HERVE KEMPF, PERIODISTA DE LE MONDE, ESPECIALIZADO EN LA DEFENSA DEL MEDIO AMBIENTE
“Por primera vez, la humanidad se topa con el límite de los recursos naturales”
Kempf acaba de publicar su segundo libro, Para salvar el planeta hay que salir del liberalismo, sobre la devastación de los recursos naturales. Plantea que para diseñar políticas ecológicas hay que priorizar valores opuestos a los que rigen el ordenamiento económico y social del mundo.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Con una gran capacidad pedagógica y sin caer jamás en la histeria anticapitalista o en la denuncia incendiaria embebida en otras ideologías, Kempf plantea una evidencia ante la cual el ser humano cierra los ojos: la humanidad se dirige hacia su pérdida llevada por un modelo político y económico que terminó por contaminar y agotar la esencia misma de la vida. ¿Cómo sobrevivir a semejante cataclismo? De una sola manera, dice Kempf: rompiendo las amarras que nos ligan al capitalismo. Kempf demuestra que el capitalismo actual, enredado por la corrupción, la gula, la ceguera y el apetito especulativo de sus operadores es el responsable de la crisis ecológica que amenaza la existencia misma de nuestra aventura humana. El único remedio es, dice Kempf, romper su lógica, restaurar e inventar otros valores antes que un cataclismo nos trague a todos. Hoy, el sistema capitalista ni siquiera es capaz de garantizar la supervivencia de las generaciones futuras. Para salvar el planeta hay que salir del liberalismo saldrá en la Argentina en el primer semestre de este año siempre en las impecables e indispensables ediciones de Libros del Zorzal.
–En su libro anterior, Cómo los ricos destruyen el planeta, usted expuso un aspecto del saqueo de nuestro planeta. En esta segunda obra, usted formula a la vez una denuncia implacable sobre los estragos causados por el sistema al planeta y propone una metodología para atenuar la crisis del medio ambiente.
–Estamos al mismo tiempo en una situación de crisis ecológica extremadamente importante, con una dimensión histórica nunca vista antes, y en un sistema económico que no cambia pese a que todos los indicadores ecológicos están en rojo. La clase dirigente, que yo llamó la oligarquía, eligió no tomar las medidas necesarias para atenuar la crisis ecológica porque quiere mantener sus privilegios, su poder y sus riquezas exorbitantes. La oligarquía sabe perfectamente que para ir hacia una política ecológica habría que poner en tela de juicio sus ventajas. Para la filosofía capitalista todas las relaciones sociales están garantizadas únicamente por el intercambio de mercaderías. Para salir de esa situación y volver a una política ecológica y de justicia social hay que trabajar los valores de cooperación, de solidaridad, de bien común, de interés general.
–Hay así dos cataclismos simultáneos: el agotamiento del sistema económico y el agotamiento de los recursos naturales y los cambios del clima. Ambos podrían desembocar en un enfrentamiento.
–Ya estamos constatando ese enfrentamiento. La oligarquía mantiene un modelo cultural de hiperconsumo que difunde al conjunto de la sociedad a través de la televisión, la publicidad, las películas. Ese modelo tiene que cambiar, pero está tan arraigado en la manera de vivir de la oligarquía con su enorme acumulación de riquezas que ésta se opone a esos cambios. Un millonario nunca aceptará andar en bicicleta porque su modelo, su poder, su prestigio, es el auto caro. Si queremos atenuar la crisis ecológica, ése es el modelo que debemos romper. Es necesario reducir el consumo material y el consumo de energía. Estamos entonces en plena confrontación entre la ecología y la justicia, por un lado, y, por el otro, una representación del mundo totalmente inadaptada a los desafíos de nuestra época.
–¿Acaso la defensa del medio ambiente, todo lo que está ligado al clima, no puede llegar a convertirse en una nueva forma de plataforma política pero ya no marcada por la ideología?
–Desde luego que sí, tanto más cuanto que estamos en una situación histórica que nos impone esa plataforma. La crisis ecológica que estamos viviendo es un momento histórico. Es la primera vez en la historia de la humanidad que la humanidad se topa con los límites de los recursos naturales. Hasta ahora, la naturaleza nos parecía inagotable, y ello permitió la aventura humana. Pero desde hace una generación comprendemos que hemos llegado a un límite, entendemos que la naturaleza puede agotarse y que la humanidad, la civilización, debe establecer un nuevo lazo con su medio ambiente, con la naturaleza, la biosfera. El momento es a tal punto histórico que en un corto plazo, 20 o 30 años, éste es el tema que dominará todas las cuestiones políticas. Ese es el elemento clave de toda política que, sin ideologías, busque definir un post capitalismo ecológico y social. En no más de dos décadas debemos cambiar nuestra sociedad para enfrentar el desafío del muro ecológico al que la cultura humana está confrontada. Estamos obligados a realizar una mutación cultural, no sólo en la forma de concebir la sociedad, es decir, el desprendimiento de esa cultura capitalista que se volvió mortífera, sino también en la manera en que interrogamos la cultura occidental y esa dicotomía existente entre naturaleza y cultura. Hemos pasado a otro momento histórico.
–Pero hoy tenemos una suerte de paradoja general: estamos en un sistema capitalista ultra individualista y competitivo al mismo tiempo que vivimos en una sociedad de colectivización de la información y de contacto a través de Internet.
–Internet y la comunicación directa entre individuos no tienen aún el suficiente contrapeso. El poder capitalista no sólo controla los flujos financieros o el poder económico, también controla los medios de comunicación y ello impide que exista una verdadera expresión de la crítica social o la difusión de visiones alternativas. Internet es, por el momento, una sopapa de seguridad a través de la cual la crítica social y la crítica ecológica, que ahora empiezan a ir juntas, comienzan a tener canales de información independientes. Sin embargo, por ahora esa utilidad es mucho menos potente. Las capacidades de información alternativas de Internet o de los libros y revistas son todavía débiles frente a los medios dominantes, en especial la televisión, que está en manos de la oligarquía y que imprimen en la sociedad una visión controlada, dirigida y convencional de las cosas.
–Usted señala también los límites de la ilusión tecnológica. Usted demuestra cómo la oligarquía nos hace creer que la tecnología va a resolver todos nuestros problemas y cómo y por qué se trata de una mera ilusión destinada a perpetrar el sistema.
–El sistema capitalista quiere creer que vamos a resolver los problemas, en particular el del calentamiento global, recurriendo a los agrocarburantes, a la energía nuclear, a la energía eólica y a unas cuantas tecnologías más. Es cierto que esas tecnologías pueden jugar un papel, pero de ninguna manera están a la altura del desafío que nos plantea el calentamiento del planeta. Y no es posible que sea así porque, por un lado, el plazo y la dificultad para llevarlas a la práctica requieren demasiado tiempo para asumir las transformaciones necesarias. Los cambios climáticos se producen ahora a una velocidad muy alta y de aquí a unos diez años ya tenemos que haber cambiado de rumbo. Por otra parte, todas esas técnicas, si bien algunas tienen efectos favorables, también tienen efectos secundarios muy dañinos que no podemos ignorar. Resulta obvio que es necesario seguir investigando nuevas tecnologías, pero no podemos poner la tecnología en el centro de las acciones que deben emprender nuestras sociedades. En lo esencial, para prevenir la agravación de la crisis ecológica es preciso reducir el consumo material y el consumo de energía. Esa es la solución más directa. Pero ese cambio profundo de orientación de nuestras sociedades sólo se hará si el esfuerzo es compartido de manera equitativa, y ello pasa por la reducción de las desigualdades. Nadie aceptará cambiar su modo de vida si al mismo tiempo seguimos viendo a millonarios con Mercedes enormes, barcos gigantescos y aviones privados. Aclaro que reducir el consumo material y de energía quiere decir que vamos a desplazar, a reorientar nuestra riqueza colectiva.
–Usted dice al respecto que el porvenir no está en la tecnología sino en el armado de una nueva relación social.
–La cuestión que está en el centro de nuestras sociedades consiste en saber cómo los individuos se piensan a sí mismos y cómo piensan a los demás. Por eso debemos salir de esta visión individualista y competitiva, de esa visión del crecimiento indefinido. La pelea se juega en la cultura: se trata de saber qué es lo que define una conciencia común.
–Usted se burla con mucha pertinencia de ese discurso de protección del medio ambiente que tiende a hacer de cada individuo un militante ecologista siempre y cuando éste lleve a cabo ciertos gestos –dividir la basura, por ejemplo– individuales. Usted define ese método también como un engaño de la oligarquía.
–Sí, hay un discurso que dice “si cada uno de nosotros hace un esfuerzo” eso resolverá las cosas. No. Desde luego que consumir menos agua y andar menos en auto ayuda, pero ese enfoque individualista no resuelve nada. ¿Por qué? Pues porque en el fondo hay una cuestión política: si yo decido circular en bicicleta pero el gobierno y las grandes empresas deciden construir nuevas autopistas de nada servirá que yo circule en bicicleta. Además, decirle a la gente que es ella quien hará avanzar las cosas con pequeñas acciones individuales equivale a permanecer en el esquema individualista, que es el del capitalismo. No resolveremos nada con soluciones individualistas sino mediante una concertación colectiva y con actos colectivos.
–Para usted existe un lazo primordial entre la crisis ecológica y la libertad, por eso resalta que es importante salvar la libertad contra la tentación autoritaria del capitalismo.
–En el curso de su historia, el capitalismo estuvo asociado a la libertad, a la democracia. Incluso en el período de la Guerra Fría el capitalismo estaba asociado al mundo libre y a la democracia en su lucha contra la Unión Soviética. Pero luego de la desaparición de la URSS, el capitalismo perdió su enemigo. Ahora empezamos a notar, en el pensamiento de la oligarquía, una negación de la democracia y un abandono de la idea según la cual la democracia es algo positivo. Estamos en un período donde los capitalistas no están de acuerdo con la democracia. Al contrario, consideran que la democracia es para ellos algo peligroso porque, evidentemente, una sociedad democrática pone en tela de juicio el poder y, por consiguiente, pondrá en peligro la oligarquía. Hemos tenido un ejemplo de ello con la administración de George Bush. Las democracias de los países del Norte, Estados Unidos y Europa, están cada vez más enfermas, más debilitadas.
–¿En qué plano se inscribe la ecología en esta crisis de la democracia?
–Las tensiones ecológicas se están agravando cada vez más y al mismo tiempo la oligarquía persiste en querer mantener un orden social basado en la desigualdad. La tentación de recurrir a medios cada vez más policiales es cada vez más grande: vigilar la población, a los opositores, tener ficheros inmensos, mandar mucha gente a la cárcel, a cambiar, restringiéndolos, los textos de ley relativos a las libertades individuales y de expresión. Si la sociedad no se despierta y no logramos que avancen nuestras ideas sobre la justicia social para hacer frente a la crisis ecológica, la oligarquía, enfrentada al peligro ecológico, caerá en la tentación de utilizar medios más y más autoritarios.
–Eso fue lo que vimos en directo en la conferencia sobre el clima que se llevó a cabo en Copenhague. ¡La policía reprimió a mansalva a los representantes de las ONG invitadas por la misma ONU! ¿Acaso Copenhague no ha sido una visión de nuestro futuro?
–Absolutamente, es así. En Copenhague se operó además una convergencia entre el movimiento ecologista y los militantes antiglobalización, movimiento basado en los valores de justicia social. Eso quiere decir que ahora la cuestión del cambio climático se plantea en términos políticos. Lo segundo, hubo muchas manifestaciones, a menudo muy alegres, imaginativas y no violentas, que fueron reprimidas de manera tan sutil como peligrosa. En Copenhague vimos la experimentación de una suerte de dictadura blanda que la oligarquía está aplicando. Copenhague ha sido una cita importante porque allí se afirmó algo esencial: la contrasociedad se manifestó allí de manera mundial.
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lunes, 11 de enero de 2010
domingo, 10 de enero de 2010
Ramata
(Rocaeditorial 2008), de Abasse Ndione
Catalogada como novela negra por los editores, en sentido estricto Ramata no pertenece éste género a menos que se entienda como tal el estar ambientada en el África negra.
Por una vez, para saber lo que el destino depara a la protagonista de la novela, la bella y fría Ramata Kaba, la deseada, la mujer que no conoce el placer y que es incapaz de amar, al lector le bastará con leer el prologo del libro y conocerá el fatal desenlace, lo que convertirá la historia en una tragedia griega contada al estilo senegalés de los griots o contadores de cuentos rurales del país africano.
Quedará por saber qué camino va a elegir la fatalidad para ajustar las cuentas con el pasado de Ramata y el de los que la rodean, y qué tendrá que ver el desenlace final con la olvidada muerte de un hombre justo e inocente. Una fatalidad que actuará como un Conde de Montecristo sin rostro, sin odio y sin corazón, hasta que los implicados hayan pagado con creces el precio de sus crímenes. Aunque de entre todos ellos, será la odiosa Ramata la única que podrá alegar un atenuante que mueva a la compasión.
Aunque me maten los galdosistas por la herejía, Ramata tiene algo del Galdós de Fortunata y Jacinta: por lo costumbrista, por lo realista, por el trasfondo político y por la manera de entender y describir las pasiones humanas, principalmente de las mujeres; y por esa capacidad de hacer que el lector se encariñe con los personajes y los sienta suyos, aunque se trate del Senegal contemporáneo. Supongo que a eso se le llama universalidad, cualidad que poseen los grandes escritores, como Abasse Ndione (Senegal, 1946), que de hecho es considerado uno de los mejores narradores africanos contemporáneos.
En el epílogo de la novela, entre el humo del tabaco del bar, el aliento a vino y cerveza y el olor a amoniaco procedente del cuarto de baño, el autor -convertido en un personaje más que escucha con atención el relato del narrador- hará balance de su propia novela:
lloré, me regocijé, sonreí, me alegré, me entristecí, me estremecí, supliqué piedad para sus personajes, pensé en Dios, [...] reí, dudé, grité de indignación [...]
Como homenaje al autor y a su país, incluyo en la reseña un vídeo con imágenes del Senegal, acompañado por la melancólica música del senegalés Ismael Lô, que bien podría servir de banda sonora de esta magnífica novela.
(Rocaeditorial 2008), de Abasse Ndione
Catalogada como novela negra por los editores, en sentido estricto Ramata no pertenece éste género a menos que se entienda como tal el estar ambientada en el África negra.
Por una vez, para saber lo que el destino depara a la protagonista de la novela, la bella y fría Ramata Kaba, la deseada, la mujer que no conoce el placer y que es incapaz de amar, al lector le bastará con leer el prologo del libro y conocerá el fatal desenlace, lo que convertirá la historia en una tragedia griega contada al estilo senegalés de los griots o contadores de cuentos rurales del país africano.
Quedará por saber qué camino va a elegir la fatalidad para ajustar las cuentas con el pasado de Ramata y el de los que la rodean, y qué tendrá que ver el desenlace final con la olvidada muerte de un hombre justo e inocente. Una fatalidad que actuará como un Conde de Montecristo sin rostro, sin odio y sin corazón, hasta que los implicados hayan pagado con creces el precio de sus crímenes. Aunque de entre todos ellos, será la odiosa Ramata la única que podrá alegar un atenuante que mueva a la compasión.
Aunque me maten los galdosistas por la herejía, Ramata tiene algo del Galdós de Fortunata y Jacinta: por lo costumbrista, por lo realista, por el trasfondo político y por la manera de entender y describir las pasiones humanas, principalmente de las mujeres; y por esa capacidad de hacer que el lector se encariñe con los personajes y los sienta suyos, aunque se trate del Senegal contemporáneo. Supongo que a eso se le llama universalidad, cualidad que poseen los grandes escritores, como Abasse Ndione (Senegal, 1946), que de hecho es considerado uno de los mejores narradores africanos contemporáneos.
En el epílogo de la novela, entre el humo del tabaco del bar, el aliento a vino y cerveza y el olor a amoniaco procedente del cuarto de baño, el autor -convertido en un personaje más que escucha con atención el relato del narrador- hará balance de su propia novela:
lloré, me regocijé, sonreí, me alegré, me entristecí, me estremecí, supliqué piedad para sus personajes, pensé en Dios, [...] reí, dudé, grité de indignación [...]
Como homenaje al autor y a su país, incluyo en la reseña un vídeo con imágenes del Senegal, acompañado por la melancólica música del senegalés Ismael Lô, que bien podría servir de banda sonora de esta magnífica novela.
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Narrativa literatura africana
Las marismas de Arnaldur Indridason (Un cadáver en mi blog)
18/11/2008 .UN CADÁVER EN MI BLOG. 18/10/2009.
Dado que el país cuenta con poco más de 300 mil habitantes y menos de 4 muertes violentas al año, la sección de sucesos de un periódico islandés debe de ser más reducida que el suplemento de espiritualidad del Playboy, lo que no quita que Arnaldur Indridason (Reikiavik, 1960) se las haya apañado para escribir una docena de novelas de crímenes ambientados en Islandia. Las marismas, premiada como la mejor novela negra nórdica en 2000, fue su tercera novela y la escogida por RBA para presentar en España al autor y a su protagonista: el inspector de Reikiavik Erlendur Sveinsson.
Y en Las marismas no se ha inventado un caso cualquiera, sino uno donde sólo quedan víctimas y ya no hay justicia que impartir; donde conocer la verdad ya no sirve sino para causar más dolor y lo único que reclaman las víctimas que han sobrevivido es que les dejen olvidar y quedarse con las cosas buenas que aún les quedan, si es que les queda alguna. Estamos en Islandia, la isla de hielo, un lugar en el que cuando no llueve nieva y en invierno sólo hay noche. Es bastante deprimente.
Estamos acostumbrados a los antihéroes de la novela negra. Pero, por muy desastrosa que sea su vida, los antihéroes siempre tienen alguna pasión, alguna ilusión. No parece ser el caso del inspector Sveinsson, un hombre con bronca interna permanente, con un cabreo consigo mismo y con lo que le rodea sin válvulas de escape. Cabreado con su matrimonio fracasado, con su soledad, con las historias de injusticia, tristes, que el autor se ha inventado para que las investigue; con la porquería de comida precocinada que compra en el supermercado y él mismo se recalienta en el microondas. Cabreado por tener que transigir con una hija drogadicta y puta que se ha instalado en su casa y que ha decidido tener un hijo como medio para rehacer su vida. La muy estúpida. Cabreado por no tener nada en lo que creer ni por lo que alegrarse.
Como trasfondo, lo que el autor denomina la ciudad de los tarros, los Bancos de genes. Esas instituciones que en nombre de la ciencia y sin nuestro consentimiento parecen reunir más información sobre nosotros y nuestra historia de la que nosotros mismos tenemos. Pero uno no sabe si es un recurso para desarrollar la trama o si está haciendo algún tipo de denuncia. El protagonista está demasiado cabreado para sacar alguna conclusión.
Con todo, la novela es buena; Arnaldur Indridason es un buen narrador. Pero no sé si seguiré con la serie. Hay demasiada poca esperanza, algo que los lectores de novela negra también buscamos. A pesar de todo, lo buscamos y lo esperamos.
De Las marismas se realizó una película estrenada en los países nórdicos en 2006. A continuación muestro el trailer.
http://uncadaverenmiblog.wordpress.com/2009/10/18/las-marismas-rba-2009-de-arnaldur-indridason/
18/11/2008 .UN CADÁVER EN MI BLOG. 18/10/2009.
Dado que el país cuenta con poco más de 300 mil habitantes y menos de 4 muertes violentas al año, la sección de sucesos de un periódico islandés debe de ser más reducida que el suplemento de espiritualidad del Playboy, lo que no quita que Arnaldur Indridason (Reikiavik, 1960) se las haya apañado para escribir una docena de novelas de crímenes ambientados en Islandia. Las marismas, premiada como la mejor novela negra nórdica en 2000, fue su tercera novela y la escogida por RBA para presentar en España al autor y a su protagonista: el inspector de Reikiavik Erlendur Sveinsson.
