CINE › BALANCE DEL CINE INTERNACIONAL ESTRENADO DURANTE LA TEMPORADA 2009
Señales del Nuevo y el Viejo Mundo
Mientras asoma el estreno de Avatar, que oficializará la llegada del cine 3D digital a la Argentina (donde ya se contabilizan más de treinta salas), el año que se va dejó una serie de títulos valiosos, tanto de Hollywood como de la producción europea.
Por Luciano Monteagudo
El primer día del año de la nueva década amanecerá con el estreno local de la hiperpromocionada Avatar, que debería marcar el comienzo del desembarco masivo de la Tercera Dimensión en las pantallas argentinas. Pero el sistema 3D digital ya se hizo sentir fuerte durante la temporada 2009, con 30 salas desplegadas en Buenos Aires y el interior del país.
Quizás haya que recordar que eso que se anuncia como el futuro no es más que el pasado disfrazado: durante la década del ’50 Hollywood combatió a su primer gran enemigo, la televisión, con el 3D. Y ahora utiliza la misma arma para arrancar al público de sus casas y alejarlo de otra pantalla mezquina pero tanto o más magnética que la vieja caja boba: la de la computadora y sus sucedáneos (teléfonos celulares, IPods). Es un recurso, también, para pelear contra la piratería, porque todavía el downloading no se consigue en tres dimensiones, con lo cual no queda más remedio que movilizarse, pagar una entrada –bastante más cara que la habitual– y volver a hacer la experiencia del rito social y la sala oscura.
Mientras llega ese dulce porvenir, empalagado de olor a pochoclo, es el momento de revisar algunas de las líneas que trazaron los estrenos internacionales de la temporada 2009 (el cine nacional tendrá su balance aparte). En primer lugar, hay un par de nombres que sonaron fuerte este año en la cartelera local: los de Clint Eastwood y Quentin Tarantino. Ambos estrenaron dos películas cada uno, ambos provienen de Hollywood, ambos están imbuidos de la tradición que conlleva esa pertenencia, pero no podrían hacer cines más distintos. Mientras Eastwood es un exponente del cine clásico, Tarantino representa el gesto moderno: uno construye el relato con la solidez de una catedral; otro en cambio lo fragmenta y desestructura hasta darle una forma nueva.
Claro que hay catedrales que también quedan truncas, como El sustituto, la primera de las dos películas de Eastwood que se vieron este año. Con una ambiciosa reconstrucción de época, este vehículo de lucimiento para una diva a la vieja usanza demostró que la película le quedaba grande a Angelina Jolie y que el peso de la producción era capaz de resentir los cimientos de todo el proyecto. Por el contrario, una película mucho más simple y en apariencia menor, como Gran Torino, le permitió a Eastwood alcanzar niveles de complejidad mucho mayores.
Hacía ya cuatro años que Clint Eastwood no aparecía en cámara y su regreso no tanto como director –porque ha estado más activo que nunca– sino como protagonista de Gran Torino debe ser entendido como lo que es: una declaración íntima sobre su cine y su figura, una suerte de testamento en el que puso una fuerte carga de emoción personal, al mismo tiempo que se permitió jugar no sólo con sus propios prejuicios y contradicciones políticas sino también con los del espectador, que todavía sigue identificando a Eastwood con aquel detective de gatillo fácil que fue Harry el Sucio.
Por su parte, Tarantino asomó primero con su vertiginoso ballet mecánico de A prueba de muerte (estrenada con casi dos años de demora en la Argentina), relectura de las slasher movies y las películas de ruta de los años ’70, y luego reapareció con Bastardos sin gloria. Audaz, desmesurada, estructuralmente barroca, con grandes momentos que nunca alcanzan a conformar una gran película, Inglorious Basterds se divide entre la celebración del poder reparador de la ficción y la fantasía pueril sobre la venganza.
Alimentándose una vez más de una mélange de géneros y estilos que aquí van del western al film de acción y la comedia farsesca, de Sergio Leone a Robert Aldrich y Ernst Lubitsch, Tarantino propone, por sobre todas las cosas, la celebración de ese juguete llamado cine.
La síntesis, sin embargo, estuvo en otro lado. Mucho más sobrio y menos conocido, James Gray probó con Los amantes que es un cineasta de una innegable impronta clásica, pero al mismo tiempo capaz de tender un puente entre la tradición y la modernidad. Con su delicada historia de amor, Two Lovers se impuso como un film siempre sentido, emotivo, muy orgánico en todos sus aspectos, tanto que la ópera a la que aluden los personajes se termina convirtiendo en la única música capaz de expresar sus emociones y sentimientos.
A diferencia del Hollywood nuestro de cada día, aquí el naturalismo está definitivamente ausente, no tiene lugar posible, lo que implicó todo un desafío para los actores y especialmente para el protagonista, Joaquin Phoenix. Ante el sentido común y el falso realismo que ha impuesto la estética televisiva, Los amantes trajo en cambio una verdad profunda, distinta, correspondiente a un orden artístico.
El cine europeo se mostró particularmente fuerte este año, con obras de directores consagrados y de amplia trayectoria y otros relativamente más jóvenes o directamente recién llegados, por lo menos a estas latitudes. Entre los primeros, cabe consignar los estrenos de Bellamy, de Claude Chabrol, con el gran Gérard Depardieu, y Belle toujours, del centenario portugués Manoel de Oliveira, con el magnífico Michel Piccoli. El film de Chabrol se reveló como un doble homenaje a dos Georges: Simenon y Brassens. Pero por sobre todas las cosas es un magnífico retrato de Depardieu: grueso, inmenso como un oso, con los hombros caídos, el paso lento y la mirada cansada y aún así siempre tierna.
Por su parte, Oliveira, inspirado en la perenne calidad perturbadora de Belle de Jour, de Luis Buñuel, realizó una suerte de coda, de post-scriptum, de pequeña y deliciosa nota al pie que funciona a la manera de un divertimento. ¿Qué fue de la vida de Séverine y del libertino Monsieur Husson? ¿Qué se dirían si se encontraran esa mujer y ese hombre que nunca llegaron a consumar sus mutuos deseos? ¿Qué heridas quedaron después de aquel desencuentro? Lo bueno de la película de Oliveira es que no responde necesariamente todas estas preguntas, como si nunca pudiéramos llegar a saber el contenido de aquella famosa cajita que alguna vez abrió Catherine Deneuve.
Un poco en esa misma cuerda de la vieja Europa estuvo Jardines de otoño, del georgiano Otar Iosseliani, un subversivo discreto, alguien capaz de ir en contra de algunos de los valores más encarnados de la cultura occidental del siglo XX –la sobreestimación moral del trabajo, el endiosamiento del poder–, pero siempre con una sonrisa, ajeno a cualquier crispación, como si en esa forma amable y distendida que es la marca de su cine se encontrara la clave de su irrisión. Mucho más iracundo, en cambio, se mostró Terence Davies en Del tiempo y la ciudad.
El peso de la memoria, la ineludible subjetividad de los recuerdos, la reflexión sobre un pasado que ya nunca volverá: ésos son los materiales sobre los cuales trabaja, en esencia, el cine del director británico y en su apreciación de la ciudad de Liverpool fue mucho más allá de la esquemática idea que se suele tener del documental, hasta configurar una obra que podría haberse titulado “Recordando con ira” y que avanza hacia un terreno que en otros campos se consideraría “ensayo”, “autorretrato” e incluso, en ciertos pasajes, sencillamente “poesía”.
De generaciones intermedias, el francés Laurent Cantet y el italiano Mateo Garrone abordaron en Entre los muros y Gomorra problemas sociales pero con una autenticidad y una intensidad muy personales. Si la escuela es el lugar público por excelencia, el primero en la vida de todos los ciudadanos, ¿cómo filmarlo? Cantet eligió el camino más difícil, llegó a la conclusión de que en el principio está el verbo. Y decidió filmar la palabra: su materialidad, su ejercicio cotidiano, su potestad multisémica. Por su parte, Gomorra no sólo alcanzó una dimensión política y un espesor dramático que parecían perdidos en el cine peninsular. También logró algo particularmente difícil: sobreponerse al best seller de Roberto Saviano en el que está basado hasta darlo vuelta como un guante, con una libertad puramente cinematográfica, que trasciende la realidad en la que se inspira.
Allí donde el libro de Saviano –una crónica novelada de su experiencia personal en el interior de la temible Camorra napolitana– buscaba una escritura efectista y un estilo deliberadamente provocador, la película de Garrone, en cambio, siguió el camino contrario. No hay ninguna concesión al espectáculo en un film cuya aridez es su mayor elocuencia. La primera persona singular del libro de Saviano –necesaria para dotar de verosimilitud al libro pero también para dejar constancia de su temeridad como protagonista– dio lugar a un fresco coral que habla de una ciudad en guerra consigo misma, corroída desde sus propias entrañas.
Cous cous, la gran cena, del franco-tunecino Abdellatif Kechiche, y El silencio de Lorna, de los hermanos belgas Luc y Jean-Pierre Dardenne, también abordaron temas sociales: el primero la dificultad de integración de la comunidad magrebí en la paternalista sociedad francesa; el segundo, la soledad y la desprotección de aquellos que, huyendo de la miseria de sus países de origen, deben abrirse camino en sociedades más ricas pero también, en algún punto, más despiadadas. En ambos casos, el realismo puro y duro fue el denominador común, la búsqueda de una verdad inmediata y cotidiana.
Entre los nombres nuevos provenientes de Europa, dos llamaron la atención, la alemana Maren Ade y el sueco Tomas Alfredson. Los dos pasaron primero por el Bafici (¿qué sería de Buenos Aires sin el oxígeno del Festival de Cine Independiente, que durante diez días permite ver un horizonte mucho más lejano que el que asoma durante todo un año en la cartelera porteña?) y luego llegaron con sus películas al estreno comercial.
Lejos de superproducciones de tema histórico a la manera de La caída, Entre nosotros, de Ade, es un film eminentemente contemporáneo, que refleja el conformismo y la frivolidad de la alta burguesía alemana de hoy. Pero aun así resuenan en sus imágenes ecos del Rossellini de Viaje en Italia (1953), un film clave del cine moderno, con el cual la película de Maren Ade parece querer dialogar. Por su parte, Criatura de la noche apareció como un antídoto contra los vampiros pasteurizados de la saga Crepúsculo y Luna nueva. El film sueco fue capaz de devolver no sólo a la mitología vampírica sino también a la adolescencia su carácter más transgresor y revulsivo. Y lo interesante del caso es que el film de Alfredson –un director sin experiencia previa en el cine de terror– llegó tan fresco al género que se permitió abordarlo sin tener necesidad de rendirle culto a sus tradiciones más anquilosadas.
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sábado, 26 de diciembre de 2009
jueves, 17 de diciembre de 2009
FRANCIS FORD COPPOLA HABLA DE JUVENTUD SIN JUVENTUD, CON LA QUE VOLVIO A DIRIGIR DESPUES DE DIEZ AÑOS
“Ya no quiero filmar proyectos ajenos”
Dos años atrás, su primera película realizada fuera de Hollywood representó el regreso de Coppola a la silla de director. “A esta altura creo que me gané el derecho de hacer sólo aquellas películas que realmente tenga ganas de hacer”, dice.
Por Gilbert Adams
Diez años estuvo Francis Ford Coppola exiliado del cine, hasta que encontró la forma de volver. La razón del exilio es que Hollywood los prefiere jóvenes y sumisos, y Coppola no es una cosa ni otra. En abril de este año el legendario realizador de El Padrino cumplió 70, y después de filmar una película de las que se llaman “de encargo” decidió no volver a hacerlo. Esa película fue El poder de la justicia (The Rainmaker, 1997), típico thriller jurídico salido de la pluma de John Grisham, al que el hombre del vientre amplio logró convertir en algo así como un roman à clef, sobre su propia relación con los grandes estudios. Pero no dejaba de tratarse de un encargo, una película “de estudio”, y durante su sexta década de vida Coppola decidió que ya era tiempo de no hacerlo más. Razón por la cual se pasó diez años embotellando vinos, cocinando fettuccini y produciendo películas de sus hijos y amigos. Hasta que encontró un proyecto que le interesó. Ese proyecto, Youth Without Youth, representó, dos años atrás, el regreso de Coppola a la silla de director. Se conocerá aquí a partir de hoy, con el título de Juventud sin juventud, en el sistema de proyección en DVD.
Juventud sin juventud se basa en una de las raras novelas escritas por el estudioso de las religiones Mircea Eliade (1907/1986). La novela, de carácter fantástico y oblicuamente autobiográfico, tiene por protagonista a un filólogo rumano, que sobre el final de su vida recibe un don milagroso: el de volver atrás en el tiempo y reconquistar a la mujer amada. Ya se sabe que todo don supone también una carga, por lo cual el hombre deberá elegir entre la propia realización y la mujer amada. Sin demasiado crédito en Hollywood, el propio Coppola produjo la película de su bolsillo, con asistencia de capitales europeos y un elenco íntegramente de ese origen, encabezado por el británico Tim Roth (Vincent y Theo, Perros de la calle, últimamente la serie Lie to Me), la alemana Alexandra Maria Lara (protagonista de La caída) y el suizo Bruno Ganz, cuya trayectoria a lo largo de las últimas tres décadas llevaría varias notas enumerar.
Después de Juventud sin juventud, el espíritu viajero llevaría a Coppola hasta una nación sudamericana de fuerte impronta italiana. Allí sufriría un sonado robo informático, pasearía por el barrio de la Boca y conocería a Leticia Bredice. Pero no es tiempo de hablar de todo eso ahora. Habrá que hablar el año próximo, cuando Tetro se estrene en Argentina.
–Usted es una leyenda viviente del cine estadounidense y sin embargo se pasó una década sin trabajar. ¿Cómo se explica?
