Vade retro
Por Alfredo Zaiat
El desarrollo del proceso de liberalización financiera desde principios de la década del setenta, que coincidió con el cuestionamiento a las políticas de intervención estatal (keynesianismo), vino acompañado con la intensificación de las estrategias de endeudamiento externo de los países. El período de oro del capitalismo 1945-1970 fue motorizado por la movilización de recursos propios y de inversión extranjera, con escasa participación del crédito del exterior. En cambio, esa nueva etapa de expansión de las ideas neoliberales empezó a estar dominada hasta su total hegemonía por las finanzas globales. El crédito es una herramienta necesaria para la economía y la refinanciación de los vencimientos forma parte del ciclo normal de su funcionamiento. Cuando la dependencia con el acreedor es creciente, ese vínculo se convierte en un potente perturbador de la estabilidad macroeconómica. En esa instancia se pierden márgenes de maniobra y la autonomía queda muy condicionada. En Argentina, esas restricciones fueron en aumento desde la década del ochenta hasta niveles asfixiantes a fines del siglo pasado, cuyo desenlace fue la cesación de pagos. Desde entonces, con el repudio de la deuda y una audaz renegociación con una elevada quita de capital, comenzó una etapa de fuerte crecimiento económico sin contar con financiamiento externo, eludiendo esa restricción vía los superávit fiscal y comercial. La caída del Muro de Wall Street permitió la revalorización mundial de las políticas keynesianas y se inició un incipiente pero intenso cuestionamiento a las finanzas globales. En ese contexto, cuando se probó que se puede crecer con ahorro interno y empieza el Estado a tener más legitimidad para su intervención en la economía, la insistencia acerca de la necesidad de “volver al mercado voluntario de crédito” va a contramano de esa tendencia internacional, de la notable experiencia local reciente y encierra un riesgo del que se debe estar prevenido.
La posición oficial para defender la apertura del canje de deuda, la utilización de las reservas y los cambios en el Banco Central tiene como uno de los argumentos la posibilidad de conseguir endeudamiento externo a tasas más bajas. Al margen de ese extravío conceptual, no puede considerarse un costo de financiamiento satisfactorio que la actual tasa de interés del 15 por ciento anual que exige el mercado disminuya al 10 por ciento. Este sería el nivel “razonable” que Economía pagaría si avanzaran los proyectos del Gobierno. La tasa internacional se ubica en sus mínimos históricos, cerca del cero por ciento, y economías vecinas colocan bonos de deuda a la mitad de esa tasa proyectada.
Existen motivos más sólidos en términos macroeconómicos para explicar la relevancia de esas iniciativas. Y también existen razones para que los financistas sigan “castigando” a la economía argentina con tasas elevadas, que no se diluirán con el supuesto de hacer buena letra con los mercados.
“Amigarse” con el mercado para regresar al circuito financiero internacional con el objetivo de inducir un despegue de la inversión es una idea sumamente débil desde el punto de vista productivo. Se sabe que los empresarios destinan recursos a su actividad sólo si evalúan que la demanda para sus bienes crecerá, si además estiman que será prolongada la bonanza y si los ruidos políticos no son tan fuertes como para generar una incertidumbre paralizante. El crédito externo y las tasas pueden ser muy bajas, pero esas condiciones no provocarán necesariamente una mayor inversión si el nivel de actividad está estancado. Un país “serio” con un riesgo país bajo no alienta las inversiones si no impera un entorno de crecimiento sostenido con ampliación de los mercados. El crédito externo puede colaborar en ese proceso pero no ser su motor. Ese flujo de capitales termina ingresando a la plaza local sin generar grandes condicionamientos cuando el principal factor dinamizador se encuentra en el ahorro interno. La experiencia reciente muestra que la positiva evolución de la actividad económica no requirió de financiamiento externo. El castigo de los mercados, en tanto, se reconoce en la resistencia de los financistas a la opción heterodoxa para salir de la crisis y, en especial, por el dolor que le significó al sector financiero la cesación de pagos, la posterior renegociación con quita y la permanencia aún de un stock de unos 27 mil millones de dólares en default (holdouts y Club de París). Es poco probable que cambien de opinión por la irrupción de una estrategia amigable. El economista Aldo Ferrer explica que “conviene recordar que en los mercados ya estuvimos hasta el hartazgo, con los resultados conocidos. El problema no es estar o no en los mercados, sino cómo estar. La única forma de hacerlo, compatible con el interés nacional, es no depender de ellos, estar parado en los recursos propios y entonces sí, pueden surgir en los mercados muchas operaciones posibles mutuamente convenientes”.
Tantos años de dominio de la corriente ortodoxa instaló la idea, que alcanza a ciertos representantes de la heterodoxia económica y a funcionarios del Palacio de Hacienda, acerca de que salir del default o volver al FMI permitirá al país recuperar la “confianza” de los mercados. Esto no significa desestimar el canje como un objetivo de normalizar el estado de la deuda, sino ubicarlo en su dimensión en relación con lo que puede influir su resultado en el recorrido inmediato de la economía. Existe una expectativa errónea en ese gaseoso concepto de convertirse en un “país serio”, que nace de depositar un papel exageradamente relevante al capital y a la inversión externas. El economista Alejandro Fiorito, investigador de la Universidad de Luján, señala que “las cosas no son tan lineales. Argentina transitó estos años de crecimiento record sin financiamiento externo. Por lo demás, el flujo de capitales puede ser una verdadera trampa de recesión y pobreza”. Rescata la exposición del economista heterodoxo de origen indio Amit Bhaduri, de un seminario organizado por el Cefid-Ar, quien precisó que la trampa reside, precisamente, en que los países subdesarrollados sufren intensamente fugas de divisas. Por ello, buscan “demostrar” que son “confiables” ante los ojos del capital financiero. El actor que otorga el certificado de “confiabilidad” es el FMI o, ahora que ese organismo perdió prestigio, las agencias calificadoras o los analistas-empleados de los bancos. Entonces buscan su aprobación para ser “creíbles”. Pero esa aprobación incluye como condición el freno y anulación de las políticas expansivas, redistributivas y de desarrollo, conformando un círculo vicioso. Las imágenes de convulsión social que en estos días ilustran el caso griego deberían ser un potente disuasivo para volver a transitar ese sendero. Como enseña Ferrer, la prioridad es retener y reciclar el ahorro interno en el proceso productivo y después, todo lo demás, incluso “la vuelta a los mercados” internacionales, viene por añadidura. La forma de sortear entonces la trampa que emerge de la estrategia de amigarse con el mercado es minimizar la dependencia respecto del capital externo en lugar de profundizarla.
azaiat@pagina12.com.ar
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domingo, 14 de marzo de 2010
miércoles, 23 de diciembre de 2009
Richard Sennett: "El capitalismo se ha hecho hostil a la vida"
El sociólogo estadounidense habla de su última obra, 'El artesano', basado en una conversación con su profesora Hannah Arendt
Por: JUSTO BARRANCO
CORROSIVO El sociólogo estadounidense Richard Sennett dice que Copenaghe fue algo tremendo.
El capitalismo financiero ha cambiado el mundo. Y no para mejor, opina el sociólogo Richard Sennett. La aversión al largo plazo de este capitalismo ha sido uno de los factores que han originado la crisis actual y que ha cambiado radicalmente nuestras vidas en las últimas décadas. Sennett estuvo el lunes en Barcelona, España, presentando su último libro, El artesano (Anagrama), que parte de una vieja conversación con su profesora Hannah Arendt, la autora de La condición humana, en la que ella separaba la producción física, en la que seríamos poco más que bestias de carga, de la creación mental. Para Arendt, la mente entra en funcionamiento una vez terminado el trabajo.
Para Sennett, en el proceso de producción del artesano –todo aquel que desea realizar una tarea bien hecha, y que incluye no sólo la producción manual, sino también a programadores, médicos, artistas o padres– están integrados el pensar y el sentir. La mano y la cabeza no están separadas, aunque nuestra sociedad sólo valore una.
¿Por qué la relación entre la mano y la cabeza es básica?
Nuestra potencia mental se desarrolló a través de las manos, de la manipulación de cosas. Hoy pensamos en las actividades materiales como cosas estúpidas, percibimos nuestros cerebros como una maquinaria autosuficiente. Es erróneo. Hay un proceso abierto entre mejorar las capacidades físicas y el pensamiento, una relación estrecha entre la mano, la cabeza y el corazón. Pensamos un diseño y creemos que esa imagen mental puede proyectarse al mundo. Una política malísima: no aprendemos de la práctica.
Parece aquella vieja división filosófica entre alma y cuerpo.
No es sólol a filosofía, la política también. El capitalismo ha alentado esta división. En las últimas décadas los bancos han negociado con abstracciones, teorizan sobre los valores y pierden el contacto con lo que es una fábrica, una tienda. Muchos compran y venden empresas que no entienden. Ni lo necesitan, porque compran su valor monetizado. Y no hay posibilidad, artesanía, de hacer que la empresa sea buena o mala, no hay conocimiento. Compran una empresa de colchones y la venden a otra pero con más deuda, esta hace lo mismo. La empresa cada vez tiene menos capital y tiende a la quiebra. Le pregunté a uno de los compradores: ¿Has visto cómo se fabrica un colchón? Me dijo que para qué, si sólo iba a ser propietario tres meses. Así se desarrolla ahora la economía capitalista, se desprecia la praxis, las manos en la masa, no saben qué hacer porque de hecho nunca han gestionado nada.
¿Es la explotación actual?
Sí, la dominación de las finanzas sobre la economía real. Las finanzas son una operativa abstracta. Siempre pensamos que el capitalismo es hostil a la artesanía porque discapacita al artista, pero es más sofisticado: no está implicado en la práctica. Teoriza. Por ejemplo, con la deuda. Es una de las razones de la crisis actual.
¿Y las otras?
Otra es la forma del tiempo en el capitalismo hoy: todo es a corto plazo. La economía global se reorienta al comercio del precio de las acciones más que a sus beneficios finales. La noción de gestionar una empresa para tener beneficios a largo plazo ha desaparecido. Puedes ganar dinero con empresas que están perdiendo. De manera que cuando llegas a una economía como esta no tienes ningún interés en lograr que la economía real funcione.
¿Qué piensa el autor de La corrosión del carácter de la alarma por la alta tasa de suicidios en empresas como Renault o France Télécom?
En mi equipo estamos estudiando el desempleo a largo plazo en Wall Street y encontrando cosas muy similares. Alcohólicos y suicidios no sólo entre los que pierden el trabajo sino entre los que se quedan, que están tan estresados porque para conservar el puesto de trabajo tienen que hacer cada vez más. El capitalismo en los últimos veinte años se ha hecho completamente hostil a la construcción de la vida. En el antiguo capitalismo corporativo de mediados del siglo XX podías sufrir injusticias pero construirte la vida. En los últimos 20 años se ha convertido en algo inhumano y la izquierda tan contenta de ser hombres prácticos que pueden hablar con los banqueros. De hecho, el primer movimiento en la crisis ha sido ayudar a los bancos. En Inglaterra se compraron cuatro y aun así se decidió no interferir en lo que hicieran.
¿Cuál es su alternativa?
No podemos volver al antiguo capitalismo. La izquierda debe reflexionar sobre cómo hacer crecer empresas que realmente permanezcan. Empresas de tamaño pequeño como las del norte de Italia y sur de Alemania, con trabajos muy especializados. No fabrican en masa y trabajan más a largo plazo, desde la formación de los trabajadores a sus relaciones de exportación. Un trabajo artesanal, que puede ser muy avanzado, como pantallas de enorme definición para operaciones quirúrgicas.
El artesano es el inicio de una trilogía de despedida.