Y en Las marismas no se ha inventado un caso cualquiera, sino uno donde sólo quedan víctimas y ya no hay justicia que impartir; donde conocer la verdad ya no sirve sino para causar más dolor y lo único que reclaman las víctimas que han sobrevivido es que les dejen olvidar y quedarse con las cosas buenas que aún les quedan, si es que les queda alguna. Estamos en Islandia, la isla de hielo, un lugar en el que cuando no llueve nieva y en invierno sólo hay noche. Es bastante deprimente.
Estamos acostumbrados a los antihéroes de la novela negra. Pero, por muy desastrosa que sea su vida, los antihéroes siempre tienen alguna pasión, alguna ilusión. No parece ser el caso del inspector Sveinsson, un hombre con bronca interna permanente, con un cabreo consigo mismo y con lo que le rodea sin válvulas de escape. Cabreado con su matrimonio fracasado, con su soledad, con las historias de injusticia, tristes, que el autor se ha inventado para que las investigue; con la porquería de comida precocinada que compra en el supermercado y él mismo se recalienta en el microondas. Cabreado por tener que transigir con una hija drogadicta y puta que se ha instalado en su casa y que ha decidido tener un hijo como medio para rehacer su vida. La muy estúpida. Cabreado por no tener nada en lo que creer ni por lo que alegrarse.
Como trasfondo, lo que el autor denomina la ciudad de los tarros, los Bancos de genes. Esas instituciones que en nombre de la ciencia y sin nuestro consentimiento parecen reunir más información sobre nosotros y nuestra historia de la que nosotros mismos tenemos. Pero uno no sabe si es un recurso para desarrollar la trama o si está haciendo algún tipo de denuncia. El protagonista está demasiado cabreado para sacar alguna conclusión.
Con todo, la novela es buena; Arnaldur Indridason es un buen narrador. Pero no sé si seguiré con la serie. Hay demasiada poca esperanza, algo que los lectores de novela negra también buscamos. A pesar de todo, lo buscamos y lo esperamos.
De Las marismas se realizó una película estrenada en los países nórdicos en 2006. A continuación muestro el trailer.
http://uncadaverenmiblog.wordpress.com/2009/10/18/las-marismas-rba-2009-de-arnaldur-indridason/
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Narrativa literatura europea
Los hombres de paja, de Michael Marshall
Alfredo Álamo el 23 de Agosto de 2009 en Literatura, Novela Negra
El primer libro que leí de Michael Marshall fue una novela de ciencia ficción, un género para el cual firma con su nombre completo: Michael Marshall Smith, llamada Clones. A mi me gustó bastante, aunque reconozco que era algo tramposa y muchos aficionados al género no comparten mi opinión, así que desde entonces considero a Michael Marshall como un autor al que seguirle la pista.
Mientras picoteaba en la caseta de Negra y Criminal en la Semana Negra me quedé con su última novela: Los hombres de paja, editada por Random House en su sello dedicado a la novela negra Roja y Negra. Como tenía un largo trayecto para volver a casa, me hice fuerte en la butaca del tren y empecé a leer la primera novela negrocriminal de Marshall que caía en mis manos.
Los hombres de paja empieza con una gran masacre americana, un recuerdo de la famosa Columbine, donde ya se nos deja claro que la lectura del libro no va a ser complaciente ni agradable. En Los hombres de paja se habla del mal, del mal casi absoluto, a medio camino entre las novelas de Connelly y de Connolly, moviéndose en un territorio ambiguo que podría llegar a ser pesado si no fuera por el estilo escogido por Marshall para escribir.
Por momentos, la historia se convierte en una novela Hard-Boiled, en una auténtica sinfonía de tiros, persecuciones, personajes sin alma, desesperación, más tiros, conspiraciones, muertos -muchos muertos-; un auténtico road-book norteamericano lleno de venganza y odio.
La novela se lee de manera fluida, tiene pocos lugares comunes y supone una bocanada de aire fresco tras cierta sobredosis de autores nórdicos, espeluznantes en los crímenes pero que en ocasiones pecan de demasiada reflexión y de un tempo a veces demasiado lento.
Los hombres de paja es el primer libro de una prometida trilogía y termina con final un tanto abrupto después de la descarga de adrenalina. Quizá por ese motivo se incluye el primer capítulo de su continuación, para quitarnos un poco el mono.
A señalar la sorprendente mala corrección del libro, con faltas ortográficas demasiado dolorosas a la vista como para no mencionarlo. En una editorial como Random House -y con lo que cuesta una novedad- es algo que nunca debería suceder.
Alfredo Álamo el 23 de Agosto de 2009 en Literatura, Novela Negra
El primer libro que leí de Michael Marshall fue una novela de ciencia ficción, un género para el cual firma con su nombre completo: Michael Marshall Smith, llamada Clones. A mi me gustó bastante, aunque reconozco que era algo tramposa y muchos aficionados al género no comparten mi opinión, así que desde entonces considero a Michael Marshall como un autor al que seguirle la pista.
Mientras picoteaba en la caseta de Negra y Criminal en la Semana Negra me quedé con su última novela: Los hombres de paja, editada por Random House en su sello dedicado a la novela negra Roja y Negra. Como tenía un largo trayecto para volver a casa, me hice fuerte en la butaca del tren y empecé a leer la primera novela negrocriminal de Marshall que caía en mis manos.
Los hombres de paja empieza con una gran masacre americana, un recuerdo de la famosa Columbine, donde ya se nos deja claro que la lectura del libro no va a ser complaciente ni agradable. En Los hombres de paja se habla del mal, del mal casi absoluto, a medio camino entre las novelas de Connelly y de Connolly, moviéndose en un territorio ambiguo que podría llegar a ser pesado si no fuera por el estilo escogido por Marshall para escribir.
Por momentos, la historia se convierte en una novela Hard-Boiled, en una auténtica sinfonía de tiros, persecuciones, personajes sin alma, desesperación, más tiros, conspiraciones, muertos -muchos muertos-; un auténtico road-book norteamericano lleno de venganza y odio.
La novela se lee de manera fluida, tiene pocos lugares comunes y supone una bocanada de aire fresco tras cierta sobredosis de autores nórdicos, espeluznantes en los crímenes pero que en ocasiones pecan de demasiada reflexión y de un tempo a veces demasiado lento.
Los hombres de paja es el primer libro de una prometida trilogía y termina con final un tanto abrupto después de la descarga de adrenalina. Quizá por ese motivo se incluye el primer capítulo de su continuación, para quitarnos un poco el mono.
A señalar la sorprendente mala corrección del libro, con faltas ortográficas demasiado dolorosas a la vista como para no mencionarlo. En una editorial como Random House -y con lo que cuesta una novedad- es algo que nunca debería suceder.
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Narrativa literatura anglosajona
La desmesura y sus detalles
Un lenguaje desmesurado atraviesa la sexta novela de Gustavo Ferreyra. La violencia de la crisis en los candentes días de 2002 son la materia de un original proyecto de la actual narrativa argentina.
Por Marcos Herrera de Página 12
Piquito de oro, Gustavo Ferreyra, Seix Barral, 279 páginas
En Piquito de oro, su sexta novela, Gustavo Ferreyra despliega su artillería narrativa desmesurada y a la vez detallista. Dos historias que ocurren en la Buenos Aires de la crisis se alternan en capítulos fechados que van desde el 5 de mayo hasta el 20 de septiembre de 2002. Una de las historias es la de Piquito de oro, un sociólogo recién recibido que vive con una filósofa diecinueve años mayor que él. Narrados en primera persona, los capítulos de Piquito de oro son soliloquios desaforados que arremeten contra todo –empezando por él mismo–, poniendo especial énfasis en ese pastiche conservador y contradictorio conocido como sentido común burgués. La otra historia es la de Susana –reciente viuda, ya que acaban de asesinar a su marido de un martillazo– y sus cuatro hijos. Narrados en tercera persona, estos capítulos van mostrando los aspectos oscuros de la familia. A medida que avanza la investigación se van revelando los intereses de todos ellos, que, lejos de sentir pesar por la muerte del padre/esposo, intentan abrirse camino para satisfacer sus deseos. Susana se siente liberada y sueña con otro hombre a la vez que se debate por el papel que debe representar; Cecilia –la hija mayor– intenta usar la muerte del padre para zafar de un examen y odia a su padre cuando la profesora no acepta sus razones; Maxi piensa que a su padre lo mató con su deseo, Micaela y Dadá tratan de recuperar una pelela del padre como si fuera un objeto de gran valor.
Ferreyra construye antihéroes vergonzosos y explora las modulaciones de discursos políticamente incorrectos, escatológicos y grotescos para arribar a verdades con fuerza epifánica. Con su lupa que todo lo deforma podemos ver partes de la realidad que escapan a otras lentes.
En esta novela encontramos lo que ya a esta altura es una marca de estilo en su escritura, arcaísmos como barruntar, perdidoso, pelafustán. Y una declaración de principios para defender su uso en la voz del personaje Piquito de oro: “A veces me gustan las antiguas usanzas, los viejos términos. Aunque parezca mentira suenan novedosos y hasta verdaderos. Desnudan más la realidad que la parafernalia actual, todos estos vocablos de una época que trata de ocultarse”. Hay poéticas que trabajan con la exclusión (Hemingway, Carver) y otras con la inclusión y la proliferación (Faulkner, Pynchon, Bernhard); a esta segunda tradición pertenece la literatura de Gustavo Ferreyra. “Subrepticiamente exagero todo hasta llevarlo al paroxismo. Nadie puede sospechar hasta dónde yo llevo las cosas”, señala. Así, en los capítulos narrados en primera persona aparece una suerte de antropomorfismo al revés, humanos con características de animales o que devienen animales: tortugas, monos, hurones, ardillas, mejillones, etc. Una lista similar y equivalente se podría hacer con los personajes célebres de la historia, la política y el espectáculo –Trotsky, Nietszche, Duhalde, Simone de Beauvoir, Reutemann, Sarlo, Nerón, etc.– que se incorporan al sistema ficcional de la novela. Satírico y desmedido, el discurso de Piquito de oro todo lo abarca, lo deforma y lo desmenuza mezclando los registros. En el final de la novela, cuando el personaje concurre al acto conmemorativo por la muerte de Kosteki y Santillán en el puente Pueyrredón, hay una reflexión que deslumbra: “¿Qué es lo que regresa cuando Santillán vuelve sobre sus pasos para auxiliar a Kosteki? ¿Existe algo que haya retornado junto con esos pasos con los que Santillán retorna hacia el compañero caído? Santillán vuelve a pesar de los tiros y el pánico, ¿y qué retorna con él? Me lo he preguntado hasta hoy. Los giros en la historia siempre son retornos. Y Santillán retorna. Contra todo pronóstico. El derrotero de todas esas carreras que huían de las balas parecía inexorable y sin embargo la historia es una sucesión de derroteros quebrados. Y Santillán quebró un derrotero”.
La rabiosa máquina nihilista de Ferreyra produce artefactos anticomerciales y específicos, literarios en extremo. Sería muy difícil traducir al lenguaje cinematográfico una de sus novelas. Esta es una de las características que comparte con grandes obras de la literatura del siglo XX.
Un lenguaje desmesurado atraviesa la sexta novela de Gustavo Ferreyra. La violencia de la crisis en los candentes días de 2002 son la materia de un original proyecto de la actual narrativa argentina.
Por Marcos Herrera de Página 12
Piquito de oro, Gustavo Ferreyra, Seix Barral, 279 páginas
En Piquito de oro, su sexta novela, Gustavo Ferreyra despliega su artillería narrativa desmesurada y a la vez detallista. Dos historias que ocurren en la Buenos Aires de la crisis se alternan en capítulos fechados que van desde el 5 de mayo hasta el 20 de septiembre de 2002. Una de las historias es la de Piquito de oro, un sociólogo recién recibido que vive con una filósofa diecinueve años mayor que él. Narrados en primera persona, los capítulos de Piquito de oro son soliloquios desaforados que arremeten contra todo –empezando por él mismo–, poniendo especial énfasis en ese pastiche conservador y contradictorio conocido como sentido común burgués. La otra historia es la de Susana –reciente viuda, ya que acaban de asesinar a su marido de un martillazo– y sus cuatro hijos. Narrados en tercera persona, estos capítulos van mostrando los aspectos oscuros de la familia. A medida que avanza la investigación se van revelando los intereses de todos ellos, que, lejos de sentir pesar por la muerte del padre/esposo, intentan abrirse camino para satisfacer sus deseos. Susana se siente liberada y sueña con otro hombre a la vez que se debate por el papel que debe representar; Cecilia –la hija mayor– intenta usar la muerte del padre para zafar de un examen y odia a su padre cuando la profesora no acepta sus razones; Maxi piensa que a su padre lo mató con su deseo, Micaela y Dadá tratan de recuperar una pelela del padre como si fuera un objeto de gran valor.
Ferreyra construye antihéroes vergonzosos y explora las modulaciones de discursos políticamente incorrectos, escatológicos y grotescos para arribar a verdades con fuerza epifánica. Con su lupa que todo lo deforma podemos ver partes de la realidad que escapan a otras lentes.
En esta novela encontramos lo que ya a esta altura es una marca de estilo en su escritura, arcaísmos como barruntar, perdidoso, pelafustán. Y una declaración de principios para defender su uso en la voz del personaje Piquito de oro: “A veces me gustan las antiguas usanzas, los viejos términos. Aunque parezca mentira suenan novedosos y hasta verdaderos. Desnudan más la realidad que la parafernalia actual, todos estos vocablos de una época que trata de ocultarse”. Hay poéticas que trabajan con la exclusión (Hemingway, Carver) y otras con la inclusión y la proliferación (Faulkner, Pynchon, Bernhard); a esta segunda tradición pertenece la literatura de Gustavo Ferreyra. “Subrepticiamente exagero todo hasta llevarlo al paroxismo. Nadie puede sospechar hasta dónde yo llevo las cosas”, señala. Así, en los capítulos narrados en primera persona aparece una suerte de antropomorfismo al revés, humanos con características de animales o que devienen animales: tortugas, monos, hurones, ardillas, mejillones, etc. Una lista similar y equivalente se podría hacer con los personajes célebres de la historia, la política y el espectáculo –Trotsky, Nietszche, Duhalde, Simone de Beauvoir, Reutemann, Sarlo, Nerón, etc.– que se incorporan al sistema ficcional de la novela. Satírico y desmedido, el discurso de Piquito de oro todo lo abarca, lo deforma y lo desmenuza mezclando los registros. En el final de la novela, cuando el personaje concurre al acto conmemorativo por la muerte de Kosteki y Santillán en el puente Pueyrredón, hay una reflexión que deslumbra: “¿Qué es lo que regresa cuando Santillán vuelve sobre sus pasos para auxiliar a Kosteki? ¿Existe algo que haya retornado junto con esos pasos con los que Santillán retorna hacia el compañero caído? Santillán vuelve a pesar de los tiros y el pánico, ¿y qué retorna con él? Me lo he preguntado hasta hoy. Los giros en la historia siempre son retornos. Y Santillán retorna. Contra todo pronóstico. El derrotero de todas esas carreras que huían de las balas parecía inexorable y sin embargo la historia es una sucesión de derroteros quebrados. Y Santillán quebró un derrotero”.
La rabiosa máquina nihilista de Ferreyra produce artefactos anticomerciales y específicos, literarios en extremo. Sería muy difícil traducir al lenguaje cinematográfico una de sus novelas. Esta es una de las características que comparte con grandes obras de la literatura del siglo XX.
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LA CAÍDA DE ILLIA: LA TRAMA OCULTA DEL PODER MEDIÁTICO. Miguel Ángel Taroncher, Ed. Vergara, 2009.
El golpe de estado cívico militar que, el 28 de junio de 1966, destituyó al presidente Arturo Illia no fue un acontecimiento inesperado. Por el contrario, gran parte de la población aprobó el fin de un gradual proceso de transición a la democracia iniciado en 1963, y recibió con esperanza la llegada al gobierno del general Juan Carlos Onganía. La “mano dura” -que importantes sectores de la población con pertinaz olvido siempre demandan- tenía, una vez más, su nociva oportunidad.
La prensa escrita en general y en especial los semanarios Primera Plana y Confirmado, creados por Jacobo Timerman, y Todo, fundado por Bernardo Neustadt, contribuyeron a crear un clima de opinión favorable a la ruptura institucional. A la vez que informaban, los medios de prensa legitimaban las instancias de una conspiración en la que confluían generales, gerentes de empresas nacionales y extranjeras, tecnócratas de las universidades privadas, dirigentes políticos y jerarcas sindicales, que, en inestable coalición, se preparaban para tomar por asalto al estado.
Miguel Ángel Taroncher revela, mediante una reconstrucción del conflictivo escenario histórico y de un recorrido y análisis de los contenidos y argumentos de los principales editoriales políticos de tres periodistas clave —Mariano Grondona, Bernardo Neustadt y Mariano Montemayor— el entramado de las argumentaciones que funcionaron como el “sentido común” golpista.
La caída de Illia es, sin duda, un libro que permitirá entender a la prensa como actor y parte integrante del poder político y descubrir la trama oculta del poder mediático en el proceso de inestabilidad institucional de la Argentina contemporánea.
Miguel Ángel Taroncher nació en Mar del Plata el 1 de abril de 1966. Es Profesor y Licenciado en Historia recibido en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata —en cuyo Departamento de Historia es profesor adjunto regular en el Área Teórico Metodológica— y doctor en Geografía e Historia por el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia. Es codirector de los libros CEAL. Capítulos para una Historia y Ciudadanos de la Nación. Miembro del doctorado iteruniversitario de Historia, es investigador del CEHIS, co-dirige el Grupo Cultura y Política donde dirige proyectos de historia de la prensa e historia política. Ha sido jurado en el doctorado de la facultad de Filosofía y Letras de la UBA, publicado artículos de historia política e historia de la prensa en libros y revistas nacionales e internacionales. Ha dictado cursos en universidades de España y Brasil
Publicado por Fernando Esteban Córdoba
Etiquetas: Historia Argentina (Siglo XX), Libros, Nuestra Historia Reciente
El golpe de estado cívico militar que, el 28 de junio de 1966, destituyó al presidente Arturo Illia no fue un acontecimiento inesperado. Por el contrario, gran parte de la población aprobó el fin de un gradual proceso de transición a la democracia iniciado en 1963, y recibió con esperanza la llegada al gobierno del general Juan Carlos Onganía. La “mano dura” -que importantes sectores de la población con pertinaz olvido siempre demandan- tenía, una vez más, su nociva oportunidad.
La prensa escrita en general y en especial los semanarios Primera Plana y Confirmado, creados por Jacobo Timerman, y Todo, fundado por Bernardo Neustadt, contribuyeron a crear un clima de opinión favorable a la ruptura institucional. A la vez que informaban, los medios de prensa legitimaban las instancias de una conspiración en la que confluían generales, gerentes de empresas nacionales y extranjeras, tecnócratas de las universidades privadas, dirigentes políticos y jerarcas sindicales, que, en inestable coalición, se preparaban para tomar por asalto al estado.
Miguel Ángel Taroncher revela, mediante una reconstrucción del conflictivo escenario histórico y de un recorrido y análisis de los contenidos y argumentos de los principales editoriales políticos de tres periodistas clave —Mariano Grondona, Bernardo Neustadt y Mariano Montemayor— el entramado de las argumentaciones que funcionaron como el “sentido común” golpista.
La caída de Illia es, sin duda, un libro que permitirá entender a la prensa como actor y parte integrante del poder político y descubrir la trama oculta del poder mediático en el proceso de inestabilidad institucional de la Argentina contemporánea.
