ruchansky
Velada paqueta en el Centenario
Por Facundo Martínez
Rock and roll del país
Por Eduardo Fabregat
Por Daniel Guiñazú
Argentina llegó con el último aliento al Mundial de Sudáfrica. Pero desde este momento, y no más allá de la próxima semana, deberá dar comienzo entre Diego Maradona, Carlos Bilardo y Julio Grondona una sincera e inevitable revisión de este proceso lleno de intrigas palaciegas y mezquindades.
Algo debe quedar en claro, más allá de la clasificación lograda con demasiado sufrimiento y escaso brillo: por este camino al fútbol argentino no le aguarda un destino de gloria dentro de ocho meses, cuando arranque la primera Copa del Mundo en suelo africano.
Hay un riesgo: que Diego Maradona piense que el pasaje obtenido anoche en Montevideo le concede un cheque en blanco a su tumultuosa gestión. Y crea que, ahora que le sonrió la victoria, nada debe ser rectificado y todo debe ser ratificado. Es una vieja costumbre del fútbol (y de la vida) nacional: no se admiten autocríticas a la hora del éxito.
Pero se estará en serios problemas si Diego opina que el objetivo conseguido cancela ipso facto las críticas que honestamente se le han formulado a su manera de armar y hacer jugar al equipo.
Un dato demuestra que las Eliminatorias fueron un calvario para la Selección: se obtuvieron once puntos menos que en la previa de Corea-Japón 2002 y tres menos que en la del Mundial de Alemania 2006. Ambas, Eliminatorias que Argentina ganó. En ésta, logró pasar con una victoria ajustada, apostando sin tapujos al empate, y rezando para que la radio no le informara de un triunfo ecuatoriano frente a los chilenos en Santiago.
Si, más allá del abrazo desencajado que se dieron para las cámaras, no se despeja de sospechas la relación entre Maradona y Bilardo, si Diego no se deja rodear por ayudantes de campo que le aporten ideas renovadas y sigue optando por la mediocre compañía de Alejandro Mancuso y Miguel Angel Lemme, ...
...si continúa escuchando sólo sus propios gritos y susurros, si no levanta drásticamente la calidad del trabajo en las prácticas en Ezeiza o donde fuere, si no define una idea de juego que supere las cartulinas motivadoras y las arengas de vestuario, Argentina puede llegar a sufrir una mayúscula decepción el año próximo en Sudáfrica.
La clasificación llegó recién anoche. Pero el peligro del fracaso está latente si la clase dirigente del fútbol argentino se empeña en seguir recorriendo el tortuoso sendero que desembocó en esta clasificación sin gloria.
Por Sandra Russo
He notado ayer que una neurosis que se apoderó de mí desde hace un par de partidos de la Selección no me pertenece por completo. Quiero decir: ayer confirmé que se trata de una neurosis que varias otras personas me transmitieron verbalmente, en un tono un tanto apesadumbrado: mejor no lo veo, soy mufa.
Eso es lo que intermitentemente fui sintiendo desde que jugaron no me acuerdo dónde. Es que no me importa el fútbol ni soy seguidora de la Selección. Lo de ayer no fue un asunto de futboleros, sino de argentinos contrariados con su propia mala suerte.
De a ratos me iba a la cocina, o al baño, y hasta llegué a quedarme frente a la pantalla pero con los ojos cerrados. Creí que era mi vieja neurosis personal, adaptada para la ocasión: no podía ser que jugasen tan mal. De modo que a medida que iban jugando peor, cierta necesidad de verosímil interno me convenció de que no eran ellos, era yo. Que si no veía el partido, liberaría a la Selección de esos deseos que a mí no se me cumplen.
Pero un taxista, una maquilladora, una vendedora de kiosco y un amigo ayer me dijeron lo mismo: mejor no lo veo, soy mufa. Es hacerse cargo de la situación. O mejor dicho, de una situación en la cual es imposible no reconocer una argentinidad imbatible para la frustración. Hacerse cargo vía pensamiento mágico de lo ilógico de la argentinidad. Este equipo fue acariciado por las expectativas. Hay grandes nombres de los que deseamos sentirnos orgullosos.
Maradona y Messi, por ejemplo. El pasado, el presente, el futuro. Talentos increíbles que a veces creemos que nosotros mismos exudamos para ellos, para los ídolos. Y tenemos ese tipo de ídolos. Los que ganan. Héroes cuya heroicidad se sostiene del triunfo, y sin él se extingue. Y cuando esos talentos no consiguen el éxito, ¿qué es lo que se frustra? No es algo solamente, banalmente deportivo. Se frustra la percepción de la estatura de una nacionalidad.
Cuando Palermo hizo el gol contra Perú yo justo estaba mirando para abajo. No falló. Sacándole los ojos al partido, rompía la mala onda. Claro que en todo momento tengo perfectamente claro que lo que estoy diciendo es una boludez. Pero así somos los seres humanos. A veces somos solamente una madeja de pena, impotencia y presentimiento.
Lo de ayer fue por supuesto algo más que el pasaje al Mundial, o no, si tomamos el pasaje como la oportunidad de testear nuestras capacidades con las del resto del mundo. Haber estado a punto de quedar afuera fue como caminar por el borde de un precipicio.