Quería unir las preocupaciones básicas de mi obra, la relación entre lo material y lo social, lo concreto y lo abstracto. Luego me dedicaré al violoncelo, he recuperado la posibilidad de tocarlo, pero sólo me quedan diez años en la mano. Por cierto: todos los músicos son artesanos, saben que no existe una idea musical sin base física. El segundo libro estará dedicado a la relación entre lo material y lo social: la confianza, el respeto, la cooperación, la autoridad, la artesanía de las relaciones sociales. Y el tercero, a nuestra relación con el medio ambiente.
Usted rechaza lo que implica la idea de sostenibilidad.
Porque no somos propietarios de la naturaleza. Sostenibilidad significa mantener las cosas como están. Es una metáfora errónea. Podemos funcionar con mucho menos. Menos tráfico, menos carbono. Distintos tipos de edificio. Debemos cambiar la noción de la modernidad de que el ser humano siempre dominaría la naturaleza. Produce autodestrucción. Copenhague ha sido terrible, especialmente los chinos, que cinco días antes decían verde verde, y luego que no, que no quieren que nadie interfiera con ellos ni conozcan su tecnología. Aterrador. Y los europeos, fuera de juego.
*Especial para La Vanguardia y Clarín.
El sociólogo estadounidense habla de su última obra, 'El artesano', basado en una conversación con su profesora Hannah Arendt
Por: JUSTO BARRANCO
CORROSIVO El sociólogo estadounidense Richard Sennett dice que Copenaghe fue algo tremendo.
El capitalismo financiero ha cambiado el mundo. Y no para mejor, opina el sociólogo Richard Sennett. La aversión al largo plazo de este capitalismo ha sido uno de los factores que han originado la crisis actual y que ha cambiado radicalmente nuestras vidas en las últimas décadas. Sennett estuvo el lunes en Barcelona, España, presentando su último libro, El artesano (Anagrama), que parte de una vieja conversación con su profesora Hannah Arendt, la autora de La condición humana, en la que ella separaba la producción física, en la que seríamos poco más que bestias de carga, de la creación mental. Para Arendt, la mente entra en funcionamiento una vez terminado el trabajo.
Para Sennett, en el proceso de producción del artesano –todo aquel que desea realizar una tarea bien hecha, y que incluye no sólo la producción manual, sino también a programadores, médicos, artistas o padres– están integrados el pensar y el sentir. La mano y la cabeza no están separadas, aunque nuestra sociedad sólo valore una.
¿Por qué la relación entre la mano y la cabeza es básica?
Nuestra potencia mental se desarrolló a través de las manos, de la manipulación de cosas. Hoy pensamos en las actividades materiales como cosas estúpidas, percibimos nuestros cerebros como una maquinaria autosuficiente. Es erróneo. Hay un proceso abierto entre mejorar las capacidades físicas y el pensamiento, una relación estrecha entre la mano, la cabeza y el corazón. Pensamos un diseño y creemos que esa imagen mental puede proyectarse al mundo. Una política malísima: no aprendemos de la práctica.
Parece aquella vieja división filosófica entre alma y cuerpo.
No es sólol a filosofía, la política también. El capitalismo ha alentado esta división. En las últimas décadas los bancos han negociado con abstracciones, teorizan sobre los valores y pierden el contacto con lo que es una fábrica, una tienda. Muchos compran y venden empresas que no entienden. Ni lo necesitan, porque compran su valor monetizado. Y no hay posibilidad, artesanía, de hacer que la empresa sea buena o mala, no hay conocimiento. Compran una empresa de colchones y la venden a otra pero con más deuda, esta hace lo mismo. La empresa cada vez tiene menos capital y tiende a la quiebra. Le pregunté a uno de los compradores: ¿Has visto cómo se fabrica un colchón? Me dijo que para qué, si sólo iba a ser propietario tres meses. Así se desarrolla ahora la economía capitalista, se desprecia la praxis, las manos en la masa, no saben qué hacer porque de hecho nunca han gestionado nada.
¿Es la explotación actual?
Sí, la dominación de las finanzas sobre la economía real. Las finanzas son una operativa abstracta. Siempre pensamos que el capitalismo es hostil a la artesanía porque discapacita al artista, pero es más sofisticado: no está implicado en la práctica. Teoriza. Por ejemplo, con la deuda. Es una de las razones de la crisis actual.
¿Y las otras?
Otra es la forma del tiempo en el capitalismo hoy: todo es a corto plazo. La economía global se reorienta al comercio del precio de las acciones más que a sus beneficios finales. La noción de gestionar una empresa para tener beneficios a largo plazo ha desaparecido. Puedes ganar dinero con empresas que están perdiendo. De manera que cuando llegas a una economía como esta no tienes ningún interés en lograr que la economía real funcione.
¿Qué piensa el autor de La corrosión del carácter de la alarma por la alta tasa de suicidios en empresas como Renault o France Télécom?
En mi equipo estamos estudiando el desempleo a largo plazo en Wall Street y encontrando cosas muy similares. Alcohólicos y suicidios no sólo entre los que pierden el trabajo sino entre los que se quedan, que están tan estresados porque para conservar el puesto de trabajo tienen que hacer cada vez más. El capitalismo en los últimos veinte años se ha hecho completamente hostil a la construcción de la vida. En el antiguo capitalismo corporativo de mediados del siglo XX podías sufrir injusticias pero construirte la vida. En los últimos 20 años se ha convertido en algo inhumano y la izquierda tan contenta de ser hombres prácticos que pueden hablar con los banqueros. De hecho, el primer movimiento en la crisis ha sido ayudar a los bancos. En Inglaterra se compraron cuatro y aun así se decidió no interferir en lo que hicieran.
¿Cuál es su alternativa?
No podemos volver al antiguo capitalismo. La izquierda debe reflexionar sobre cómo hacer crecer empresas que realmente permanezcan. Empresas de tamaño pequeño como las del norte de Italia y sur de Alemania, con trabajos muy especializados. No fabrican en masa y trabajan más a largo plazo, desde la formación de los trabajadores a sus relaciones de exportación. Un trabajo artesanal, que puede ser muy avanzado, como pantallas de enorme definición para operaciones quirúrgicas.
El artesano es el inicio de una trilogía de despedida.
Quería unir las preocupaciones básicas de mi obra, la relación entre lo material y lo social, lo concreto y lo abstracto. Luego me dedicaré al violoncelo, he recuperado la posibilidad de tocarlo, pero sólo me quedan diez años en la mano. Por cierto: todos los músicos son artesanos, saben que no existe una idea musical sin base física. El segundo libro estará dedicado a la relación entre lo material y lo social: la confianza, el respeto, la cooperación, la autoridad, la artesanía de las relaciones sociales. Y el tercero, a nuestra relación con el medio ambiente.
Usted rechaza lo que implica la idea de sostenibilidad.
Porque no somos propietarios de la naturaleza. Sostenibilidad significa mantener las cosas como están. Es una metáfora errónea. Podemos funcionar con mucho menos. Menos tráfico, menos carbono. Distintos tipos de edificio. Debemos cambiar la noción de la modernidad de que el ser humano siempre dominaría la naturaleza. Produce autodestrucción. Copenhague ha sido terrible, especialmente los chinos, que cinco días antes decían verde verde, y luego que no, que no quieren que nadie interfiera con ellos ni conozcan su tecnología. Aterrador. Y los europeos, fuera de juego.
*Especial para La Vanguardia y Clarín.
sábado, 19 de diciembre de 2009
Institucionalidad
Por Alfredo Zaiat
“Oye, hijo, las cosas están de este modo,
la radio en mi cuarto me lo dice todo.
No preguntes más.”
Instituciones, Charly García, Sui Generis
En 1974, en un marco de tensión por la censura previa y presiones para cambiar letras y títulos de canciones, Sui Generis presentó el tercero de sus discos: Pequeñas anécdotas sobre las instituciones. Eran años donde se cuestionaba a las organizaciones tradicionales y represivas de la sociedad, desde la propia familia hasta las estructuras conservadoras del poder. Esas banderas de rebeldía habían sido apropiadas por jóvenes y fuerzas políticas que aspiraban a cambiar la sociedad. Para ellos, hablar de instituciones significaba el proyecto de cambiarlas con el objetivo de transformarlas en instrumentos de liberación individual y, fundamentalmente, de alteración del orden político-económico. Más de treinta años han pasado desde ese tiempo de convulsiones sociales y de desafío a las instituciones, en un derrotero político que ha implicado una reformulación de los estudios de ese tema complejo. También en ese período se ha producido un retroceso en la batalla cultural donde las ideas conservadoras se han naturalizado registrando una notable penetración hasta en sectores insospechados. En particular en el abordaje de la cuestión económica, aunque también en ámbitos de la ciencia política. En los últimos años, cierta intelectualidad, grupos políticos y especialistas enrolados en el pensamiento heterodoxo o crítico han concentrado su atención en aspectos vinculados con lo que hoy ha instalado la corriente dominante como “la institucionalidad”. Se detienen con dedicación en ese aspecto, que no es una cuestión a ignorar para mejorar el espacio democrático, pero a nivel discursivo le han dedicado más relevancia que el contenido y la tendencia de un proceso económico y social. La actual etapa requiere un análisis más agudo para profundizar los cambios y de ese modo no caer en la trampa de las formalidades que imponen los límites de la institucionalidad conservadora. Formalidad que es adaptada a conveniencia por el establishment, como lo refleja la convalidación y el respaldo de una de las situaciones que debería generar incomodidad para aquellos preocupados por la calidad institucional: la anomia de un vicepresidente en ejercicio de la oposición.
El poder económico ha logrado instalar la idea de “institucionalidad” y su carencia en el presente período político. Esta característica merece traducirse porque incluso el actual gobierno comenzó su gestión hablando de que iba a satisfacer esa demanda. A esta altura resulta evidente que para el establishment no la ha cumplido, insatisfacción que lo resume en ese reclamo insistente respecto de la necesidad de definir “reglas de juego muy claras para el sector privado” o en la exigencia de mejorar “la calidad de la institucionalidad”. En esa concepción, por ejemplo, el fin del negocio especulativo con el aporte previsional de los trabajadores por parte de las AFJP ha sido una violación a la institucionalidad. No evaluaban de la misma manera cuando el nacimiento de las Administradoras arrasó con la sustentabilidad de la anterior institucionalidad del régimen previsional público. La visión parcial de esos acontecimientos deriva entonces en no considerar que el fin de las AFJP fue la creación de una “nueva” institucionalidad para defender el futuro previsional de los trabajadores, como así también el presente de los haberes de los jubilados. Y no lo pueden interpretar de ese modo porque esos cambios han afectado uno de sus nichos de privilegios. Lo mismo sucede cuando el Estado ejerce su derecho de nombrar directores en compañías donde tiene una porción importante de acciones, paquete en manos de la Anses al administrar los activos recibidos cuando desaparecieron las AFJP. La preocupación sobre cómo se “cuidan” los recursos previsionales cuando la Anses financia proyectos de inversión o la universalización de la asignación familiar no se reitera, en cambio, cuando se evalúa la decisión política de designar directores que busca “custodiar” esas colocaciones financieras en esas empresas.
Las situaciones que enumera el poder económico acerca de la debilidad de las instituciones son varias. Además de la muerte de las AFJP, señala los procesos que derivaron en la estatización de empresas de servicios públicos privatizados; la actuación de la Secretaría de Comercio Interior en el control de precios (a pesar de su ineficiencia); la intervención del Estado en el sector agropecuario a través de retenciones a las exportaciones; las operaciones de financiamiento intrasector público; la defensa de trabajadores que buscan encuadrarse en gremios que protegen mejor sus derechos; iniciativas que pretenden generar competencia en el área de la comunicación en mercados monopólicos; la más reciente decisión de utilizar las reservas del Banco Central para integrar un fondo de garantía de pago de deudas, entre otras medidas. Esa resistencia, que rechaza una “nueva” institucionalidad, se reconoce en las ideas neoliberales. Para éstas, todo el orden institucional debe adecuarse o subordinarse a la lógica del libre mercado, lo que significa, de hecho, la instauración del mercado como “sociedad perfecta”.