Miguel Ángel Taroncher nació en Mar del Plata el 1 de abril de 1966. Es Profesor y Licenciado en Historia recibido en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata —en cuyo Departamento de Historia es profesor adjunto regular en el Área Teórico Metodológica— y doctor en Geografía e Historia por el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia. Es codirector de los libros CEAL. Capítulos para una Historia y Ciudadanos de la Nación. Miembro del doctorado iteruniversitario de Historia, es investigador del CEHIS, co-dirige el Grupo Cultura y Política donde dirige proyectos de historia de la prensa e historia política. Ha sido jurado en el doctorado de la facultad de Filosofía y Letras de la UBA, publicado artículos de historia política e historia de la prensa en libros y revistas nacionales e internacionales. Ha dictado cursos en universidades de España y Brasil
Publicado por Fernando Esteban Córdoba
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Narrativa literatura argentina
El Barco / Jorge Cohen
*El autor era Jefe de Prensa de la Embajada de Israel y estaba trabajando en el segundo piso en el momento del atentado. Se considera un privilegiado por poder escribir después de haber sobrevivido y en su libro
Cuando ocurrió el atentado a la Embajada de Israel en Buenos Aires, Jorge Cohen estaba en el segundo piso: fue despedido, salió de entre los escombros y sobrevivió. Escribió "Cuentos bajo los escombros" y "El Barco" de Editorial Ross.
"En principio, todo lo que he escrito o escriba luego de los atentados está o estará directa o indirectamente influido por ellos. Todo. Hasta cuando escribo la lista de compras en el supermercado. Ese es mi piso narrativo. Aunque no me lo proponga, en algún lugar del texto estarán el clima, la sospecha, estarán las complicidades, las hipocresías, los encubrimientos. Estará ese decorado sostenido por la Justicia, ese decorado con los buenos y con los malos de la película. En suma, en algún lugar de la trama estará la impunidad", explica Cohen en una entrevista que le realizó la periodista Fernanda Kantor en exclusiva para .
- En "El Barco" hay un asesinato en el que el presunto asesino rinde luego homenaje a su víctima. ¿Esto sugiere una continuidad en esa relación ficción-realidad a la que te referiste recién?
- Cuando escribía la novela pensaba que en la ficción era natural que sucediera eso, pero no lo vinculé con los atentados, al menos concientemente. Esa relación que vos hacés me parece atinada. Asesinos que simulan llorar a sus víctimas en la trama siniestra de los atentados. Bien. ¿por que no pensar que eso sucedió y que aún sucede?
- Como en tu ficción, que el presunto asesino reza concentrado durante el sepelio de Posadas, su víctima.
- Eso sucede en la novela, en el realismo de ese texto. Y puede ser tomado también como una metáfora.
- ¿La literatura y la ficción pueden incidir de alguna manera contra estas conductas y contra la hipocresía que vos marcás?
- Es una respuesta difícil porque es difícil medir ese impacto, en caso de que tal cosa fuera posible. Sin embargo, y con los riesgos de las generalizaciones, me parece que hoy la literatura tiene una incidencia lateral, mínima en la sociedad y aún en la cultura, mucho más atravesada por la información pública. Entonces, diría que hoy la influencia de la literatura contra la impunidad es francamente menor. ¿Qué puede hacer la literatura frente al terrorismo en dosis industriales, a los grupos violentos y militarizados, a los jueces que no juzgan, a los diplomáticos desinteresados en lo que debiera interesarles, a los investigadores que no investigan?
Pero habrá que pensar también si es función de quienes escribimos ficción situarnos frente a esos poderes fácticos y en caso afirmativo para qué.
- ¿Es esa una función de la literatura?
- No lo sé. Sartre decía que sí y Vargas Llosa también lo dice. Alguien que se dedica a esto tiene, antes que nada, que saber escribir. Lo demás se puede discutir.
- Sin embargo, tus cuentos significaron un aporte a la memoria, directo e indirecto, y la posibilidad - que vos mismo marcaste en una entrevista anterior - de pasar de ser victima a ser testigo.
- La literatura puede apuntalar la memoria como un hecho simbólico y algunos críticos hicieron esa generosa interpretación de "Cuentos bajo los escombros". Si fue así, bienvenida la memoria. Se apuntala la memoria y eso se puede lograr. Pasar a ser un testigo fue un proceso personal, pero no hubiera sido posible sin mi trabajo como escritor.
- Me surge esta pregunta luego de escucharte: ¿Que es ser un escritor honesto?
- No se me ocurre más que contestarte con la frase de Osvaldo Soriano: ¿qué escritor honesto opta por los vencedores?
- ¿Quiénes son los vencedores dentro de las cuestiones que estamos hablando?
- En la no ficción de la que venimos hablando en la entrevista, los vencedores son quienes pensaron y llevaron a cabo los atentados, sus encubridores, sus cómplices. Claramente.
- ¿Y en tu literatura?
- En mi literatura los personajes más queribles no son precisamente los ganadores, o lo que lo establecido conoce como tales. Me animo a decir que eso sucede con mis personajes en el "El Barco", y esto se puede leer en el final de la novela.
-¿Y aplicado a vos mismo?
- Aunque esto no me parece que le interese a nadie,
creo que soy un privilegiado, empezando por el hecho de que puedo escribir, y lo puedo hacer luego de haber salido despedido de entre los escombros, con vida, aquel 17 de marzo.
- La novela tiene, tal tu característica, las palabras indispensables, muy pocos adjetivos, diálogos tajantes, breves. ¿Por qué?
- Es una estrategia narrativa. Me parece que lo que se puede contar en diez palabras hay que contarlo en ocho y luego si se puede en seis. Es mi punto de vista, sólo eso.
- ¿Te merece alguna otra reflexión? Te lo pregunto porque es notorio ese rasgo de tu escritura, quizás sea el más saliente, además del suspenso.
- Es una elección. No me siento cómodo con palabras de más. Por otra parte, vivimos con muchas palabras de más: en los medios audiovisuales pasa demasiado a menudo, en los textos de la burocracia, en los discursos, en los vendedores de ilusiones.
*El autor era Jefe de Prensa de la Embajada de Israel y estaba trabajando en el segundo piso en el momento del atentado. Se considera un privilegiado por poder escribir después de haber sobrevivido y en su libro
Cuando ocurrió el atentado a la Embajada de Israel en Buenos Aires, Jorge Cohen estaba en el segundo piso: fue despedido, salió de entre los escombros y sobrevivió. Escribió "Cuentos bajo los escombros" y "El Barco" de Editorial Ross.
"En principio, todo lo que he escrito o escriba luego de los atentados está o estará directa o indirectamente influido por ellos. Todo. Hasta cuando escribo la lista de compras en el supermercado. Ese es mi piso narrativo. Aunque no me lo proponga, en algún lugar del texto estarán el clima, la sospecha, estarán las complicidades, las hipocresías, los encubrimientos. Estará ese decorado sostenido por la Justicia, ese decorado con los buenos y con los malos de la película. En suma, en algún lugar de la trama estará la impunidad", explica Cohen en una entrevista que le realizó la periodista Fernanda Kantor en exclusiva para .
- En "El Barco" hay un asesinato en el que el presunto asesino rinde luego homenaje a su víctima. ¿Esto sugiere una continuidad en esa relación ficción-realidad a la que te referiste recién?
- Cuando escribía la novela pensaba que en la ficción era natural que sucediera eso, pero no lo vinculé con los atentados, al menos concientemente. Esa relación que vos hacés me parece atinada. Asesinos que simulan llorar a sus víctimas en la trama siniestra de los atentados. Bien. ¿por que no pensar que eso sucedió y que aún sucede?
- Como en tu ficción, que el presunto asesino reza concentrado durante el sepelio de Posadas, su víctima.
- Eso sucede en la novela, en el realismo de ese texto. Y puede ser tomado también como una metáfora.
- ¿La literatura y la ficción pueden incidir de alguna manera contra estas conductas y contra la hipocresía que vos marcás?
- Es una respuesta difícil porque es difícil medir ese impacto, en caso de que tal cosa fuera posible. Sin embargo, y con los riesgos de las generalizaciones, me parece que hoy la literatura tiene una incidencia lateral, mínima en la sociedad y aún en la cultura, mucho más atravesada por la información pública. Entonces, diría que hoy la influencia de la literatura contra la impunidad es francamente menor. ¿Qué puede hacer la literatura frente al terrorismo en dosis industriales, a los grupos violentos y militarizados, a los jueces que no juzgan, a los diplomáticos desinteresados en lo que debiera interesarles, a los investigadores que no investigan?
Pero habrá que pensar también si es función de quienes escribimos ficción situarnos frente a esos poderes fácticos y en caso afirmativo para qué.
- ¿Es esa una función de la literatura?
- No lo sé. Sartre decía que sí y Vargas Llosa también lo dice. Alguien que se dedica a esto tiene, antes que nada, que saber escribir. Lo demás se puede discutir.
- Sin embargo, tus cuentos significaron un aporte a la memoria, directo e indirecto, y la posibilidad - que vos mismo marcaste en una entrevista anterior - de pasar de ser victima a ser testigo.
- La literatura puede apuntalar la memoria como un hecho simbólico y algunos críticos hicieron esa generosa interpretación de "Cuentos bajo los escombros". Si fue así, bienvenida la memoria. Se apuntala la memoria y eso se puede lograr. Pasar a ser un testigo fue un proceso personal, pero no hubiera sido posible sin mi trabajo como escritor.
- Me surge esta pregunta luego de escucharte: ¿Que es ser un escritor honesto?
- No se me ocurre más que contestarte con la frase de Osvaldo Soriano: ¿qué escritor honesto opta por los vencedores?
- ¿Quiénes son los vencedores dentro de las cuestiones que estamos hablando?
- En la no ficción de la que venimos hablando en la entrevista, los vencedores son quienes pensaron y llevaron a cabo los atentados, sus encubridores, sus cómplices. Claramente.
- ¿Y en tu literatura?
- En mi literatura los personajes más queribles no son precisamente los ganadores, o lo que lo establecido conoce como tales. Me animo a decir que eso sucede con mis personajes en el "El Barco", y esto se puede leer en el final de la novela.
-¿Y aplicado a vos mismo?
- Aunque esto no me parece que le interese a nadie,
creo que soy un privilegiado, empezando por el hecho de que puedo escribir, y lo puedo hacer luego de haber salido despedido de entre los escombros, con vida, aquel 17 de marzo.
- La novela tiene, tal tu característica, las palabras indispensables, muy pocos adjetivos, diálogos tajantes, breves. ¿Por qué?
- Es una estrategia narrativa. Me parece que lo que se puede contar en diez palabras hay que contarlo en ocho y luego si se puede en seis. Es mi punto de vista, sólo eso.
- ¿Te merece alguna otra reflexión? Te lo pregunto porque es notorio ese rasgo de tu escritura, quizás sea el más saliente, además del suspenso.
- Es una elección. No me siento cómodo con palabras de más. Por otra parte, vivimos con muchas palabras de más: en los medios audiovisuales pasa demasiado a menudo, en los textos de la burocracia, en los discursos, en los vendedores de ilusiones.
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“Fascismo y nazismo en las letras argentinas”
Escrito por Daniel Muchnik*, Especial para CONVERGENCIA
domingo, 13 de diciembre de 2009
Fuente: Revista Convergencia (1-12-09)
Un libro de Leonardo Senkman y Saúl Sosnowski.
Es un ensayo apasionante, vertiginoso y completo sobre la presencia de la extrema derecha, el racismo y la repercusión de patologías ideológicas surgidas al amparo del odio al bolcheviquismo en la literatura argentina. Algunos datos no son novedosos (la “novedad” no fue el propósito de quienes lo escribieron) pero el libro atrapa por el ritmo y la coherencia narrativa y por el análisis de vida y obra de los escritores que sus páginas van presentando y deshilachando.
Me otorgaron el honor de presentarlo en el Museo del Holocausto hace algunas semanas, junto al juez Daniel Rafecas y a uno de sus autores, Saúl Sosnowski, hombre vinculado a la historia y al fluir de las letras nacionales, desde siempre.
Saúl Sosnowski, argentino, es actualmente Profesor de Literatura y Cultura Latinoamérica de la Universidad de Maryland, Collage Park, y cuenta en su haber con varios trabajos de investigación sobre Cortázar, Borges y escritores judíos-argentinos. El co-autor es Leonardo Senkman que estudió en la Universidad Nacional del Litoral, es doctor en Historia de la Universidad de Buenos Aires y en estos días es profesor en el Departamento de Estudios Románicos y Latinoamericanos de programas académicos de la Universidad Hebrea de Jerusalén. A Senkman le debemos investigaciones claves sobre la identidad judía en la Literatura Argentina, el antisemitismo en la Argentina y sobre la inmigración de Europa del Este.
Es interesante tomar en cuenta que los “dueños de la tierra” y la Generación del 80, que promovieron en masa la inmigración a la Argentina (hubo algunas experiencias previas, emprendidas entre otros por Justo José de Urquiza ) miraron al extranjero como un elemento necesario para trabajar en el campo, cuidar al ganado y cultivar, pero al mismo tiempo lo mantuvieron a distancia, incluso como extraño objeto de curiosidad y de investigación. Tanto Ramos Mejía como José Ingenieros aportaron con su “Psicología de las Masas” herramientas de interpretación de ese fenómeno inmigratorio. Lo hicieron con una mirada desde el “positivismo”, cientificista, poco comprometida con el destino de esas masas. Había, en ellos, una especie de prejuicio de “elite”, de sobradora oligárquica mirada, aun siendo progresistas en su tiempo.
No todo el progresismo argentino entendió antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial la dimensión del exterminio judío. El tema “antisemitismo” no estaba demasiado presente en las publicaciones pro-aliadas. La especificidad de la Shoá no fue recordada por el antifascismo. Sí se habló del ingreso de inmigrantes nazis encubiertos bajo la protección del régimen del primer y segundo peronismo. Debieron pasar muchos años para que el antisemitismo ocupara el primer plano de la atención. Así, el Tribunal de Nuremberg atendió, para esas revistas progresistas, los “crímenes contra la humanidad” y sólo entre ellos, uno más, el crimen genocida. Ese criterio se extendió hasta 1960, hasta el secuestro por israelíes de Eichman en Buenos Aires.
El fascismo como ideología redentora de los grupos de ex-combatientes ya aparece desarrollado en la colectividad italiana en la Argentina con sus publicaciones y sus asociaciones, a partir de la década del veinte. El nazismo se instaló en la colectividad alemana en nuestro país y con fuerza en la década del treinta. Los pro-nazis levantaban las banderas del nuevo Terror en las colonias de rusos-alemanes en la provincia de Entre Ríos y brindaban una educación racista y antisemita en los colegios que mantenía la colectividad en Buenos Aires y en el Interior.
Fue el entusiasmo liberal anti-nazi de Alfredo Hirsch (dirigente del grupo Bunge y Born) y de la familia Aleman (cuyo jefe de familia fue periodista, padre de los dos hermanos, Roberto y Juan, de plena actuación en la vida económica del país en la segunda mitad del siglo XX) lo que posibilitó la creación del Colegio “Pestalozzi” que frenó la ideología totalitaria en las aulas.
No es de extrañar el comportamiento progresista distante en un comienzo frente a la masacre judía. Se ha dicho y repetido que un luchador antifascista, de abierto criterio progresista como el escritor Césare Pavese, uno de los responsables de la Editorial Mondadori en Italia, le rechazó en 1946 a Primo Levi la publicación de la primera versión de su brillante libro “Si esto es un hombre”, donde narraba sus terribles experiencias en Auschwitz. El argumento de Pavese fue: “Es una historia terrible, muy triste. Ahora debemos olvidar el horror de la guerra y las desgracias personales y pensar en el futuro”. Es el mismo Pavese que pocos después, desasosegado y aplastado por un rechazo amoroso se suicidará. Sólo quince años después Primo Levi, en 1961/62 pudo ver impreso su libro, que tuvo un rápido éxito.
En ese mismo camino los stalinistas rusos se negaron a hablar (eso duró hasta después de la muerte del sanguinario Stalin, en 1953) del genocidio, lo taparon y prefirieron señalar que las víctimas eran rusas, que el genocidio fue contra el pueblo ruso. Fueron los mismos que prohibieron los textos de Vassili Grossman (autor de esa epopeya literaria que es “Vida y Destino”), el primer periodista–cronista de guerra que llegó a los campos de exterminio y los describió minuciosamente.
Fueron, también, los mismos que asesinaron a figuras del mundo judío ruso, que persiguieron judíos, que maltrataron judios y los que engendraron el mito del “complot judío cosmopolita” contra Rusia. Todo con la anuencia del Kremlin. Después de la guerra se generó una intensa ola de antisemitismo en la Unión Soviética. Recientes trabajos de investigación, en especial de historiadores ingleses que obtuvieron documentos recientemente liberados al conocimiento de especialistas, demuestran el terror antisemita que primó en la Unión Soviética hasta el Congreso del Partido que en 1956 reconoció los crímenes de Stalin. Sugiero la lectura de una joya de la indagación histórica, obra de Orlando Figes, titulada “Los que Susurran”, publicado por Editorial Edhasa.
En la Argentina, escritores abiertamente antisemitas como Hugo Wast (pseudónimo de Gustavo Adolfo Martínez Zuviría) fueron juzgados como escritores “católicos” por plumas de pensamiento liberal. Para Wast el judío domina al mundo cristiano. Director de la Biblioteca Nacional (todavía hoy lleva su nombre uno de sus Departamentos principales) cuestionaba a los judíos por querer controlar la República y fomentó la lectura de “Los Protocolos de los Sabios de Sión”. Había un complot para conquistar la República y sus responsables eran judíos.
Es absolutamente cierto -señalan los autores de “Fascismo y Nazismo en las Letras Argentinas”**- que el catolicismo integrista e importantes sectores jerárquicos de la Iglesia pregonaron el antisemitismo en la Argentina, abiertamente a partir de la llegada de fascistas y nazis al poder en Europa. La revista Criterio, en esa etapa, dirigida por Monseñor Gustavo Franceschi (derrotado en una famosa polémica sobre la existencia de Dios por Lisandro de la Torre) se identificó con el anticomunismo, con el franquismo, sugirió la prevención contra la actividad religiosa de los judíos en el país. Si bien, para ellos, los nazis eran materialistas, paganos y “anticristianos” no dejaron de castigar al judío. Cuando se desató la guerra, en 1939, el nacionalismo católico integrista fue sin tapujo antisemita y pro-Eje, muchos de cuyos dirigentes provenían de Acción Católica. Los de Criterio manifestaron, por el contrario, piedad por la persecución de los polacos católicos pero no abrieron la boca frente al Holocausto y sus víctimas.
Otros escritores pidieron en la Argentina un Estado fuerte, autoritario y disciplinado y adhirieron por etapas al fascismo. Uno de ellos fue Manuel Gálvez, quien había pasado del yrigoyenismo al primer peronismo, admiraba a Mussolini y en la vida diaria se posicionaba como un “fascista católico”. Otro caso es el de Leonardo Castellani, quien había sido formado sacerdote en Italia, admiraba al Duce y el texto de sus discursos. Despojado de la virulencia antisemita nazi, Castellani reprochó la mentada “Insolenta Judaeorum” de los intelectuales judíos , que se mostraran, que se exhibieran y en ese terreno fue un gran cuestionador del editor Samuel Glusberg. Por supuesto que tenía “judeofobia” porque juzgaba que eran las víctimas las que creaban el “problema judío”. Su santo y seña fue siempre: “Hacer Patria”, “Hacer Díos”, enseñar a los judíos a “subordinarse” a la “Nación Católica”. Apoyó al franquismo y criticó el capitalismo liberal y ofreció su candidatura al Parlamento en 1946 por la Alianza Libertadora Nacionalista.
El libro de Senkman y Sosnowski es un aporte fundamental para el estudio en detalle de la ideología fascista en las letras argentinas. Es imposible sintetizar en una nota la gran cantidad de autores analizados.
* Lic. En Historia, escritor, periodista
** Ediciones Lumiere, Buenos Aires 2009
Escrito por Daniel Muchnik*, Especial para CONVERGENCIA
domingo, 13 de diciembre de 2009
Fuente: Revista Convergencia (1-12-09)
Un libro de Leonardo Senkman y Saúl Sosnowski.
Es un ensayo apasionante, vertiginoso y completo sobre la presencia de la extrema derecha, el racismo y la repercusión de patologías ideológicas surgidas al amparo del odio al bolcheviquismo en la literatura argentina. Algunos datos no son novedosos (la “novedad” no fue el propósito de quienes lo escribieron) pero el libro atrapa por el ritmo y la coherencia narrativa y por el análisis de vida y obra de los escritores que sus páginas van presentando y deshilachando.