–Es una cuestión de necesidades, de deseos de cada uno. Hay directores que trabajan sin parar, más por una necesidad económica que artística. Yo, por suerte, no dependo del cine para vivir. Cuento con una segunda fuente de ingresos, que son mis viñedos. Además, en este tiempo no habré trabajado como director, pero sí como productor. Desempeñé ese rol en películas de mis hijos, Sofia (Las vírgenes suicidas, Perdidos en Tokio, María Antonieta) y Roman (CQ, nunca estrenada en Argentina). También en las que dirigieron algunos amigos, como Robert Duvall (Assassination Tango) y Bobby De Niro (El buen pastor).
–¿No le ofrecieron ningún guión en todo este tiempo?
–A esta altura de mi carrera creo que me gané el derecho de no filmar películas de encargo, sino sólo aquellas que realmente tenga ganas de hacer. Ya no quería ser un “director de estudio”, que se dedica a filmar proyectos ajenos. Probé de hacerlo en mi película previa, El poder de la justicia. Ahora quería hacer películas personales. Le digo más: teniendo en cuenta que ya pasé la curva de los 70, sentía la necesidad de reinventarme a mí mismo. De volver a ocuparme de la clase de películas que hice en los comienzos de mi carrera. Películas como Dos almas en pugna (N. de la R.: The Rain People, 1969) o La conversación.
–Películas “de arte”, las llamarían en Hollywood.
–No sé si llamarlo así o de otra manera. Pero sí sé qué clase de películas quiero hacer en esta etapa de mi vida: unas que expresen mis ideas, que me lleven más allá de lo que hice hasta ahora. Que me pongan en riesgo. A mí y al cine mismo. ¿Por qué tenemos que seguir contando historias de la misma manera en que se instituyó hacerlo, en tiempos del cine mudo? ¿Quién dijo que no se puede hacer de otro modo? Además le digo otra cosa: aquellos tipos de los comienzos, los pioneros del cine, en realidad no sabían cómo hacerlo, porque no tenían modelos. Entonces iban y filmaban como les parecía. Y los productores no iban a ponerse a discutirles cada plano. Entre otras cosas, porque ellos tampoco tenían mucha idea.
–Actualmente, los productores piensan en una sola cosa...
–¡Dinero! ¡Más y más dinero! Todo el sistema está montado en función del éxito. Si la película tiene éxito, es buena y su director puede seguir filmando. Si fracasa, más vale tenerlo lejos. ¡Aunque sea el mismo que ayer fue un gran triunfador!
–Daría la impresión de que está hablando de su propia carrera.
–No, no se trata de eso. No es un caso individual, sino el funcionamiento de un sistema entero.
–Usted estuvo desarrollando largamente un proyecto llamado Megalopolis, que de acuerdo con los rumores estaría a la altura de su título.
–La idea básica era un relato que fuera como un sistema de espejos, para comparar la civilización romana con la contemporánea. Como usted dice, tal vez se tratara de un proyecto demasiado grande. No es que lo haya abandonado, pero sí me vi obligado a posponerlo, por el momento. En lugar de eso, comencé a entusiasmarme con una película que me permitiera explorar el flujo de la conciencia. La relación entre sueños y realidad, entre mundo e imaginación.
–Allí se topó con Juventud sin juventud, novela poco conocida del erudito rumano Mircea Eliade.
–Exacto. En su vejez y tras atravesar un cataclismo, el protagonista de la novela de Eliade comprende que no debió haber dejado a la mujer que amaba. Recibe, como don, la posibilidad de volver a su juventud, cumpliendo aquello que debió haber hecho en su momento. A la vez, esa segunda juventud le permite incrementar su capacidad intelectual. Pero allí es donde sobreviene el tema fáustico.
–La película explora temas como el tiempo, la existencia y la conciencia. ¿Cómo se planteó “traducir” eso en términos visuales?
–Como la historia transcurre entre fines de los años ’30 y comienzos de los ’60, coincidiendo con la época del clasicismo cinematográfico, me propuse ser lo más clásico posible. Al extremo, incluso: uno de mis referentes fue Yasujiro Ozu, que jamás movía la cámara. Se trata, en verdad, de algo que hace mucho quería hacer: una película sin movimientos distractivos, que mueva a concentrarse pura y exclusivamente en lo que sucede.
–¿No tiene miedo de que alguien no la entienda?
–¡Eso estaría buenísimo! Intenté encarar la película no como una apelación a la razón sino a la sensación. En tal caso, que la gente la piense más tarde, cuando salgan del cine. Pero no durante. Al fin y al cabo, ¿no es lo mismo que pasaba con Apocalypse Now!? Creo que sí, ¿no?
–Seguramente. Pero en este caso no se trata de hombres en guerra sino de un filólogo, para quien la labor de su vida es estudiar los orígenes del lenguaje.
–Bueno, ése era el desafío. Cómo hacer que los espectadores se interesen por una historia que habla de mitos antiguos, en la que se habla en sánscrito y donde se comparan los modos de conocimiento oriental y occidental. Finalmente, no es algo tan distinto de cuando usted invita gente a comer a su casa: usted debe cocinar para ellos. Debe pensar en qué les gusta y en qué gustos o sazones que ellos no hayan probado nunca le gustaría darles a conocer.
–Hablemos de cosas algo más prosaicas. Juventud sin juventud es una película “europea”, con dinero y actores de ese origen...
–Yo mismo produje la película, pero necesitaba fuentes de financiación, y sabía que en Hollywood no iba a encontrarlas. Salí a buscar por Europa y encontré gente interesada en Italia, Francia y Gran Bretaña. Luego, los actores: Tim Roth, Bruno Ganz, Alexandra Maria Lara.
–Ganz y Lara habían actuado juntos en la película alemana La caída.
–Sí, allí Ganz hacía de Hitler y Alexandra de su secretaria. Pero no fue algo buscado, se trató más bien de una casualidad.
–Tim Roth dijo que había una versión de la película que duraba cinco horas.
–¡Siempre se dicen esas cosas! Y no es cierto en este caso, como tampoco lo fue en el de Apocalypse Now!. Lo que puede ocurrir es que usted tenga un primer corte de tres horas y tenga que reducirlo a alrededor de un par de horas. Pero cinco horas, difícil...
Traducción, adaptación e introducción: Horacio Bernades.
“Ya no quiero filmar proyectos ajenos”
Dos años atrás, su primera película realizada fuera de Hollywood representó el regreso de Coppola a la silla de director. “A esta altura creo que me gané el derecho de hacer sólo aquellas películas que realmente tenga ganas de hacer”, dice.
Por Gilbert Adams
Diez años estuvo Francis Ford Coppola exiliado del cine, hasta que encontró la forma de volver. La razón del exilio es que Hollywood los prefiere jóvenes y sumisos, y Coppola no es una cosa ni otra. En abril de este año el legendario realizador de El Padrino cumplió 70, y después de filmar una película de las que se llaman “de encargo” decidió no volver a hacerlo. Esa película fue El poder de la justicia (The Rainmaker, 1997), típico thriller jurídico salido de la pluma de John Grisham, al que el hombre del vientre amplio logró convertir en algo así como un roman à clef, sobre su propia relación con los grandes estudios. Pero no dejaba de tratarse de un encargo, una película “de estudio”, y durante su sexta década de vida Coppola decidió que ya era tiempo de no hacerlo más. Razón por la cual se pasó diez años embotellando vinos, cocinando fettuccini y produciendo películas de sus hijos y amigos. Hasta que encontró un proyecto que le interesó. Ese proyecto, Youth Without Youth, representó, dos años atrás, el regreso de Coppola a la silla de director. Se conocerá aquí a partir de hoy, con el título de Juventud sin juventud, en el sistema de proyección en DVD.
Juventud sin juventud se basa en una de las raras novelas escritas por el estudioso de las religiones Mircea Eliade (1907/1986). La novela, de carácter fantástico y oblicuamente autobiográfico, tiene por protagonista a un filólogo rumano, que sobre el final de su vida recibe un don milagroso: el de volver atrás en el tiempo y reconquistar a la mujer amada. Ya se sabe que todo don supone también una carga, por lo cual el hombre deberá elegir entre la propia realización y la mujer amada. Sin demasiado crédito en Hollywood, el propio Coppola produjo la película de su bolsillo, con asistencia de capitales europeos y un elenco íntegramente de ese origen, encabezado por el británico Tim Roth (Vincent y Theo, Perros de la calle, últimamente la serie Lie to Me), la alemana Alexandra Maria Lara (protagonista de La caída) y el suizo Bruno Ganz, cuya trayectoria a lo largo de las últimas tres décadas llevaría varias notas enumerar.
Después de Juventud sin juventud, el espíritu viajero llevaría a Coppola hasta una nación sudamericana de fuerte impronta italiana. Allí sufriría un sonado robo informático, pasearía por el barrio de la Boca y conocería a Leticia Bredice. Pero no es tiempo de hablar de todo eso ahora. Habrá que hablar el año próximo, cuando Tetro se estrene en Argentina.
–Usted es una leyenda viviente del cine estadounidense y sin embargo se pasó una década sin trabajar. ¿Cómo se explica?
–Es una cuestión de necesidades, de deseos de cada uno. Hay directores que trabajan sin parar, más por una necesidad económica que artística. Yo, por suerte, no dependo del cine para vivir. Cuento con una segunda fuente de ingresos, que son mis viñedos. Además, en este tiempo no habré trabajado como director, pero sí como productor. Desempeñé ese rol en películas de mis hijos, Sofia (Las vírgenes suicidas, Perdidos en Tokio, María Antonieta) y Roman (CQ, nunca estrenada en Argentina). También en las que dirigieron algunos amigos, como Robert Duvall (Assassination Tango) y Bobby De Niro (El buen pastor).
–¿No le ofrecieron ningún guión en todo este tiempo?
–A esta altura de mi carrera creo que me gané el derecho de no filmar películas de encargo, sino sólo aquellas que realmente tenga ganas de hacer. Ya no quería ser un “director de estudio”, que se dedica a filmar proyectos ajenos. Probé de hacerlo en mi película previa, El poder de la justicia. Ahora quería hacer películas personales. Le digo más: teniendo en cuenta que ya pasé la curva de los 70, sentía la necesidad de reinventarme a mí mismo. De volver a ocuparme de la clase de películas que hice en los comienzos de mi carrera. Películas como Dos almas en pugna (N. de la R.: The Rain People, 1969) o La conversación.
–Películas “de arte”, las llamarían en Hollywood.
–No sé si llamarlo así o de otra manera. Pero sí sé qué clase de películas quiero hacer en esta etapa de mi vida: unas que expresen mis ideas, que me lleven más allá de lo que hice hasta ahora. Que me pongan en riesgo. A mí y al cine mismo. ¿Por qué tenemos que seguir contando historias de la misma manera en que se instituyó hacerlo, en tiempos del cine mudo? ¿Quién dijo que no se puede hacer de otro modo? Además le digo otra cosa: aquellos tipos de los comienzos, los pioneros del cine, en realidad no sabían cómo hacerlo, porque no tenían modelos. Entonces iban y filmaban como les parecía. Y los productores no iban a ponerse a discutirles cada plano. Entre otras cosas, porque ellos tampoco tenían mucha idea.
–Actualmente, los productores piensan en una sola cosa...
–¡Dinero! ¡Más y más dinero! Todo el sistema está montado en función del éxito. Si la película tiene éxito, es buena y su director puede seguir filmando. Si fracasa, más vale tenerlo lejos. ¡Aunque sea el mismo que ayer fue un gran triunfador!
–Daría la impresión de que está hablando de su propia carrera.
–No, no se trata de eso. No es un caso individual, sino el funcionamiento de un sistema entero.
–Usted estuvo desarrollando largamente un proyecto llamado Megalopolis, que de acuerdo con los rumores estaría a la altura de su título.
–La idea básica era un relato que fuera como un sistema de espejos, para comparar la civilización romana con la contemporánea. Como usted dice, tal vez se tratara de un proyecto demasiado grande. No es que lo haya abandonado, pero sí me vi obligado a posponerlo, por el momento. En lugar de eso, comencé a entusiasmarme con una película que me permitiera explorar el flujo de la conciencia. La relación entre sueños y realidad, entre mundo e imaginación.
–Allí se topó con Juventud sin juventud, novela poco conocida del erudito rumano Mircea Eliade.
–Exacto. En su vejez y tras atravesar un cataclismo, el protagonista de la novela de Eliade comprende que no debió haber dejado a la mujer que amaba. Recibe, como don, la posibilidad de volver a su juventud, cumpliendo aquello que debió haber hecho en su momento. A la vez, esa segunda juventud le permite incrementar su capacidad intelectual. Pero allí es donde sobreviene el tema fáustico.
–La película explora temas como el tiempo, la existencia y la conciencia. ¿Cómo se planteó “traducir” eso en términos visuales?
–Como la historia transcurre entre fines de los años ’30 y comienzos de los ’60, coincidiendo con la época del clasicismo cinematográfico, me propuse ser lo más clásico posible. Al extremo, incluso: uno de mis referentes fue Yasujiro Ozu, que jamás movía la cámara. Se trata, en verdad, de algo que hace mucho quería hacer: una película sin movimientos distractivos, que mueva a concentrarse pura y exclusivamente en lo que sucede.
–¿No tiene miedo de que alguien no la entienda?
–¡Eso estaría buenísimo! Intenté encarar la película no como una apelación a la razón sino a la sensación. En tal caso, que la gente la piense más tarde, cuando salgan del cine. Pero no durante. Al fin y al cabo, ¿no es lo mismo que pasaba con Apocalypse Now!? Creo que sí, ¿no?
–Seguramente. Pero en este caso no se trata de hombres en guerra sino de un filólogo, para quien la labor de su vida es estudiar los orígenes del lenguaje.
–Bueno, ése era el desafío. Cómo hacer que los espectadores se interesen por una historia que habla de mitos antiguos, en la que se habla en sánscrito y donde se comparan los modos de conocimiento oriental y occidental. Finalmente, no es algo tan distinto de cuando usted invita gente a comer a su casa: usted debe cocinar para ellos. Debe pensar en qué les gusta y en qué gustos o sazones que ellos no hayan probado nunca le gustaría darles a conocer.
–Hablemos de cosas algo más prosaicas. Juventud sin juventud es una película “europea”, con dinero y actores de ese origen...