Jorge Iván Vergara explica en Teorías conservadoras y teorías críticas de las instituciones sociales, publicado en Revista Ciencias Sociales Nº 11 (2001), que esa corriente “elabora una noción de institución cuasi-natural, que enfatiza su carácter de tradición histórica, pero la concibe como fijada y no sujeta a su transformación radical o reemplazo”. El chileno Iván Vergara señala que “se trata de una retórica que apoya la afirmación del orden establecido como el único viable o el mejor de todos los mundos posibles”. Antropólogo y doctor en Sociología, este especialista afirma que esa noción conservadora de instituciones acentúa el carácter de tradición, de permanencia y su “trascendencia” respecto de los individuos, basando su argumentación en términos de lo concreto y lo práctico.
Sin embargo, esas ideas no dan cuenta de la complejidad de la sociedad contemporánea, sus transformaciones y sus problemas. Y las corrientes reunidas en el arco de la centroizquierda deberían eludir ese sentido común conservador denominado “institucionalidad”. Su desafío no es menor porque al tiempo de cuestionarla debe buscar su transformación en el marco democrático, aspecto esencial que en décadas pasadas fue minimizado. Al respecto, Iván Vergara apunta que “las alternativas no se reducen a la aceptación del statu quo ni a su rechazo global. Tampoco pueden ser comprendidas como una opción entre el antiinstitucionalismo y la defensa de las instituciones vigentes”. “Se trata, entonces, de elaborar una concepción capaz de contribuir decisivamente a la comprensión de las instituciones en vías a su transformación democrática, no a su eliminación”, concluye. En un proceso complejo, donde en algunas áreas se ha avanzado en transformaciones y en otras se han mantenido estructuras inalteradas, el debate sobre una “nueva” institucionalidad tiene que apuntar a crearla en función de la defensa del interés de las mayorías sin caer en las trampas discursivas del establishment.
azaiat@pagina12.com.ar
Por Alfredo Zaiat
“Oye, hijo, las cosas están de este modo,
la radio en mi cuarto me lo dice todo.
No preguntes más.”
Instituciones, Charly García, Sui Generis
En 1974, en un marco de tensión por la censura previa y presiones para cambiar letras y títulos de canciones, Sui Generis presentó el tercero de sus discos: Pequeñas anécdotas sobre las instituciones. Eran años donde se cuestionaba a las organizaciones tradicionales y represivas de la sociedad, desde la propia familia hasta las estructuras conservadoras del poder. Esas banderas de rebeldía habían sido apropiadas por jóvenes y fuerzas políticas que aspiraban a cambiar la sociedad. Para ellos, hablar de instituciones significaba el proyecto de cambiarlas con el objetivo de transformarlas en instrumentos de liberación individual y, fundamentalmente, de alteración del orden político-económico. Más de treinta años han pasado desde ese tiempo de convulsiones sociales y de desafío a las instituciones, en un derrotero político que ha implicado una reformulación de los estudios de ese tema complejo. También en ese período se ha producido un retroceso en la batalla cultural donde las ideas conservadoras se han naturalizado registrando una notable penetración hasta en sectores insospechados. En particular en el abordaje de la cuestión económica, aunque también en ámbitos de la ciencia política. En los últimos años, cierta intelectualidad, grupos políticos y especialistas enrolados en el pensamiento heterodoxo o crítico han concentrado su atención en aspectos vinculados con lo que hoy ha instalado la corriente dominante como “la institucionalidad”. Se detienen con dedicación en ese aspecto, que no es una cuestión a ignorar para mejorar el espacio democrático, pero a nivel discursivo le han dedicado más relevancia que el contenido y la tendencia de un proceso económico y social. La actual etapa requiere un análisis más agudo para profundizar los cambios y de ese modo no caer en la trampa de las formalidades que imponen los límites de la institucionalidad conservadora. Formalidad que es adaptada a conveniencia por el establishment, como lo refleja la convalidación y el respaldo de una de las situaciones que debería generar incomodidad para aquellos preocupados por la calidad institucional: la anomia de un vicepresidente en ejercicio de la oposición.
El poder económico ha logrado instalar la idea de “institucionalidad” y su carencia en el presente período político. Esta característica merece traducirse porque incluso el actual gobierno comenzó su gestión hablando de que iba a satisfacer esa demanda. A esta altura resulta evidente que para el establishment no la ha cumplido, insatisfacción que lo resume en ese reclamo insistente respecto de la necesidad de definir “reglas de juego muy claras para el sector privado” o en la exigencia de mejorar “la calidad de la institucionalidad”. En esa concepción, por ejemplo, el fin del negocio especulativo con el aporte previsional de los trabajadores por parte de las AFJP ha sido una violación a la institucionalidad. No evaluaban de la misma manera cuando el nacimiento de las Administradoras arrasó con la sustentabilidad de la anterior institucionalidad del régimen previsional público. La visión parcial de esos acontecimientos deriva entonces en no considerar que el fin de las AFJP fue la creación de una “nueva” institucionalidad para defender el futuro previsional de los trabajadores, como así también el presente de los haberes de los jubilados. Y no lo pueden interpretar de ese modo porque esos cambios han afectado uno de sus nichos de privilegios. Lo mismo sucede cuando el Estado ejerce su derecho de nombrar directores en compañías donde tiene una porción importante de acciones, paquete en manos de la Anses al administrar los activos recibidos cuando desaparecieron las AFJP. La preocupación sobre cómo se “cuidan” los recursos previsionales cuando la Anses financia proyectos de inversión o la universalización de la asignación familiar no se reitera, en cambio, cuando se evalúa la decisión política de designar directores que busca “custodiar” esas colocaciones financieras en esas empresas.
Las situaciones que enumera el poder económico acerca de la debilidad de las instituciones son varias. Además de la muerte de las AFJP, señala los procesos que derivaron en la estatización de empresas de servicios públicos privatizados; la actuación de la Secretaría de Comercio Interior en el control de precios (a pesar de su ineficiencia); la intervención del Estado en el sector agropecuario a través de retenciones a las exportaciones; las operaciones de financiamiento intrasector público; la defensa de trabajadores que buscan encuadrarse en gremios que protegen mejor sus derechos; iniciativas que pretenden generar competencia en el área de la comunicación en mercados monopólicos; la más reciente decisión de utilizar las reservas del Banco Central para integrar un fondo de garantía de pago de deudas, entre otras medidas. Esa resistencia, que rechaza una “nueva” institucionalidad, se reconoce en las ideas neoliberales. Para éstas, todo el orden institucional debe adecuarse o subordinarse a la lógica del libre mercado, lo que significa, de hecho, la instauración del mercado como “sociedad perfecta”.
Jorge Iván Vergara explica en Teorías conservadoras y teorías críticas de las instituciones sociales, publicado en Revista Ciencias Sociales Nº 11 (2001), que esa corriente “elabora una noción de institución cuasi-natural, que enfatiza su carácter de tradición histórica, pero la concibe como fijada y no sujeta a su transformación radical o reemplazo”. El chileno Iván Vergara señala que “se trata de una retórica que apoya la afirmación del orden establecido como el único viable o el mejor de todos los mundos posibles”. Antropólogo y doctor en Sociología, este especialista afirma que esa noción conservadora de instituciones acentúa el carácter de tradición, de permanencia y su “trascendencia” respecto de los individuos, basando su argumentación en términos de lo concreto y lo práctico.
Sin embargo, esas ideas no dan cuenta de la complejidad de la sociedad contemporánea, sus transformaciones y sus problemas. Y las corrientes reunidas en el arco de la centroizquierda deberían eludir ese sentido común conservador denominado “institucionalidad”. Su desafío no es menor porque al tiempo de cuestionarla debe buscar su transformación en el marco democrático, aspecto esencial que en décadas pasadas fue minimizado. Al respecto, Iván Vergara apunta que “las alternativas no se reducen a la aceptación del statu quo ni a su rechazo global. Tampoco pueden ser comprendidas como una opción entre el antiinstitucionalismo y la defensa de las instituciones vigentes”. “Se trata, entonces, de elaborar una concepción capaz de contribuir decisivamente a la comprensión de las instituciones en vías a su transformación democrática, no a su eliminación”, concluye. En un proceso complejo, donde en algunas áreas se ha avanzado en transformaciones y en otras se han mantenido estructuras inalteradas, el debate sobre una “nueva” institucionalidad tiene que apuntar a crearla en función de la defensa del interés de las mayorías sin caer en las trampas discursivas del establishment.
azaiat@pagina12.com.ar
viernes, 18 de diciembre de 2009
La resistencia del trabajo en blanco
Según datos del tercer trimestre, el porcentaje de empleados en negro disminuyó de 39 a 36 por ciento en el último año, pero no fue por mejoras en las condiciones laborales sino porque la crisis derivó en más despidos en ese sector.
Por Tomás Lukin
El empleo en negro alcanza al 36 por ciento de los trabajadores. La cifra corresponde al tercer trimestre del año y representa una leve reducción de 3 puntos porcentuales frente al mismo período en 2008. En un contexto de disminución de empleo la caída en la informalidad no refleja mejoras en las condiciones laborales de los más desprotegidos, sino que esos puestos de trabajo se destruyeron. La contracción del empleo no registrado evidencia la situación de precariedad en la que se encuentran esos trabajadores.
Durante la primera mitad del año 140 mil trabajadores pasaron a la informalidad y el desempleo ascendió al 9,1 por ciento. Según estiman los especialistas del Cenda, desde fines de 2008 hasta la fecha se perdieron alrededor de 350 mil puestos de trabajo. El elevado porcentaje de informalidad es superado ampliamente en el medio rural donde alcanza tasas que superan el 70 por ciento. La informalidad laboral está estrechamente relacionada con la pobreza. Los ingresos de los trabajadores en negro son un 50 por ciento inferiores a los que perciben los registrados.
El Indec publicó ayer los datos desagregados de la Encuesta Permanente de Hogares para el tercer trimestre del año para los 31 aglomerados urbanos relevados. En las provincias más pobres la precariedad laboral supera considerablemente la media nacional. En el nordeste –Corrientes, Formosa, Gran Resistencia y Posadas– los asalariados sin descuento representan el 43,1 por ciento. En tanto, en el noroeste –Gran Catamarca, Gran Tucumán, Jujuy-Palpalá, La Rioja, Salta y Santiago del Estero– el porcentaje de asalariados excluidos de la protección del conjunto de las normativas legales se ubica en el 42,8 por ciento.
El mercado laboral en estas regiones es muy estrecho, las remuneraciones se ubican por debajo del promedio nacional y tienen bajas tasas de desempleo (3,9 y 7,9 por ciento, respectivamente) producto del desaliento y la emigración. La Patagonia cuenta con la menor tasa de asalariados sin descuentos jubilatorios (20,9), mientras que Cuyo (38,6) y la región Pampeana (33,4) se ubican alrededor de la media nacional. En el Gran Buenos Aires el desempleo llegó al 9,8 por ciento, el más elevado del país, y la informalidad fue del 36,2 por ciento.
A diferencia de lo que sucede en América latina donde la informalidad responde al “autoempleo” ante la ausencia de otras oportunidades, en la Argentina una parte significativa del fenómeno son asalariados no registrados: “Se trata de trabajadores precarizados, contratados por empresas que tienen asalariados formales. Así, el ajuste que se produce en las firmas cuando hay recesión es precisamente reduciendo la cantidad de empleados no registrados”, explicó el investigador del Conicet, Fernando Groisman.