Me otorgaron el honor de presentarlo en el Museo del Holocausto hace algunas semanas, junto al juez Daniel Rafecas y a uno de sus autores, Saúl Sosnowski, hombre vinculado a la historia y al fluir de las letras nacionales, desde siempre.
Saúl Sosnowski, argentino, es actualmente Profesor de Literatura y Cultura Latinoamérica de la Universidad de Maryland, Collage Park, y cuenta en su haber con varios trabajos de investigación sobre Cortázar, Borges y escritores judíos-argentinos. El co-autor es Leonardo Senkman que estudió en la Universidad Nacional del Litoral, es doctor en Historia de la Universidad de Buenos Aires y en estos días es profesor en el Departamento de Estudios Románicos y Latinoamericanos de programas académicos de la Universidad Hebrea de Jerusalén. A Senkman le debemos investigaciones claves sobre la identidad judía en la Literatura Argentina, el antisemitismo en la Argentina y sobre la inmigración de Europa del Este.
Es interesante tomar en cuenta que los “dueños de la tierra” y la Generación del 80, que promovieron en masa la inmigración a la Argentina (hubo algunas experiencias previas, emprendidas entre otros por Justo José de Urquiza ) miraron al extranjero como un elemento necesario para trabajar en el campo, cuidar al ganado y cultivar, pero al mismo tiempo lo mantuvieron a distancia, incluso como extraño objeto de curiosidad y de investigación. Tanto Ramos Mejía como José Ingenieros aportaron con su “Psicología de las Masas” herramientas de interpretación de ese fenómeno inmigratorio. Lo hicieron con una mirada desde el “positivismo”, cientificista, poco comprometida con el destino de esas masas. Había, en ellos, una especie de prejuicio de “elite”, de sobradora oligárquica mirada, aun siendo progresistas en su tiempo.
No todo el progresismo argentino entendió antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial la dimensión del exterminio judío. El tema “antisemitismo” no estaba demasiado presente en las publicaciones pro-aliadas. La especificidad de la Shoá no fue recordada por el antifascismo. Sí se habló del ingreso de inmigrantes nazis encubiertos bajo la protección del régimen del primer y segundo peronismo. Debieron pasar muchos años para que el antisemitismo ocupara el primer plano de la atención. Así, el Tribunal de Nuremberg atendió, para esas revistas progresistas, los “crímenes contra la humanidad” y sólo entre ellos, uno más, el crimen genocida. Ese criterio se extendió hasta 1960, hasta el secuestro por israelíes de Eichman en Buenos Aires.
El fascismo como ideología redentora de los grupos de ex-combatientes ya aparece desarrollado en la colectividad italiana en la Argentina con sus publicaciones y sus asociaciones, a partir de la década del veinte. El nazismo se instaló en la colectividad alemana en nuestro país y con fuerza en la década del treinta. Los pro-nazis levantaban las banderas del nuevo Terror en las colonias de rusos-alemanes en la provincia de Entre Ríos y brindaban una educación racista y antisemita en los colegios que mantenía la colectividad en Buenos Aires y en el Interior.
Fue el entusiasmo liberal anti-nazi de Alfredo Hirsch (dirigente del grupo Bunge y Born) y de la familia Aleman (cuyo jefe de familia fue periodista, padre de los dos hermanos, Roberto y Juan, de plena actuación en la vida económica del país en la segunda mitad del siglo XX) lo que posibilitó la creación del Colegio “Pestalozzi” que frenó la ideología totalitaria en las aulas.
No es de extrañar el comportamiento progresista distante en un comienzo frente a la masacre judía. Se ha dicho y repetido que un luchador antifascista, de abierto criterio progresista como el escritor Césare Pavese, uno de los responsables de la Editorial Mondadori en Italia, le rechazó en 1946 a Primo Levi la publicación de la primera versión de su brillante libro “Si esto es un hombre”, donde narraba sus terribles experiencias en Auschwitz. El argumento de Pavese fue: “Es una historia terrible, muy triste. Ahora debemos olvidar el horror de la guerra y las desgracias personales y pensar en el futuro”. Es el mismo Pavese que pocos después, desasosegado y aplastado por un rechazo amoroso se suicidará. Sólo quince años después Primo Levi, en 1961/62 pudo ver impreso su libro, que tuvo un rápido éxito.
En ese mismo camino los stalinistas rusos se negaron a hablar (eso duró hasta después de la muerte del sanguinario Stalin, en 1953) del genocidio, lo taparon y prefirieron señalar que las víctimas eran rusas, que el genocidio fue contra el pueblo ruso. Fueron los mismos que prohibieron los textos de Vassili Grossman (autor de esa epopeya literaria que es “Vida y Destino”), el primer periodista–cronista de guerra que llegó a los campos de exterminio y los describió minuciosamente.
Fueron, también, los mismos que asesinaron a figuras del mundo judío ruso, que persiguieron judíos, que maltrataron judios y los que engendraron el mito del “complot judío cosmopolita” contra Rusia. Todo con la anuencia del Kremlin. Después de la guerra se generó una intensa ola de antisemitismo en la Unión Soviética. Recientes trabajos de investigación, en especial de historiadores ingleses que obtuvieron documentos recientemente liberados al conocimiento de especialistas, demuestran el terror antisemita que primó en la Unión Soviética hasta el Congreso del Partido que en 1956 reconoció los crímenes de Stalin. Sugiero la lectura de una joya de la indagación histórica, obra de Orlando Figes, titulada “Los que Susurran”, publicado por Editorial Edhasa.
En la Argentina, escritores abiertamente antisemitas como Hugo Wast (pseudónimo de Gustavo Adolfo Martínez Zuviría) fueron juzgados como escritores “católicos” por plumas de pensamiento liberal. Para Wast el judío domina al mundo cristiano. Director de la Biblioteca Nacional (todavía hoy lleva su nombre uno de sus Departamentos principales) cuestionaba a los judíos por querer controlar la República y fomentó la lectura de “Los Protocolos de los Sabios de Sión”. Había un complot para conquistar la República y sus responsables eran judíos.
Es absolutamente cierto -señalan los autores de “Fascismo y Nazismo en las Letras Argentinas”**- que el catolicismo integrista e importantes sectores jerárquicos de la Iglesia pregonaron el antisemitismo en la Argentina, abiertamente a partir de la llegada de fascistas y nazis al poder en Europa. La revista Criterio, en esa etapa, dirigida por Monseñor Gustavo Franceschi (derrotado en una famosa polémica sobre la existencia de Dios por Lisandro de la Torre) se identificó con el anticomunismo, con el franquismo, sugirió la prevención contra la actividad religiosa de los judíos en el país. Si bien, para ellos, los nazis eran materialistas, paganos y “anticristianos” no dejaron de castigar al judío. Cuando se desató la guerra, en 1939, el nacionalismo católico integrista fue sin tapujo antisemita y pro-Eje, muchos de cuyos dirigentes provenían de Acción Católica. Los de Criterio manifestaron, por el contrario, piedad por la persecución de los polacos católicos pero no abrieron la boca frente al Holocausto y sus víctimas.
Otros escritores pidieron en la Argentina un Estado fuerte, autoritario y disciplinado y adhirieron por etapas al fascismo. Uno de ellos fue Manuel Gálvez, quien había pasado del yrigoyenismo al primer peronismo, admiraba a Mussolini y en la vida diaria se posicionaba como un “fascista católico”. Otro caso es el de Leonardo Castellani, quien había sido formado sacerdote en Italia, admiraba al Duce y el texto de sus discursos. Despojado de la virulencia antisemita nazi, Castellani reprochó la mentada “Insolenta Judaeorum” de los intelectuales judíos , que se mostraran, que se exhibieran y en ese terreno fue un gran cuestionador del editor Samuel Glusberg. Por supuesto que tenía “judeofobia” porque juzgaba que eran las víctimas las que creaban el “problema judío”. Su santo y seña fue siempre: “Hacer Patria”, “Hacer Díos”, enseñar a los judíos a “subordinarse” a la “Nación Católica”. Apoyó al franquismo y criticó el capitalismo liberal y ofreció su candidatura al Parlamento en 1946 por la Alianza Libertadora Nacionalista.
El libro de Senkman y Sosnowski es un aporte fundamental para el estudio en detalle de la ideología fascista en las letras argentinas. Es imposible sintetizar en una nota la gran cantidad de autores analizados.
* Lic. En Historia, escritor, periodista
** Ediciones Lumiere, Buenos Aires 2009
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Narrativa literatura argentina
Las mujeres engordan al casarse, incluso si no tienen hijos
Suben entre siete y diez kilos en diez años
Noticias de Ciencia/Salud Nicholas Bakalar
The New York Times
NUEVA YORK.? Es bien sabido que las mujeres tienden a engordar luego de dar a luz. Pero ahora un estudio encontró evidencias de que, entre las mujeres sin hijos, las que viven con un compañero engordan más que aquellas que no lo tienen. Las diferencias, según los científicos, son notables.
Luego de considerar otras variables, el peso promedio adquirido durante diez años por una mujer de 70 kilos fue de diez kilos si tenía un hijo y una pareja; de casi siete kilos si tenía pareja, pero ningún hijo, y de cinco kilos si no tenía ni hijos ni pareja. El número de mujeres con hijos pero sin compañero fue demasiado pequeño como para extraer conclusiones estadísticamente significativas.
No hay razón para creer que tener un compañero pueda causar cambios metabólicos, por lo que entre las mujeres sin hijos y con pareja engordar estuvo casi con seguridad causado por la alteración de la conducta. Además se notó un continuo aumento de peso entre todas las mujeres a lo largo del estudio.
Esto no explica aún el mayor aumento de peso en mujeres que quedan embarazadas. La principal autora del estudio, Annette J. Dobson, profesora de bioestadísticas de la Universidad de Queensland, en Australia, sugirió que los cambios psicológicos podían ser la causa.
"Los cuerpos de las mujeres pueden adaptarse al aumento de peso asociado con tener hijos -afirmó la doctora Dobson-. Puede haber una adaptación metabólica que continúa luego del embarazo y que es difícil de revertir. Esta podría ser la explicación más coherente con nuestros descubrimientos, más que cualquier otra."
El estudio abarcó a más de 6000 mujeres australianas durante un período de diez años. Cada una de ellas completó periódicamente un informe con más de 300 preguntas sobre el peso, la altura, la edad, el nivel de educación, la actividad física, hábitos como el consumo de alcohol, los medicamentos y una amplia gama de temas relacionados con la salud.
Al término del estudio, publicado en la revista The American Journal of Preventive Medicine, más de la mitad de las mujeres habían ya obtenido un grado universitario, alrededor de tres cuartos tenía pareja y la mitad había tenido por lo menos un hijo. Casi todo el aumento de peso se había obtenido con el primer hijo, los nacimientos siguientes tuvieron poca influencia.
También se dio que al finalizar el período del estudio había menos fumadoras y bebedoras empedernidas que al comenzar, más mujeres que realizaban menos ejercicios y una mayor cantidad sin un empleo fijo.
Pero incluso luego de considerar todos estos factores y algunos más, las diferencias de peso entre las mujeres con hijos o sin ellos y entre las que tenían o no pareja permanecieron invariables. A pesar de las limitaciones del estudio, el peso lo informaban las interesadas, por ejemplo, y el grupo de prueba se redujo con el tiempo porque algunas abandonaron; otros expertos encontraron que los resultados eran valiosos.
"Es interesante y destaca algunos puntos importantes", dijo Maureen A. Murtaugh, profesora adjunta de epidemiología de la universidad de UTA, que ha publicado abundantemente sobre el aumento de peso en las mujeres. Quizá, sugirió, una vida social más activa puede ayudar a explicar por qué las mujeres con pareja engordan más.
"Pensemos en un restaurante -dijo la doctora Murtaugh-. Sirven la misma cantidad a un hombre de 1,80 metros que a mí, aunque mido 1,60 metros y peso 30 kilos menos."
El estudio incluyó sólo a mujeres, pero los investigadores citaron un estudio previo que mostraba un incremento de la obesidad en hombres que tenían hijos, lo que agregó más evidencia a favor de los factores sociales y de conducta como explicación del fenómeno.
La doctora Dobson afirmó que el descubrimiento del aumento de peso en todas las mujeres, ya sea con familia o no, era aun dato inquietante. "Es un tema de salud preocupante -agregó-. Casarse o mudarse con una pareja y tener un hijo son acontecimientos que disparan la tendencia a engordar."
"Desde el punto de vista de la prevención, se debe ver esos momentos como especiales y es cuando las mujeres deben ser particularmente cuidadosas."
Traducción de María Elena Rey
Suben entre siete y diez kilos en diez años
Noticias de Ciencia/Salud Nicholas Bakalar
The New York Times
NUEVA YORK.? Es bien sabido que las mujeres tienden a engordar luego de dar a luz. Pero ahora un estudio encontró evidencias de que, entre las mujeres sin hijos, las que viven con un compañero engordan más que aquellas que no lo tienen. Las diferencias, según los científicos, son notables.
Luego de considerar otras variables, el peso promedio adquirido durante diez años por una mujer de 70 kilos fue de diez kilos si tenía un hijo y una pareja; de casi siete kilos si tenía pareja, pero ningún hijo, y de cinco kilos si no tenía ni hijos ni pareja. El número de mujeres con hijos pero sin compañero fue demasiado pequeño como para extraer conclusiones estadísticamente significativas.
No hay razón para creer que tener un compañero pueda causar cambios metabólicos, por lo que entre las mujeres sin hijos y con pareja engordar estuvo casi con seguridad causado por la alteración de la conducta. Además se notó un continuo aumento de peso entre todas las mujeres a lo largo del estudio.
Esto no explica aún el mayor aumento de peso en mujeres que quedan embarazadas. La principal autora del estudio, Annette J. Dobson, profesora de bioestadísticas de la Universidad de Queensland, en Australia, sugirió que los cambios psicológicos podían ser la causa.
"Los cuerpos de las mujeres pueden adaptarse al aumento de peso asociado con tener hijos -afirmó la doctora Dobson-. Puede haber una adaptación metabólica que continúa luego del embarazo y que es difícil de revertir. Esta podría ser la explicación más coherente con nuestros descubrimientos, más que cualquier otra."
El estudio abarcó a más de 6000 mujeres australianas durante un período de diez años. Cada una de ellas completó periódicamente un informe con más de 300 preguntas sobre el peso, la altura, la edad, el nivel de educación, la actividad física, hábitos como el consumo de alcohol, los medicamentos y una amplia gama de temas relacionados con la salud.
Al término del estudio, publicado en la revista The American Journal of Preventive Medicine, más de la mitad de las mujeres habían ya obtenido un grado universitario, alrededor de tres cuartos tenía pareja y la mitad había tenido por lo menos un hijo. Casi todo el aumento de peso se había obtenido con el primer hijo, los nacimientos siguientes tuvieron poca influencia.
También se dio que al finalizar el período del estudio había menos fumadoras y bebedoras empedernidas que al comenzar, más mujeres que realizaban menos ejercicios y una mayor cantidad sin un empleo fijo.
Pero incluso luego de considerar todos estos factores y algunos más, las diferencias de peso entre las mujeres con hijos o sin ellos y entre las que tenían o no pareja permanecieron invariables. A pesar de las limitaciones del estudio, el peso lo informaban las interesadas, por ejemplo, y el grupo de prueba se redujo con el tiempo porque algunas abandonaron; otros expertos encontraron que los resultados eran valiosos.
"Es interesante y destaca algunos puntos importantes", dijo Maureen A. Murtaugh, profesora adjunta de epidemiología de la universidad de UTA, que ha publicado abundantemente sobre el aumento de peso en las mujeres. Quizá, sugirió, una vida social más activa puede ayudar a explicar por qué las mujeres con pareja engordan más.
"Pensemos en un restaurante -dijo la doctora Murtaugh-. Sirven la misma cantidad a un hombre de 1,80 metros que a mí, aunque mido 1,60 metros y peso 30 kilos menos."
El estudio incluyó sólo a mujeres, pero los investigadores citaron un estudio previo que mostraba un incremento de la obesidad en hombres que tenían hijos, lo que agregó más evidencia a favor de los factores sociales y de conducta como explicación del fenómeno.
La doctora Dobson afirmó que el descubrimiento del aumento de peso en todas las mujeres, ya sea con familia o no, era aun dato inquietante. "Es un tema de salud preocupante -agregó-. Casarse o mudarse con una pareja y tener un hijo son acontecimientos que disparan la tendencia a engordar."
"Desde el punto de vista de la prevención, se debe ver esos momentos como especiales y es cuando las mujeres deben ser particularmente cuidadosas."
Traducción de María Elena Rey
CRONICA DE RECAMBIO DE EPOCA: A 20 AÑOS DE LA CAIDA DEL MURO EN BERLIN DEL ESTE
La vida de los otros
La caída del Muro de Berlín dio lugar al curioso término de “reunificación”. Una reunificación que quedó en manos del capitalismo, claro, que cuenta la historia tal como le parece. Comienza una nueva década, con lo cual es un buen momento para revisitar el pasado y lo que el presente recuerda de él. Un cronista del NO recorrió esa ciudad en busca de vestigios históricos, pero en la cultura joven sólo encontró desidia y más desidia. El capitalismo se las arregló para borrar vestigios de lo que fue.
Por José Esses
Desde Berlin
En Alemania ya no se habla del “fin del comunismo” cuando se hace referencia a la caída del Muro de Berlín. Eso querría decir que alguien derribó a ese gobierno que Benedicto XVI hace poco describió como “una dictadura que realizaba acciones siempre inmorales”. La historia oficial cuenta que el 9 de noviembre, en una conferencia de prensa, se anunció que se podría cruzar del Este al Oeste sin pasaportes ni visados. Cuando un periodista italiano preguntó desde cuándo regiría esa ley, el funcionario se puso nervioso y respondió “inmediatamente”, pese a que esa decisión todavía no estaba tomada. El Muro, entonces, habría caído casi por error: no hizo falta que alguien lo empujara. En tiempos de corrección política, la palabra de moda es “reunificación”, un término mucho más amigable y que da a entender que se combinó lo mejor de las dos ciudades.
Cuando Hillary Clinton, Nicolas Sarkozy y Mijail Gorbachov, entre otros, se acercaron hasta Berlín para celebrar los 20 años de su refundación, con sólo verlos saludar a Angela Merkel, la canciller federal, queda en claro en manos de quiénes quedó Berlín. Son historia los tiempos en los que se aspiraba a la igualdad, ya casi nadie habla de ello. Apenas mil personas marcharon para declararse en contra de los festejos oficiales el 7 de noviembre. No hubo voces que se rebelaran ante el discurso de los vencedores, no hubo un solo artista que organizara un show en contra de la “reunificación”. La palabrita elegida no deja de tener una carga de ironía, porque la impusieron aquellos que se quedaron con la ciudad sin tomar algo del otro lado. Para llegar a una unión es necesario mezclar, por lo menos, dos elementos. No fue éste el caso berlinés. Acá se impuso un sistema, el capitalista, sobre el otro. Del resto, ni noticias.
GORRO, BANDERA, VINCHA
Se hace difícil encontrar señales de la Berlín comunista en la ciudad actual. Más sencillo es cruzarse con merchandising que recuerda a esa época. La figura preferida de los diseñadores es Ampelmännchen, el hombrecito que aparece en las luces del semáforo. Fue inventado en el lado oriental y estuvo a punto de extinguirse cuando modernizaron los semáforos. Una campaña lo salvó y sigue firme, aunque sólo ordena el tránsito del Este de Berlín. Su imagen aparece en todo tipo de productos: remeras, tazas, llaveros y gorras. La manera que encontró el capitalismo de darle lugar al imaginario comunista es, lógico, a través del consumo.
Ejemplo de ello es la “ostalgie”. A los alemanes del Este se los llamaba despectivamente “ossis”, y en los últimos años se puso de moda la estética que refiere a la República Democrática. En los negocios del ramo se pueden encontrar los productos que antes hubiera despreciado cualquier alemán occidental: Club Cola (la gaseosa del Este), chocolate que en realidad no era chocolate y todo tipo de objetos de diseño que recuperaron un lugar en el imaginario colectivo gracias a películas como Good bye, Lenin o La vida de los otros. El referente más claro de la “ostalgie” es el auto Trabant, típico del Este, que multiplicó su precio luego de ser despreciado durante décadas.