–Yo mismo produje la película, pero necesitaba fuentes de financiación, y sabía que en Hollywood no iba a encontrarlas. Salí a buscar por Europa y encontré gente interesada en Italia, Francia y Gran Bretaña. Luego, los actores: Tim Roth, Bruno Ganz, Alexandra Maria Lara.
–Ganz y Lara habían actuado juntos en la película alemana La caída.
–Sí, allí Ganz hacía de Hitler y Alexandra de su secretaria. Pero no fue algo buscado, se trató más bien de una casualidad.
–Tim Roth dijo que había una versión de la película que duraba cinco horas.
–¡Siempre se dicen esas cosas! Y no es cierto en este caso, como tampoco lo fue en el de Apocalypse Now!. Lo que puede ocurrir es que usted tenga un primer corte de tres horas y tenga que reducirlo a alrededor de un par de horas. Pero cinco horas, difícil...
Traducción, adaptación e introducción: Horacio Bernades.
jueves, 10 de diciembre de 2009
CINE › UNA PELICULA DE EMOCIONES CONTRAPUESTAS Y URGENTES
El drama en tiempo presente
La ópera prima de ficción de Zbanic hace eje en la relación entre madre e hija, marcadas por una historia trágica de violación e impunidad. La directora toma distancia del horror, convirtiendo el desgarro en objeto de ficción autónomo.
Por Horacio Bernades
En una de las primeras escenas de Grbavica, que en Argentina se estrena –sólo en formato DVD– con el título de Sarajevo, mi amor, la protagonista se pone a jugar un juego un poco bruto con su hija. Se corren por el departamento, gritan, forcejean. La chica logra dominarla como un catcher, la espalda contra el piso, agarrándola por los brazos. En ese momento el juego se vuelve para la mujer tortura intolerable y pide a gritos que la suelte. No se entiende bien qué le pasa. Pero algo le pasa, porque no es la única ocasión en que reacciona de manera aparentemente loca. La reconstrucción de eso que le sucede a Esma, que reconoce como origen una conmoción largamente soterrada, es el tema, la mecánica y hasta la forma de Sarajevo, mi amor.
Nacida de la voluntad de exponer una herida que durante demasiado tiempo la sociedad bosnia no se atrevió a aceptar –las decenas de miles de mujeres musulmanas violadas por soldados, durante las guerras de los Balcanes–, la ópera prima de ficción de Jasmila Zbanic, ganadora del Oso de Oro en Berlín 2006, tiene dos o tres virtudes esenciales. Una es el temple que le permitió a la realizadora tomar distancia, convirtiendo el desgarro en objeto de ficción autónomo. Otra, el mantener a raya los demonios que asuelan a obras como ésta, muy marcadas por lo real: la alusión directa, la alegoría, la voluntad de demostración. Finalmente, el que tal vez sea su hallazgo clave, el rechazo absoluto de toda certidumbre previa. Rechazo que lleva a construir la historia así como el ciego golpea el aire: escena a escena, sin certezas.
La película de Zbanic hace eje en la relación entre Esma, cuarentona larga, y Sara, su hija de doce años. Chica de carácter, Sara no sólo juega al fútbol de igual a igual con los varones: si no la respetan, se agarra a trompadas con el más matón. Madre soltera, como a Esma no le alcanza con coser para afuera, se presenta a un puesto de camarera, en un club nocturno. “Mostrá las tetas, te van a dar más propina”, aconseja una compañera más experimentada, que predica con el ejemplo. El club Amerika está lleno de hombres y todos parecen ex mercenarios, mafiosos en curso, criminales de guerra. No es raro que de pronto Esma mire a alguno y salga corriendo, en otra de esas conductas locas que, se va entreviendo, podrían ser las más lógicas del mundo.
Habrá un hombre distinto de los demás, ley de compensaciones demasiado “cantada”, que tal vez hubiera convenido evitar. Mientras tanto, Sara sigue suponiendo que su padre es un shaheed, un muerto en combate. Pero Esma llamativamente calla, disimula, tira la pelota al costado. En algún momento su silencio deberá quebrarse. Habrá quien reproche a Sarajevo, mi amor el carácter, tal vez excesivamente tradicional, de una fábula de desocultamiento, con su fatal encadenamiento conclusivo de revelación, confesión y catarsis. Pero por qué sería reprobable lo que los griegos convirtieron, hace más de dos mil años, en uno de los módulos representativos básicos de la cultura occidental. Es loable que esta suerte de tragedia optimista se narre con la prosaica vitalidad de un drama en tiempo presente, en el que la realizadora y guionista muestra la suficiente lucidez para diferenciar entre dos categorías antagónicas de violencia.
Una es la que Esma sufrió más de doce años atrás y que no es evocada ni por un solo flashback, en un pito catalán a uno de los recursos más obvios y gastados del cine. Esa violencia encierra en sí todos los males de este mundo. Hay otra, liberadora, necesaria y vital, que encarna ese pequeño huracán llamado Sara, capaz de tirarle cosas por la cabeza a cualquier adulto que quiera indicarle qué hacer y qué no. Y de agarrarse a trompadas con su madre, en una escena que funciona como reflejo trágico de la otra, cómica, que se señala en el primer párrafo. Escena que recuerda, en su desesperación, las batallas campales familiares de más de una película de Cassavetes.
“Es una película de actores”, reprocharán otros, como si eso fuera intrínsecamente malo. Hay películas “de actores” muy malas, desde ya. Son aquellas en las que las actuaciones se roban la película. Están las otras, las buenas, en las que actuar y transmitir verdad se vuelven la misma cosa. Es el caso de Sarajevo, mi amor, donde la veterana Mirjana Karanovic, vista en películas de Kusturica (Papá salió en viaje de negocios, Tiempo de gitanos, Underground), es capaz de construir una emoción compleja y secreta, la de sentir culpa por un crimen del que fue víctima, mientras apaga un cigarrillo y prende otro. A su lado, la asombrosa Luna Mijovic logra aunar violencia interior, energía rebelde y la más profunda, inexplicada orfandad. Entre esas emociones contrapuestas y urgentes discurre Sarajevo, mi amor, una película que no es sólo de sus actrices.
SARAJEVO, MI AMOR (Grbavica,Alem. /Austria /Hungr. /Bosnia-Herzegovina, 2006)
Dirección y guión: Jasmila Zbanic.
Fotografía: Christine Maier.
Intérpretes: Mirjana Karanovic, Luna Mijovic, Leon Lucev, Kenan Catic, Jasna Ornela Berry y Dejan Acimovic.
Se exhibe en proyección DVD, en los cines Arteplex (Centro, Belgrano, Caballito y Villa del Parque).
El drama en tiempo presente
La ópera prima de ficción de Zbanic hace eje en la relación entre madre e hija, marcadas por una historia trágica de violación e impunidad. La directora toma distancia del horror, convirtiendo el desgarro en objeto de ficción autónomo.
Por Horacio Bernades
En una de las primeras escenas de Grbavica, que en Argentina se estrena –sólo en formato DVD– con el título de Sarajevo, mi amor, la protagonista se pone a jugar un juego un poco bruto con su hija. Se corren por el departamento, gritan, forcejean. La chica logra dominarla como un catcher, la espalda contra el piso, agarrándola por los brazos. En ese momento el juego se vuelve para la mujer tortura intolerable y pide a gritos que la suelte. No se entiende bien qué le pasa. Pero algo le pasa, porque no es la única ocasión en que reacciona de manera aparentemente loca. La reconstrucción de eso que le sucede a Esma, que reconoce como origen una conmoción largamente soterrada, es el tema, la mecánica y hasta la forma de Sarajevo, mi amor.
Nacida de la voluntad de exponer una herida que durante demasiado tiempo la sociedad bosnia no se atrevió a aceptar –las decenas de miles de mujeres musulmanas violadas por soldados, durante las guerras de los Balcanes–, la ópera prima de ficción de Jasmila Zbanic, ganadora del Oso de Oro en Berlín 2006, tiene dos o tres virtudes esenciales. Una es el temple que le permitió a la realizadora tomar distancia, convirtiendo el desgarro en objeto de ficción autónomo. Otra, el mantener a raya los demonios que asuelan a obras como ésta, muy marcadas por lo real: la alusión directa, la alegoría, la voluntad de demostración. Finalmente, el que tal vez sea su hallazgo clave, el rechazo absoluto de toda certidumbre previa. Rechazo que lleva a construir la historia así como el ciego golpea el aire: escena a escena, sin certezas.
La película de Zbanic hace eje en la relación entre Esma, cuarentona larga, y Sara, su hija de doce años. Chica de carácter, Sara no sólo juega al fútbol de igual a igual con los varones: si no la respetan, se agarra a trompadas con el más matón. Madre soltera, como a Esma no le alcanza con coser para afuera, se presenta a un puesto de camarera, en un club nocturno. “Mostrá las tetas, te van a dar más propina”, aconseja una compañera más experimentada, que predica con el ejemplo. El club Amerika está lleno de hombres y todos parecen ex mercenarios, mafiosos en curso, criminales de guerra. No es raro que de pronto Esma mire a alguno y salga corriendo, en otra de esas conductas locas que, se va entreviendo, podrían ser las más lógicas del mundo.
Habrá un hombre distinto de los demás, ley de compensaciones demasiado “cantada”, que tal vez hubiera convenido evitar. Mientras tanto, Sara sigue suponiendo que su padre es un shaheed, un muerto en combate. Pero Esma llamativamente calla, disimula, tira la pelota al costado. En algún momento su silencio deberá quebrarse. Habrá quien reproche a Sarajevo, mi amor el carácter, tal vez excesivamente tradicional, de una fábula de desocultamiento, con su fatal encadenamiento conclusivo de revelación, confesión y catarsis. Pero por qué sería reprobable lo que los griegos convirtieron, hace más de dos mil años, en uno de los módulos representativos básicos de la cultura occidental. Es loable que esta suerte de tragedia optimista se narre con la prosaica vitalidad de un drama en tiempo presente, en el que la realizadora y guionista muestra la suficiente lucidez para diferenciar entre dos categorías antagónicas de violencia.
Una es la que Esma sufrió más de doce años atrás y que no es evocada ni por un solo flashback, en un pito catalán a uno de los recursos más obvios y gastados del cine. Esa violencia encierra en sí todos los males de este mundo. Hay otra, liberadora, necesaria y vital, que encarna ese pequeño huracán llamado Sara, capaz de tirarle cosas por la cabeza a cualquier adulto que quiera indicarle qué hacer y qué no. Y de agarrarse a trompadas con su madre, en una escena que funciona como reflejo trágico de la otra, cómica, que se señala en el primer párrafo. Escena que recuerda, en su desesperación, las batallas campales familiares de más de una película de Cassavetes.
“Es una película de actores”, reprocharán otros, como si eso fuera intrínsecamente malo. Hay películas “de actores” muy malas, desde ya. Son aquellas en las que las actuaciones se roban la película. Están las otras, las buenas, en las que actuar y transmitir verdad se vuelven la misma cosa. Es el caso de Sarajevo, mi amor, donde la veterana Mirjana Karanovic, vista en películas de Kusturica (Papá salió en viaje de negocios, Tiempo de gitanos, Underground), es capaz de construir una emoción compleja y secreta, la de sentir culpa por un crimen del que fue víctima, mientras apaga un cigarrillo y prende otro. A su lado, la asombrosa Luna Mijovic logra aunar violencia interior, energía rebelde y la más profunda, inexplicada orfandad. Entre esas emociones contrapuestas y urgentes discurre Sarajevo, mi amor, una película que no es sólo de sus actrices.
SARAJEVO, MI AMOR (Grbavica,Alem. /Austria /Hungr. /Bosnia-Herzegovina, 2006)
Dirección y guión: Jasmila Zbanic.
Fotografía: Christine Maier.
Intérpretes: Mirjana Karanovic, Luna Mijovic, Leon Lucev, Kenan Catic, Jasna Ornela Berry y Dejan Acimovic.
Se exhibe en proyección DVD, en los cines Arteplex (Centro, Belgrano, Caballito y Villa del Parque).
lunes, 30 de noviembre de 2009
"El mundo del Opus Dei es realmente fascinante”
El film del director no tardó en erizar la piel de la orden creada por José María Escrivá de Balaguer.
Por Mariano Blejman
A esta altura podría decirse que las películas del español Javier Fresser son al cine hispanoparlante lo que Taringa! a Internet. Básicamente hay de todo, de fuentes muy variadas, la información aparece como flash espasmódico y siempre causa algo de asombro. Porque si los delirantes y provocativos cortos anticipaban un cine plagado de humor, sarcasmo e ironía (como las interminables patadas de la serie Javy y Luci que fueron furor en la red), si la comedia surrealista de El milagro de P. Tinto dejó a todos pasmados con frases como “¿Me podría decir cuál es la albóndiga y cuál el guisante? Es que soy daltónico”, si La gran aventura de Mortadelo y Filemón coqueteaba con el comic hasta dejarlo rendido (todas estas películas se dieron en el reciente Festival de Mar del Plata, en la retrospectiva dedicada a su obra), la presentación de Camino (ganadora de seis premios Goya y próxima a estrenarse en salas de Buenos Aires) rompe definitivamente con todo lo que pueda esperarse de Fresser. El film tiene intencionalmente el nombre del libro que escribió José María Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei, y está inspirado en una historia real de una niña, aquí llamada Camino, que muere de un raro tumor. Y el film es algo así como un thriller de terror religioso, o –como acierta el crítico local Agustín Masaedo– un “gore quirúrgico”. Fresser recibe a Página/12 después de ver una película rusa, que se llama Letters to Father Jacob, pero pareciera ser pura casualidad.
–¿Cómo llegó a esta película tan distinta?
–Comprendo que son películas diferentes. Pero para mí no hay un cambio tan esencial, porque creo que por suerte o desgracia estoy detrás de la misma manera. Camino es premeditadamente la primera historia que tuve en la cabeza. Antes de hacer El milagro de P. Tinto conocí la historia y había empezado a elaborar un guión. Hace quince años tuve la madurez de darme cuenta de que no tenía la madurez para hacerla antes. No era con lo que quería empezar, esta historia me tenía arrebatado y necesitaba otro lenguaje y otra actitud.