Otro ajuste característico en momentos de crisis es la precarización del empleo registrado. El mecanismo es presentado por los empresarios como una alternativa para no despedir trabajadores. Desde el Ministerio de Trabajo, esa dinámica no se observó a gran escala en esta oportunidad ya que la expulsión de trabajadores del sector formal no fue tan importante y, por lo tanto, el mercado informal no tuvo que absorberlos. Más allá del impacto puntual de la crisis, distintos economistas remarcan que luego de un período de fuerte crecimiento económico basado en la creación de puestos de trabajo no se logró reducir considerablemente los niveles de informalidad.
En el Ejecutivo destacan el efecto sobre la informalidad del programa de blanqueo que lleva adelante AFIP, el Repro –el programa donde el Estado se hace cargo de una parte del salario de los trabajadores– y la regularización del empleo público. Además, destacan la importancia de la extensión del sistema de asignaciones familiares a los desocupados y asalariados en negro. Según las estimaciones oficiales, se regularizaron alrededor de 500 mil puestos de trabajo. Por su parte, el Repro creció exponencialmente en el año y alcanza a 160 mil trabajadores.
Corrientes exhibe la tasa de informalidad más alta del país, alcanza al 45,9 por ciento. La situación opuesta se observa en Río Gallegos y Ushuaia donde la precariedad alcanza al 11,5 por ciento de los trabajadores. El informe difundido por el organismo estadístico muestra que el desempleo afecta más fuerte a las mujeres (10,1) que a los hombres (8,3). Las mujeres hasta 29 años son el grupo más golpeado por la falta de trabajo. En ese sector la desocupación llega al 18,6 por ciento. El impacto sobre los jefes de hogar se ubica en el 5,1 por ciento.
Según datos del tercer trimestre, el porcentaje de empleados en negro disminuyó de 39 a 36 por ciento en el último año, pero no fue por mejoras en las condiciones laborales sino porque la crisis derivó en más despidos en ese sector.
Por Tomás Lukin
El empleo en negro alcanza al 36 por ciento de los trabajadores. La cifra corresponde al tercer trimestre del año y representa una leve reducción de 3 puntos porcentuales frente al mismo período en 2008. En un contexto de disminución de empleo la caída en la informalidad no refleja mejoras en las condiciones laborales de los más desprotegidos, sino que esos puestos de trabajo se destruyeron. La contracción del empleo no registrado evidencia la situación de precariedad en la que se encuentran esos trabajadores.
Durante la primera mitad del año 140 mil trabajadores pasaron a la informalidad y el desempleo ascendió al 9,1 por ciento. Según estiman los especialistas del Cenda, desde fines de 2008 hasta la fecha se perdieron alrededor de 350 mil puestos de trabajo. El elevado porcentaje de informalidad es superado ampliamente en el medio rural donde alcanza tasas que superan el 70 por ciento. La informalidad laboral está estrechamente relacionada con la pobreza. Los ingresos de los trabajadores en negro son un 50 por ciento inferiores a los que perciben los registrados.
El Indec publicó ayer los datos desagregados de la Encuesta Permanente de Hogares para el tercer trimestre del año para los 31 aglomerados urbanos relevados. En las provincias más pobres la precariedad laboral supera considerablemente la media nacional. En el nordeste –Corrientes, Formosa, Gran Resistencia y Posadas– los asalariados sin descuento representan el 43,1 por ciento. En tanto, en el noroeste –Gran Catamarca, Gran Tucumán, Jujuy-Palpalá, La Rioja, Salta y Santiago del Estero– el porcentaje de asalariados excluidos de la protección del conjunto de las normativas legales se ubica en el 42,8 por ciento.
El mercado laboral en estas regiones es muy estrecho, las remuneraciones se ubican por debajo del promedio nacional y tienen bajas tasas de desempleo (3,9 y 7,9 por ciento, respectivamente) producto del desaliento y la emigración. La Patagonia cuenta con la menor tasa de asalariados sin descuentos jubilatorios (20,9), mientras que Cuyo (38,6) y la región Pampeana (33,4) se ubican alrededor de la media nacional. En el Gran Buenos Aires el desempleo llegó al 9,8 por ciento, el más elevado del país, y la informalidad fue del 36,2 por ciento.
A diferencia de lo que sucede en América latina donde la informalidad responde al “autoempleo” ante la ausencia de otras oportunidades, en la Argentina una parte significativa del fenómeno son asalariados no registrados: “Se trata de trabajadores precarizados, contratados por empresas que tienen asalariados formales. Así, el ajuste que se produce en las firmas cuando hay recesión es precisamente reduciendo la cantidad de empleados no registrados”, explicó el investigador del Conicet, Fernando Groisman.
Otro ajuste característico en momentos de crisis es la precarización del empleo registrado. El mecanismo es presentado por los empresarios como una alternativa para no despedir trabajadores. Desde el Ministerio de Trabajo, esa dinámica no se observó a gran escala en esta oportunidad ya que la expulsión de trabajadores del sector formal no fue tan importante y, por lo tanto, el mercado informal no tuvo que absorberlos. Más allá del impacto puntual de la crisis, distintos economistas remarcan que luego de un período de fuerte crecimiento económico basado en la creación de puestos de trabajo no se logró reducir considerablemente los niveles de informalidad.
En el Ejecutivo destacan el efecto sobre la informalidad del programa de blanqueo que lleva adelante AFIP, el Repro –el programa donde el Estado se hace cargo de una parte del salario de los trabajadores– y la regularización del empleo público. Además, destacan la importancia de la extensión del sistema de asignaciones familiares a los desocupados y asalariados en negro. Según las estimaciones oficiales, se regularizaron alrededor de 500 mil puestos de trabajo. Por su parte, el Repro creció exponencialmente en el año y alcanza a 160 mil trabajadores.
Corrientes exhibe la tasa de informalidad más alta del país, alcanza al 45,9 por ciento. La situación opuesta se observa en Río Gallegos y Ushuaia donde la precariedad alcanza al 11,5 por ciento de los trabajadores. El informe difundido por el organismo estadístico muestra que el desempleo afecta más fuerte a las mujeres (10,1) que a los hombres (8,3). Las mujeres hasta 29 años son el grupo más golpeado por la falta de trabajo. En ese sector la desocupación llega al 18,6 por ciento. El impacto sobre los jefes de hogar se ubica en el 5,1 por ciento.
domingo, 13 de diciembre de 2009
La EPH
Por Alfredo Zaiat
Para analizar la evolución de la distribución del ingreso se requiere de las cifras que surgen de la Encuesta Permanente de Hogares elaboradas por el Indec. Durante dos años se careció de esos datos por motivos técnicos y por funcionarios desplazados que pusieron obstáculos para el acceso a la base de información, disputas políticas, gremiales y personales, inhábiles funcionarios para la conducción de un conflicto, obstrucción informativa acerca de las razones de esa discontinuidad y exagerada morosidad en normalizar un área sensible. Ese extenso período de vacío estadístico dejó el camino libre para las interpretaciones más variadas sobre la tendencia que había adquirido la distribución del ingreso, variable clave en términos socioeconómico y político, porque el Gobierno la había asumido como bandera propia. En ese debate, no merece destacarse la opinión de la ortodoxia y las corrientes conservadoras, porque poco les importa ese indicador; más bien son ejecutores de políticas para agudizar la regresividad pese a que ahora adaptaron su discurso al tono de moda. En cambio, es relevante la de los grupos que se identifican con el progresismo, puesto que aseguraron que había empeorado la distribución, incluso afirmando que en comparación resulta peor que la registrada en la década del noventa. Esa sentencia ignora lo que implica la orientación de una tendencia (al empeoramiento durante el menemismo; a la recuperación desde 2003) y ha tenido predicamento precisamente por el espacio estadístico vacante del Indec. Por fin, la base de la EPH volvió a ser pública (la renovada y la anterior) y, por lo tanto, se puede acceder a la información para estudiar la dinámica de la distribución del ingreso. Ahora ya no habrá excusas para eludir la rigurosidad, con la excepción de aquellos que prefieran continuar con las chicanas políticas de bajo vuelo. La primera aproximación a esas cifras ofrece dos conclusiones:
1. La distribución del ingreso sigue siendo mala, con un sector privilegiado que concentra gran parte de la riqueza y una mayoría que recibe una pequeña porción de ese producto.
2. En el período 2007-2009, lapso donde el Indec decidió no difundir los datos de la EPH, la distribución del ingreso no empeoró respecto de los años anteriores tomando como base el 2003, año en que esa variable comenzó a transitar un sendero positivo. En esos dos años se mantuvo constante, con una leve desmejora en uno de los trimestres, con leves señales de recuperación en los últimos meses de este año.
Esta última consideración expone con contundencia el grado de torpeza de los funcionarios que desembarcaron en el Indec, que deslegitimó la palabra oficial y facilitó la tarea de avance de las posiciones conservadoras en el análisis de la economía. Además, los cambios metodológicos de la nueva EPH difieren en muy poco en sus resultados con la vieja EPH, lo que hace aún más inexplicable la ausencia de esa información en el espacio público. El sociólogo Artemio López ilustra que “una primera lectura de algunos datos de la nueva EPH muestra una baja en la brecha entre el 10 por ciento más rico y más pobre, medida por ingreso individual, que pasa de 34,1 veces en el segundo trimestre de 2003 a 25,3 en 2009. La brecha entre el 20 por ciento más rico y el más pobre medido por ingreso individual muestra una evolución positiva en el lapso 2003/2009, donde pasa de 15,6 veces en 2003 a 12,1 veces”. Para agregar que “a partir del segundo trimestre de 2008, en un contexto de fuerte inequidad, se observa un leve empeoramiento en la participación del 20 por ciento más pobre, que pasa del 4,3 al 4,1 por ciento del total de ingresos”. En cambio, en el Coeficiente Gini muestra mejoras.
En términos amplios, tomando distancia del debate sobre los últimos dos años o sobre el período kirchnerista, la distribución de ingreso sigue mostrando indicadores insatisfactorios. Este saldo no es diferente de lo que pasa en la mayoría de los países, donde la concentración de la riqueza en las últimas tres décadas ha sido la característica saliente de la economía global. Si un factor distingue al actual período de la economía mundial es precisamente la distribución regresiva del ingreso.
A nivel local, con altibajos pero con una orientación sostenida, la equidad distributiva empeoró entre 1975 y 2002, tendencia que se quiebra en el proceso de crecimiento iniciado en 2003. Esa dinámica tuvo características bastante débiles, teniendo en cuenta las elevadas tasas de crecimiento del Producto, que no han podido revertir factores estructurales de inequidad que se reconocen en el importante grado de concentración productiva y fuerte resistencia del poder económico a ceder privilegios. En ese contexto, a partir de 2007, cuando el proceso de avance de la economía empezó a manifestar sus limitaciones, se estancó la tendencia de mejora de la distribución. Situación que fue alimentada por factores internos, destacándose el conflicto con el sector del campo dominado por la trama multinacional sojera y las tensiones políticas asociadas, y por elementos externos, sobresaliendo la extraordinaria crisis internacional.