En los museos que recomponen la memoria de la ciudad también aparecen algunas señales del pasado aunque, claro, esa visión también está un poco distorsionada. El DDR Museum propone revivir algunas costumbres de la Berlín Oriental a través de la participación de los visitantes, que pueden subirse a un Trabant, bailar las coreografías de los grupos pop comunistas o sentarse en una reproducción de un living típico del Este. De un perchero cuelgan los jeans que vestía esa gente que, según muestra el museo, adoraba veranear desnuda. El análisis del comunismo es tan superficial como tendencioso. No se menciona que en el Este no existía el desempleo ni que todo el mundo tenía una vivienda.
Tampoco esos datos se encuentran en la Casa del Check Point Charlie, un museo que está en el mismo lugar donde funcionaba el paso fronterizo más famoso. Allí los protagonistas son los valientes que se escaparon del Este en globo aerostático, cavando un túnel o encerrados en baúles de autos. La Berlín Oriental que se construye en ese lugar parece un infierno del que nadie quería participar. Por último, en Hochenschonhausen la historia es contada por los protagonistas. Ese lugar fue una cárcel en la Alemania del Este en la que eran detenidos los presos políticos. Casi todos los guías estuvieron allí encerrados y el tour incluye un paseo por las salas de tortura y de interrogatorio. ¿Hay algún museo en el que los comunistas cuenten su versión de la historia? No, claro que no. Según la idiosincrasia alemana, los perdedores no tienen lugar ni para quejarse, deben retirarse del mapa sin chistar.
EL TUNEL DEL TIEMPO
Si la ciudad no le hace lugar a su propia historia, entonces, ¿por qué no acercarse hasta algún viejo barrio comunista? Tal vez allí alguien cuenta algo distinto. Marzahn queda en el nordeste de la ciudad y Alemania escribió varias páginas de su historia reciente en este distrito. No son las páginas más felices, por cierto. Aquí, durante la Segunda Guerra Mundial, funcionó un gigantesco campo de trabajo forzado para gitanos. Se convirtió en un icono comunista cuando, a finales de los ‘70, se construyeron cientos de monoblocks que iban a servir, según anunció el gobierno, para solucionar el problema de la vivienda en todo el país. El barrio tiene fama de peligroso desde los ‘90, cuando fue cuna de neonazis. Caminar por Marzahn genera un efecto alienante, porque la vista es igual, se mire hacia donde se mire. Durante kilómetros sólo se ven edificios, todos muy parecidos entre sí. Uno detrás del otro, como si los hubieran copiado y pegado.
En Marzahn vive Tomas Hetter, de 20 años, que será padre dentro de pocas semanas. Es rubio, tiene el pelo corto y peinado con gel. No fue a ver a U2 a la Puerta de Brandeburgo, ni se sintió particularmente emocionado con esta fecha. Nació en este barrio, en el que sus padres viven hace décadas, pero sostiene que “el Muro es parte de la historia alemana, quedó atrás. No hubiese ido a festejar a ningún lado porque para mí es un día más”, sostiene, mientras escucha hip-hop alemán.
Tomas no es el único desencantado por acá. Tres amigos comparten una cerveza a pocos metros del Eastgate, el shopping del barrio, el tercero más grande de la ciudad. Su estructura desentona en este contexto. Parece que llegó, por error, desde el futuro. Alexander Stenmeier es el único del trío que se anima a hablar. Los otros dos son muy parecidos entre sí, cachetones, con gorras y pantalones anchos. Escupen el piso alternadamente, como si marcaran su territorio. Alexander, mientras tanto, cuenta que en la escuela no estudiaron qué sucedió con el muro y que en su casa se habla sobre el tema, aunque a él no le interesa. Tiene 16 años y anticipa que tal vez dentro de dos años vaya a la facultad. ¿Y si no? “Y si no, no”, resume. Alexander niega ser de Marzahn. Es imposible creerle. Nadie vendría especialmente con sus amigos a tomar una cerveza a un lugar como éste. Y menos un domingo nublado.
“Yo estaba mejor durante el comunismo y confiaba en que todo podía seguir evolucionando. Creía que mis hijos iban a encontrarse con más posibilidades en un nuevo mundo, pero ahora los dos están desocupados. Todo se complicó. Hasta el alquiler, que me resultaba muy barato”, resume René Gutachter, de 72 años. En Marzahn, la desocupación alcanza el 16 por ciento según las cifras oficiales. La reunificación tampoco pasó por Marzahn. El Muro encerraba a sus vecinos, que sólo podían viajar a los países comunistas. Ahora, que pueden salir, no tienen motivos ni dinero para hacerlo.
En Berlín hay perros sueltos por cualquier lado, y en su lado oriental todo parece a punto de romperse o está recién arreglado. Cuando se afina el ojo se descubre que se trata de una estética definida que atrae a turistas de todas partes del mundo. Es la cara que la ciudad eligió para darse a conocer: los bares, los boliches, las librerías más cool lucen como ocupados o reciclados con poco dinero. Remiten a una época que ya no volverá y que sólo se recuerda en las fechas redondas.
FOCUSEL BARRIO DE MODA
Palermo Kreuzberg
En los últimos años, Kreuzberg se convirtió en el barrio más recomendado de Berlín. La mezcla cultural que se da en sus calles atrae a jóvenes de países vecinos y también a los alemanes que viven en ciudades con menos movimiento. Aquí no rigen las mismas costumbres que en el resto de la ciudad: los quioscos venden alcohol y están abiertos durante toda la noche. Lo mismo sucede con los negocios que sirven kebab (esa carne asada que gira en una calesita), que siempre tienen clientes en sus mesas. Los nuevos bares, librerías y tiendas de ropa conviven con los turcos, dueños de la zona desde que llegaron en malón cuando terminó la Segunda Guerra Mundial. La ciudad estaba destrozada y se necesitaba mano de obra barata para levantarla. Hoy son la primera minoría de Alemania, con 3 millones, y conforman el 40 por ciento de la población de Kreuzberg.
Tiempo atrás, los turcos eran acusados de marginarse y de aferrarse a sus costumbres, como si no se hubieran mudado. Mientras juegan al backgammon, ponen cara de pocos amigos si algún forastero entra a uno de sus bares. Los primeros que llegaron no se interesaron por aprender el idioma y se refugiaron en su barrio. Ahora se da el proceso inverso: los adolescentes turcos influenciaron la manera de hablar de su generación. En su lengua, por ejemplo, no usan preposiciones y tampoco lo hacen cuando se expresan en alemán. Los locales copiaron esa forma de hablar y no faltan quienes acusan a los turcos de deformar el lenguaje. Esta especie de dialecto se llama –despectivamente– Kanackisch y ya llegó a la tele de la mano de varios humoristas. También se publicaron diccionarios Kanackisch-Alemán para que todos puedan hablarlo.
La integración también empieza a aparecer en lo artístico. En noviembre, el centro cultural Ballhaus Naunystrasse organizó el ciclo “Beyond Belonging: Translokal”. En grupos de seis personas, los espectadores rotaban por seis locaciones, ubicadas en escuelas de música, instituciones públicas y también en negocios y casas. En cada una se montó una performance que reflexionaba sobre la relación de los turcos con Kreuzberg. Lejos de cerrarse sobre sí mismos, abrieron las puertas de sus espacios más íntimos para dar a conocer su visión del barrio, los problemas para adaptarse al país o para conseguir trabajo. Los boliches aprovechan y sacan provecho de esta mezcla que reina en Kreuzberg. En las fiestas balcánicas, los alemanes bailan los ritmos que llegan desde Europa del Este y Medio Oriente. Los pequeños clubes se llenan para escuchar a grupos under, como Rotftont Emigrantski Raggamuffin, que mezclan al rock con el unza unza.
Como pasó en Buenos Aires hace casi una década, el boom turístico de Kreuzberg generó que los precios aumentaran y que los más románticos se sintieran algo invadidos. Aquello que hasta hace poco era original y llamaba la atención de los visitantes, comenzó a ser reproducido con la idea de atraer más gente. La barrera entre lo auténtico y la puesta en escena se hace cada vez un poco más difusa.
La vida de los otros
La caída del Muro de Berlín dio lugar al curioso término de “reunificación”. Una reunificación que quedó en manos del capitalismo, claro, que cuenta la historia tal como le parece. Comienza una nueva década, con lo cual es un buen momento para revisitar el pasado y lo que el presente recuerda de él. Un cronista del NO recorrió esa ciudad en busca de vestigios históricos, pero en la cultura joven sólo encontró desidia y más desidia. El capitalismo se las arregló para borrar vestigios de lo que fue.
Por José Esses
Desde Berlin
En Alemania ya no se habla del “fin del comunismo” cuando se hace referencia a la caída del Muro de Berlín. Eso querría decir que alguien derribó a ese gobierno que Benedicto XVI hace poco describió como “una dictadura que realizaba acciones siempre inmorales”. La historia oficial cuenta que el 9 de noviembre, en una conferencia de prensa, se anunció que se podría cruzar del Este al Oeste sin pasaportes ni visados. Cuando un periodista italiano preguntó desde cuándo regiría esa ley, el funcionario se puso nervioso y respondió “inmediatamente”, pese a que esa decisión todavía no estaba tomada. El Muro, entonces, habría caído casi por error: no hizo falta que alguien lo empujara. En tiempos de corrección política, la palabra de moda es “reunificación”, un término mucho más amigable y que da a entender que se combinó lo mejor de las dos ciudades.
Cuando Hillary Clinton, Nicolas Sarkozy y Mijail Gorbachov, entre otros, se acercaron hasta Berlín para celebrar los 20 años de su refundación, con sólo verlos saludar a Angela Merkel, la canciller federal, queda en claro en manos de quiénes quedó Berlín. Son historia los tiempos en los que se aspiraba a la igualdad, ya casi nadie habla de ello. Apenas mil personas marcharon para declararse en contra de los festejos oficiales el 7 de noviembre. No hubo voces que se rebelaran ante el discurso de los vencedores, no hubo un solo artista que organizara un show en contra de la “reunificación”. La palabrita elegida no deja de tener una carga de ironía, porque la impusieron aquellos que se quedaron con la ciudad sin tomar algo del otro lado. Para llegar a una unión es necesario mezclar, por lo menos, dos elementos. No fue éste el caso berlinés. Acá se impuso un sistema, el capitalista, sobre el otro. Del resto, ni noticias.
GORRO, BANDERA, VINCHA
Se hace difícil encontrar señales de la Berlín comunista en la ciudad actual. Más sencillo es cruzarse con merchandising que recuerda a esa época. La figura preferida de los diseñadores es Ampelmännchen, el hombrecito que aparece en las luces del semáforo. Fue inventado en el lado oriental y estuvo a punto de extinguirse cuando modernizaron los semáforos. Una campaña lo salvó y sigue firme, aunque sólo ordena el tránsito del Este de Berlín. Su imagen aparece en todo tipo de productos: remeras, tazas, llaveros y gorras. La manera que encontró el capitalismo de darle lugar al imaginario comunista es, lógico, a través del consumo.
Ejemplo de ello es la “ostalgie”. A los alemanes del Este se los llamaba despectivamente “ossis”, y en los últimos años se puso de moda la estética que refiere a la República Democrática. En los negocios del ramo se pueden encontrar los productos que antes hubiera despreciado cualquier alemán occidental: Club Cola (la gaseosa del Este), chocolate que en realidad no era chocolate y todo tipo de objetos de diseño que recuperaron un lugar en el imaginario colectivo gracias a películas como Good bye, Lenin o La vida de los otros. El referente más claro de la “ostalgie” es el auto Trabant, típico del Este, que multiplicó su precio luego de ser despreciado durante décadas.
En los museos que recomponen la memoria de la ciudad también aparecen algunas señales del pasado aunque, claro, esa visión también está un poco distorsionada. El DDR Museum propone revivir algunas costumbres de la Berlín Oriental a través de la participación de los visitantes, que pueden subirse a un Trabant, bailar las coreografías de los grupos pop comunistas o sentarse en una reproducción de un living típico del Este. De un perchero cuelgan los jeans que vestía esa gente que, según muestra el museo, adoraba veranear desnuda. El análisis del comunismo es tan superficial como tendencioso. No se menciona que en el Este no existía el desempleo ni que todo el mundo tenía una vivienda.
Tampoco esos datos se encuentran en la Casa del Check Point Charlie, un museo que está en el mismo lugar donde funcionaba el paso fronterizo más famoso. Allí los protagonistas son los valientes que se escaparon del Este en globo aerostático, cavando un túnel o encerrados en baúles de autos. La Berlín Oriental que se construye en ese lugar parece un infierno del que nadie quería participar. Por último, en Hochenschonhausen la historia es contada por los protagonistas. Ese lugar fue una cárcel en la Alemania del Este en la que eran detenidos los presos políticos. Casi todos los guías estuvieron allí encerrados y el tour incluye un paseo por las salas de tortura y de interrogatorio. ¿Hay algún museo en el que los comunistas cuenten su versión de la historia? No, claro que no. Según la idiosincrasia alemana, los perdedores no tienen lugar ni para quejarse, deben retirarse del mapa sin chistar.
EL TUNEL DEL TIEMPO
Si la ciudad no le hace lugar a su propia historia, entonces, ¿por qué no acercarse hasta algún viejo barrio comunista? Tal vez allí alguien cuenta algo distinto. Marzahn queda en el nordeste de la ciudad y Alemania escribió varias páginas de su historia reciente en este distrito. No son las páginas más felices, por cierto. Aquí, durante la Segunda Guerra Mundial, funcionó un gigantesco campo de trabajo forzado para gitanos. Se convirtió en un icono comunista cuando, a finales de los ‘70, se construyeron cientos de monoblocks que iban a servir, según anunció el gobierno, para solucionar el problema de la vivienda en todo el país. El barrio tiene fama de peligroso desde los ‘90, cuando fue cuna de neonazis. Caminar por Marzahn genera un efecto alienante, porque la vista es igual, se mire hacia donde se mire. Durante kilómetros sólo se ven edificios, todos muy parecidos entre sí. Uno detrás del otro, como si los hubieran copiado y pegado.
En Marzahn vive Tomas Hetter, de 20 años, que será padre dentro de pocas semanas. Es rubio, tiene el pelo corto y peinado con gel. No fue a ver a U2 a la Puerta de Brandeburgo, ni se sintió particularmente emocionado con esta fecha. Nació en este barrio, en el que sus padres viven hace décadas, pero sostiene que “el Muro es parte de la historia alemana, quedó atrás. No hubiese ido a festejar a ningún lado porque para mí es un día más”, sostiene, mientras escucha hip-hop alemán.
Tomas no es el único desencantado por acá. Tres amigos comparten una cerveza a pocos metros del Eastgate, el shopping del barrio, el tercero más grande de la ciudad. Su estructura desentona en este contexto. Parece que llegó, por error, desde el futuro. Alexander Stenmeier es el único del trío que se anima a hablar. Los otros dos son muy parecidos entre sí, cachetones, con gorras y pantalones anchos. Escupen el piso alternadamente, como si marcaran su territorio. Alexander, mientras tanto, cuenta que en la escuela no estudiaron qué sucedió con el muro y que en su casa se habla sobre el tema, aunque a él no le interesa. Tiene 16 años y anticipa que tal vez dentro de dos años vaya a la facultad. ¿Y si no? “Y si no, no”, resume. Alexander niega ser de Marzahn. Es imposible creerle. Nadie vendría especialmente con sus amigos a tomar una cerveza a un lugar como éste. Y menos un domingo nublado.
“Yo estaba mejor durante el comunismo y confiaba en que todo podía seguir evolucionando. Creía que mis hijos iban a encontrarse con más posibilidades en un nuevo mundo, pero ahora los dos están desocupados. Todo se complicó. Hasta el alquiler, que me resultaba muy barato”, resume René Gutachter, de 72 años. En Marzahn, la desocupación alcanza el 16 por ciento según las cifras oficiales. La reunificación tampoco pasó por Marzahn. El Muro encerraba a sus vecinos, que sólo podían viajar a los países comunistas. Ahora, que pueden salir, no tienen motivos ni dinero para hacerlo.
En Berlín hay perros sueltos por cualquier lado, y en su lado oriental todo parece a punto de romperse o está recién arreglado. Cuando se afina el ojo se descubre que se trata de una estética definida que atrae a turistas de todas partes del mundo. Es la cara que la ciudad eligió para darse a conocer: los bares, los boliches, las librerías más cool lucen como ocupados o reciclados con poco dinero. Remiten a una época que ya no volverá y que sólo se recuerda en las fechas redondas.
FOCUSEL BARRIO DE MODA
Palermo Kreuzberg
En los últimos años, Kreuzberg se convirtió en el barrio más recomendado de Berlín. La mezcla cultural que se da en sus calles atrae a jóvenes de países vecinos y también a los alemanes que viven en ciudades con menos movimiento. Aquí no rigen las mismas costumbres que en el resto de la ciudad: los quioscos venden alcohol y están abiertos durante toda la noche. Lo mismo sucede con los negocios que sirven kebab (esa carne asada que gira en una calesita), que siempre tienen clientes en sus mesas. Los nuevos bares, librerías y tiendas de ropa conviven con los turcos, dueños de la zona desde que llegaron en malón cuando terminó la Segunda Guerra Mundial. La ciudad estaba destrozada y se necesitaba mano de obra barata para levantarla. Hoy son la primera minoría de Alemania, con 3 millones, y conforman el 40 por ciento de la población de Kreuzberg.
Tiempo atrás, los turcos eran acusados de marginarse y de aferrarse a sus costumbres, como si no se hubieran mudado. Mientras juegan al backgammon, ponen cara de pocos amigos si algún forastero entra a uno de sus bares. Los primeros que llegaron no se interesaron por aprender el idioma y se refugiaron en su barrio. Ahora se da el proceso inverso: los adolescentes turcos influenciaron la manera de hablar de su generación. En su lengua, por ejemplo, no usan preposiciones y tampoco lo hacen cuando se expresan en alemán. Los locales copiaron esa forma de hablar y no faltan quienes acusan a los turcos de deformar el lenguaje. Esta especie de dialecto se llama –despectivamente– Kanackisch y ya llegó a la tele de la mano de varios humoristas. También se publicaron diccionarios Kanackisch-Alemán para que todos puedan hablarlo.
La integración también empieza a aparecer en lo artístico. En noviembre, el centro cultural Ballhaus Naunystrasse organizó el ciclo “Beyond Belonging: Translokal”. En grupos de seis personas, los espectadores rotaban por seis locaciones, ubicadas en escuelas de música, instituciones públicas y también en negocios y casas. En cada una se montó una performance que reflexionaba sobre la relación de los turcos con Kreuzberg. Lejos de cerrarse sobre sí mismos, abrieron las puertas de sus espacios más íntimos para dar a conocer su visión del barrio, los problemas para adaptarse al país o para conseguir trabajo. Los boliches aprovechan y sacan provecho de esta mezcla que reina en Kreuzberg. En las fiestas balcánicas, los alemanes bailan los ritmos que llegan desde Europa del Este y Medio Oriente. Los pequeños clubes se llenan para escuchar a grupos under, como Rotftont Emigrantski Raggamuffin, que mezclan al rock con el unza unza.
Como pasó en Buenos Aires hace casi una década, el boom turístico de Kreuzberg generó que los precios aumentaran y que los más románticos se sintieran algo invadidos. Aquello que hasta hace poco era original y llamaba la atención de los visitantes, comenzó a ser reproducido con la idea de atraer más gente. La barrera entre lo auténtico y la puesta en escena se hace cada vez un poco más difusa.
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Antropología/Sociología
Yemen, shit
Por Santiago O’Donnell
Sería un error pensar que el mundo cambió porque un joven millonario nigeriano educado en Londres quiso detonar un explosivo plástico en un avión cargado de pasajeros que aterrizaba en Detroit el día de Navidad, pero falló porque se hizo pis encima y mojó el dispositivo.