El de la exclusión.
El de la ñata contra el vidrio. El de no poder ser portadores ni siquiera de la chance del orgullo. Es algo se nos repite, yo creo, en otras instancias más implacables que la del deporte.
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Si usted me permite, señor presidente
Por Juan José Panno
Voy a empezar este debate interno, señor presidente de este honorable cuerpo, adelantando mi voto a favor de la sanción de una ley mordaza que no va a venir mal para nosotros mismos en tanto argentinos típicos y que resultará beneficiosa –a no dudarlo– para los opinadores de micrófono fácil.
Una ley que sera necesaria también para recortar a los maradonólogos de primera y última hora, antimaradonólogos fanáticos, detractores de profesión, exégetas del rival de turno y sobre todo a los propietarios de medios que bajan línea en función de los propios intereses que disfrazan sus opiniones bajo la supuesta pretensión de lo mejor para el fútbol argentino.
Quiero saludar, si usted me permite señor presidente, que la Selección Argentina se haya clasificado para el Mundial y que lo haya conseguido con recursos tal vez poco estéticos, sin poder ofensivo, sin el brillo que podíamos pretender, sin distribuir la riqueza futbolística, pero con armas legítimas y dignas.
Quiero saludar fundamentalmente que se haya ganado, porque una derrota contra los uruguayos y un triunfo de Ecuador seguramente se habría interpretado como un fracaso del gobierno que hizo pactos con el Diablo Grondona, quien a su vez colocó a Maradona al frente del equipo para que tirara paredes con Moreno, Moyano, D’Elía y los 44 sobornados que votaron la otra ley mordaza.
Porque lo que no logró el llamado campo, lo que no logró el multimedio de la calle Piedras, lo que no logran las encuestas truchas, ni las operaciones de prensa, ni los editoriales malignos (pagos o no), lo podría haber logrado la Selección quedándose afuera del Mundial.
Una derrota, me temo señor presidente, podría haberle dado pie a Lilita Carrió para que dijera que tenía razón con el vaticinio del apocalipsis.
Hemos leído, hemos escuchado, señor presidente, y tengo aquí los audios y los recortes si es necesario, aquello de que hay que clasificarse de cualquier manera, lo cual es en sí un verdadero despropósito.
Me gustaría que alguien me explicara qué quiere decir eso de ganar de cualquier manera, y más me gustaría que me explicaran cómo se hace para ganar de cualquier manera si el rival también quiere ganar de cualquier manera.
Se ganó, señor presidente, de una manera parecida a lo que proponíamos desde Líbero hace un par de días: “Hay que tener la pelota”, dijimos, y la Selección Argentina tuvo la pelota en gran parte del desarrollo del partido, y ésa fue una de las claves para que el asunto tuviera el desarrollo que tuvo.
Es más, pedíamos la inclusión de Bolatti y las circunstancias –la casualidad– jugaron en nuestro favor para que justamente Bolatti hiciera el gol. Porque usted habrá visto, señor presidente, de qué manera paró la pelota, cómo se perfiló, con qué precisión le dio para colocarla junto a un palo.
Gracias a Dios que no estaba Brazenas para cobrarle off-side.
Me gustaría que se entienda este gol como una reivindicación de Huracán, del campeonato que absurdamente le fue negado, señor presidente.
Quiero advertir en medio de la euforia circulante que corremos el peligro de que nos vendan la imagen de este importante triunfo con el abrazo de Maradona con ese hombre narigón que permanecía en las sombras y apareció para el saludo mediático.
Algunos hasta se creerán lo de la buena onda entre los dos y hasta fantasearán con el abrazo de Balbín y Perón.
Pero la verdad es que Bilardo, que de él estamos hablando señor presidente, es una especie de Cobos dentro del oficialismo de la Selección y mostró la hilacha –debemos recordar señor presidente– cuando quedó a cargo del poder ejecutivo del equipo cuando Maradona viajó a Italia a mejorar un poco su estética.
Será necesaria la ley mordaza para los periodistas que le ponen fichas a Maradona buscando con toda mala leche una declaración explosiva y para el propio Maradona, que parece que se siente obligado a dar un título cada vez que abre la boca y para el relator de Canal 13, que alguien definió muy bien como “asustador oficial de la Selección Argentina”.
Y para todos los que nos adelantaban que los uruguayos eran peligrosos y que nos iban a pasar por arriba...
Quiero cerrar mi intervención, señor presidente, deseando que la aplicación de la ley haga que el DT de la Selección evite escatológicos pedidos y que la realidad lo ilumine para que encuentre un equipo, una entidad, un camino.
Este es un día de moderada alegría, señor presidente, para los que queremos al fútbol, los que tenemos la esperanza de que se podrán corregir los múltiples errores de los últimos tiempos y se podrá llegar al Mundial con una idea de juego, con los mejores intérpretes y sin tener que estar con el corazón a cuatro manos.
domingo, 11 de octubre de 2009
Agónico: Martín Palermo rescató al seleccionado del abismo
La Argentina estaba perdida, condenada a un empate con Perú que la dejaba al borde de la eliminación del Mundial, pero apareció el N° 9 de Boca para salvar la muy mala actuación de un equipo de carácter esquelético