–¿Tenía que atravesar el humor?
–No he planeado lo que he hecho. Como tienes la suerte de hacer cine y el privilegio de que lo que haces interese a más de uno, estás obligado a investigar un poco y no acomodarte a lo que sabes hacer, porque en el fondo es un poco fraude.
–¿Por qué?
–Cuando haces películas es fácil hacer una detrás de la otra. Me propuse no hacer la misma cosa, primero porque es más interesante, segundo porque tiene un componente de riesgo fundamental: esa dosis de vértigo e incertidumbre para hacer algo interesante; y por otro lado equivocarme no es ninguna desgracia. Películas, las hay de todo tipo. Me he rebelado siempre contra la clasificación en cualquier ámbito de la vida, y la verdad es que me siento identificado y muy a gusto cuando alguien me dice: “Es difícil de clasificar”. Es uno de los mayores piropos posibles. En el cine, en la música, en la literatura, hay una necesidad enfermiza por clasificarlo todo y ponerlo en sacos distintos. La experiencia que tiene el espectador es más pobre porque acude a lo que ya conoce. Sabe si va a reírse, si va a llorar. La industria está montada de esa manera, el distribuidor que va a un mercado, que no tiene tiempo de verla, pregunta: “¿Esta película a cuál se parece?”. Y es difícil vender cuando no sabes responder esa pregunta. Porque no siempre hay una referencia: en el caso de Camino y en el caso de El milagro de P. Tinto eso ocurre.
–¿Cómo llegó a la historia de Camino?
–Conocí la historia hace veinte años, a través del libro. Una niña madrileña que a los pocos años de morir le iniciaron su proceso de beatificación. La historia me pareció fascinante y no me abandonó nunca. Con el tiempo vi más claro que esa historia tenía ingredientes suficientes para contar lo que quería, que es una historia de amor. Además me iba a permitir indagar en aspectos que no había tocado nunca: el amor, la muerte, la fe, el sentido de la trascendencia, la religión. Con mi infancia, mi educación, mi cultura. Mi generación ha tenido una educación católica, y que la hayas abrazado o no, deja el cerebro ordenado de una manera, básicamente es el sentimiento de culpa.
–¿Cómo ha reaccionado el Opus Dei?
–La película toca de lleno y de forma profunda el Opus Dei, y lo toca con el conocimiento que proviene de estudiar y de investigar y de documentarme de la institución de la Iglesia Católica. Es un mundo apasionante y, sin ser protagonista, es un paisaje esencial donde se mueven personajes que interactúan mucho con esa forma de entender el mundo. Como era de esperar, oficialmente la reacción fue pequeña y discreta, pero extraoficialmente, que es realmente como trabajan, con iniciativas personales, sueltan toda la artillería. Pero el ataque ha sido muy torpe y ha provenido siempre de quien declara no haber visto la película y promete que no la verá jamás.
–¿Cómo ha sido su documentación?
–He dedicado mucho tiempo a documentarme. La más elocuente y más valiosa proviene de los documentos internos del Opus Dei, y los testimonios y declaraciones de quien está adentro y convencido de que está en el camino correcto en la santidad. Al contrario de los que piensan que está documentada por testimonios de quien está fuera, es justo al revés. Y la cuestión más valiosa: hay un dogma en el Opus Dei incuestionable, que es que todo aquel que ha estado y se ha salido es un resentido que hablará mal de ellos. Entonces hay miles de testimonios que coinciden en su denuncia del modus operandi como una secta. El Opus Dei son como los mejillones a la roca: se pegan al poder, el dinero y la influencia. No deja de sorprenderme la mezcla de religión y violencia, cómo se pueden unir esos dos conceptos: la religión católica, que es la que mejor conozco, está basada en el concepto del amor y es curioso...
–... bueno, empezó con un crucificado.
–Ay, si se levantara el hombre, más de uno se pondría colorado.
–Usted habló de los que se van, pero, ¿y los que entran?
–Hay diversos grados de pertenencia; hay una vía especialmente espeluznante que es la que realiza la captación de niños y jóvenes con la obra de San Rafael, donde poco a poco va despegando al adolescente de su familia y le hace ir acercándose a ellos, con la cautela de que la familia no vaya a entrometerse. Los agradecimientos más emocionantes han sido de madres y padres de niños que han desaparecido de sus vidas para siempre y porque han decidido dejarlo todo y hacerse numerarios y numerarias del Opus Dei, y sus sentimientos son que algo mal han hecho, y en algo han fallado porque sus hijos los rechazan y no los quieren y no tienen interés, excepto el económico. Muchas madres españolas han comprendido que ellos no tienen la culpa de haberlos perdido. Si tu hijo cumple 18 años y dice que se va y no tiene que dar explicación, y empieza a pertenecer en un lugar donde le dicen que su nueva familia es más importante y numerosa y que pensar en su antigua familia es un acto de debilidad, entonces se destruyen vínculos afectivos.
–Pero, ¿cuál es el objetivo del Opus Dei?
–Establecer un entramado que les permita tener acceso al poder, a la influencia, al dinero en una estructura piramidal. La inmensa mayoría son la base y hay otra minoría que tiene a esa base convencida de una cosa que no es. De todos modos, el Opus Dei es apenas el paisaje de Camino, que es una historia de amor, de la primera vez en tu vida que sientes el amor, hecho en una circunstancia que incluye la enfermedad y el dolor que van parejos y en un paisaje de un sentimiento religioso concreto, en torno de la muerte y al más allá. Es una historia de amor.
El film del director no tardó en erizar la piel de la orden creada por José María Escrivá de Balaguer.
Por Mariano Blejman
A esta altura podría decirse que las películas del español Javier Fresser son al cine hispanoparlante lo que Taringa! a Internet. Básicamente hay de todo, de fuentes muy variadas, la información aparece como flash espasmódico y siempre causa algo de asombro. Porque si los delirantes y provocativos cortos anticipaban un cine plagado de humor, sarcasmo e ironía (como las interminables patadas de la serie Javy y Luci que fueron furor en la red), si la comedia surrealista de El milagro de P. Tinto dejó a todos pasmados con frases como “¿Me podría decir cuál es la albóndiga y cuál el guisante? Es que soy daltónico”, si La gran aventura de Mortadelo y Filemón coqueteaba con el comic hasta dejarlo rendido (todas estas películas se dieron en el reciente Festival de Mar del Plata, en la retrospectiva dedicada a su obra), la presentación de Camino (ganadora de seis premios Goya y próxima a estrenarse en salas de Buenos Aires) rompe definitivamente con todo lo que pueda esperarse de Fresser. El film tiene intencionalmente el nombre del libro que escribió José María Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei, y está inspirado en una historia real de una niña, aquí llamada Camino, que muere de un raro tumor. Y el film es algo así como un thriller de terror religioso, o –como acierta el crítico local Agustín Masaedo– un “gore quirúrgico”. Fresser recibe a Página/12 después de ver una película rusa, que se llama Letters to Father Jacob, pero pareciera ser pura casualidad.
–¿Cómo llegó a esta película tan distinta?
–Comprendo que son películas diferentes. Pero para mí no hay un cambio tan esencial, porque creo que por suerte o desgracia estoy detrás de la misma manera. Camino es premeditadamente la primera historia que tuve en la cabeza. Antes de hacer El milagro de P. Tinto conocí la historia y había empezado a elaborar un guión. Hace quince años tuve la madurez de darme cuenta de que no tenía la madurez para hacerla antes. No era con lo que quería empezar, esta historia me tenía arrebatado y necesitaba otro lenguaje y otra actitud.
–¿Tenía que atravesar el humor?
–No he planeado lo que he hecho. Como tienes la suerte de hacer cine y el privilegio de que lo que haces interese a más de uno, estás obligado a investigar un poco y no acomodarte a lo que sabes hacer, porque en el fondo es un poco fraude.
–¿Por qué?
–Cuando haces películas es fácil hacer una detrás de la otra. Me propuse no hacer la misma cosa, primero porque es más interesante, segundo porque tiene un componente de riesgo fundamental: esa dosis de vértigo e incertidumbre para hacer algo interesante; y por otro lado equivocarme no es ninguna desgracia. Películas, las hay de todo tipo. Me he rebelado siempre contra la clasificación en cualquier ámbito de la vida, y la verdad es que me siento identificado y muy a gusto cuando alguien me dice: “Es difícil de clasificar”. Es uno de los mayores piropos posibles. En el cine, en la música, en la literatura, hay una necesidad enfermiza por clasificarlo todo y ponerlo en sacos distintos. La experiencia que tiene el espectador es más pobre porque acude a lo que ya conoce. Sabe si va a reírse, si va a llorar. La industria está montada de esa manera, el distribuidor que va a un mercado, que no tiene tiempo de verla, pregunta: “¿Esta película a cuál se parece?”. Y es difícil vender cuando no sabes responder esa pregunta. Porque no siempre hay una referencia: en el caso de Camino y en el caso de El milagro de P. Tinto eso ocurre.
–¿Cómo llegó a la historia de Camino?
–Conocí la historia hace veinte años, a través del libro. Una niña madrileña que a los pocos años de morir le iniciaron su proceso de beatificación. La historia me pareció fascinante y no me abandonó nunca. Con el tiempo vi más claro que esa historia tenía ingredientes suficientes para contar lo que quería, que es una historia de amor. Además me iba a permitir indagar en aspectos que no había tocado nunca: el amor, la muerte, la fe, el sentido de la trascendencia, la religión. Con mi infancia, mi educación, mi cultura. Mi generación ha tenido una educación católica, y que la hayas abrazado o no, deja el cerebro ordenado de una manera, básicamente es el sentimiento de culpa.
–¿Cómo ha reaccionado el Opus Dei?
–La película toca de lleno y de forma profunda el Opus Dei, y lo toca con el conocimiento que proviene de estudiar y de investigar y de documentarme de la institución de la Iglesia Católica. Es un mundo apasionante y, sin ser protagonista, es un paisaje esencial donde se mueven personajes que interactúan mucho con esa forma de entender el mundo. Como era de esperar, oficialmente la reacción fue pequeña y discreta, pero extraoficialmente, que es realmente como trabajan, con iniciativas personales, sueltan toda la artillería. Pero el ataque ha sido muy torpe y ha provenido siempre de quien declara no haber visto la película y promete que no la verá jamás.
–¿Cómo ha sido su documentación?
–He dedicado mucho tiempo a documentarme. La más elocuente y más valiosa proviene de los documentos internos del Opus Dei, y los testimonios y declaraciones de quien está adentro y convencido de que está en el camino correcto en la santidad. Al contrario de los que piensan que está documentada por testimonios de quien está fuera, es justo al revés. Y la cuestión más valiosa: hay un dogma en el Opus Dei incuestionable, que es que todo aquel que ha estado y se ha salido es un resentido que hablará mal de ellos. Entonces hay miles de testimonios que coinciden en su denuncia del modus operandi como una secta. El Opus Dei son como los mejillones a la roca: se pegan al poder, el dinero y la influencia. No deja de sorprenderme la mezcla de religión y violencia, cómo se pueden unir esos dos conceptos: la religión católica, que es la que mejor conozco, está basada en el concepto del amor y es curioso...
–... bueno, empezó con un crucificado.
–Ay, si se levantara el hombre, más de uno se pondría colorado.
–Usted habló de los que se van, pero, ¿y los que entran?
–Hay diversos grados de pertenencia; hay una vía especialmente espeluznante que es la que realiza la captación de niños y jóvenes con la obra de San Rafael, donde poco a poco va despegando al adolescente de su familia y le hace ir acercándose a ellos, con la cautela de que la familia no vaya a entrometerse. Los agradecimientos más emocionantes han sido de madres y padres de niños que han desaparecido de sus vidas para siempre y porque han decidido dejarlo todo y hacerse numerarios y numerarias del Opus Dei, y sus sentimientos son que algo mal han hecho, y en algo han fallado porque sus hijos los rechazan y no los quieren y no tienen interés, excepto el económico. Muchas madres españolas han comprendido que ellos no tienen la culpa de haberlos perdido. Si tu hijo cumple 18 años y dice que se va y no tiene que dar explicación, y empieza a pertenecer en un lugar donde le dicen que su nueva familia es más importante y numerosa y que pensar en su antigua familia es un acto de debilidad, entonces se destruyen vínculos afectivos.
–Pero, ¿cuál es el objetivo del Opus Dei?
–Establecer un entramado que les permita tener acceso al poder, a la influencia, al dinero en una estructura piramidal. La inmensa mayoría son la base y hay otra minoría que tiene a esa base convencida de una cosa que no es. De todos modos, el Opus Dei es apenas el paisaje de Camino, que es una historia de amor, de la primera vez en tu vida que sientes el amor, hecho en una circunstancia que incluye la enfermedad y el dolor que van parejos y en un paisaje de un sentimiento religioso concreto, en torno de la muerte y al más allá. Es una historia de amor.
viernes, 27 de noviembre de 2009
Perdón Pe
Si algún día la veo por la calle, juro que me pondré a sus pies y le gritaré ¡Pe, pe, pe, perdóname Pe! Me he pasado media vida rajando en conversaciones tabernarias de Penélope Cruz. Que si es una sosa, mal actriz, una tonta a las tres, boba de solemnidad, zopenca, una afectada sin causa, una progre trasnochada, una creída, vendida, una mentecata. Mi historia de odio por ella empezó al mismo tiempo que su carrera. A finales de los años 80 protagonizaba el vídeo de Mecano La fuerza del destino. En aquella época, para mí Mecano estaba alineado en el eje del mal junto a Duran Duran, los zapatos Privata y la colonia Don Algodón.
Esta situación se agravó cuando me enteré de que había comenzado a salir con Nacho Cano, un hortera que se tocaba más el pelo que los dos teclados que se ponía a ambos lados. Vamos lo que se ha llamado toda la vida desde los ochenta “un flipado”. Al poco tiempo, estuvo un par de meses en el vomitivo programa de Telecinco La quinta Marcha.