La Guerra contra el Terrorismo declarada por George W. Bush y continuada por Barack Obama está cerca de cumplir diez años. No es una guerra que se lleva a cabo solamente en Irak, Afganistán o en los aeropuertos estadounidenses, y que ahora se extiende a un pequeño y empobrecido país árabe llamado Yemen. Es una guerra que se pelea en cada país donde existe un gobierno o una insurgencia islamista. En Somalia, en Palestina, en Indonesia, en Pakistán, en Líbano, en Argelia, en Chechenia. Y también en las potencias occidentales, cuyos habitantes son blancos cada vez más frecuentes de atentados, ya sea en territorio propio como en las embajadas, discotecas y hoteles de lujo de sus antiguos enclaves coloniales.
Más allá del valor estratégico de cada escenario y de los intereses económicos que siempre pesan, se trata de una guerra de raíz cultural, un choque de civilizaciones, diría Huntington, que se expande por todo el mundo. Esto es, con la notable excepción de América latina, al menos desde el ataque a la AMIA a esta parte, atentado cuyo móvil está aún muy lejos de esclarecerse.
Fracasadas las grandes iniciativas globales que se intentaron el año pasado, desde el acuerdo comercial en Doha hasta el tratado medioambiental en Copenhague, pasando por un acuerdo de paz en Medio Oriente que murió antes de nacer, el 2010 comienza con Estados Unidos otra vez en pie de guerra. Toda la semana se habló de reuniones, discursos, traslados, visitas, estrategias e iniciativas vinculadas a la amenaza terrorista proveniente de Yemen, país donde habría conseguido los explosivos el incontinente nigeriano.
Yemen es la única república de la Península Arábiga y el país más pobre de la región. En el 2007 el nivel de desempleo alcanzaba el 40 por ciento. Es un país que cuenta con un gobierno central débil, con fama de corrupto, apoyado por Estados Unidos, cuyo dominio no se extiende mucho más allá de la capital, rodeado por organizaciones tribales que en conjunto ejercen el control territorial sobre gran parte del país. En su interior cuenta con zonas montañosas donde los insurgentes pueden esconderse, y figura bien arriba en el ranking mundial de atentados terroristas sufridos en los últimos años.
Muchos de sus jefes tribales son musulmanes conservadores que tienen influencia sobre el liderazgo de las fuerzas armadas yemenitas, y que ven con desconfianza cualquier acercamiento de su gobierno con Washington. Con esos líderes religiosos musulmanes y a través del ejército yemenita musulmán, los espías de Occidente deben negociar permisos de captura para perseguir a los jefes musulmanes de Al Qaida en las montañas.
Todos los días los yemenitas ven pasar por el estrecho de Aden los buques cargados de petróleo de sus vecinos ricos gobernados por monarquías que nunca ofenden el espíritu democrático y republicano de los sucesivos habitantes de la Casa Blanca.
Hasta que un día un nigeriano se hace pis encima y apaga una mecha pero enciende otra. En medio de todo el circo mediático, militares, espías, abogados, armas y decenas de millones de dólares provenientes de Estados Unidos y su aliado incondicional, Reino Unido, desembarcaron esta semana en Saná, la capital yemenita. El súbito interés no conmovió al gobierno yemenita, sino que lo puso a la defensiva.
El canciller de ese país se apuró en decir que no quiere tropas de combate extranjeras. “Estoy seguro de que las experiencias de Occidente en Irak, Afganistán y Pakistán serán muy útiles para aprender que la intervención directa complica las cosas”, se permitió aconsejar Abu Bakr al Qirb, dirigiéndose a todo un hemisferio, atento a la dimensión global de lo que se juega en su pequeño país.
El diplomático árabe pareció entender mejor que nadie que las principales víctimas de la Guerra contra el Terrorismo son los países gobernados por musulmanes moderados, que deben elevar sus niveles de represión interna para satisfacer las expectativas de los cruzados. Esa represión les quita legitimidad, por lo que se vuelven aún más dependientes del apoyo de Occidente para mantenerse en el poder. Lo cual a su vez genera más apoyo para la insurgencia.
En Irak. En Afganistán. En Pakistán. En Jordania, Cisjordania, Egipto, Arabia Saudita, Kuwait y los Emiratos. En el cuerno de Africa. Una guerra que a medida que se expande dificulta cualquier acuerdo con Siria, Irán y la Autoridad Palestina, tensa la cuerda en Cachemira y moviliza el fervor islamista en el Borneo y el Magreb, propagando a lo ancho del planeta la violencia que surge de la dialéctica terrorista-contraterrorista.
Mientras tanto Estados Unidos y Europa se aíslan y se encierran, presas de una xenofobia obsesiva y paranoide que arrasa con los derechos y libertades que dieron vida a los textos fundacionales de saus democracias liberales. Así generan contradicciones difíciles de explicar, que a su vez alimentan más actos de terrorismo contra un orden que desde muchos rincones del mundo aparece cada vez más como hipócrita, sanguinario y explotador.
¿Y dónde está Bin Laden? Resulta casi imposible creer que este multimillonario líder de la red terrorista más sofisticada y global de la historia no tenga acceso a un teléfono celular para sacarse una foto, subirla a Internet y hacer temblar al mundo. Desde hace ya largos años que sólo aparece en audios cuya veracidad certifican supuestos expertos de la CIA, los primeros interesados en mantener viva la amenaza, ya que sus trabajos dependen de ella. Y todos los meses aparece muerto un “número dos” de Al Qaida en tal o cual país, alguien que antes nadie conocía, cuya muerte vendría a representar un gran triunfo para las fuerzas del bien. Hay demasiada inteligencia, contrainteligencia y recontrainteligencia dando vueltas como para poder saber lo que está pasando. Salvo que estamos en guerra, que la guerra se extiende y que algún día puede llegar (o volver) acá.
¿Así que ahora el eje del mal pasa por Yemen? ¿Así que bla bla bla, bla bla bla, y todos a Yemen porque se acaba el mundo? Ufa, esa película ya la vi. Cambia el paisaje, cambian los villanos, pero el guión se repite como un disco rayado:
Saigon, shit. Charlie don’t surf. Apocalypse now. The horror, the horror...
sodonnell@pagina12.com.ar
Por Santiago O’Donnell
Sería un error pensar que el mundo cambió porque un joven millonario nigeriano educado en Londres quiso detonar un explosivo plástico en un avión cargado de pasajeros que aterrizaba en Detroit el día de Navidad, pero falló porque se hizo pis encima y mojó el dispositivo.
La Guerra contra el Terrorismo declarada por George W. Bush y continuada por Barack Obama está cerca de cumplir diez años. No es una guerra que se lleva a cabo solamente en Irak, Afganistán o en los aeropuertos estadounidenses, y que ahora se extiende a un pequeño y empobrecido país árabe llamado Yemen. Es una guerra que se pelea en cada país donde existe un gobierno o una insurgencia islamista. En Somalia, en Palestina, en Indonesia, en Pakistán, en Líbano, en Argelia, en Chechenia. Y también en las potencias occidentales, cuyos habitantes son blancos cada vez más frecuentes de atentados, ya sea en territorio propio como en las embajadas, discotecas y hoteles de lujo de sus antiguos enclaves coloniales.
Más allá del valor estratégico de cada escenario y de los intereses económicos que siempre pesan, se trata de una guerra de raíz cultural, un choque de civilizaciones, diría Huntington, que se expande por todo el mundo. Esto es, con la notable excepción de América latina, al menos desde el ataque a la AMIA a esta parte, atentado cuyo móvil está aún muy lejos de esclarecerse.
Fracasadas las grandes iniciativas globales que se intentaron el año pasado, desde el acuerdo comercial en Doha hasta el tratado medioambiental en Copenhague, pasando por un acuerdo de paz en Medio Oriente que murió antes de nacer, el 2010 comienza con Estados Unidos otra vez en pie de guerra. Toda la semana se habló de reuniones, discursos, traslados, visitas, estrategias e iniciativas vinculadas a la amenaza terrorista proveniente de Yemen, país donde habría conseguido los explosivos el incontinente nigeriano.
Yemen es la única república de la Península Arábiga y el país más pobre de la región. En el 2007 el nivel de desempleo alcanzaba el 40 por ciento. Es un país que cuenta con un gobierno central débil, con fama de corrupto, apoyado por Estados Unidos, cuyo dominio no se extiende mucho más allá de la capital, rodeado por organizaciones tribales que en conjunto ejercen el control territorial sobre gran parte del país. En su interior cuenta con zonas montañosas donde los insurgentes pueden esconderse, y figura bien arriba en el ranking mundial de atentados terroristas sufridos en los últimos años.
Muchos de sus jefes tribales son musulmanes conservadores que tienen influencia sobre el liderazgo de las fuerzas armadas yemenitas, y que ven con desconfianza cualquier acercamiento de su gobierno con Washington. Con esos líderes religiosos musulmanes y a través del ejército yemenita musulmán, los espías de Occidente deben negociar permisos de captura para perseguir a los jefes musulmanes de Al Qaida en las montañas.
Todos los días los yemenitas ven pasar por el estrecho de Aden los buques cargados de petróleo de sus vecinos ricos gobernados por monarquías que nunca ofenden el espíritu democrático y republicano de los sucesivos habitantes de la Casa Blanca.
Hasta que un día un nigeriano se hace pis encima y apaga una mecha pero enciende otra. En medio de todo el circo mediático, militares, espías, abogados, armas y decenas de millones de dólares provenientes de Estados Unidos y su aliado incondicional, Reino Unido, desembarcaron esta semana en Saná, la capital yemenita. El súbito interés no conmovió al gobierno yemenita, sino que lo puso a la defensiva.
El canciller de ese país se apuró en decir que no quiere tropas de combate extranjeras. “Estoy seguro de que las experiencias de Occidente en Irak, Afganistán y Pakistán serán muy útiles para aprender que la intervención directa complica las cosas”, se permitió aconsejar Abu Bakr al Qirb, dirigiéndose a todo un hemisferio, atento a la dimensión global de lo que se juega en su pequeño país.
El diplomático árabe pareció entender mejor que nadie que las principales víctimas de la Guerra contra el Terrorismo son los países gobernados por musulmanes moderados, que deben elevar sus niveles de represión interna para satisfacer las expectativas de los cruzados. Esa represión les quita legitimidad, por lo que se vuelven aún más dependientes del apoyo de Occidente para mantenerse en el poder. Lo cual a su vez genera más apoyo para la insurgencia.
En Irak. En Afganistán. En Pakistán. En Jordania, Cisjordania, Egipto, Arabia Saudita, Kuwait y los Emiratos. En el cuerno de Africa. Una guerra que a medida que se expande dificulta cualquier acuerdo con Siria, Irán y la Autoridad Palestina, tensa la cuerda en Cachemira y moviliza el fervor islamista en el Borneo y el Magreb, propagando a lo ancho del planeta la violencia que surge de la dialéctica terrorista-contraterrorista.
Mientras tanto Estados Unidos y Europa se aíslan y se encierran, presas de una xenofobia obsesiva y paranoide que arrasa con los derechos y libertades que dieron vida a los textos fundacionales de saus democracias liberales. Así generan contradicciones difíciles de explicar, que a su vez alimentan más actos de terrorismo contra un orden que desde muchos rincones del mundo aparece cada vez más como hipócrita, sanguinario y explotador.
¿Y dónde está Bin Laden? Resulta casi imposible creer que este multimillonario líder de la red terrorista más sofisticada y global de la historia no tenga acceso a un teléfono celular para sacarse una foto, subirla a Internet y hacer temblar al mundo. Desde hace ya largos años que sólo aparece en audios cuya veracidad certifican supuestos expertos de la CIA, los primeros interesados en mantener viva la amenaza, ya que sus trabajos dependen de ella. Y todos los meses aparece muerto un “número dos” de Al Qaida en tal o cual país, alguien que antes nadie conocía, cuya muerte vendría a representar un gran triunfo para las fuerzas del bien. Hay demasiada inteligencia, contrainteligencia y recontrainteligencia dando vueltas como para poder saber lo que está pasando. Salvo que estamos en guerra, que la guerra se extiende y que algún día puede llegar (o volver) acá.
¿Así que ahora el eje del mal pasa por Yemen? ¿Así que bla bla bla, bla bla bla, y todos a Yemen porque se acaba el mundo? Ufa, esa película ya la vi. Cambia el paisaje, cambian los villanos, pero el guión se repite como un disco rayado:
Saigon, shit. Charlie don’t surf. Apocalypse now. The horror, the horror...
sodonnell@pagina12.com.ar
Un invento moderno para la inserción social
Domingo 10 de Enero de 2010 ¿De qué hablamos cuando hablamos de trabajo? Esta fue la pregunta que LA GACETA hizo a historiadores, sociólogos y filósofos tucumanos. Los especialistas analizaron los cambios que ha sufrido ese concepto a lo largo del tiempo y de las sociedades y, a la vez, reflexionaron acerca de la vigencia que tiene en la actualidad.
El trabajo ha vuelto a ser noticia a finales de 2009 y en los comienzos de este año. Los índices de la desocupación en Tucumán correspondientes a julio, agosto y setiembre pasados volvieron a subir a dos dígitos, pero el Gobierno anticipó que bajarán a 8 puntos en el último trimestre.
Luego, la oposición criticó que el alperovichismo no creará las condiciones para que la planta de tratamiento de biodiesel que el Grupo Lucci instaló en Santiago del Estero fuera radicada en Tucumán. Y el propio gobernador, José Alperovich, respondió que por la tercera parte de los beneficios fiscales que obtendrá esa inversión, que según él sólo da empleo a 50 personas, en Tucumán funcionan call center que le dan empleo a 5.000 tucumanos.
Más tarde comenzó a implementarse el programa "Argentina Trabaja" y, con independencia de las derivaciones de las denuncias de algunas beneficiarias, muchos cooperativistas que dialogaron con LA GACETA enarbolaron discursos acerca de la dignidad que significa brindar un servicio a cambio de ganarse una remuneración.
"El trabajo es una instancia fundamental de la teoría de la sociedad, ya que se ha convertido, especialmente desde los inicios del capitalismo, en una relación social fundamental. Por ello, en la actualidad el trabajo -o la falta de él- se ha convertido en una preocupación central de los gobiernos. (...)
Parten de una noción muy arraigada: todo el mundo necesita trabajar y, por ello, parece obvio que el trabajo siempre formó parte de la estructura de la sociedad.
Sin embargo, no siempre ha sido así. Lo que nosotros hoy llamamos trabajo es una invención de la modernidad cuya característica es la de otorgarnos una identidad social", reflexiona María Fernández de Ulivarri, licenciada en Historia de la UNT, quien prepara la tesis doctoral "Trabajadores, sindicatos y política en Tucumán - 1930 / 1943".
Precisamente, historiadores, sociólogos y filósofos consultados por este diario reflexionaron acerca de cuál es, hoy, la concepción del trabajo. La evolución de ese concepto a lo largo del tiempo es todo un parámetro acerca de la correlativa evolución de la sociedad y de sus valores.
"Para Dominique Méda, ’el trabajo es factor de integración no sólo por ser una norma, sino también por ser una de las modalidades del aprendizaje de la vida en sociedad.’. En consecuencia, el trabajo, en su sentido moderno, se construye como una "ética del trabajo" que da forma a una asignación normativa y estandarizada para participar en la sociedad -advierte Fernández de Ulivarri-. Pero el trabajo, en los términos aquí expuestos, se ve reducido a lo que llamamos empleo".
Un ideal socialmente útil que ha sobrevivido
Luis M. Bonano - Historiador
En la Antigüedad y en la Edad Media trabajar era considerado "actuación de inferiores", de los estratos sociales más bajos, y esa noción fue traída por las culturas europeas a América, sobre todo las de la península ibérica, durante el siglo XIX y principios del XX. Fue la burguesía la que impuso la idea del trabajo como la forma de acumular riqueza y construir el propio destino.
Sin embargo, sucesos como la crisis del petróleo del ´73, la dictadura militar en la Argentina y la aparición del neoliberalismo debilitaron ese ideal que ponía al trabajo como la mayor realización de lo humano. Esto posibilitó que una parte de la población desarrolle cierto escepticismo ante la noción de que el trabajo sea socialmente útil y un instrumento idóneo para el crecimiento, tanto personal como familiar, pero la cultura del trabajo existe porque si no la hubiera ya no se produciría riqueza.
La figura de la dádiva se impone sobre la de servicio
Jorge Saltor - Filósofo
A cada trabajo se lo asocia con una escala de valores diferente, dependiendo de la actividad. Hay algunos que no se los valora lo suficiente, como es el caso de los docentes primarios, por ejemplo, y otros que son moralmente inadecuados por los que el concepto se desvirtúa.
Ejemplos de el segundo grupo pueden ser los relacionados al narcotráfico, la venta de remedios vencidos o el caso de los "punteros", que distribuyen lo que no es propio persiguiendo fines políticos. En la actualidad, la cultura del trabajo, sobre todo en algunas capas de la sociedad, parece haber perdido esa noción, que trajo el inmigrante, que valoraba la posibilidad de ascenso social en base al esfuerzo físico y mental.
Hoy hay quienes esperan conseguir prosperidad a través de dádivas y asistencialismo y pierden de vista que la idea de trabajo se basa en prestar un servicio a los demás sintiéndose útil uno mismo.
Tiempo de evaluar para qué han servido los planes
Maria Celia Bravo - Historiadora
Los cambios a partir de la década del ´90 con la desregulación de políticas generaron una gran cantidad de desocupación y con eso también se quebró una especie de cultura en torno a la cual el trabajo implicaba un mejoramiento social que, a su vez, significaba un progreso indefinido que aseguraba una integración social, aparentemente, continua y permanente. A partir de la crisis de 2001 el Estado implementó una serie diversa de planes sociales, desde los que incentivan a las empresas a tomar empleo a otros que otorgan una retribución a los sectores más vulnerables. El trabajo y la educación son dos factores fuertes que permiten algún tipo de inclusión social. El desafío es ver si el Estado puede nivelar desde el punto de vista educativo, evaluar la efectividad de estos planes y posibilitar que quienes sean beneficiarios logren un sentido de integración social y de dignidad.
Del paraíso perdido al concepto de justicia distributiva
Jorge Estrella - Filósofo
A grandes rasgos, la historia del trabajo en occidente pasó por una serie de etapas. En la prehistoria se sobrevivió gracias al esfuerzo colectivo, en la Grecia clásica la acción manual fue delegada a las clases inferiores y el ocio como ejercicio del conocimiento y de la acción política era la tarea esencial del ser humano. Aristóteles, por su parte, proclamó la distribución de sueldos y honores acorde a los méritos de trabajo. En la Edad Media reaparece como castigo a la pérdida del paraíso mientras que en los tiempos modernos el trabajo surge como actividad acordada por contrato entre partes. En la visión contemporánea de la cultura del trabajo se reacomodan esas interpretaciones: es acción destinada a la supervivencia, implica un vínculo contractual, acoge la justicia laboral distributiva según una escala de méritos y se estima positivamente el tiempo trabajado al generar bienes y servicios.
"El mercado no tuvo piedad con los marginados"
Gustavo Rubinstein - Historiador
La trama dramática que el menemismo ofreció a la historia argentina desnudó una perspectiva cultural en la que el trabajo dejó de ser un valor. La máxima de Luis Barrionuevo, "nadie hace plata trabajando", se proyectó y planteó la síntesis dolorosa de una época. Muchos percibieron que la escuela y la universidad habían dejado de ser garantía de progreso y las abandonaron. Y el mercado no tuvo piedad con los marginados condenándolos a "no ser". Entonces, entre la pérdida de ilusiones y los sueños y la necesidad de subsistencia se formó un "ejército de mano de obra" que terminó por dinamitar las bases culturales del trabajo. Se trata, en suma, de recuperar la noción de cultura de trabajo, en la que el Estado contemple la necesidad de estimular el empleo digno, volviendo a las personas actores independientes, tanto del mercado como de gobiernos.
Domingo 10 de Enero de 2010 ¿De qué hablamos cuando hablamos de trabajo? Esta fue la pregunta que LA GACETA hizo a historiadores, sociólogos y filósofos tucumanos. Los especialistas analizaron los cambios que ha sufrido ese concepto a lo largo del tiempo y de las sociedades y, a la vez, reflexionaron acerca de la vigencia que tiene en la actualidad.