Este escenario local y del exterior ofrece la posibilidad de evaluar con un poco más de elementos el comportamiento de esa sensible variable en un panorama complejo. El estancamiento en el ciclo de mejora de la distribución del ingreso se diferencia de lo registrado en crisis pasadas. Un factor relevante para comprender cuáles fueron los amortiguadores que actuaron en estos dos años se encuentra en el mercado de trabajo y en el sistema previsional. La inclusión de 1,8 millón de jubilados al régimen y la actualización del haber mínimo y luego el ajuste que surgió de la movilidad actuaron de dique defensivo para este sector vulnerable. Por el lado del empleo, la Encuesta de Indicadores Laborales, elaborada por el Ministerio de Trabajo y que no recibe cuestionamientos del mundo académico ni de consultoras de la city, muestra que la fase contractiva del ciclo económico implicó una caída promedio mensual de 0,3 por ciento del empleo registrado. Ese porcentaje es menor al contabilizado en crisis recientes: la brasileña de 1999 (0,4 por ciento) y la salida de la convertibilidad en 2001 (0,8 por ciento). Considerando que la actual crisis es la más importante desde el crac del ’30 del siglo pasado, la caída del empleo registrado ha sido moderada. Esta respuesta que no fue tan negativa se desarrolló en un escenario laboral diferente al prevaleciente en la década pasada. La expansión del empleo asalariado formal ha sido extraordinaria desde 2003 en que, según la información del Sistema Integrado Previsional Argentino, ha creado unos 2,2 millones de trabajos. En total, ese universo de formales, que implica que el trabajador goza de los beneficios y derechos que establece la normativa laboral, es 19 por ciento mayor que el contabilizado en el mejor momento de los noventa. En los últimos cuatro meses se observa un período de estabilización y recuperación del empleo: en el último registro de octubre, el empleo registrado del sector privado de los principales centros urbanos creció 0,4 por ciento respecto del mes anterior. Esto significa la creación de alrededor de 20 mil puestos de trabajo formales durante octubre.
Estos contundentes datos de empleo arrinconan los intentos de una comparación en términos negativos en cuestiones de pobreza y distribución del ingreso entre el actual período económico y el de la convertibilidad. El más mínimo sentido común revela que las condiciones sociales y la distribución del ingreso de los sectores vulnerables son hoy mejor que en los noventa por el sencillo motivo de que hoy tienen trabajo. A partir de esa base irrumpe el debate sobre los niveles salariales, derechos laborales y condiciones de trabajo en los establecimientos. Todas estas cuestiones requieren indudablemente un tratamiento más intenso para mejorarlas y así profundizar y acelerar la tendencia a la mejora en el reparto de la riqueza.
azaiat@pagina12.com.ar
Por Alfredo Zaiat
Para analizar la evolución de la distribución del ingreso se requiere de las cifras que surgen de la Encuesta Permanente de Hogares elaboradas por el Indec. Durante dos años se careció de esos datos por motivos técnicos y por funcionarios desplazados que pusieron obstáculos para el acceso a la base de información, disputas políticas, gremiales y personales, inhábiles funcionarios para la conducción de un conflicto, obstrucción informativa acerca de las razones de esa discontinuidad y exagerada morosidad en normalizar un área sensible. Ese extenso período de vacío estadístico dejó el camino libre para las interpretaciones más variadas sobre la tendencia que había adquirido la distribución del ingreso, variable clave en términos socioeconómico y político, porque el Gobierno la había asumido como bandera propia. En ese debate, no merece destacarse la opinión de la ortodoxia y las corrientes conservadoras, porque poco les importa ese indicador; más bien son ejecutores de políticas para agudizar la regresividad pese a que ahora adaptaron su discurso al tono de moda. En cambio, es relevante la de los grupos que se identifican con el progresismo, puesto que aseguraron que había empeorado la distribución, incluso afirmando que en comparación resulta peor que la registrada en la década del noventa. Esa sentencia ignora lo que implica la orientación de una tendencia (al empeoramiento durante el menemismo; a la recuperación desde 2003) y ha tenido predicamento precisamente por el espacio estadístico vacante del Indec. Por fin, la base de la EPH volvió a ser pública (la renovada y la anterior) y, por lo tanto, se puede acceder a la información para estudiar la dinámica de la distribución del ingreso. Ahora ya no habrá excusas para eludir la rigurosidad, con la excepción de aquellos que prefieran continuar con las chicanas políticas de bajo vuelo. La primera aproximación a esas cifras ofrece dos conclusiones:
1. La distribución del ingreso sigue siendo mala, con un sector privilegiado que concentra gran parte de la riqueza y una mayoría que recibe una pequeña porción de ese producto.
2. En el período 2007-2009, lapso donde el Indec decidió no difundir los datos de la EPH, la distribución del ingreso no empeoró respecto de los años anteriores tomando como base el 2003, año en que esa variable comenzó a transitar un sendero positivo. En esos dos años se mantuvo constante, con una leve desmejora en uno de los trimestres, con leves señales de recuperación en los últimos meses de este año.
Esta última consideración expone con contundencia el grado de torpeza de los funcionarios que desembarcaron en el Indec, que deslegitimó la palabra oficial y facilitó la tarea de avance de las posiciones conservadoras en el análisis de la economía. Además, los cambios metodológicos de la nueva EPH difieren en muy poco en sus resultados con la vieja EPH, lo que hace aún más inexplicable la ausencia de esa información en el espacio público. El sociólogo Artemio López ilustra que “una primera lectura de algunos datos de la nueva EPH muestra una baja en la brecha entre el 10 por ciento más rico y más pobre, medida por ingreso individual, que pasa de 34,1 veces en el segundo trimestre de 2003 a 25,3 en 2009. La brecha entre el 20 por ciento más rico y el más pobre medido por ingreso individual muestra una evolución positiva en el lapso 2003/2009, donde pasa de 15,6 veces en 2003 a 12,1 veces”. Para agregar que “a partir del segundo trimestre de 2008, en un contexto de fuerte inequidad, se observa un leve empeoramiento en la participación del 20 por ciento más pobre, que pasa del 4,3 al 4,1 por ciento del total de ingresos”. En cambio, en el Coeficiente Gini muestra mejoras.
En términos amplios, tomando distancia del debate sobre los últimos dos años o sobre el período kirchnerista, la distribución de ingreso sigue mostrando indicadores insatisfactorios. Este saldo no es diferente de lo que pasa en la mayoría de los países, donde la concentración de la riqueza en las últimas tres décadas ha sido la característica saliente de la economía global. Si un factor distingue al actual período de la economía mundial es precisamente la distribución regresiva del ingreso.
A nivel local, con altibajos pero con una orientación sostenida, la equidad distributiva empeoró entre 1975 y 2002, tendencia que se quiebra en el proceso de crecimiento iniciado en 2003. Esa dinámica tuvo características bastante débiles, teniendo en cuenta las elevadas tasas de crecimiento del Producto, que no han podido revertir factores estructurales de inequidad que se reconocen en el importante grado de concentración productiva y fuerte resistencia del poder económico a ceder privilegios. En ese contexto, a partir de 2007, cuando el proceso de avance de la economía empezó a manifestar sus limitaciones, se estancó la tendencia de mejora de la distribución. Situación que fue alimentada por factores internos, destacándose el conflicto con el sector del campo dominado por la trama multinacional sojera y las tensiones políticas asociadas, y por elementos externos, sobresaliendo la extraordinaria crisis internacional.
Este escenario local y del exterior ofrece la posibilidad de evaluar con un poco más de elementos el comportamiento de esa sensible variable en un panorama complejo. El estancamiento en el ciclo de mejora de la distribución del ingreso se diferencia de lo registrado en crisis pasadas. Un factor relevante para comprender cuáles fueron los amortiguadores que actuaron en estos dos años se encuentra en el mercado de trabajo y en el sistema previsional. La inclusión de 1,8 millón de jubilados al régimen y la actualización del haber mínimo y luego el ajuste que surgió de la movilidad actuaron de dique defensivo para este sector vulnerable. Por el lado del empleo, la Encuesta de Indicadores Laborales, elaborada por el Ministerio de Trabajo y que no recibe cuestionamientos del mundo académico ni de consultoras de la city, muestra que la fase contractiva del ciclo económico implicó una caída promedio mensual de 0,3 por ciento del empleo registrado. Ese porcentaje es menor al contabilizado en crisis recientes: la brasileña de 1999 (0,4 por ciento) y la salida de la convertibilidad en 2001 (0,8 por ciento). Considerando que la actual crisis es la más importante desde el crac del ’30 del siglo pasado, la caída del empleo registrado ha sido moderada. Esta respuesta que no fue tan negativa se desarrolló en un escenario laboral diferente al prevaleciente en la década pasada. La expansión del empleo asalariado formal ha sido extraordinaria desde 2003 en que, según la información del Sistema Integrado Previsional Argentino, ha creado unos 2,2 millones de trabajos. En total, ese universo de formales, que implica que el trabajador goza de los beneficios y derechos que establece la normativa laboral, es 19 por ciento mayor que el contabilizado en el mejor momento de los noventa. En los últimos cuatro meses se observa un período de estabilización y recuperación del empleo: en el último registro de octubre, el empleo registrado del sector privado de los principales centros urbanos creció 0,4 por ciento respecto del mes anterior. Esto significa la creación de alrededor de 20 mil puestos de trabajo formales durante octubre.
Estos contundentes datos de empleo arrinconan los intentos de una comparación en términos negativos en cuestiones de pobreza y distribución del ingreso entre el actual período económico y el de la convertibilidad. El más mínimo sentido común revela que las condiciones sociales y la distribución del ingreso de los sectores vulnerables son hoy mejor que en los noventa por el sencillo motivo de que hoy tienen trabajo. A partir de esa base irrumpe el debate sobre los niveles salariales, derechos laborales y condiciones de trabajo en los establecimientos. Todas estas cuestiones requieren indudablemente un tratamiento más intenso para mejorarlas y así profundizar y acelerar la tendencia a la mejora en el reparto de la riqueza.
azaiat@pagina12.com.ar
Cien años discutiendo las mismas cosas
A 102 años del descubrimiento del petróleo en Argentina, el debate sobre el autoabastecimiento se repite desde hace décadas. Víctor Bronstein, un especialista, plantea que el país está quedando afuera de los debates estratégicos.
Por Raúl Dellatorre
El nuevo aniversario del descubrimiento del petróleo en Argentina parece encontrar al país, y en particular al sector, discutiendo los mismos temas desde hace décadas: regulación estatal versus libertad de mercado, incentivos a la inversión versus precios accesibles de los combustibles, y las condiciones para lograr el autoabastecimiento petrolero. Para Víctor Bronstein, especialista y director del Centro de Estudios de Energía, Política y Sociedad, estos planteos apuntan únicamente a la coyuntura y no toman en cuenta una mirada de mediano y largo plazo ni, mucho menos, el debate estratégico mundial actual en torno del tema. “El dilema está en cómo pensar hoy la cuestión, cuando la problemática mundial pasa por la seguridad energética y nosotros seguimos detenidos en discusiones menores”, expresó en una entrevista concedida a Página/12.
–¿A la Argentina le está faltando un enfoque estratégico al debatir sobre energía?
–El tema sigue pensándose exclusivamente desde la coyuntura política. Por ejemplo, aparecen ocho ex secretarios de energía y, con oportunismo y por simple interés de hacer oposición, critican al Gobierno sobre temas que ellos no supieron resolver cuando estuvieron al frente del área. En este tipo de críticas, no aparece ni el más mínimo planteo o referencia a la problemática mundial, cuando la seguridad energética pasó a ser uno de los ejes centrales de la política internacional.
–¿Por qué considera que el debate sobre el autoabastecimiento petrolero ya no es fundamental?
–Argentina vivió el tema del autoabastecimiento como una cuestión crítica durante todo el siglo XX. Cada una de las guerras mundiales puso en riesgo el abastecimiento energético. En la Primera se cortó el suministro del carbón que venía de Gales. De la discusión de esa época alumbró un nacionalismo petrolero que le dio origen a YPF. La Segunda Guerra fue, también, la segunda gran crisis energética. En los ’40, la discusión era el autoabastecimiento. Pero Juan Domingo Perón tuvo una visión distinta, no concebida desde el nacionalismo petrolero sino percibiendo que la cuestión era la energía como un todo. Y ahí está la diferencia: plantear el tema energético como un todo o encerrarlo en si el país se va a autoabastecer de petróleo o no.