En él, Penélope y el resto de presentadores se dirigían a los jóvenes telespectadores como si fuesemos subnormales “¡eh troncos, a que esto ha estado superguay!”. En fin, se había convertido en mi blanco preferido y más obvio.
Cuando pensé que nos habíamos deshecho de ella, rueda con Bigas Luna Jamón Jamón; en ese momento no me pareció mal porque enseñaba las tetas y cuando eres adolescente se pasa mucha necesidad, pero aún así, no remitieron mis exabruptos entorno a su calidad artística. Cuando Belle Epoque ganó el Óscar a la mejor película extranjera tampoco quise dar mi brazo a torcer, así que me autoconvencía repitiendo una y otra vez que era la peor de todo el reparto.
Rápidamente me volvió a dar razones de peso para continuar menospreciándola, como cuando interpretó a Melibea perpetrando un clásico como La Celestina.
A pesar de que cada vez escogía mejor sus papeles en películas como Carne Trémula, La niña de tus ojos o Abre los ojos, yo prefería mirar para otro lado.
Después dio ese gran salto mortal a Hollywood y procuraba dar carcajadas muy escandalosas cuando hablábamos de esperpentos del calibre de La mandolina del capitán Cornelli en el que compartía reparto con Nicolas Cage o Blow a la que deberían haber llamado simplemente Bluff.
En la horripilante versión americana de Abre los ojos, rebautizada como Vanilla Sky, conoció a Tom Cruise. Antes les hablé de mi eje del mal, pues bien, Tom Cruise es el sumosacerdote del eje del mal.
Protagonista de las carpetas clasificadoras de las adolescentes desde los años 80 y eterna pórtada de publicaciones lamentables como Superpop, su relación con Pe era la demostración empírica de que la caspa se atrae.
Así he pasado unos cuantos años de chanzas y chascarrilos sobre Pe, que a veces salpicaban incluso a su hermana Mónica y a la línea de ropa que lanzaron juntas para la firma Mango, hasta que la vi en Volver.
En Volver me gustó, pero no se lo dije a nadie. La semana pasada he ido a ver la nueva película de Woody Allen Vicky Cristina Barcelona y no puedo apurar ni un día más esta farsa, ¡ME HA ENCANTADO!.
La película hay que reconocer que es un poco floja, con muchos topizacos sobre España y Barcelona, hasta que aparece en escena Penélope Cruz. Ella solita llena la pantalla, hace reír, sonrojarse, excitarse y conmoverse. No me extraña que surjan las comparaciones con la grandísima actriz italiana Ana Magnani. Es sin duda lo mejor de la película. Hace que Scarlett Johansen parezca salida de Rebelde Way. ¡Dios mío, está sexy, atrevida, temperamental, creíble…!
Por eso, lo siento, rectifico, pido perdón. Y el mundo sería justo si Pedro Almodóvar gritase en los próximos Óscar que la ganadora a la mejor actiz secundaria es ¡Pe!
Por Sergio Sanchez( desde España)
Si algún día la veo por la calle, juro que me pondré a sus pies y le gritaré ¡Pe, pe, pe, perdóname Pe! Me he pasado media vida rajando en conversaciones tabernarias de Penélope Cruz. Que si es una sosa, mal actriz, una tonta a las tres, boba de solemnidad, zopenca, una afectada sin causa, una progre trasnochada, una creída, vendida, una mentecata. Mi historia de odio por ella empezó al mismo tiempo que su carrera. A finales de los años 80 protagonizaba el vídeo de Mecano La fuerza del destino. En aquella época, para mí Mecano estaba alineado en el eje del mal junto a Duran Duran, los zapatos Privata y la colonia Don Algodón.
Esta situación se agravó cuando me enteré de que había comenzado a salir con Nacho Cano, un hortera que se tocaba más el pelo que los dos teclados que se ponía a ambos lados. Vamos lo que se ha llamado toda la vida desde los ochenta “un flipado”. Al poco tiempo, estuvo un par de meses en el vomitivo programa de Telecinco La quinta Marcha.
En él, Penélope y el resto de presentadores se dirigían a los jóvenes telespectadores como si fuesemos subnormales “¡eh troncos, a que esto ha estado superguay!”. En fin, se había convertido en mi blanco preferido y más obvio.
Cuando pensé que nos habíamos deshecho de ella, rueda con Bigas Luna Jamón Jamón; en ese momento no me pareció mal porque enseñaba las tetas y cuando eres adolescente se pasa mucha necesidad, pero aún así, no remitieron mis exabruptos entorno a su calidad artística. Cuando Belle Epoque ganó el Óscar a la mejor película extranjera tampoco quise dar mi brazo a torcer, así que me autoconvencía repitiendo una y otra vez que era la peor de todo el reparto.
Rápidamente me volvió a dar razones de peso para continuar menospreciándola, como cuando interpretó a Melibea perpetrando un clásico como La Celestina.
A pesar de que cada vez escogía mejor sus papeles en películas como Carne Trémula, La niña de tus ojos o Abre los ojos, yo prefería mirar para otro lado.
Después dio ese gran salto mortal a Hollywood y procuraba dar carcajadas muy escandalosas cuando hablábamos de esperpentos del calibre de La mandolina del capitán Cornelli en el que compartía reparto con Nicolas Cage o Blow a la que deberían haber llamado simplemente Bluff.
En la horripilante versión americana de Abre los ojos, rebautizada como Vanilla Sky, conoció a Tom Cruise. Antes les hablé de mi eje del mal, pues bien, Tom Cruise es el sumosacerdote del eje del mal.
Protagonista de las carpetas clasificadoras de las adolescentes desde los años 80 y eterna pórtada de publicaciones lamentables como Superpop, su relación con Pe era la demostración empírica de que la caspa se atrae.
Así he pasado unos cuantos años de chanzas y chascarrilos sobre Pe, que a veces salpicaban incluso a su hermana Mónica y a la línea de ropa que lanzaron juntas para la firma Mango, hasta que la vi en Volver.
En Volver me gustó, pero no se lo dije a nadie. La semana pasada he ido a ver la nueva película de Woody Allen Vicky Cristina Barcelona y no puedo apurar ni un día más esta farsa, ¡ME HA ENCANTADO!.
La película hay que reconocer que es un poco floja, con muchos topizacos sobre España y Barcelona, hasta que aparece en escena Penélope Cruz. Ella solita llena la pantalla, hace reír, sonrojarse, excitarse y conmoverse. No me extraña que surjan las comparaciones con la grandísima actriz italiana Ana Magnani. Es sin duda lo mejor de la película. Hace que Scarlett Johansen parezca salida de Rebelde Way. ¡Dios mío, está sexy, atrevida, temperamental, creíble…!
Por eso, lo siento, rectifico, pido perdón. Y el mundo sería justo si Pedro Almodóvar gritase en los próximos Óscar que la ganadora a la mejor actiz secundaria es ¡Pe!
Por Sergio Sanchez( desde España)
Solo para fanáticos de la saga: 'Crepúsculo', el libro de la película
No consigo librarme. Hoy se estrena oficialmente (anoche fue el preestreno) la película 'Crepúsculo', ese fenómeno editorial que llega como un ciclón a nuestro país en forma de producción cinematográfica. Y digo que no consigo librarme porque quería enfrentarme a la película sin muchos referentes, sin ideas preconcebidas. Es imposible. Llevo semanas leyendo, oyendo, casi oliendo, todo lo que tiene que ver con esta producción basada en la saga vampírica de Stephenie Meyer. Hasta mi compañera de al lado (que no es una quinceañera) se ha declarado fiel seguidora de los libros y de las aventuras románticas de Edward, el vampiro, y su enamorada, Bella.
Cuando creía que ya casi me libraba de recibir más información de la estrictamente necesaria, me asalta la noticia de que el filme, que se estrenó hace dos semanas en EE UU, lleva recaudados 143 millones de dólares en todo el mundo, según la web de Mojo. Un cifra que no está nada mal, si se tiene en cuenta que costó unos 37 millones de dólares.
Y para terminar de fastidiar mi deseo de no saturarme, otro colega y amigo me regala lo más de lo más: el libro oficial de la película; una joya para fanáticos de la saga que publica Alfaguara (13,95 euros). Es inevitable pues no echarle un vistazo. ¿Y qué me encuentro?
Fotos muy cuidadas de los actores, especialmente de los dos protagonistas; Robert Pattinson (que participó en las dos últimas películas de Harry Potter) y Kristen Stewart (la hija de Jodie Foster en 'La habitación del pánico'), fotos del rodaje, declaraciones de la directora, Catherine Hardwicke ('Los amos de Dogtown') y alguna que otra curiosidad sobre la planificación de la película: cómo consiguieron las localizaciones, problemas durante el rodaje, cómo fue el diseño de producción... bueno, un libro entretenido, sobre todo para los que llevan días con la entrada en el bolsillo esperando que abran los cines.
¿Y tú, también eres fan de 'Crepúsculo'? ¿Es una película solo para adolescentes o crees que puede atraer a todo tipo de gente?
Por Diana Sanchez
No consigo librarme. Hoy se estrena oficialmente (anoche fue el preestreno) la película 'Crepúsculo', ese fenómeno editorial que llega como un ciclón a nuestro país en forma de producción cinematográfica. Y digo que no consigo librarme porque quería enfrentarme a la película sin muchos referentes, sin ideas preconcebidas. Es imposible. Llevo semanas leyendo, oyendo, casi oliendo, todo lo que tiene que ver con esta producción basada en la saga vampírica de Stephenie Meyer. Hasta mi compañera de al lado (que no es una quinceañera) se ha declarado fiel seguidora de los libros y de las aventuras románticas de Edward, el vampiro, y su enamorada, Bella.
Cuando creía que ya casi me libraba de recibir más información de la estrictamente necesaria, me asalta la noticia de que el filme, que se estrenó hace dos semanas en EE UU, lleva recaudados 143 millones de dólares en todo el mundo, según la web de Mojo. Un cifra que no está nada mal, si se tiene en cuenta que costó unos 37 millones de dólares.
Y para terminar de fastidiar mi deseo de no saturarme, otro colega y amigo me regala lo más de lo más: el libro oficial de la película; una joya para fanáticos de la saga que publica Alfaguara (13,95 euros). Es inevitable pues no echarle un vistazo. ¿Y qué me encuentro?
Fotos muy cuidadas de los actores, especialmente de los dos protagonistas; Robert Pattinson (que participó en las dos últimas películas de Harry Potter) y Kristen Stewart (la hija de Jodie Foster en 'La habitación del pánico'), fotos del rodaje, declaraciones de la directora, Catherine Hardwicke ('Los amos de Dogtown') y alguna que otra curiosidad sobre la planificación de la película: cómo consiguieron las localizaciones, problemas durante el rodaje, cómo fue el diseño de producción... bueno, un libro entretenido, sobre todo para los que llevan días con la entrada en el bolsillo esperando que abran los cines.
¿Y tú, también eres fan de 'Crepúsculo'? ¿Es una película solo para adolescentes o crees que puede atraer a todo tipo de gente?
Por Diana Sanchez
Roger Avary, el guionista de 'Pulp Fiction', tuitea desde la cárcel
Entre rejas, pero todavía creativo y con ganas de decirle al mundo cómo se siente en prisión. Roger Avary, el guionista de 'Pulp Fiction' (película por la que ganó un Oscar) y' Beowulf' y director de 'Killing Zoe' y 'Las reglas del juego', cumple una pena de un año de cárcel por homicidio (conducía borracho cuando tuvo un accidente en el que murió un hombre de 34 años, que estaba de luna de miel).
Desde la cárcel Avary ha comenzado a 'tuitear', con solo 140 caracteres (lo que permite este sistema de microblog), lo que ve en prisión. Según 'The Guardian', Avary es el responsable de los mensajes como estos: "La enfermedad se extiende por todas las instalaciones como maleza quemada" o “Por la noche, cada pocas horas, como un reloj, un guarda de seguridad ilumina la cara del número 34 (su número de preso) con el haz de luz, quizá para asegurar la falta de falta de descanso apropiado y el agotamiento”.
Avary no ha confirmado que sea él quien escriba los mensajes desde el penal de Ventura County, en California; pero algunos socios y amigos lo dan por bueno, incluso su web hace un enlace a los mensajes de Twitter.
¿Cómo logra Avary contar el día a día de la prisión?
'Los Angeles Times' señalan que podría estar utilizando un buscador, alguna conexión a través del teléfono o que incluso podría estar leyendo las frases a un amigo quien luego las subiría a Twitter.
En cualquier caso Avary ha logrado que se vuelva a hablar de él por algo más que por haber pifiado una de las carreras más talentosas y brillantes de Hollywood. Aunque, si su mente se sobrepone pronto del trauma de haber pasado por prisión, quizá tengamos pronto otro gran guión firmado por él (ya le queda menos para salir). Material en el que basarse no le va a faltar.
"El sábado cerraron la prisión porque un interno había pasado de contrabando heroína", ... "la enfermedad se extiende por todos lados y el preso número 34 es incapaz de evitarla"... estremecedor.
Por Diana Sanchez
Entre rejas, pero todavía creativo y con ganas de decirle al mundo cómo se siente en prisión. Roger Avary, el guionista de 'Pulp Fiction' (película por la que ganó un Oscar) y' Beowulf' y director de 'Killing Zoe' y 'Las reglas del juego', cumple una pena de un año de cárcel por homicidio (conducía borracho cuando tuvo un accidente en el que murió un hombre de 34 años, que estaba de luna de miel).
Desde la cárcel Avary ha comenzado a 'tuitear', con solo 140 caracteres (lo que permite este sistema de microblog), lo que ve en prisión. Según 'The Guardian', Avary es el responsable de los mensajes como estos: "La enfermedad se extiende por todas las instalaciones como maleza quemada" o “Por la noche, cada pocas horas, como un reloj, un guarda de seguridad ilumina la cara del número 34 (su número de preso) con el haz de luz, quizá para asegurar la falta de falta de descanso apropiado y el agotamiento”.