El trabajo ha vuelto a ser noticia a finales de 2009 y en los comienzos de este año. Los índices de la desocupación en Tucumán correspondientes a julio, agosto y setiembre pasados volvieron a subir a dos dígitos, pero el Gobierno anticipó que bajarán a 8 puntos en el último trimestre.
Luego, la oposición criticó que el alperovichismo no creará las condiciones para que la planta de tratamiento de biodiesel que el Grupo Lucci instaló en Santiago del Estero fuera radicada en Tucumán. Y el propio gobernador, José Alperovich, respondió que por la tercera parte de los beneficios fiscales que obtendrá esa inversión, que según él sólo da empleo a 50 personas, en Tucumán funcionan call center que le dan empleo a 5.000 tucumanos.
Más tarde comenzó a implementarse el programa "Argentina Trabaja" y, con independencia de las derivaciones de las denuncias de algunas beneficiarias, muchos cooperativistas que dialogaron con LA GACETA enarbolaron discursos acerca de la dignidad que significa brindar un servicio a cambio de ganarse una remuneración.
"El trabajo es una instancia fundamental de la teoría de la sociedad, ya que se ha convertido, especialmente desde los inicios del capitalismo, en una relación social fundamental. Por ello, en la actualidad el trabajo -o la falta de él- se ha convertido en una preocupación central de los gobiernos. (...)
Parten de una noción muy arraigada: todo el mundo necesita trabajar y, por ello, parece obvio que el trabajo siempre formó parte de la estructura de la sociedad.
Sin embargo, no siempre ha sido así. Lo que nosotros hoy llamamos trabajo es una invención de la modernidad cuya característica es la de otorgarnos una identidad social", reflexiona María Fernández de Ulivarri, licenciada en Historia de la UNT, quien prepara la tesis doctoral "Trabajadores, sindicatos y política en Tucumán - 1930 / 1943".
Precisamente, historiadores, sociólogos y filósofos consultados por este diario reflexionaron acerca de cuál es, hoy, la concepción del trabajo. La evolución de ese concepto a lo largo del tiempo es todo un parámetro acerca de la correlativa evolución de la sociedad y de sus valores.
"Para Dominique Méda, ’el trabajo es factor de integración no sólo por ser una norma, sino también por ser una de las modalidades del aprendizaje de la vida en sociedad.’. En consecuencia, el trabajo, en su sentido moderno, se construye como una "ética del trabajo" que da forma a una asignación normativa y estandarizada para participar en la sociedad -advierte Fernández de Ulivarri-. Pero el trabajo, en los términos aquí expuestos, se ve reducido a lo que llamamos empleo".
Un ideal socialmente útil que ha sobrevivido
Luis M. Bonano - Historiador
En la Antigüedad y en la Edad Media trabajar era considerado "actuación de inferiores", de los estratos sociales más bajos, y esa noción fue traída por las culturas europeas a América, sobre todo las de la península ibérica, durante el siglo XIX y principios del XX. Fue la burguesía la que impuso la idea del trabajo como la forma de acumular riqueza y construir el propio destino.
Sin embargo, sucesos como la crisis del petróleo del ´73, la dictadura militar en la Argentina y la aparición del neoliberalismo debilitaron ese ideal que ponía al trabajo como la mayor realización de lo humano. Esto posibilitó que una parte de la población desarrolle cierto escepticismo ante la noción de que el trabajo sea socialmente útil y un instrumento idóneo para el crecimiento, tanto personal como familiar, pero la cultura del trabajo existe porque si no la hubiera ya no se produciría riqueza.
La figura de la dádiva se impone sobre la de servicio
Jorge Saltor - Filósofo
A cada trabajo se lo asocia con una escala de valores diferente, dependiendo de la actividad. Hay algunos que no se los valora lo suficiente, como es el caso de los docentes primarios, por ejemplo, y otros que son moralmente inadecuados por los que el concepto se desvirtúa.
Ejemplos de el segundo grupo pueden ser los relacionados al narcotráfico, la venta de remedios vencidos o el caso de los "punteros", que distribuyen lo que no es propio persiguiendo fines políticos. En la actualidad, la cultura del trabajo, sobre todo en algunas capas de la sociedad, parece haber perdido esa noción, que trajo el inmigrante, que valoraba la posibilidad de ascenso social en base al esfuerzo físico y mental.
Hoy hay quienes esperan conseguir prosperidad a través de dádivas y asistencialismo y pierden de vista que la idea de trabajo se basa en prestar un servicio a los demás sintiéndose útil uno mismo.
Tiempo de evaluar para qué han servido los planes
Maria Celia Bravo - Historiadora
Los cambios a partir de la década del ´90 con la desregulación de políticas generaron una gran cantidad de desocupación y con eso también se quebró una especie de cultura en torno a la cual el trabajo implicaba un mejoramiento social que, a su vez, significaba un progreso indefinido que aseguraba una integración social, aparentemente, continua y permanente. A partir de la crisis de 2001 el Estado implementó una serie diversa de planes sociales, desde los que incentivan a las empresas a tomar empleo a otros que otorgan una retribución a los sectores más vulnerables. El trabajo y la educación son dos factores fuertes que permiten algún tipo de inclusión social. El desafío es ver si el Estado puede nivelar desde el punto de vista educativo, evaluar la efectividad de estos planes y posibilitar que quienes sean beneficiarios logren un sentido de integración social y de dignidad.
Del paraíso perdido al concepto de justicia distributiva
Jorge Estrella - Filósofo
A grandes rasgos, la historia del trabajo en occidente pasó por una serie de etapas. En la prehistoria se sobrevivió gracias al esfuerzo colectivo, en la Grecia clásica la acción manual fue delegada a las clases inferiores y el ocio como ejercicio del conocimiento y de la acción política era la tarea esencial del ser humano. Aristóteles, por su parte, proclamó la distribución de sueldos y honores acorde a los méritos de trabajo. En la Edad Media reaparece como castigo a la pérdida del paraíso mientras que en los tiempos modernos el trabajo surge como actividad acordada por contrato entre partes. En la visión contemporánea de la cultura del trabajo se reacomodan esas interpretaciones: es acción destinada a la supervivencia, implica un vínculo contractual, acoge la justicia laboral distributiva según una escala de méritos y se estima positivamente el tiempo trabajado al generar bienes y servicios.
"El mercado no tuvo piedad con los marginados"
Gustavo Rubinstein - Historiador
La trama dramática que el menemismo ofreció a la historia argentina desnudó una perspectiva cultural en la que el trabajo dejó de ser un valor. La máxima de Luis Barrionuevo, "nadie hace plata trabajando", se proyectó y planteó la síntesis dolorosa de una época. Muchos percibieron que la escuela y la universidad habían dejado de ser garantía de progreso y las abandonaron. Y el mercado no tuvo piedad con los marginados condenándolos a "no ser". Entonces, entre la pérdida de ilusiones y los sueños y la necesidad de subsistencia se formó un "ejército de mano de obra" que terminó por dinamitar las bases culturales del trabajo. Se trata, en suma, de recuperar la noción de cultura de trabajo, en la que el Estado contemple la necesidad de estimular el empleo digno, volviendo a las personas actores independientes, tanto del mercado como de gobiernos.
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Antropología/Sociología
La inversión en educación puede ayudar a reducir el desempleo
Domingo 10 de Enero de 2010 Daniel Campi destacó que hubo crecimiento económico sin expansión del empleo
La Gaceta Tucumán
En las últimas décadas del siglo XIX, tanto la Argentina como nuestra provincia, iniciaron procesos de gran crecimiento económico. Una de las características centrales de esa fase fue una formidable demanda de trabajadores.
"La inmigración de masas, que modificó en tantos aspectos la realidad sociocultural argentina, fue una de las manifestaciones de la prosperidad pampeana. Del mismo modo, la transformación de Tucumán en un "imán de mano de obra" a escala regional fue el resultado de la expansión de la economía azucarera", afirmó Daniel Campi, doctor en historia y secretario de Ciencia y Técnica de la Universidad Nacional de Tucumán.
Reactivación de la actividad
Según el académico, si bien se trataba de economías con fuertes oscilaciones estacionales, demandaban trabajo intensivo, especialmente en el caso tucumano en los meses de zafra. "Los problemas de desempleo existían y eran más dramáticos, obviamente, en épocas de crisis. Pero la recuperación de la actividad económica implicaba una casi instantánea reactivación del mercado laboral del país", señaló.
Un cambio sustancial implicó la llegada de la década de 1990, instituyéndose en la contracara de aquella Argentina exultante de cien años atrás.
"La ficción de una pujante economía que resultaría del desguace del Estado, las privatizaciones de los servicios públicos, la apertura económica y el imperio sin restricciones de la libertad de mercado fue desmentida con la dura realidad de la recesión e índices inéditos de desocupación y subocupación, que -sumados- sobrepasaron con holgura el 40% de la población económicamente activa", detalló el historiador.
Un nuevo escenario
La recuperación económica que sobrevino tras la debacle del 2001-2002, pese a la notoria disminución de los índices, para el especialista, no logró reducir la desocupación ni la pobreza consecuente a niveles medianamente razonables.
"Una de las características del nuevo escenario económico es que es posible crecer sostenidamente sin una expansión significativa del empleo, por lo menos, en lo que concierne a los sectores de la economía tradicionalmente más demandantes de trabajo, lo que agudiza la inequidad social y amplía la brecha entre ricos y pobres", indicó. Otra constatación que deja este nuevo cuadro, según Campi, es la impotencia de las políticas públicas para enfrentar con soluciones de fondo el problema.
"De esto no debe deducirse que debemos resignarnos a convivir con altos índices de desocupación; ni que el Estado deba desentenderse del drama de los miles de compatriotas que fueron expulsados o todavía no pueden ingresar al mercado de trabajo", advirtió.
De acuerdo con el especialista, resolver esta problemática es uno de los grandes desafíos del futuro inmediato argentino. "Hay que contemplar que no hay soluciones mágicas dadas la alta complejidad y las múltiples aristas del problema", agregó el experto.
Campi postula a la educación como una de las herramientas claves para combatir la desocupación y fomentar el crecimiento económico. "Una fuerte inversión en todos los niveles educativos y en ciencia y tecnología son ingredientes sin los que ninguna política que se proponga promover el crecimiento económico y reducir fuertemente el desempleo puede tener, al menos, elementales posibilidades de éxito", sentenció.
Domingo 10 de Enero de 2010 Daniel Campi destacó que hubo crecimiento económico sin expansión del empleo
La Gaceta Tucumán
En las últimas décadas del siglo XIX, tanto la Argentina como nuestra provincia, iniciaron procesos de gran crecimiento económico. Una de las características centrales de esa fase fue una formidable demanda de trabajadores.
"La inmigración de masas, que modificó en tantos aspectos la realidad sociocultural argentina, fue una de las manifestaciones de la prosperidad pampeana. Del mismo modo, la transformación de Tucumán en un "imán de mano de obra" a escala regional fue el resultado de la expansión de la economía azucarera", afirmó Daniel Campi, doctor en historia y secretario de Ciencia y Técnica de la Universidad Nacional de Tucumán.
Reactivación de la actividad
Según el académico, si bien se trataba de economías con fuertes oscilaciones estacionales, demandaban trabajo intensivo, especialmente en el caso tucumano en los meses de zafra. "Los problemas de desempleo existían y eran más dramáticos, obviamente, en épocas de crisis. Pero la recuperación de la actividad económica implicaba una casi instantánea reactivación del mercado laboral del país", señaló.
Un cambio sustancial implicó la llegada de la década de 1990, instituyéndose en la contracara de aquella Argentina exultante de cien años atrás.
"La ficción de una pujante economía que resultaría del desguace del Estado, las privatizaciones de los servicios públicos, la apertura económica y el imperio sin restricciones de la libertad de mercado fue desmentida con la dura realidad de la recesión e índices inéditos de desocupación y subocupación, que -sumados- sobrepasaron con holgura el 40% de la población económicamente activa", detalló el historiador.
Un nuevo escenario
La recuperación económica que sobrevino tras la debacle del 2001-2002, pese a la notoria disminución de los índices, para el especialista, no logró reducir la desocupación ni la pobreza consecuente a niveles medianamente razonables.
"Una de las características del nuevo escenario económico es que es posible crecer sostenidamente sin una expansión significativa del empleo, por lo menos, en lo que concierne a los sectores de la economía tradicionalmente más demandantes de trabajo, lo que agudiza la inequidad social y amplía la brecha entre ricos y pobres", indicó. Otra constatación que deja este nuevo cuadro, según Campi, es la impotencia de las políticas públicas para enfrentar con soluciones de fondo el problema.
"De esto no debe deducirse que debemos resignarnos a convivir con altos índices de desocupación; ni que el Estado deba desentenderse del drama de los miles de compatriotas que fueron expulsados o todavía no pueden ingresar al mercado de trabajo", advirtió.
De acuerdo con el especialista, resolver esta problemática es uno de los grandes desafíos del futuro inmediato argentino. "Hay que contemplar que no hay soluciones mágicas dadas la alta complejidad y las múltiples aristas del problema", agregó el experto.
Campi postula a la educación como una de las herramientas claves para combatir la desocupación y fomentar el crecimiento económico. "Una fuerte inversión en todos los niveles educativos y en ciencia y tecnología son ingredientes sin los que ninguna política que se proponga promover el crecimiento económico y reducir fuertemente el desempleo puede tener, al menos, elementales posibilidades de éxito", sentenció.
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Antropología/Sociología
Una refutación del concepto de que "trabaja el que quiere"
Domingo 10 de Enero de 2010 Caldelari defendió la modalidad de las cooperativas
La Gaceta Tucumán
"El trabajo, para que sea reconocido tiene que ser una actividad que tenga demanda, es necesario que alguien quiera el producto de esa acción", señaló el sociólogo Héctor Caldelari.
De acuerdo con el especialista, el Estado en los últimos años fue modificando su visión de trabajo. "Hoy se está poniendo más énfasis en que la gente no tiene que percibir simplemente un subsidio, sino que tiene que hacer algo por la sociedad a cambio de ese dinero", afirmó.
Según Caldelari, los nuevos planes del Gobierno nacional, como el de cooperativas "Argentina Trabaja", apuntan en este sentido. "Son distintos a los antiguos beneficios que tenían una contraprestación bastante laxa y en este caso parecen mucho más exigentes y eso es muy positivo porque ayudan a que la gente, de alguna forma, no sólo perciba un ingreso si no que sienta que está siendo útil a cambio del dinero que recibe", destacó.
Partiendo de una concepción amplia de trabajo -entendiéndolo como la actividad que realiza una persona a cambio de una contraprestación- la división central hoy se halla, según el sociólogo, entre quienes obtienen reconocimiento y un ingreso económico por la actividad que realizan y, por otro lado, aquellos que se encuentran fuera de ese mundo, y que en algunos casos perciben algún tipo de plan. "A los ojos de una buena parte de la población, estos beneficios aparecen como una forma de acceder a los bienes de la sociedad sin ningún derecho; pero los subsidios por desempleo son políticas muy viejas en todo el mundo aunque parece que en Argentina es imposible reconocerle una posición particular a un desocupado", postuló el sociólogo.
De acuerdo con el experto, la implementación sistemática de estas políticas marcó puntos de conflicto fuertes entre el Gobierno y algunos sectores de la sociedad. "Uno escucha las quejas de que la gente no quiere trabajar porque tiene un plan; pero el que tiene la opción de ganar mucho más, trabaja y la gente quiere y necesita ganar más que un plan", indicó.
Por otro lado, Caldelari aseguró que no hay que perder de vista que en Tucumán hay empleos muy precarios cuyos salarios, como los de recolectores o peladores, nunca implicaron una diferencia económica significativa con estos beneficios.
"Para una parte de la sociedad existe el clásico ’quien quiere trabajar trabaja’ pero los movimientos de las tasas de empleo a lo largo de la historia demuestran que la cosa, simplemente, no funciona así", concluyó el especialista.
Domingo 10 de Enero de 2010 Caldelari defendió la modalidad de las cooperativas
La Gaceta Tucumán
"El trabajo, para que sea reconocido tiene que ser una actividad que tenga demanda, es necesario que alguien quiera el producto de esa acción", señaló el sociólogo Héctor Caldelari.
De acuerdo con el especialista, el Estado en los últimos años fue modificando su visión de trabajo. "Hoy se está poniendo más énfasis en que la gente no tiene que percibir simplemente un subsidio, sino que tiene que hacer algo por la sociedad a cambio de ese dinero", afirmó.
Según Caldelari, los nuevos planes del Gobierno nacional, como el de cooperativas "Argentina Trabaja", apuntan en este sentido. "Son distintos a los antiguos beneficios que tenían una contraprestación bastante laxa y en este caso parecen mucho más exigentes y eso es muy positivo porque ayudan a que la gente, de alguna forma, no sólo perciba un ingreso si no que sienta que está siendo útil a cambio del dinero que recibe", destacó.
Partiendo de una concepción amplia de trabajo -entendiéndolo como la actividad que realiza una persona a cambio de una contraprestación- la división central hoy se halla, según el sociólogo, entre quienes obtienen reconocimiento y un ingreso económico por la actividad que realizan y, por otro lado, aquellos que se encuentran fuera de ese mundo, y que en algunos casos perciben algún tipo de plan. "A los ojos de una buena parte de la población, estos beneficios aparecen como una forma de acceder a los bienes de la sociedad sin ningún derecho; pero los subsidios por desempleo son políticas muy viejas en todo el mundo aunque parece que en Argentina es imposible reconocerle una posición particular a un desocupado", postuló el sociólogo.
De acuerdo con el experto, la implementación sistemática de estas políticas marcó puntos de conflicto fuertes entre el Gobierno y algunos sectores de la sociedad. "Uno escucha las quejas de que la gente no quiere trabajar porque tiene un plan; pero el que tiene la opción de ganar mucho más, trabaja y la gente quiere y necesita ganar más que un plan", indicó.
Por otro lado, Caldelari aseguró que no hay que perder de vista que en Tucumán hay empleos muy precarios cuyos salarios, como los de recolectores o peladores, nunca implicaron una diferencia económica significativa con estos beneficios.
"Para una parte de la sociedad existe el clásico ’quien quiere trabajar trabaja’ pero los movimientos de las tasas de empleo a lo largo de la historia demuestran que la cosa, simplemente, no funciona así", concluyó el especialista.
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Antropología/Sociología
sábado, 9 de enero de 2010
Engaño en Medio Oriente
Por Robert Fisk *
En la amplia embajada estadounidense, ubicada en las colinas de las afueras de Amman, la capital jordana, un oficial de fuerzas especiales encabeza una oficina igualmente especial. Compra –con dinero en efectivo, desde luego– información de funcionarios del ejército y la inteligencia jordanos, pero también ayuda a entrenar a policías y soldados afganos e iraquíes.
La información que busca no es sólo sobre Al Qaida, sino sobre los mismos jordanos, sobre la lealtad del ejército al rey Abdullah II, así como sobre los insurgentes antiestadounidenses que viven en Jordania, primordialmente iraquíes. Pero también se dedica a lo relacionado con los contactos de la rama iraquí de Al Qaida en Afganistán.
En Medio Oriente es fácil comprar funcionarios militares. Estados Unidos dedicó buena parte de los años 2001 y 2002 a comprar a los señores de la guerra afganos. Pagó a soldados jordanos para que se unieran a su ejército de ocupación en Irak, razón por la cual la embajada jordana en Bagdad fue ferozmente bombardeada por los enemigos de Wa-shington.
Lo que hizo el doble agente de la CIA Humam Jalil Abu Mulal Balawi (foto), que era médico como muchos seguidores de Al Qaida, era cosa de rutina. Trabajaba para ambos lados, porque los enemigos de Estados Unidos hace mucho que infiltraron las fuerzas de inteligencia árabes de los “aliados” de Washington. Incluso Abu Musab Zarqawi, quien con gran eficacia encabezó la insurgencia de Al Qaida en Irak, es ciudadano jordano; mantuvo contacto con el Departamento General de Inteligencia de Amman, cuyo director, Sharif Ali bin Zeid, murió junto con siete estadounidenses esta semana en el peor desastre sufrido por la CIA desde el ataque con bomba a la embajada estadounidense en Beirut, en 1983.