–El sistema sociopolítico y el fluido de energía son términos de una misma ecuación. En términos históricos, podría decirse que la sociedad industrial se desarrolló cuando logró liberar la energía almacenada en los combustibles fósiles. Vivimos en la civilización del gran consumo energético. El problema es que esa disponibilidad sin límite de fuentes de energía fósil empieza a tener inconvenientes. El modelo de vida de esta civilización es Estados Unidos, un país que dispone del 5 por ciento de la energía mundial pero consume el 27 por ciento. Si todo el mundo imitara los parámetros de consumo estadounidense, sencillamente explotaría. ¿Argentina se está quedando afuera de la discusión mundial en el tema energético? ¿Nos quedamos con discusiones del pasado sin advertir los problemas de más largo plazo?
–Ese otro debate es el de la seguridad energética, y aquí parece que no está. Si en los países centrales la cuestión energética es uno de los tres ejes principales de su política exterior, si Estados Unidos atiende la política energética no como sector económico sino desde el Departamento de Seguridad, es que estamos ante una cuestión estratégica que debería abordarse desde otro enfoque.
–¿Cómo se pasa de la discusión del autoabastecimiento petrolero al de la seguridad energética? ¿Cómo se explica, más allá de decir que es lo que le preocupa a Estados Unidos?
–Primero, hay que advertir que el petróleo se agota en el mundo. Pasamos la etapa de peak oil, es decir el punto de mayor producción posible de petróleo: las nuevas reservas que se descubren no compensan las que se agotan. Esa es la gran novedad histórica. Segundo, desde una mirada regional, Latinoamérica es una región sustentable energéticamente, una característica propia poco común en el mundo. O cuida el recurso y lo utiliza en beneficio propio, o se lo quedan otros. Por eso la importancia de verlo regionalmente y no encerrarse fronteras adentro.
–Se entiende la importancia estratégica. ¿Pero qué deberían hacer las autoridades para imponer el tema en la discusión política interna?
–Abrir un debate sobre al conveniencia o no de tener un ministerio de energía, por ejemplo. Un ministerio para estudiar, planificar, buscar la integración regional. Discutir el tema de las empresas estatales, o si es mejor idea que sean de capitales argentinos con capacidad de inversión pero sometidos a una planificación nacional. El planteo central debe ser generar un sistema sustentable y confiable, que permita acceder a los recursos energéticos para garantizar un desarrollo y una dinámica productiva y social. En resumen, asegurar el dominio de la energía, que empieza a ser el recurso crítico.
A 102 años del descubrimiento del petróleo en Argentina, el debate sobre el autoabastecimiento se repite desde hace décadas. Víctor Bronstein, un especialista, plantea que el país está quedando afuera de los debates estratégicos.
Por Raúl Dellatorre
El nuevo aniversario del descubrimiento del petróleo en Argentina parece encontrar al país, y en particular al sector, discutiendo los mismos temas desde hace décadas: regulación estatal versus libertad de mercado, incentivos a la inversión versus precios accesibles de los combustibles, y las condiciones para lograr el autoabastecimiento petrolero. Para Víctor Bronstein, especialista y director del Centro de Estudios de Energía, Política y Sociedad, estos planteos apuntan únicamente a la coyuntura y no toman en cuenta una mirada de mediano y largo plazo ni, mucho menos, el debate estratégico mundial actual en torno del tema. “El dilema está en cómo pensar hoy la cuestión, cuando la problemática mundial pasa por la seguridad energética y nosotros seguimos detenidos en discusiones menores”, expresó en una entrevista concedida a Página/12.
–¿A la Argentina le está faltando un enfoque estratégico al debatir sobre energía?
–El tema sigue pensándose exclusivamente desde la coyuntura política. Por ejemplo, aparecen ocho ex secretarios de energía y, con oportunismo y por simple interés de hacer oposición, critican al Gobierno sobre temas que ellos no supieron resolver cuando estuvieron al frente del área. En este tipo de críticas, no aparece ni el más mínimo planteo o referencia a la problemática mundial, cuando la seguridad energética pasó a ser uno de los ejes centrales de la política internacional.
–¿Por qué considera que el debate sobre el autoabastecimiento petrolero ya no es fundamental?
–Argentina vivió el tema del autoabastecimiento como una cuestión crítica durante todo el siglo XX. Cada una de las guerras mundiales puso en riesgo el abastecimiento energético. En la Primera se cortó el suministro del carbón que venía de Gales. De la discusión de esa época alumbró un nacionalismo petrolero que le dio origen a YPF. La Segunda Guerra fue, también, la segunda gran crisis energética. En los ’40, la discusión era el autoabastecimiento. Pero Juan Domingo Perón tuvo una visión distinta, no concebida desde el nacionalismo petrolero sino percibiendo que la cuestión era la energía como un todo. Y ahí está la diferencia: plantear el tema energético como un todo o encerrarlo en si el país se va a autoabastecer de petróleo o no.
–El sistema sociopolítico y el fluido de energía son términos de una misma ecuación. En términos históricos, podría decirse que la sociedad industrial se desarrolló cuando logró liberar la energía almacenada en los combustibles fósiles. Vivimos en la civilización del gran consumo energético. El problema es que esa disponibilidad sin límite de fuentes de energía fósil empieza a tener inconvenientes. El modelo de vida de esta civilización es Estados Unidos, un país que dispone del 5 por ciento de la energía mundial pero consume el 27 por ciento. Si todo el mundo imitara los parámetros de consumo estadounidense, sencillamente explotaría. ¿Argentina se está quedando afuera de la discusión mundial en el tema energético? ¿Nos quedamos con discusiones del pasado sin advertir los problemas de más largo plazo?
–Ese otro debate es el de la seguridad energética, y aquí parece que no está. Si en los países centrales la cuestión energética es uno de los tres ejes principales de su política exterior, si Estados Unidos atiende la política energética no como sector económico sino desde el Departamento de Seguridad, es que estamos ante una cuestión estratégica que debería abordarse desde otro enfoque.
–¿Cómo se pasa de la discusión del autoabastecimiento petrolero al de la seguridad energética? ¿Cómo se explica, más allá de decir que es lo que le preocupa a Estados Unidos?
–Primero, hay que advertir que el petróleo se agota en el mundo. Pasamos la etapa de peak oil, es decir el punto de mayor producción posible de petróleo: las nuevas reservas que se descubren no compensan las que se agotan. Esa es la gran novedad histórica. Segundo, desde una mirada regional, Latinoamérica es una región sustentable energéticamente, una característica propia poco común en el mundo. O cuida el recurso y lo utiliza en beneficio propio, o se lo quedan otros. Por eso la importancia de verlo regionalmente y no encerrarse fronteras adentro.
–Se entiende la importancia estratégica. ¿Pero qué deberían hacer las autoridades para imponer el tema en la discusión política interna?
–Abrir un debate sobre al conveniencia o no de tener un ministerio de energía, por ejemplo. Un ministerio para estudiar, planificar, buscar la integración regional. Discutir el tema de las empresas estatales, o si es mejor idea que sean de capitales argentinos con capacidad de inversión pero sometidos a una planificación nacional. El planteo central debe ser generar un sistema sustentable y confiable, que permita acceder a los recursos energéticos para garantizar un desarrollo y una dinámica productiva y social. En resumen, asegurar el dominio de la energía, que empieza a ser el recurso crítico.
sábado, 5 de diciembre de 2009
Discurso económico
Por Alfredo Zaiat
En estos años de bienvenida tensión con el establishment, expresión de una renovada vitalidad de la sociedad, se ha perfeccionado un recurso dialéctico para abordar cuestiones económicas que alimenta la confusión general. Es un fenómeno muy peculiar, que ha sido naturalizado por gran parte de los analistas consolidando un sentido común que adormece a ciertos sectores de la población. Se trata de depositar en el otro la responsabilidad primaria de un acontecimiento de la economía. El caso más paradigmático se refiere al alza de los precios. La mayoría de los empresarios con presencia en los medios manifiesta preocupación por la evolución de la inflación. Presentan argumentos con rostros adustos acerca del inquietante sendero que estiman tendrán los precios. Pero en esas explicaciones no surgen quiénes son los que definen los aumentos. La población con ingresos fijos no es la encargada de aplicar los ajustes en los valores de bienes y servicios; más bien los padece. La persistente tarea de remarcación la realizan los mismos que expresan intranquilidad por la inflación, quienes a la vez agudizan las expectativas negativas pronosticando porcentajes crecientes de dos dígitos. Para cualquiera que pueda liberarse del discurso económico dominante, esa máscara del ocultamiento se desintegra cuando se precisa el lugar que ocupa cada uno de los agentes económicos en el circuito productivo.
Las empresas, más aún las que ejercen posición dominante en mercados sensibles, son las principales responsables del alza de precios; no son víctimas de la inflación como se lamentan sus principales ejecutivos en cuanto micrófono o púlpito se encuentre a su alcance. La evolución de los precios es el caso más grosero de ese discurso económico que subvierte el sentido, aunque se reitera en otras cuestiones. Por ejemplo, los subsidios son dañinos para el supuesto equilibrio de la economía cuando benefician a la mayoría de la población, no así cuando se aplican a inversiones de las grandes empresas; el poner fin al negocio especulativo de las AFJP fue “una confiscación”, cuando el grosero 30 por ciento del aporte previsional de los trabajadores que se destinaba a comisiones de esas Administraciones era “el buen funcionamiento del mercado libre”; los millonarios paquetes de rescate a bancos son para salvar el sistema global, mientras fondos girados a los sectores populares se los descalifica como “clientelismo”; la pobreza es un “escándalo”, pero los grupos de mayor capacidad contributiva se resisten a pagar impuestos; Eduardo “quien puso dólares recibirá dólares” Duhalde es presentado como el padre del proceso de crecimiento sostenido, cuando fue el responsable de la más brutal transferencia de ingresos desde los sectores populares hacia grupos concentrados (megadevaluación y pesificación asimétrica). La sucesión de tergiversaciones sobre la sustancia de procesos económicos resulta abrumadora frente a una sociedad indefensa ante ese poder arrollador. En esa instancia, los economistas de la city aparecen en el mundo mediático como instrumentos funcionales al poder para convalidar ese desorden conceptual.
El humor viene a colaborar en la comprensión de ese comportamiento del poder económico. Con ironía, el humorista gráfico español, conocido como El Roto, en una ilustración le hizo decir a un banquero: “La operación ha sido un éxito: hemos conseguido que parezca crisis lo que fue un saqueo”.
Esa mención fue reproducida en un esclarecedor ensayo de Emmánuel Lizcano, “La economía como ideología”, publicado en Revista de Ciencias Sociales, segunda época, de la Universidad Nacional de Quilmes. En ese documento se explica que “la apropiación del diagnóstico y de la gestión de ‘la crisis’ por los expertos en economía, lejos de mantenerse dentro de los estrictos márgenes de su especialidad, se orientan principalmente a modelar sensibilidades y emociones de cara a promover la aceptación general de un modelo de dominación que quienes detentan el poder perciben en peligro”. Para agregar que “los discursos pretendidamente económicos sobre ‘la crisis’ funcionarían así como discursos estrictamente ideológicos orientados a legitimar las actuales formas de poder”. El investigador español, profesor de Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, menciona que la reciente crisis que afectó a la mayoría no ha provocado reacciones populares que hayan necesitado ser sofocadas por la fuerza. Más bien, se han visto reconvertidas en resignación ante la fatalidad y, en no pocas ocasiones, en renovadas adhesiones al sistema. Esto significa que el interés del poder económico en la defensa de sus privilegios es instalado como uno de beneficio general con aceptación mayoritaria. Los antecedentes locales más cercanos de ese comportamiento se encuentran en el conflicto con la trama multinacional sojera por las retenciones, en la disputa con el Grupo Clarín y en la tensión con el Grupo Techint por la nacionalización de sus compañías en Venezuela, que en este último caso ha derivado en una campaña para disminuir el vínculo comercial con ese país pese a que es extraordinariamente beneficioso para decenas de pymes argentinas. En esa instancia es donde la retórica económica pasa a ocupar un papel político central, puesto que mediante ella los intereses del poder económico pueden transformarse en ideas rectoras de la sociedad.