Avary no ha confirmado que sea él quien escriba los mensajes desde el penal de Ventura County, en California; pero algunos socios y amigos lo dan por bueno, incluso su web hace un enlace a los mensajes de Twitter.
¿Cómo logra Avary contar el día a día de la prisión?
'Los Angeles Times' señalan que podría estar utilizando un buscador, alguna conexión a través del teléfono o que incluso podría estar leyendo las frases a un amigo quien luego las subiría a Twitter.
En cualquier caso Avary ha logrado que se vuelva a hablar de él por algo más que por haber pifiado una de las carreras más talentosas y brillantes de Hollywood. Aunque, si su mente se sobrepone pronto del trauma de haber pasado por prisión, quizá tengamos pronto otro gran guión firmado por él (ya le queda menos para salir). Material en el que basarse no le va a faltar.
"El sábado cerraron la prisión porque un interno había pasado de contrabando heroína", ... "la enfermedad se extiende por todos lados y el preso número 34 es incapaz de evitarla"... estremecedor.
Por Diana Sanchez
La verdadera historia de 'los malditos bastardos'
La película de Tarantino está dando que hablar. Aparte de su calidad y de que haya gustado más o menos, 'Malditos bastardos' ha hecho público un apartado de la historia poco conocido, el de los comandos judíos que lucharon contra los nazis durante la segunda guerra mundial.
El blog de Kurioso me ha puesto tras la pista de Peter Masters, un 'maldito bastardo' que combatió a Hitler con el ejército británico.
Mi padre fue un ‘Maldito Bastard¡; pero no cortaba la cabellera de los nazis, ni les tatuaba con el machete una esvástica en la frente, ni degollaba. Mi padre, Peter Masters (1922-2005), borró su identidad y todo su pasado para alistarse en la “X Troop” británica o comando clandestino judío de élite que participaba en arriesgadas -y muchas veces suicidas- misiones de información para el ejército aliado. La pornográfica casquería tarantiniana muestra una realidad sesgada de violencia gratuita muy lejos del valor e intrepidez de mi padre. La historia real es aún mejor...
Cuenta Kurioso en un magnífico post en el que se destierran muchos mitos y falsedades sobre este tema. Él a su vez enlaza a un artículo de Kim Masters que es quien escribe la historia de su padre, Peter Masters. Por cierto que Kim es una periodista especializada en la economía y la trastienda del mundo del espectáculo que trabaja para 'The Daily Beast'. Si tenéis tiempo merece la pena echar un vistazo a sus artículos.
Por Diana Sanchez
La película de Tarantino está dando que hablar. Aparte de su calidad y de que haya gustado más o menos, 'Malditos bastardos' ha hecho público un apartado de la historia poco conocido, el de los comandos judíos que lucharon contra los nazis durante la segunda guerra mundial.
El blog de Kurioso me ha puesto tras la pista de Peter Masters, un 'maldito bastardo' que combatió a Hitler con el ejército británico.
Mi padre fue un ‘Maldito Bastard¡; pero no cortaba la cabellera de los nazis, ni les tatuaba con el machete una esvástica en la frente, ni degollaba. Mi padre, Peter Masters (1922-2005), borró su identidad y todo su pasado para alistarse en la “X Troop” británica o comando clandestino judío de élite que participaba en arriesgadas -y muchas veces suicidas- misiones de información para el ejército aliado. La pornográfica casquería tarantiniana muestra una realidad sesgada de violencia gratuita muy lejos del valor e intrepidez de mi padre. La historia real es aún mejor...
Cuenta Kurioso en un magnífico post en el que se destierran muchos mitos y falsedades sobre este tema. Él a su vez enlaza a un artículo de Kim Masters que es quien escribe la historia de su padre, Peter Masters. Por cierto que Kim es una periodista especializada en la economía y la trastienda del mundo del espectáculo que trabaja para 'The Daily Beast'. Si tenéis tiempo merece la pena echar un vistazo a sus artículos.
Por Diana Sanchez
Diana Sanchez de 20 minutos.es
-No deberías llevar esa ropa.
-¿Por qué? Sólo es una blusa y una falda.
-Entonces no deberías llevar ese cuerpo.
'Fuego en el cuerpo', de Lawrence Kasdan
-¿Por qué? Sólo es una blusa y una falda.
-Entonces no deberías llevar ese cuerpo.
'Fuego en el cuerpo', de Lawrence Kasdan
Diana Sanchez de 20 minutos.es
Soy periodista, un poco por casualidad, y todavía estoy decidiendo si es un oficio que me gusta o no. Lo que sí tengo claro es que me encanta el cine.
Disfruto viéndolo, leyendo sobre él y, ahora, escribiendo sobre noticias, curiosidades y cotilleos relacionados con él.
Como decía Hitchcock: “El cine no es un trozo de vida, sino un trozo de tarta”, y yo soy muuuy golosa.
Disfruto viéndolo, leyendo sobre él y, ahora, escribiendo sobre noticias, curiosidades y cotilleos relacionados con él.
Como decía Hitchcock: “El cine no es un trozo de vida, sino un trozo de tarta”, y yo soy muuuy golosa.
Polanski
Polanski, primer preso de Suiza que espera la extradición en un chalé
Una nota rápida de una noticia que me ha llamado la atención. Roman Polanski podría salir de la cárcel de un momento a otro. Las autoridades suizas le han concedido al fin la libertad bajo fianza que pedía.
Ha tenido que pagar 3 millones de euros de fianza y tendrá que permanecer recluido en su chalé de Gstaad, donde un brazalete electrónico dará cuenta de sus movimientos. Esta situación es provisional, hasta que la justicia suiza decida si finalmente lo extradita a EEUU.
Sigo pensando que todo esto es..., cuanto menos, extraño. Depués de todo el lío, el espectáculo de su detención cuando iba a asistir a un festival de cine, 'el escándalo social' de su libertad durante décadas, el debate generado sobre si estaba exento de cumplir con la ley por ser un gran artista, etcétera, etcétera, ahora podría convertirse en el primer preso de Suiza que espera una extradición en su casa, con vigilancia electrónica (y digo podría porque parece que el Ministerio de Justicia va a recurrir esta decisión judicial).
Por Diana Sanchez
Una nota rápida de una noticia que me ha llamado la atención. Roman Polanski podría salir de la cárcel de un momento a otro. Las autoridades suizas le han concedido al fin la libertad bajo fianza que pedía.
Ha tenido que pagar 3 millones de euros de fianza y tendrá que permanecer recluido en su chalé de Gstaad, donde un brazalete electrónico dará cuenta de sus movimientos. Esta situación es provisional, hasta que la justicia suiza decida si finalmente lo extradita a EEUU.
Sigo pensando que todo esto es..., cuanto menos, extraño. Depués de todo el lío, el espectáculo de su detención cuando iba a asistir a un festival de cine, 'el escándalo social' de su libertad durante décadas, el debate generado sobre si estaba exento de cumplir con la ley por ser un gran artista, etcétera, etcétera, ahora podría convertirse en el primer preso de Suiza que espera una extradición en su casa, con vigilancia electrónica (y digo podría porque parece que el Ministerio de Justicia va a recurrir esta decisión judicial).
Por Diana Sanchez
jueves, 26 de noviembre de 2009
Ken Loach: "Todos somos muy hipócritas"
El director presentó en Madrid 'En un mundo libre...', su última cinta.Vuelve a criticar cómo el capitalismo explota a los más débiles.La película, que fue Mejor guión del último Festival de Venecia, se estrena hoy en todos los cines.
RAFA VIDIELLA.( Archivo 22.02.2008)
A sus 71 años, el director inglés Ken Loach, uno de los más claros exponentes del 'cine comprometido' actual, presentó en Madrid su última película, En un mundo libre..., en la que denuncia la explotación laboral de los inmigrantes sin papeles en Gran Bretaña.
¿Qué origina su última película?
Nuestra sociedad ha cambiado con el paso de los años, y también lo ha hecho nuestra economía, que ahora se basa en gran parte en los inmigrantes. Pero somos muy hipócritas, porque no valoramos a esos inmigrantes como es debido, aunque su existencia interesa al sistema porque supone mano de obra barata. Hablamos de igualdad de derechos, pero no facilitamos que esa gente venga a nuestro país a ganar dinero, como el resto, a través de su trabajo.
¿Cómo valora el "contrato de integración" del que habla uno de los aspirantes a la presidencia de España?
Cuando los británicos fueron a India o a África, o los españoles a América, no hablaban de contratos ni de integración, sino de riquezas, minerales y oro. Tampoco sé si mis compatriotas que compran una casa en Mallorca tendrán que firmar ese "contrato"... Simplemente, es otra forma de intentar disciplinar a una gente ya de por sí vulnerable, de someterla todavía más. Más que una cuestión de integración, me parece algo relacionado con la humillación.
No valoramos a los inmigrantes como es debido"
La protagonista de su película provoca una simpatía inicial que, con el paso de los minutos, se transforma en indignación. ¿Por qué eligió este personaje?
Al principio de la cinta es una víctima que, cuando decide crear una empresa, asume que el sistema la permitirá hacer mucho más dinero a costa de explotar a los que son aún más débiles que ella. Queríamos que el público hiciese ese viaje de su mano, para que pueda comprender mejor las capas de esa sociedad podrida.
¿Hasta qué punto son necesarias sus películas?
En el Reino Unido, y mucho me temo que también en España, existe un vacío político muy importante. Los principales partidos defienden el libre comercio, el capitalismo o el dictado internacional de los EE UU, pero nadie se ocupa de defender a los miserables o cuidar el medio ambiente. De alguna manera habrá que llenar ese vacío.
¿Se siente muy solo haciendo este tipo de cine?
No. Tengo muchos amigos que piensan como yo y otros directores europeos, como los hermanos Dardenne, hacen magníficos filmes en la misma línea. Son los propios medios los que transmiten esa sensación de soledad: llega el Festival de Berlín, donde acuden películas de todo tipo, ¡y sólo se habla de Madonna, de Scorsese y de los Rolling Stones!
"Nadie se ocupa de defender a los miserables"
¿Qué les diría a los que van al cine "sólo para divertirse"?
Que el cine, como la literatura, la pintura o el teatro, puede ser muchas cosas a la vez: amor, pasión, drama y también entretenimiento, que no tiene por qué ser sinónimo de trivialidad sino que puede hacernos vibrar e, incluso, cambiar nuestras vidas. El cine debe permitirnos conocer algo más sobre la condición humana, debe hacernos crecer y enrabietarnos, porque es un medio con mucha fuerza.
¿Cómo ve a los políticos actuales?
Vivimos un momento crítico, porque el comercio lo domina todo y los políticos, lejos de impedirlo, lo fomentan. Las reglas de la Unión Europa vienen marcadas por los negocios, las grandes empresas dominan el mercado y nuestras vidas, decidiendo incluso quién puede permanecer o no en cada país. La gente no muestra ninguna oposición política, sino que se deja llevar. Sería necesario organizar un movimiento de izquierdas internacional que luchara contra el capitalismo, ideando un nuevo plan social. Ese plan, antes, se llamaba "socialismo", pero la derecha terminó desprestigiándolo tanto que hasta ha perdido su significado.
¿Es la juventud culpable o víctima de todo esto?
Ha heredado este mundo, por lo que, a priori, es una víctima. Pero los jóvenes de antes eran más solidarios: ahora son conscientes de que nos dirigimos hacia la destrucción, pero no parecen tener ganas de hacer nada.
"El cine debe hacernos crecer y enrabietarnos"
¿Quién es entonces el responsable?
Podríamos decir que las revoluciones de los siglos XVII y XVIII, por imponer el capitalismo como poder dominante. ¿Pero qué pasa con la revolución soviética de 1917? Era la oportunidad de crear un poder más justo, y acabó convertida en estalinismo... La verdad, prefiero mirar hacia tipos como Blair o Brown, que llegaron a lo más alto gracias al sacrificio de muchos para luego malvenderse a George Bush y el capital. Si tuviese que 'crucificar' a alguien, creo que empezaría con ellos.
BIO
Nacido en Reino Unido en 1936, Ken Loach se inicia en la dirección gracias a una beca de la BBC en los años sesenta, y pronto centra su obra en la denuncia de las injusticias sociales y la crítica a las clases políticas. Radical enemigo de Margaret Thatcher en los ochenta, consigue el reconocimiento internacional en la década de los noventa gracias a películas como Agenda oculta, Lloviendo piedras o Ladybird, Ladybird.
El director presentó en Madrid 'En un mundo libre...', su última cinta.Vuelve a criticar cómo el capitalismo explota a los más débiles.La película, que fue Mejor guión del último Festival de Venecia, se estrena hoy en todos los cines.
RAFA VIDIELLA.( Archivo 22.02.2008)
A sus 71 años, el director inglés Ken Loach, uno de los más claros exponentes del 'cine comprometido' actual, presentó en Madrid su última película, En un mundo libre..., en la que denuncia la explotación laboral de los inmigrantes sin papeles en Gran Bretaña.
¿Qué origina su última película?
Nuestra sociedad ha cambiado con el paso de los años, y también lo ha hecho nuestra economía, que ahora se basa en gran parte en los inmigrantes. Pero somos muy hipócritas, porque no valoramos a esos inmigrantes como es debido, aunque su existencia interesa al sistema porque supone mano de obra barata. Hablamos de igualdad de derechos, pero no facilitamos que esa gente venga a nuestro país a ganar dinero, como el resto, a través de su trabajo.
¿Cómo valora el "contrato de integración" del que habla uno de los aspirantes a la presidencia de España?
Cuando los británicos fueron a India o a África, o los españoles a América, no hablaban de contratos ni de integración, sino de riquezas, minerales y oro. Tampoco sé si mis compatriotas que compran una casa en Mallorca tendrán que firmar ese "contrato"... Simplemente, es otra forma de intentar disciplinar a una gente ya de por sí vulnerable, de someterla todavía más. Más que una cuestión de integración, me parece algo relacionado con la humillación.
No valoramos a los inmigrantes como es debido"
La protagonista de su película provoca una simpatía inicial que, con el paso de los minutos, se transforma en indignación. ¿Por qué eligió este personaje?
Al principio de la cinta es una víctima que, cuando decide crear una empresa, asume que el sistema la permitirá hacer mucho más dinero a costa de explotar a los que son aún más débiles que ella. Queríamos que el público hiciese ese viaje de su mano, para que pueda comprender mejor las capas de esa sociedad podrida.
¿Hasta qué punto son necesarias sus películas?
En el Reino Unido, y mucho me temo que también en España, existe un vacío político muy importante. Los principales partidos defienden el libre comercio, el capitalismo o el dictado internacional de los EE UU, pero nadie se ocupa de defender a los miserables o cuidar el medio ambiente. De alguna manera habrá que llenar ese vacío.
¿Se siente muy solo haciendo este tipo de cine?
No. Tengo muchos amigos que piensan como yo y otros directores europeos, como los hermanos Dardenne, hacen magníficos filmes en la misma línea. Son los propios medios los que transmiten esa sensación de soledad: llega el Festival de Berlín, donde acuden películas de todo tipo, ¡y sólo se habla de Madonna, de Scorsese y de los Rolling Stones!
"Nadie se ocupa de defender a los miserables"
¿Qué les diría a los que van al cine "sólo para divertirse"?
Que el cine, como la literatura, la pintura o el teatro, puede ser muchas cosas a la vez: amor, pasión, drama y también entretenimiento, que no tiene por qué ser sinónimo de trivialidad sino que puede hacernos vibrar e, incluso, cambiar nuestras vidas. El cine debe permitirnos conocer algo más sobre la condición humana, debe hacernos crecer y enrabietarnos, porque es un medio con mucha fuerza.
¿Cómo ve a los políticos actuales?
Vivimos un momento crítico, porque el comercio lo domina todo y los políticos, lejos de impedirlo, lo fomentan. Las reglas de la Unión Europa vienen marcadas por los negocios, las grandes empresas dominan el mercado y nuestras vidas, decidiendo incluso quién puede permanecer o no en cada país. La gente no muestra ninguna oposición política, sino que se deja llevar. Sería necesario organizar un movimiento de izquierdas internacional que luchara contra el capitalismo, ideando un nuevo plan social. Ese plan, antes, se llamaba "socialismo", pero la derecha terminó desprestigiándolo tanto que hasta ha perdido su significado.
¿Es la juventud culpable o víctima de todo esto?
Ha heredado este mundo, por lo que, a priori, es una víctima. Pero los jóvenes de antes eran más solidarios: ahora son conscientes de que nos dirigimos hacia la destrucción, pero no parecen tener ganas de hacer nada.
"El cine debe hacernos crecer y enrabietarnos"
¿Quién es entonces el responsable?
Podríamos decir que las revoluciones de los siglos XVII y XVIII, por imponer el capitalismo como poder dominante. ¿Pero qué pasa con la revolución soviética de 1917? Era la oportunidad de crear un poder más justo, y acabó convertida en estalinismo... La verdad, prefiero mirar hacia tipos como Blair o Brown, que llegaron a lo más alto gracias al sacrificio de muchos para luego malvenderse a George Bush y el capital. Si tuviese que 'crucificar' a alguien, creo que empezaría con ellos.
BIO
Nacido en Reino Unido en 1936, Ken Loach se inicia en la dirección gracias a una beca de la BBC en los años sesenta, y pronto centra su obra en la denuncia de las injusticias sociales y la crítica a las clases políticas. Radical enemigo de Margaret Thatcher en los ochenta, consigue el reconocimiento internacional en la década de los noventa gracias a películas como Agenda oculta, Lloviendo piedras o Ladybird, Ladybird.
Ken Loach: La dulce voz de la conciencia obrera continúa en la brecha
Un lobo con piel de cordero, el director inglés lleva más de cuatro décadas denunciando la injusticia y clamando por un mundo mejor. El viernes se estrena su última película, 'Buscando a Eric'.
RAFA VIDIELLA. 26.11.2009
Cuesta creer que este caballero, delgado y afable, sea uno de los cineastas más combativos del mundo. Uno lo imagina tomando el té o conduciendo un descapotable clásico antes que en las trincheras del cine reivindicativo. Pero esa calma, tan británica, es una fachada que esconde ideales, rabia, ganas de cambiar el mundo.
No incita a la revolución, pero muestra injusticias que obligarían a emprenderla
"La revolución no puede ser a base de imágenes", decía Godard, "porque el cine es el arte de la mentira". Ken Loach tampoco incita a la revolución, pero muestra injusticias que obligarían a emprenderla. Es una revolución moral. Su cámara no guillotina a los poderosos: se apiada de sus víctimas.
Acabar con los que mandan vendrá después.
El origen de Loach no desmiente esa calmada apariencia. Nacido en 1936 en Nuneaton, bonita y céntrica ciudad de Inglaterra, sus primeros pasos se orientan hacia el Derecho. No cuesta mucho imaginarle, con su inteligencia y su agudeza verbal, desarmando a un oponente ante el juez. Pero, mientras estudia Leyes en Oxford, prueba el teatro. Su talento actoral no lo lleva lejos, pero sí su claridad de ideas: en un lustro trabajará en la BBC.
Swinging Loach
Los Beatles, los Stones o The Who venden toneladas de discos. Las faldas se acortan, y los hippies afilan sus canutos para lo que vendrá después. Pero en vez de respirar ese aire hedonista y psicodélico, como Richard Lester y otros, Loach adopta los preceptos del Free Cinema británico.
El giro conservador que dio Gran Bretaña a finales de los setenta casi acaba con su carrera
Desgarrador, de una veracidad casi documental, su debut como realizador acongoja a doce millones de telespectadores: Cathy Come Home (1966), que muestra la degradación de una chica que pierde trabajo, dignidad y, al final, hasta a su propio bebé, prologa su posterior carrera.
Aunque sigue trabajando para la televisión, salta al cine en 1967 con Poor Cow. Pero es su segundo largo, Kes (1969), el que lo encumbra. Imprescindible para cualquier adolescente en problemas, Kes cuenta la historia de un crío al que sólo endulza la vida el adiestrar a su halcón. Sin sentimentalismos y explorando el humor, que tanto rédito le dará después, es una obra cumbre del cine británico.
Pero su defensa de la clase trabajadora empieza a levantar ampollas: sus trabajos de los setenta serán censurados o apenas distribuidos. El giro conservador que da Gran Bretaña, además de casi acabar con su carrera, culmina con la llegada al poder en 1979 de Margaret Thatcher.
Jaque a la Dama
Militante laborista desde los sesenta (con Blair y sus acólitos romperá el carné), Loach desafía al poder con unos documentales para Channel 4. Thatcher y compañía se enojan especialmente con The South Bank Show, sobre la huelga minera de 1984, y lo prohíben. Loach es un paria. Pero la cinefilia internacional lo rescata: el Festival de Berlín premia el documental, en la primera muestra de apoyo a un cineasta más comprendido fuera que dentro de su país.
En 1990 regresa por la puerta grande con 'Agenda oculta'Pasan los años y Loach espera su momento. Su regreso, en 1990, es por la puerta grande: Agenda oculta. Un ajuste de cuentas con Thatcher y sus acólitos, a los que acusa de asesinato, corrupción y secuestro.
Su boca ya no será amordazada, y recorre los noventa dejando enormes películas. En Riff-Raff (1991) comparte penurias con los obreros de la construcción. Lloviendo piedras (1993) es una comunión inolvidable de lágrimas y carcajadas. Y la durísima Ladybird Ladybird (1994) insiste en el drama de una madre a la que el sistema, lejos de ayudar, sepulta.
Nicaragua y libertad
Homenajeado en festivales de medio mundo, Loach se atreve a rodar sobre la Guerra Civil española en Tierra y libertad (1995), más querida fuera que dentro de España. Es entonces cuando recibe una carta de Paul Laverty, un abogado que denuncia la vulnerabilidad de los derechos humanos en Nicaragua. Le envía un guión: La canción de Carla. Desde entonces serán colaboradores inseparables en las loables Bread and Roses (2001), Sweet Sixteen (2002), El viento que agita la cebada (2006) o En un mundo libre (2007).
A sus 73 años, Loach no piensa en la retirada
¿Por qué repetir?
"Sin la colaboración de un productor y un guionista no puedo hacer una película", explica Loach, 2y para lograrlo tenemos que ver el mundo de la misma manera. Sonreír con las mismas cosas. Cabrearnos con la misma mierda. Y tener la misma percepción de por qué el mundo funciona como funciona".
El que sigue funcionando, y cómo, es el propio Loach. A sus 73 años, no piensa en la retirada: "En el Reino Unido, y me temo que también en España, existe un vacío político muy importante. Los principales partidos defienden el libre comercio, el capitalismo o el dictado internacional de EE UU, pero nadie se ocupa de defender a los miserables o cuidar el medio ambiente. De alguna manera habrá que llenar ese vacío".
Marihuana, Trotsky y Marilyn
Loach estuvo este miércoles en Madrid presentando Buscando a Eric, que se estrena en España el viernes. La película, una de las mejores de las últimas del cineasta, presenta a un cartero cincuentón incapaz de afrontar su soledad, los problemas de sus hijos y las oportunidades perdidas. Pero gracias al apoyo de sus amigos y, desde luego, a la marihuana, encuentra una salida fantástica: la presencia, onírica y terapéutica, del legendario ex futbolista Eric Cantona.
Preguntado por este diario sobre quién se le aparecería en un momento de bajón y canutos, Loach sonríe y responde: "Trotsky y Marilyn Monroe, supongo".
Créditos 20 minutos.es
Un lobo con piel de cordero, el director inglés lleva más de cuatro décadas denunciando la injusticia y clamando por un mundo mejor. El viernes se estrena su última película, 'Buscando a Eric'.
RAFA VIDIELLA. 26.11.2009
Cuesta creer que este caballero, delgado y afable, sea uno de los cineastas más combativos del mundo. Uno lo imagina tomando el té o conduciendo un descapotable clásico antes que en las trincheras del cine reivindicativo. Pero esa calma, tan británica, es una fachada que esconde ideales, rabia, ganas de cambiar el mundo.
No incita a la revolución, pero muestra injusticias que obligarían a emprenderla
"La revolución no puede ser a base de imágenes", decía Godard, "porque el cine es el arte de la mentira". Ken Loach tampoco incita a la revolución, pero muestra injusticias que obligarían a emprenderla. Es una revolución moral. Su cámara no guillotina a los poderosos: se apiada de sus víctimas.
Acabar con los que mandan vendrá después.
El origen de Loach no desmiente esa calmada apariencia. Nacido en 1936 en Nuneaton, bonita y céntrica ciudad de Inglaterra, sus primeros pasos se orientan hacia el Derecho. No cuesta mucho imaginarle, con su inteligencia y su agudeza verbal, desarmando a un oponente ante el juez. Pero, mientras estudia Leyes en Oxford, prueba el teatro. Su talento actoral no lo lleva lejos, pero sí su claridad de ideas: en un lustro trabajará en la BBC.
Swinging Loach
Los Beatles, los Stones o The Who venden toneladas de discos. Las faldas se acortan, y los hippies afilan sus canutos para lo que vendrá después. Pero en vez de respirar ese aire hedonista y psicodélico, como Richard Lester y otros, Loach adopta los preceptos del Free Cinema británico.
El giro conservador que dio Gran Bretaña a finales de los setenta casi acaba con su carrera
Desgarrador, de una veracidad casi documental, su debut como realizador acongoja a doce millones de telespectadores: Cathy Come Home (1966), que muestra la degradación de una chica que pierde trabajo, dignidad y, al final, hasta a su propio bebé, prologa su posterior carrera.
Aunque sigue trabajando para la televisión, salta al cine en 1967 con Poor Cow. Pero es su segundo largo, Kes (1969), el que lo encumbra. Imprescindible para cualquier adolescente en problemas, Kes cuenta la historia de un crío al que sólo endulza la vida el adiestrar a su halcón. Sin sentimentalismos y explorando el humor, que tanto rédito le dará después, es una obra cumbre del cine británico.
Pero su defensa de la clase trabajadora empieza a levantar ampollas: sus trabajos de los setenta serán censurados o apenas distribuidos. El giro conservador que da Gran Bretaña, además de casi acabar con su carrera, culmina con la llegada al poder en 1979 de Margaret Thatcher.
Jaque a la Dama
Militante laborista desde los sesenta (con Blair y sus acólitos romperá el carné), Loach desafía al poder con unos documentales para Channel 4. Thatcher y compañía se enojan especialmente con The South Bank Show, sobre la huelga minera de 1984, y lo prohíben. Loach es un paria. Pero la cinefilia internacional lo rescata: el Festival de Berlín premia el documental, en la primera muestra de apoyo a un cineasta más comprendido fuera que dentro de su país.
En 1990 regresa por la puerta grande con 'Agenda oculta'Pasan los años y Loach espera su momento. Su regreso, en 1990, es por la puerta grande: Agenda oculta. Un ajuste de cuentas con Thatcher y sus acólitos, a los que acusa de asesinato, corrupción y secuestro.
Su boca ya no será amordazada, y recorre los noventa dejando enormes películas. En Riff-Raff (1991) comparte penurias con los obreros de la construcción. Lloviendo piedras (1993) es una comunión inolvidable de lágrimas y carcajadas. Y la durísima Ladybird Ladybird (1994) insiste en el drama de una madre a la que el sistema, lejos de ayudar, sepulta.
Nicaragua y libertad
Homenajeado en festivales de medio mundo, Loach se atreve a rodar sobre la Guerra Civil española en Tierra y libertad (1995), más querida fuera que dentro de España. Es entonces cuando recibe una carta de Paul Laverty, un abogado que denuncia la vulnerabilidad de los derechos humanos en Nicaragua. Le envía un guión: La canción de Carla. Desde entonces serán colaboradores inseparables en las loables Bread and Roses (2001), Sweet Sixteen (2002), El viento que agita la cebada (2006) o En un mundo libre (2007).