Lizcano avanza en el análisis del discurso económico explicando que se ha construido sobre metáforas que naturalizan y personifican a la economía y a los agentes e instituciones económicos. “Nada más lógico, por tanto, que cualquier alteración de los mismos se narre en términos de catástrofes de la naturaleza y enfermedades propias de las personas humanas”, señala. Menciona entonces cómo se refieren los economistas a situaciones de crisis, afirmando que una “tormenta” sacude al mundo, o que los mercados se “agitan”, o las Bolsas “sufren” brutales “sacudidas”, o existe una “sequía” crediticia, o el “tsunami” financiero provoca el desplome de los precios. El experto español destaca que poco importa que las metáforas sean incongruentes entre sí: por ejemplo “tormentas” y “sequías”. Lo significativo es que “la crisis es una catástrofe natural que, por tanto, se desencadena por sí misma y a todos nos pone en peligro. No hay, pues, responsables, sólo damnificados”. Instituciones económicas que fueron dotadas de vida natural y, por lo tanto, se humanizan, generan lamentos en gran parte de la población cuando, en realidad, las padecen por sus acciones.
De esa forma, los causantes de daños económicos, por ejemplo banqueros durante una crisis financiera o grandes empresas en períodos de suba de precios, quedan ocultos en su responsabilidad detrás de metáforas médicas o meteorológicas. En ese sentido, Lizcano afirma que esas metáforas inducen a una mezcla de miedo y compasión, de anonadamiento ante el desastre provocado por las fuerzas de una naturaleza desatada y de solidaridad ante sus víctimas. En referencia a la actual crisis financiera global, destaca que ese proceso de engaño colectivo “no puede dejar de haber contribuido a la sorprendente resignación con que la población del planeta ha asumido sin rechistar, salvo excepciones, que su dinero se desviara gratuitamente hacia bancos que después se negarían a devolvérselo, siquiera en forma de onerosos créditos”.
Esos discursos económicos van moldeando la sociedad bajo el criterio de las emociones y las creencias, ocultando la tensión de los intereses de los grupos sociales en el espacio económico. Es decir, transforman unos hechos económicos que serían muy fáciles de comprender, como quiénes son los responsables del alza de precios, en acontecimientos que adquieren autonomía de sus principales protagonistas. Con su palabra dominante articulada en un discurso económico que se amplifica en el espacio público obtienen legitimidad social, logrando que sus propios intereses, que son de una minoría privilegiada, terminen asociados al bienestar general.
azaiat@pagina12.com.ar
Por Alfredo Zaiat
En estos años de bienvenida tensión con el establishment, expresión de una renovada vitalidad de la sociedad, se ha perfeccionado un recurso dialéctico para abordar cuestiones económicas que alimenta la confusión general. Es un fenómeno muy peculiar, que ha sido naturalizado por gran parte de los analistas consolidando un sentido común que adormece a ciertos sectores de la población. Se trata de depositar en el otro la responsabilidad primaria de un acontecimiento de la economía. El caso más paradigmático se refiere al alza de los precios. La mayoría de los empresarios con presencia en los medios manifiesta preocupación por la evolución de la inflación. Presentan argumentos con rostros adustos acerca del inquietante sendero que estiman tendrán los precios. Pero en esas explicaciones no surgen quiénes son los que definen los aumentos. La población con ingresos fijos no es la encargada de aplicar los ajustes en los valores de bienes y servicios; más bien los padece. La persistente tarea de remarcación la realizan los mismos que expresan intranquilidad por la inflación, quienes a la vez agudizan las expectativas negativas pronosticando porcentajes crecientes de dos dígitos. Para cualquiera que pueda liberarse del discurso económico dominante, esa máscara del ocultamiento se desintegra cuando se precisa el lugar que ocupa cada uno de los agentes económicos en el circuito productivo.
Las empresas, más aún las que ejercen posición dominante en mercados sensibles, son las principales responsables del alza de precios; no son víctimas de la inflación como se lamentan sus principales ejecutivos en cuanto micrófono o púlpito se encuentre a su alcance. La evolución de los precios es el caso más grosero de ese discurso económico que subvierte el sentido, aunque se reitera en otras cuestiones. Por ejemplo, los subsidios son dañinos para el supuesto equilibrio de la economía cuando benefician a la mayoría de la población, no así cuando se aplican a inversiones de las grandes empresas; el poner fin al negocio especulativo de las AFJP fue “una confiscación”, cuando el grosero 30 por ciento del aporte previsional de los trabajadores que se destinaba a comisiones de esas Administraciones era “el buen funcionamiento del mercado libre”; los millonarios paquetes de rescate a bancos son para salvar el sistema global, mientras fondos girados a los sectores populares se los descalifica como “clientelismo”; la pobreza es un “escándalo”, pero los grupos de mayor capacidad contributiva se resisten a pagar impuestos; Eduardo “quien puso dólares recibirá dólares” Duhalde es presentado como el padre del proceso de crecimiento sostenido, cuando fue el responsable de la más brutal transferencia de ingresos desde los sectores populares hacia grupos concentrados (megadevaluación y pesificación asimétrica). La sucesión de tergiversaciones sobre la sustancia de procesos económicos resulta abrumadora frente a una sociedad indefensa ante ese poder arrollador. En esa instancia, los economistas de la city aparecen en el mundo mediático como instrumentos funcionales al poder para convalidar ese desorden conceptual.
El humor viene a colaborar en la comprensión de ese comportamiento del poder económico. Con ironía, el humorista gráfico español, conocido como El Roto, en una ilustración le hizo decir a un banquero: “La operación ha sido un éxito: hemos conseguido que parezca crisis lo que fue un saqueo”.
Esa mención fue reproducida en un esclarecedor ensayo de Emmánuel Lizcano, “La economía como ideología”, publicado en Revista de Ciencias Sociales, segunda época, de la Universidad Nacional de Quilmes. En ese documento se explica que “la apropiación del diagnóstico y de la gestión de ‘la crisis’ por los expertos en economía, lejos de mantenerse dentro de los estrictos márgenes de su especialidad, se orientan principalmente a modelar sensibilidades y emociones de cara a promover la aceptación general de un modelo de dominación que quienes detentan el poder perciben en peligro”. Para agregar que “los discursos pretendidamente económicos sobre ‘la crisis’ funcionarían así como discursos estrictamente ideológicos orientados a legitimar las actuales formas de poder”. El investigador español, profesor de Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, menciona que la reciente crisis que afectó a la mayoría no ha provocado reacciones populares que hayan necesitado ser sofocadas por la fuerza. Más bien, se han visto reconvertidas en resignación ante la fatalidad y, en no pocas ocasiones, en renovadas adhesiones al sistema. Esto significa que el interés del poder económico en la defensa de sus privilegios es instalado como uno de beneficio general con aceptación mayoritaria. Los antecedentes locales más cercanos de ese comportamiento se encuentran en el conflicto con la trama multinacional sojera por las retenciones, en la disputa con el Grupo Clarín y en la tensión con el Grupo Techint por la nacionalización de sus compañías en Venezuela, que en este último caso ha derivado en una campaña para disminuir el vínculo comercial con ese país pese a que es extraordinariamente beneficioso para decenas de pymes argentinas. En esa instancia es donde la retórica económica pasa a ocupar un papel político central, puesto que mediante ella los intereses del poder económico pueden transformarse en ideas rectoras de la sociedad.
Lizcano avanza en el análisis del discurso económico explicando que se ha construido sobre metáforas que naturalizan y personifican a la economía y a los agentes e instituciones económicos. “Nada más lógico, por tanto, que cualquier alteración de los mismos se narre en términos de catástrofes de la naturaleza y enfermedades propias de las personas humanas”, señala. Menciona entonces cómo se refieren los economistas a situaciones de crisis, afirmando que una “tormenta” sacude al mundo, o que los mercados se “agitan”, o las Bolsas “sufren” brutales “sacudidas”, o existe una “sequía” crediticia, o el “tsunami” financiero provoca el desplome de los precios. El experto español destaca que poco importa que las metáforas sean incongruentes entre sí: por ejemplo “tormentas” y “sequías”. Lo significativo es que “la crisis es una catástrofe natural que, por tanto, se desencadena por sí misma y a todos nos pone en peligro. No hay, pues, responsables, sólo damnificados”. Instituciones económicas que fueron dotadas de vida natural y, por lo tanto, se humanizan, generan lamentos en gran parte de la población cuando, en realidad, las padecen por sus acciones.
De esa forma, los causantes de daños económicos, por ejemplo banqueros durante una crisis financiera o grandes empresas en períodos de suba de precios, quedan ocultos en su responsabilidad detrás de metáforas médicas o meteorológicas. En ese sentido, Lizcano afirma que esas metáforas inducen a una mezcla de miedo y compasión, de anonadamiento ante el desastre provocado por las fuerzas de una naturaleza desatada y de solidaridad ante sus víctimas. En referencia a la actual crisis financiera global, destaca que ese proceso de engaño colectivo “no puede dejar de haber contribuido a la sorprendente resignación con que la población del planeta ha asumido sin rechistar, salvo excepciones, que su dinero se desviara gratuitamente hacia bancos que después se negarían a devolvérselo, siquiera en forma de onerosos créditos”.
Esos discursos económicos van moldeando la sociedad bajo el criterio de las emociones y las creencias, ocultando la tensión de los intereses de los grupos sociales en el espacio económico. Es decir, transforman unos hechos económicos que serían muy fáciles de comprender, como quiénes son los responsables del alza de precios, en acontecimientos que adquieren autonomía de sus principales protagonistas. Con su palabra dominante articulada en un discurso económico que se amplifica en el espacio público obtienen legitimidad social, logrando que sus propios intereses, que son de una minoría privilegiada, terminen asociados al bienestar general.
azaiat@pagina12.com.ar
sábado, 21 de noviembre de 2009
Clientelismo
Por Alfredo Zaiat
Algunas palabras se instalan en el espacio público y su sola enunciación actúa como descalificación. No importa el origen ni la rigurosidad en el análisis del concepto, sino que éste es entendido como algo malo. El término “clientelismo” encaja en esa concepción que facilita los discursos políticamente correctos. El consenso acerca de esa noción que desacredita ciertas iniciativas sociales encamina a fáciles posiciones demagógicas, puesto que reciben la aprobación de muchos. Diversos estudios de sociología política han abordado esa relación social en la cual se intercambian, de manera personalizada, favores, bienes y servicios por apoyo político entre actores que controlan diferentes recursos de poder. Esa definición adquiere más dimensión con el aporte desde la economía cuando se evalúa que esa relación involucra distribución de recursos públicos. En esa instancia aparecen los diferentes estándares de valoración de ese vínculo según los agentes participantes. Se considera “clientelismo” sólo cuando dineros públicos se destinan a los grupos más vulnerables de la sociedad, a través de planes de empleo o de asignaciones monetarias. En cambio, se trata de políticas que responden a criterios de “justicia” cuando esos fondos se dirigen a satisfacer reclamos de sectores medios, como se verificó con el salvataje de ahorristas del corralito o la eliminación de la denominada “tablita de Machinea”, que implicó un costo fiscal de unos 2500 millones de pesos anuales. De la misma manera se afirma que constituye una política económica “sensata” cuando empresas son beneficiarias de millonarias transferencias de recursos del Estado. En los dos últimos casos, ampliando el concepto que viene de la sociología política, se ha estructurado también una relación clientelar, que a veces se traduce en apoyo político y en otras, en rechazo. Esto último no significa que no haya vocación “clientelar” en esas iniciativas, aunque con éxito esquivo. Incluso en las capas empobrecidas la respuesta no siempre es positiva a los objetivos del poder político, como se ha verificado en más de una ocasión electoral, pese a las vagas denuncias de “clientelismo”. Estas se exponen como una manifestación prejuiciosa que considera que los pobres carecen de todo tipo de autonomía.