A sus 73 años, Loach no piensa en la retirada
¿Por qué repetir?
"Sin la colaboración de un productor y un guionista no puedo hacer una película", explica Loach, 2y para lograrlo tenemos que ver el mundo de la misma manera. Sonreír con las mismas cosas. Cabrearnos con la misma mierda. Y tener la misma percepción de por qué el mundo funciona como funciona".
El que sigue funcionando, y cómo, es el propio Loach. A sus 73 años, no piensa en la retirada: "En el Reino Unido, y me temo que también en España, existe un vacío político muy importante. Los principales partidos defienden el libre comercio, el capitalismo o el dictado internacional de EE UU, pero nadie se ocupa de defender a los miserables o cuidar el medio ambiente. De alguna manera habrá que llenar ese vacío".
Marihuana, Trotsky y Marilyn
Loach estuvo este miércoles en Madrid presentando Buscando a Eric, que se estrena en España el viernes. La película, una de las mejores de las últimas del cineasta, presenta a un cartero cincuentón incapaz de afrontar su soledad, los problemas de sus hijos y las oportunidades perdidas. Pero gracias al apoyo de sus amigos y, desde luego, a la marihuana, encuentra una salida fantástica: la presencia, onírica y terapéutica, del legendario ex futbolista Eric Cantona.
Preguntado por este diario sobre quién se le aparecería en un momento de bajón y canutos, Loach sonríe y responde: "Trotsky y Marilyn Monroe, supongo".
Créditos 20 minutos.es
500 dias juntos
Comentarios:
Por 20 minutos.es
me encanto la reseña, muy bien lograda y sobre todo muy fria y coherente.
es una gran pelicula en un genero que esta casi mutilado por las tipicas historias, solo que esta muestra el otro lado que casi nunca se ve, y no solo eso, lo hace con gran maestria. no es una pelicula melosa ni absurda y cada detalle encaja a la perfeccion. y si, es una pelicula que recomiendo a todos los que conosco jajaja
un saludo y seguir asi
24.10.2009 - 13.28 h - Dice ser casey - #1
a mi me gustó, es una pelicula diferente a las otras en cierto modo, que te hace pensar en como es el amor ... y te hace dar cuenta de muchas cosas, esta muy entretenida y en algunos momentos hace reir
mi chico dijo: -no mata
pero a mi me gustóoo =D, esta bueno verla
25.10.2009 - 12.29 h - Dice ser Julie - #2
Pues... ya era hora que hicieran una pelicula en la cual los protagonistas no coman perdices juntos, si no por separado.Cuenta muchas verdades(por fin), ¿ a quien no le han dicho alguna vez:oye no te enamores de mi y acabas enamorandote como un poseso? la verdad que los protagonistas lo hacen muy bien por que llegas a creerte todo.
25.10.2009 - 22.06 h - Dice ser Vanessa - #3
Por 20 minutos.es
me encanto la reseña, muy bien lograda y sobre todo muy fria y coherente.
es una gran pelicula en un genero que esta casi mutilado por las tipicas historias, solo que esta muestra el otro lado que casi nunca se ve, y no solo eso, lo hace con gran maestria. no es una pelicula melosa ni absurda y cada detalle encaja a la perfeccion. y si, es una pelicula que recomiendo a todos los que conosco jajaja
un saludo y seguir asi
24.10.2009 - 13.28 h - Dice ser casey - #1
a mi me gustó, es una pelicula diferente a las otras en cierto modo, que te hace pensar en como es el amor ... y te hace dar cuenta de muchas cosas, esta muy entretenida y en algunos momentos hace reir
mi chico dijo: -no mata
pero a mi me gustóoo =D, esta bueno verla
25.10.2009 - 12.29 h - Dice ser Julie - #2
Pues... ya era hora que hicieran una pelicula en la cual los protagonistas no coman perdices juntos, si no por separado.Cuenta muchas verdades(por fin), ¿ a quien no le han dicho alguna vez:oye no te enamores de mi y acabas enamorandote como un poseso? la verdad que los protagonistas lo hacen muy bien por que llegas a creerte todo.
25.10.2009 - 22.06 h - Dice ser Vanessa - #3
500 dias juntos
Sinopsis
Por 20 minutos.es
Tom, un prometedor arquitecto que escribe tarjetas de felicitación, cree en la existencia del amor verdadero y está convencido de que va a encontrarlo. Sus sospechas quedan confirmadas cuando conoce a Summer, la nueva secretaria de su jefe, y se enamora perdidamente de ella. Mientras Tom intenta convertirla por todos los medios en la mujer de su vida, Summer parece tener otros planes. Un gran lío amoroso, desde las primeras citas, hasta los reproches, pasando por los encuentros más románticos.
"(500) Días juntos" es una comedia romántica que, marcada por un tono independiente, pretende dar respuestas a los tópicos relacionados con el amor: ¿existe la media naranja?, ¿puedes seguir creyendo en la pareja cuando pierdes una?, ¿la vida te cambia tus ideales románticos? El encargado de dirigir esta reflexión a modo de película se llama Marc Webb y debuta en el largometraje de ficción. Webb, como sus guionistas, concibieron el personaje de Summer como el de la chica ideal de la que todos los jóvenes se han enamorado una vez, y el personaje de Tom en defensa de los románticos empedernidos que aún quedan en el sexo masculino.
La pareja protagonista está formada por Joseph Gordon-Levitt y Zooey Deschanel. Él ha intervenido en títulos como "Caos" o "Brick", aunque también tiene experiencia en el humor romántico gracias a "10 razones para odiarte". Ella es una actriz conocida por su trabajo en películas tan diferentes como "Un puente hacia Terabithia", "El incidente" o "Di que sí". "(500) Días juntos" fue presentada en el Festival de Sundance 2009.
Crítica
El amor es un viaje, frecuentemente, de ida y vuelta que el cine, al menos el comercial, sólo nos enseña en la ida. El mérito principal de " (500) días juntos" es precisamente ése, reírse del amor y sus miserias, desde el desplome de la curva descendente. En ese sentido, y en muchos otros, la ópera prima de Marc Webb es una comedia romántica a contrapelo; es más, no es una comedia romántica en absoluto. Más bien es una comedia no-romántica, no-amorosa y no-sentimental, aunque, y esa es la gracia, se disfrace de tal, al ritmo meloso de Los Smiths, Feist o Carla Bruni.
"(500) días juntos", gran revelación de la temporada indie norteamericana, no es una película que se signifique por la originalidad del planteamiento, ni por su trillado periplo de desamor desbocado. Lo que la hace única es la frivolidad irresistible del tono, su desternillante aparejo autoparódico y su muy imaginativa y cantarina puesta en escena. Webb nos introduce en la clamorosa caída del guindo de un primo cualquiera, idealista y amante del amor, que cree haber encontrado a la mujer de su vida atolondrado en por los flechazos de Cupido hasta que le toca lidiar con el amargo sabor de las calabazas y los sueños rotos.
Sustentada en un libreto de lengua afilada, tan agudo en su espumosa mitificación-desmitificación del querer romántico como comprometido con la subversión del tópico y la chanza generacional a costa de unos treintañeros representativos, de carne y hueso, esta deliciosa inmersión en la hiel del desencanto amoroso derrocha imaginación visual, musical y formal por todos los poros de su piel. "(500) días juntos" es un pseusdocómic, un artilugio de impagables propiedades lúdicas, que se toma a sí mismo a guasa dignificando así la comedia pop de toda la vida, melódica y bañada de sentimentalismo de estribillo machacón.
Nada nuevo bajo el sol, pero Webb es un tío con talento que sabe exprimir al máximo el brillo engañoso del estereotipo, que tiene, es evidente, un don innato para la alta comedia urbanita, y, más importante, la habilidad de contar historias cambiando de registro a cada esquina. Su película es un collage de formatos, que juega magistralmente con el efecto polivisión, con las idas y venidas en el tiempo, saltando de la lágrima (nada solemne) a la guasa sin trastabillar ni despeinarse, que sabe, y es tiene mucho mérito, ser diferente haciendo un cine que no lo es en absoluto.
El resultado es una cinta entrañable, con corazón y carácter, tierna, que no ternurista, cachondísima y con licencia para dejarte con un palmo de narices, no tanto por el qué como por el cómo. Cine que inyecta contundentes dosis de buen rollo en vena con buenas artes y, en última instancia, una de esas películas que recomiendas a todo hijo de vecino para alegrarle la vida.
Por 20 minutos.es
Tom, un prometedor arquitecto que escribe tarjetas de felicitación, cree en la existencia del amor verdadero y está convencido de que va a encontrarlo. Sus sospechas quedan confirmadas cuando conoce a Summer, la nueva secretaria de su jefe, y se enamora perdidamente de ella. Mientras Tom intenta convertirla por todos los medios en la mujer de su vida, Summer parece tener otros planes. Un gran lío amoroso, desde las primeras citas, hasta los reproches, pasando por los encuentros más románticos.
"(500) Días juntos" es una comedia romántica que, marcada por un tono independiente, pretende dar respuestas a los tópicos relacionados con el amor: ¿existe la media naranja?, ¿puedes seguir creyendo en la pareja cuando pierdes una?, ¿la vida te cambia tus ideales románticos? El encargado de dirigir esta reflexión a modo de película se llama Marc Webb y debuta en el largometraje de ficción. Webb, como sus guionistas, concibieron el personaje de Summer como el de la chica ideal de la que todos los jóvenes se han enamorado una vez, y el personaje de Tom en defensa de los románticos empedernidos que aún quedan en el sexo masculino.
La pareja protagonista está formada por Joseph Gordon-Levitt y Zooey Deschanel. Él ha intervenido en títulos como "Caos" o "Brick", aunque también tiene experiencia en el humor romántico gracias a "10 razones para odiarte". Ella es una actriz conocida por su trabajo en películas tan diferentes como "Un puente hacia Terabithia", "El incidente" o "Di que sí". "(500) Días juntos" fue presentada en el Festival de Sundance 2009.
Crítica
El amor es un viaje, frecuentemente, de ida y vuelta que el cine, al menos el comercial, sólo nos enseña en la ida. El mérito principal de " (500) días juntos" es precisamente ése, reírse del amor y sus miserias, desde el desplome de la curva descendente. En ese sentido, y en muchos otros, la ópera prima de Marc Webb es una comedia romántica a contrapelo; es más, no es una comedia romántica en absoluto. Más bien es una comedia no-romántica, no-amorosa y no-sentimental, aunque, y esa es la gracia, se disfrace de tal, al ritmo meloso de Los Smiths, Feist o Carla Bruni.
"(500) días juntos", gran revelación de la temporada indie norteamericana, no es una película que se signifique por la originalidad del planteamiento, ni por su trillado periplo de desamor desbocado. Lo que la hace única es la frivolidad irresistible del tono, su desternillante aparejo autoparódico y su muy imaginativa y cantarina puesta en escena. Webb nos introduce en la clamorosa caída del guindo de un primo cualquiera, idealista y amante del amor, que cree haber encontrado a la mujer de su vida atolondrado en por los flechazos de Cupido hasta que le toca lidiar con el amargo sabor de las calabazas y los sueños rotos.
Sustentada en un libreto de lengua afilada, tan agudo en su espumosa mitificación-desmitificación del querer romántico como comprometido con la subversión del tópico y la chanza generacional a costa de unos treintañeros representativos, de carne y hueso, esta deliciosa inmersión en la hiel del desencanto amoroso derrocha imaginación visual, musical y formal por todos los poros de su piel. "(500) días juntos" es un pseusdocómic, un artilugio de impagables propiedades lúdicas, que se toma a sí mismo a guasa dignificando así la comedia pop de toda la vida, melódica y bañada de sentimentalismo de estribillo machacón.
Nada nuevo bajo el sol, pero Webb es un tío con talento que sabe exprimir al máximo el brillo engañoso del estereotipo, que tiene, es evidente, un don innato para la alta comedia urbanita, y, más importante, la habilidad de contar historias cambiando de registro a cada esquina. Su película es un collage de formatos, que juega magistralmente con el efecto polivisión, con las idas y venidas en el tiempo, saltando de la lágrima (nada solemne) a la guasa sin trastabillar ni despeinarse, que sabe, y es tiene mucho mérito, ser diferente haciendo un cine que no lo es en absoluto.
El resultado es una cinta entrañable, con corazón y carácter, tierna, que no ternurista, cachondísima y con licencia para dejarte con un palmo de narices, no tanto por el qué como por el cómo. Cine que inyecta contundentes dosis de buen rollo en vena con buenas artes y, en última instancia, una de esas películas que recomiendas a todo hijo de vecino para alegrarle la vida.
500 dias juntos
(500) Días juntos
Título V.O.: (500) Days of Summer
Año de producción: 2009
Distribuidora: Hispano Foxfilm
Género: Comedia
Clasificación: Pendiente por calificar
Estreno: 23 de octubre de 2009
Director: Mark Webb
Guión: Scott Neustadter, Michael Weber
Música: Mychael Danna, Rob Simonsen
Intérpretes: Joseph Gordon-Levitt (Tom Hansen), Zooey Deschanel (Summer Finn), Clark Gregg (Vance), Geoffrey Arend (Mckenzie), Mathew Gray Gubler (Paul), Rachel Boston (Alison), Chloë Grace Moretz (Rachel Hansen)
Título V.O.: (500) Days of Summer
Año de producción: 2009
Distribuidora: Hispano Foxfilm
Género: Comedia
Clasificación: Pendiente por calificar
Estreno: 23 de octubre de 2009
Director: Mark Webb
Guión: Scott Neustadter, Michael Weber
Música: Mychael Danna, Rob Simonsen
Intérpretes: Joseph Gordon-Levitt (Tom Hansen), Zooey Deschanel (Summer Finn), Clark Gregg (Vance), Geoffrey Arend (Mckenzie), Mathew Gray Gubler (Paul), Rachel Boston (Alison), Chloë Grace Moretz (Rachel Hansen)
viernes, 20 de noviembre de 2009
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