En textos de especialistas en la materia aparece un consenso básico respecto de las características del clientelismo:
1 Es una relación social que se entabla entre sujetos que intercambian bienes, servicios o favores por apoyo o lealtad política.
2 Estas relaciones se caracterizan por ser particularistas (no universales), asimétricas y personalizadas.
3 En ella siempre está contenida una búsqueda de acumulación política.
4 El intercambio no es sólo material, sino que además se intercambian valores, ideas y formas de interpretar el mundo.
Como se observa, esa definición no excluye vínculos que se establecen con capas medias y con grupos económicos, aunque el discurso dominante lo hace exclusivamente en referencia a los pobres. En el documento “Clientelismo, mercado y liderazgo partidista en América latina”, publicado en la Revista Nueva Sociedad, el investigador venezolano Humberto Njaim explica que “la crítica a estos fenómenos constituye tanto una formulación presente y reiterada en las campañas mediáticas contra los partidos como un latiguillo que emplean los mismos dirigentes partidistas en las luchas internas y en sus declaraciones públicas”. El reparo a la universalización de la asignación familiar por hijo ha sido uno de los máximos exponentes de esa utilización vulgar del concepto de clientelismo. Ahora bien, el uso propagandístico y acrítico de ese término no implica que se considere fructífero el concepto que encierra. Su vigencia queda en evidencia en numerosos análisis en los medios, también en su presencia recurrente en el debate académico y en el uso cotidiano que realiza la población. Pero si se precisan algunas características que se adjudican al clientelismo, se puede encontrar cierta similitud con otro concepto que también escandaliza al análisis político conservador: el populismo.
El italiano naturalizado argentino Emilio Tenti Fanfani, especialista en Sociología de la Educación, brindó una sintética y esclarecedora descripción: “El discurso acerca del clientelismo está permeado de moralina. Por lo general se habla del tema para denigrar, acusar y denunciar, y no para comprender, entender, explicar”. El investigador del Conicet agrega que “se trata de un pseudo concepto que habría que seguir utilizando en la medida en que se lo defina en forma rigurosa”. Al respecto, José María Fenoglio, de la Universidad Nacional de Rosario, en su trabajo Clientelismo político en instituciones del Estado, señala que “lo que resulta sugerente es que generalmente se habla de clientelismo y populismo cuando se califica –o mejor dicho se descalifica– la participación política de los sectores populares, o a la inversa, la acción del Estado hacia los mismos. Estas imprecisiones conceptuales son el producto de una comparación con modelos ideales de democracia y participación pensados desde las viejas democracias europeas. La consecuencia es similar para ambas nociones, su uso se encuentra cargado de representaciones preconstruidas. Esto les otorga una connotación peyorativa, descalificadora tanto de los procesos que intentan describir como de los sujetos envueltos en los mismos”. Este experto destaca el prejuicio de clase contenido en gran parte de los discursos que se refieren a la cultura política de los sectores populares. Criterios que no tienen la misma caracterización cuando se analizan los significados del apoyo que grupos empresarios realizan a determinadas gestiones políticas después de haber conseguido subsidios, créditos o cualquier tipo de beneficio estatal. Ese intercambio material por apoyo político, por ejemplo las privatizaciones de los ’90, no es incluido en la categoría “clientelismo” en los análisis tradicionales.
Entre los especialistas que se alejan de esos análisis superficiales se encuentra un grupo que es más comprensivo respecto del clientelismo. Lo considera un paso adelante en términos de desarrollo político, en la medida en que permite canalizar recursos desde las elites hacia los líderes y mediadores locales, y fortalecer los intereses de éstos y los de sus localidades. La posición más crítica sostiene, en cambio, que el clientelismo no conduce a la democracia ni a la modernización, ya que obstaculiza la puesta en práctica de políticas universalistas, lo cual desalienta la participación social y política, la atomiza, le quita autonomía y por lo tanto tiende a mantener el statu quo.
Pero cada etapa histórica debe ser evaluada con sus particularidades porque, en caso contrario, se corre el riesgo de pretender ajustar esquemas teóricos a realidades complejas. Por caso, en coyunturas donde políticas neoliberales extienden el universo de excluidos, éstos “aprovechan” el clientelismo como forma de cubrir las necesidades básicas de sobrevivencia en un entorno de privación material y aislamiento social. A la vez, cuando se extiende la cobertura del estado de bienestar, ampliando derechos sociales y económicos, universalizando su alcance, se fortalece el poder de los sectores populares, haciendo retroceder las prácticas clientelares. Por ese motivo, la asignación familiar por hijo para desocupados y empleados no registrados adquiere mucha relevancia, porque empieza a romper una relación asimétrica, superando a las políticas asistencialistas que reproducen vínculos de dominación.
azaiat@pagina12.com.ar
Por Alfredo Zaiat
Algunas palabras se instalan en el espacio público y su sola enunciación actúa como descalificación. No importa el origen ni la rigurosidad en el análisis del concepto, sino que éste es entendido como algo malo. El término “clientelismo” encaja en esa concepción que facilita los discursos políticamente correctos. El consenso acerca de esa noción que desacredita ciertas iniciativas sociales encamina a fáciles posiciones demagógicas, puesto que reciben la aprobación de muchos. Diversos estudios de sociología política han abordado esa relación social en la cual se intercambian, de manera personalizada, favores, bienes y servicios por apoyo político entre actores que controlan diferentes recursos de poder. Esa definición adquiere más dimensión con el aporte desde la economía cuando se evalúa que esa relación involucra distribución de recursos públicos. En esa instancia aparecen los diferentes estándares de valoración de ese vínculo según los agentes participantes. Se considera “clientelismo” sólo cuando dineros públicos se destinan a los grupos más vulnerables de la sociedad, a través de planes de empleo o de asignaciones monetarias. En cambio, se trata de políticas que responden a criterios de “justicia” cuando esos fondos se dirigen a satisfacer reclamos de sectores medios, como se verificó con el salvataje de ahorristas del corralito o la eliminación de la denominada “tablita de Machinea”, que implicó un costo fiscal de unos 2500 millones de pesos anuales. De la misma manera se afirma que constituye una política económica “sensata” cuando empresas son beneficiarias de millonarias transferencias de recursos del Estado. En los dos últimos casos, ampliando el concepto que viene de la sociología política, se ha estructurado también una relación clientelar, que a veces se traduce en apoyo político y en otras, en rechazo. Esto último no significa que no haya vocación “clientelar” en esas iniciativas, aunque con éxito esquivo. Incluso en las capas empobrecidas la respuesta no siempre es positiva a los objetivos del poder político, como se ha verificado en más de una ocasión electoral, pese a las vagas denuncias de “clientelismo”. Estas se exponen como una manifestación prejuiciosa que considera que los pobres carecen de todo tipo de autonomía.
En textos de especialistas en la materia aparece un consenso básico respecto de las características del clientelismo:
1 Es una relación social que se entabla entre sujetos que intercambian bienes, servicios o favores por apoyo o lealtad política.
2 Estas relaciones se caracterizan por ser particularistas (no universales), asimétricas y personalizadas.
3 En ella siempre está contenida una búsqueda de acumulación política.
4 El intercambio no es sólo material, sino que además se intercambian valores, ideas y formas de interpretar el mundo.
Como se observa, esa definición no excluye vínculos que se establecen con capas medias y con grupos económicos, aunque el discurso dominante lo hace exclusivamente en referencia a los pobres. En el documento “Clientelismo, mercado y liderazgo partidista en América latina”, publicado en la Revista Nueva Sociedad, el investigador venezolano Humberto Njaim explica que “la crítica a estos fenómenos constituye tanto una formulación presente y reiterada en las campañas mediáticas contra los partidos como un latiguillo que emplean los mismos dirigentes partidistas en las luchas internas y en sus declaraciones públicas”. El reparo a la universalización de la asignación familiar por hijo ha sido uno de los máximos exponentes de esa utilización vulgar del concepto de clientelismo. Ahora bien, el uso propagandístico y acrítico de ese término no implica que se considere fructífero el concepto que encierra. Su vigencia queda en evidencia en numerosos análisis en los medios, también en su presencia recurrente en el debate académico y en el uso cotidiano que realiza la población. Pero si se precisan algunas características que se adjudican al clientelismo, se puede encontrar cierta similitud con otro concepto que también escandaliza al análisis político conservador: el populismo.
El italiano naturalizado argentino Emilio Tenti Fanfani, especialista en Sociología de la Educación, brindó una sintética y esclarecedora descripción: “El discurso acerca del clientelismo está permeado de moralina. Por lo general se habla del tema para denigrar, acusar y denunciar, y no para comprender, entender, explicar”. El investigador del Conicet agrega que “se trata de un pseudo concepto que habría que seguir utilizando en la medida en que se lo defina en forma rigurosa”. Al respecto, José María Fenoglio, de la Universidad Nacional de Rosario, en su trabajo Clientelismo político en instituciones del Estado, señala que “lo que resulta sugerente es que generalmente se habla de clientelismo y populismo cuando se califica –o mejor dicho se descalifica– la participación política de los sectores populares, o a la inversa, la acción del Estado hacia los mismos. Estas imprecisiones conceptuales son el producto de una comparación con modelos ideales de democracia y participación pensados desde las viejas democracias europeas. La consecuencia es similar para ambas nociones, su uso se encuentra cargado de representaciones preconstruidas. Esto les otorga una connotación peyorativa, descalificadora tanto de los procesos que intentan describir como de los sujetos envueltos en los mismos”. Este experto destaca el prejuicio de clase contenido en gran parte de los discursos que se refieren a la cultura política de los sectores populares. Criterios que no tienen la misma caracterización cuando se analizan los significados del apoyo que grupos empresarios realizan a determinadas gestiones políticas después de haber conseguido subsidios, créditos o cualquier tipo de beneficio estatal. Ese intercambio material por apoyo político, por ejemplo las privatizaciones de los ’90, no es incluido en la categoría “clientelismo” en los análisis tradicionales.
Entre los especialistas que se alejan de esos análisis superficiales se encuentra un grupo que es más comprensivo respecto del clientelismo. Lo considera un paso adelante en términos de desarrollo político, en la medida en que permite canalizar recursos desde las elites hacia los líderes y mediadores locales, y fortalecer los intereses de éstos y los de sus localidades. La posición más crítica sostiene, en cambio, que el clientelismo no conduce a la democracia ni a la modernización, ya que obstaculiza la puesta en práctica de políticas universalistas, lo cual desalienta la participación social y política, la atomiza, le quita autonomía y por lo tanto tiende a mantener el statu quo.
Pero cada etapa histórica debe ser evaluada con sus particularidades porque, en caso contrario, se corre el riesgo de pretender ajustar esquemas teóricos a realidades complejas. Por caso, en coyunturas donde políticas neoliberales extienden el universo de excluidos, éstos “aprovechan” el clientelismo como forma de cubrir las necesidades básicas de sobrevivencia en un entorno de privación material y aislamiento social. A la vez, cuando se extiende la cobertura del estado de bienestar, ampliando derechos sociales y económicos, universalizando su alcance, se fortalece el poder de los sectores populares, haciendo retroceder las prácticas clientelares. Por ese motivo, la asignación familiar por hijo para desocupados y empleados no registrados adquiere mucha relevancia, porque empieza a romper una relación asimétrica, superando a las políticas asistencialistas que reproducen vínculos de dominación.
azaiat@pagina12.com.ar
miércoles, 7 de octubre de 2009
ECONOMIA
Cantos de sirena
Por Raúl Dellatorre
Después de años de congelamiento, la relación entre el FMI y el gobierno argentino acaba de vivir su semana más intensa. No se trata de revivir un amor que nunca debió apagarse, como pretenden... [+]
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martes, 6 de octubre de 2009
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