El espionaje en Medio Oriente no tiene nada de romántico. De hecho, varios de los agentes de la CIA que murieron en Afganistán eran mercenarios a sueldo, mientras los matones mujabarati, que trabajan tanto para Bin Zeid como para Balawsi, se usan de rutina contra los supuestos enemigos de Jordania, de la misma manera en que se torturaba habitualmente a hombres que luego eran entregados por la CIA “en rendición” a Amman durante el gobierno de Bush.
El misterio, no obstante, no es tanto la existencia de dobles agentes en el aparato de seguridad estadounidense en Medio Oriente, sino de qué puede servir un “infiltrado” jordano en Afganistán. Pocos árabes hablan pasthu, dari o urdu; en cambio, son muchos más los afganos que hablan árabe. Esto sugiere que hay vínculos mucho más estrechos de lo que se cree entre la insurgencia antiestadounidense iraquí con base en Amman y su equivalente en Afganistán.
Hasta ahora se creía que las operaciones de transferencia eran puramente inspiracionales, pero ahora está claro que, pese a que el vasto territorio de Irán separa a los activistas de Al Qaida en Irak y Afganistán, han colaborado estrechamente.
En otras palabras, de la misma forma en que la CIA, sin mayor preocupación, asumió que podía hacer amistad con los agentes de inteligencia locales del mundo musulmán y confiar en ellos –sin suponer que los grupos rebeldes harían lo mismo–, la presencia de espías antiestadounidenses jordanos en Afganistán, dispuestos a sacrificar su vida lejos de su hogar, prueba que existen nexos entre los enemigos de Estados Unidos en Amman y en el este de Afganistán. No es demasiado aventurado sugerir que los jordanos antiestadounidenses tienen conexiones que llegan hasta Islamabad.
Si esto parece exagerado, debemos recordar que la CIA, en un principio, respaldó a los combatientes árabes contra el ejército soviético en Afganistán, y esas operaciones fueron pagadas con dinero saudita. A principios de los ’80, el comandante en jefe de la inteligencia de Arabia Saudita sostenía reuniones regulares con Osama bin Laden en la embajada saudita en Islamabad y con el servicio secreto paquistaní, el mismo que dio ayuda logística a los mujaidines y luego al talibán, como lo sigue haciendo hasta la fecha.
Si los estadounidenses creen que los sauditas no envían dinero a sus enemigos en Afganistán o a sus igualmente fundamentalistas enemigos en Irak y Jordania, entonces la CIA no tiene mucha idea de lo que ocurre en Medio Oriente.
Tal vez así es, desafortunadamente. El deseo de Estados Unidos de ser amado y temido por igual ha engañado a sus servicios de inteligencia y los ha hecho confiar en quienes se ostentan como sus amigos mientras tratan como animales a sus supuestos enemigos.
Esto fue exactamente lo que ocurrió en Líbano antes de que un musulmán chiíta se hiciera estallar en la embajada estadounidense en Beirut, en 1983, en momentos en que casi todos los agentes de la CIA en Medio Oriente se encontraban allí. La mayoría murieron. La entrada a las oficinas de la CIA, en la embajada, a orillas del mar, estaba muy resguardada. Pero entre los agentes en Líbano había hombres y mujeres que trabajaban tanto para los israelíes como para una versión temprana de Hezbollá. Agentes de inteligencia de la embajada salían con mujeres libanesas, que no pasaban por el control de seguridad.
Pero el eje jordano-estadounidense era diferente. Aquí la CIA operaba en un ambiente casi totalmente sunnita, entre jordanos que, si bien aceptan el dinero de la agencia, tienen muchas razones para oponerse a las políticas de Washington y a las del rey de Jordania. Los mujabarati son una minoría numerosa en Jordania, formada por personas originarias de Palestina que creen que el apoyo acrítico y obsequioso de Estados Unidos a Israel ha destruido la “nación” palestina y pisoteado a su pueblo.
El deseo de la CIA de confiar en “empleados locales” no es distinto de la fe que tenían los británicos en sus soldados indios, conocidos como sepoy, la víspera del motín en India: “Sus regimientos locales nunca se levantarán contra el rajá; sus oficiales se mantendrán leales”. Pero no ocurrió así.
Bin Zeid, la víctima jordana de Balawi, recibió un funeral de “mártir” en presencia de su primo, el rey Abdullah. Hay que ver quién asiste al funeral del asesino, si es que quedó algo de él para sepultar.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página 12
Por Robert Fisk *
En la amplia embajada estadounidense, ubicada en las colinas de las afueras de Amman, la capital jordana, un oficial de fuerzas especiales encabeza una oficina igualmente especial. Compra –con dinero en efectivo, desde luego– información de funcionarios del ejército y la inteligencia jordanos, pero también ayuda a entrenar a policías y soldados afganos e iraquíes.
La información que busca no es sólo sobre Al Qaida, sino sobre los mismos jordanos, sobre la lealtad del ejército al rey Abdullah II, así como sobre los insurgentes antiestadounidenses que viven en Jordania, primordialmente iraquíes. Pero también se dedica a lo relacionado con los contactos de la rama iraquí de Al Qaida en Afganistán.
En Medio Oriente es fácil comprar funcionarios militares. Estados Unidos dedicó buena parte de los años 2001 y 2002 a comprar a los señores de la guerra afganos. Pagó a soldados jordanos para que se unieran a su ejército de ocupación en Irak, razón por la cual la embajada jordana en Bagdad fue ferozmente bombardeada por los enemigos de Wa-shington.
Lo que hizo el doble agente de la CIA Humam Jalil Abu Mulal Balawi (foto), que era médico como muchos seguidores de Al Qaida, era cosa de rutina. Trabajaba para ambos lados, porque los enemigos de Estados Unidos hace mucho que infiltraron las fuerzas de inteligencia árabes de los “aliados” de Washington. Incluso Abu Musab Zarqawi, quien con gran eficacia encabezó la insurgencia de Al Qaida en Irak, es ciudadano jordano; mantuvo contacto con el Departamento General de Inteligencia de Amman, cuyo director, Sharif Ali bin Zeid, murió junto con siete estadounidenses esta semana en el peor desastre sufrido por la CIA desde el ataque con bomba a la embajada estadounidense en Beirut, en 1983.
El espionaje en Medio Oriente no tiene nada de romántico. De hecho, varios de los agentes de la CIA que murieron en Afganistán eran mercenarios a sueldo, mientras los matones mujabarati, que trabajan tanto para Bin Zeid como para Balawsi, se usan de rutina contra los supuestos enemigos de Jordania, de la misma manera en que se torturaba habitualmente a hombres que luego eran entregados por la CIA “en rendición” a Amman durante el gobierno de Bush.
El misterio, no obstante, no es tanto la existencia de dobles agentes en el aparato de seguridad estadounidense en Medio Oriente, sino de qué puede servir un “infiltrado” jordano en Afganistán. Pocos árabes hablan pasthu, dari o urdu; en cambio, son muchos más los afganos que hablan árabe. Esto sugiere que hay vínculos mucho más estrechos de lo que se cree entre la insurgencia antiestadounidense iraquí con base en Amman y su equivalente en Afganistán.
Hasta ahora se creía que las operaciones de transferencia eran puramente inspiracionales, pero ahora está claro que, pese a que el vasto territorio de Irán separa a los activistas de Al Qaida en Irak y Afganistán, han colaborado estrechamente.
En otras palabras, de la misma forma en que la CIA, sin mayor preocupación, asumió que podía hacer amistad con los agentes de inteligencia locales del mundo musulmán y confiar en ellos –sin suponer que los grupos rebeldes harían lo mismo–, la presencia de espías antiestadounidenses jordanos en Afganistán, dispuestos a sacrificar su vida lejos de su hogar, prueba que existen nexos entre los enemigos de Estados Unidos en Amman y en el este de Afganistán. No es demasiado aventurado sugerir que los jordanos antiestadounidenses tienen conexiones que llegan hasta Islamabad.
Si esto parece exagerado, debemos recordar que la CIA, en un principio, respaldó a los combatientes árabes contra el ejército soviético en Afganistán, y esas operaciones fueron pagadas con dinero saudita. A principios de los ’80, el comandante en jefe de la inteligencia de Arabia Saudita sostenía reuniones regulares con Osama bin Laden en la embajada saudita en Islamabad y con el servicio secreto paquistaní, el mismo que dio ayuda logística a los mujaidines y luego al talibán, como lo sigue haciendo hasta la fecha.
Si los estadounidenses creen que los sauditas no envían dinero a sus enemigos en Afganistán o a sus igualmente fundamentalistas enemigos en Irak y Jordania, entonces la CIA no tiene mucha idea de lo que ocurre en Medio Oriente.
Tal vez así es, desafortunadamente. El deseo de Estados Unidos de ser amado y temido por igual ha engañado a sus servicios de inteligencia y los ha hecho confiar en quienes se ostentan como sus amigos mientras tratan como animales a sus supuestos enemigos.
Esto fue exactamente lo que ocurrió en Líbano antes de que un musulmán chiíta se hiciera estallar en la embajada estadounidense en Beirut, en 1983, en momentos en que casi todos los agentes de la CIA en Medio Oriente se encontraban allí. La mayoría murieron. La entrada a las oficinas de la CIA, en la embajada, a orillas del mar, estaba muy resguardada. Pero entre los agentes en Líbano había hombres y mujeres que trabajaban tanto para los israelíes como para una versión temprana de Hezbollá. Agentes de inteligencia de la embajada salían con mujeres libanesas, que no pasaban por el control de seguridad.
Pero el eje jordano-estadounidense era diferente. Aquí la CIA operaba en un ambiente casi totalmente sunnita, entre jordanos que, si bien aceptan el dinero de la agencia, tienen muchas razones para oponerse a las políticas de Washington y a las del rey de Jordania. Los mujabarati son una minoría numerosa en Jordania, formada por personas originarias de Palestina que creen que el apoyo acrítico y obsequioso de Estados Unidos a Israel ha destruido la “nación” palestina y pisoteado a su pueblo.
El deseo de la CIA de confiar en “empleados locales” no es distinto de la fe que tenían los británicos en sus soldados indios, conocidos como sepoy, la víspera del motín en India: “Sus regimientos locales nunca se levantarán contra el rajá; sus oficiales se mantendrán leales”. Pero no ocurrió así.
Bin Zeid, la víctima jordana de Balawi, recibió un funeral de “mártir” en presencia de su primo, el rey Abdullah. Hay que ver quién asiste al funeral del asesino, si es que quedó algo de él para sepultar.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página 12
Independencia
Por Alfredo Zaiat
El concepto de independencia del Banco Central se ha instalado en el debate económico como un valor por encima de las instituciones democráticas. Es una idea que permite ocultar la influencia que ejerce el poder financiero sobre las autoridades de la entidad monetaria. Se trata de una concepción conservadora y corporativa del diseño de la política económica que la ortodoxia ha conseguido imponer en el sentido común de la sociedad. Tan contundente ha sido ese logro que hasta dirigentes del centroizquierda la defienden en peculiares alianzas discursivas. Resulta misterioso ese triunfo cultural de considerar la independencia del Banco Central como una estrategia sensata. Dos antecedentes recientes enseñan que esa autonomía provoca fabulosos descalabros económicos y sociales. Esa independencia, o sea tener la capacidad de instrumentar una estructura normativa de escaso control a los bancos y favorable a los intereses de los banqueros, estuvo en su máximo apogeo al momento de desencadenarse dos crisis extraordinarias: la debacle de Wall Street con la crisis subprime y el derrumbe bancario en Argentina con el corralito y la pesificación asimétrica. Estos antecedentes deberían abrir el cuestionamiento a la “independencia” del Banco Central.
Si se quiere una idea conservadora, antipolíticas y de preservación de intereses de minorías privilegiadas, no hay que buscar mucho. Se encuentra en la expuesta con la “independencia” del Banco Central. En su esencia, considera que los gobiernos tienen objetivos de corto plazo y, por lo tanto, tentados a la demagogia. Para frenar esa tendencia de los políticos a impulsar estrategias expansivas, que implicarían acelerar el descenso del desempleo o disminuir la tasa de interés para ampliar el crédito productivo, se necesita de un factor de contención de esos “despropósitos” económicos. Con aura de técnico experto, alejado de las miserias del mundo terrenal, emerge entonces el economista ortodoxo que reúne las características para ser seleccionado para ejercer el cargo de presidente del Banco Central con posterior ratificación del Senado. Ese funcionario tendrá la misión de limitar el riesgo de ese eventual desequilibrio que derivaría en inflación provocado por las ambiciones de los políticos.
De esa forma colisiona la supuesta irresponsabilidad cortoplacista de políticos contra la prudencia de economistas que dicen saber cómo evolucionarán las variables, en especial la inflación, si no se respetan ciertos equilibrios macroeconómicos. Esa concepción considera que las máximas autoridades de un gobierno estiman que su suerte electoral depende del nivel de actividad económica y el empleo. Por ese motivo, demandan políticas monetarias expansivas, medidas que una banca central debería resistir si es “independiente” para evitar un proceso inflacionario. Así se constituye en forma indirecta, a través de la estrategia monetaria, un dispositivo conservador de la política de ingresos dado que institucionaliza la amenaza de una mayor desocupación en el supuesto de que no se verifique una limitación en materia salarial, que en caso de excesos provocaría inflación. Para la visión ortodoxa la misión única de la banca central es preservar el valor de la moneda y la inflación es su principal enemigo. Toda la política económica debe estar subordinada a esa meta. Así el presidente del Banco Central se convierte en la figura rectora de la gestión económica. En la práctica y llevado al extremo, es la constitución de un poder autónomo dentro del espacio de gestión del poder político. Un ministro de Economía no necesita el aval del Senado para su designación ni para su remoción como establece la Carta Orgánica del BCRA para su presidente. Y ambos tienen sus respectivas cuotas de responsabilidad sobre la gestión del rumbo de la economía. Pero el titular del Palacio de Hacienda tiene la máxima y no goza de esos mecanismos institucionales de protección del presidente del Banco Central. De ese modo se ha ido consolidando la inconsistencia de otorgar autonomía a un área fundamental para el diseño de una política económica coordinada. El Banco Central se ubica en el lugar de confiable para los agentes económicos cuando su conducción interviene según su parecer, aunque estuviera en contradicción con la estrategia gubernamental. Esa credibilidad significa en los hechos que la autoridad monetaria se desprende de la responsabilidad inmediata con respecto al desarrollo de la economía real. La “independencia” se entiende como la facultad del presidente del Banco Central, desde el punto de vista institucional y práctico, para tomar las decisiones que considere más acertadas, sin previa ni posterior interferencia de ninguna otra autoridad. Resulta peculiar este pensamiento sobre la calidad institucional que coloca en un segundo plano la calidad de la representación democrática. Un rasgo característico de esa corriente es “que tiende a considerar a los gobiernos electos como agentes insensatos, ineptos y oportunistas; en tanto considera a las autoridades monetarias como agentes sensatos, idóneos y consustanciados con los intereses de los ciudadanos”, explican los economistas Martín Abeles y Mariano Borzel, en el documento del Cefid-Ar Metas de Inflación: implicancias para el desarrollo. Para agregar que “la propuesta de independencia de la autoridad monetaria conforma, desde la perspectiva teórica de, por ejemplo, la ciencia o la filosofía política, un esquema institucional manifiestamente ‘elitista’ que, al independizar a la autoridad monetaria de los gobiernos electos, excluye al soberano (electorado) de toda influencia sobre uno de los resortes fundamentales de la administración macroconómica”. Sólo la presencia dominante del pensamiento ortodoxo en la esfera de la economía puede sostener ante la sociedad ese contrasentido.
La evidencia empírica de las últimas dos décadas ha mostrado que esa forma de organización ha provocado mayores descalabros económicos que la inflación en el nivel de actividad y del empleo. Los banqueros centrales de la realidad, no los que se esbozan en marcos teóricos, no poseen el poder sobrenatural de ordenar las variables económicas que le brindaría la independencia del gobierno. El caso más paradigmático ha sido el del otrora poderoso presidente de la Reserva Federal (banca central estadounidense), Alan Greenspan. El hombre de las finanzas mundiales de los noventa con su “independencia”, la reverencia del poder político y las alabanzas del mundo financiero fue perfeccionando un sistema de casino global. Ese mercado especulativo a escala mundial explotó con la crisis de las hipotecas subprime. La caída del Muro de Wall Street, que precipitó la mayor recesión mundial desde el crac del ’29, dejó en evidencia la profunda debilidad de ese cuadro teórico acerca del funcionamiento del Banco Central.
Otro caso impactante, por el elevado costo económico y social de la “independencia” de la entidad monetaria, fue la convertibilidad, con el desenlace del corralito y la pesificación asimétrica. La experiencia histórica revela que las caídas del Producto durante el ciclo recesivo son más pronunciadas cuando mayor sea la independencia de la banca central. Esto se verifica porque las autoridades de la entidad monetaria sobreactúan su firmeza frente al poder político, que reclama flexibilidad para superar rápido la crisis, para defender lo que consideran su “credibilidad” e “independencia”.
La banca central debe estar al servicio del crecimiento económico y del empleo, con tasas bajas que alienten la inversión, y cuidando de ese modo el valor de la moneda. Este se protege cuando la tasa de inflación está controlada, a la vez que se fortalece con el vigor de la actividad económica. Estos múltiples objetivos requieren de coordinación de la política fiscal, de ingresos y monetaria con sintonía fina de la gestión económica global. La independencia del Banco Central atenta contra esa forma alternativa de funcionamiento y organización de la economía cuyo objetivo es el interés general.
A.Zaiat Página 12
Por Alfredo Zaiat
El concepto de independencia del Banco Central se ha instalado en el debate económico como un valor por encima de las instituciones democráticas. Es una idea que permite ocultar la influencia que ejerce el poder financiero sobre las autoridades de la entidad monetaria. Se trata de una concepción conservadora y corporativa del diseño de la política económica que la ortodoxia ha conseguido imponer en el sentido común de la sociedad. Tan contundente ha sido ese logro que hasta dirigentes del centroizquierda la defienden en peculiares alianzas discursivas. Resulta misterioso ese triunfo cultural de considerar la independencia del Banco Central como una estrategia sensata. Dos antecedentes recientes enseñan que esa autonomía provoca fabulosos descalabros económicos y sociales. Esa independencia, o sea tener la capacidad de instrumentar una estructura normativa de escaso control a los bancos y favorable a los intereses de los banqueros, estuvo en su máximo apogeo al momento de desencadenarse dos crisis extraordinarias: la debacle de Wall Street con la crisis subprime y el derrumbe bancario en Argentina con el corralito y la pesificación asimétrica. Estos antecedentes deberían abrir el cuestionamiento a la “independencia” del Banco Central.
Si se quiere una idea conservadora, antipolíticas y de preservación de intereses de minorías privilegiadas, no hay que buscar mucho. Se encuentra en la expuesta con la “independencia” del Banco Central. En su esencia, considera que los gobiernos tienen objetivos de corto plazo y, por lo tanto, tentados a la demagogia. Para frenar esa tendencia de los políticos a impulsar estrategias expansivas, que implicarían acelerar el descenso del desempleo o disminuir la tasa de interés para ampliar el crédito productivo, se necesita de un factor de contención de esos “despropósitos” económicos. Con aura de técnico experto, alejado de las miserias del mundo terrenal, emerge entonces el economista ortodoxo que reúne las características para ser seleccionado para ejercer el cargo de presidente del Banco Central con posterior ratificación del Senado. Ese funcionario tendrá la misión de limitar el riesgo de ese eventual desequilibrio que derivaría en inflación provocado por las ambiciones de los políticos.
De esa forma colisiona la supuesta irresponsabilidad cortoplacista de políticos contra la prudencia de economistas que dicen saber cómo evolucionarán las variables, en especial la inflación, si no se respetan ciertos equilibrios macroeconómicos. Esa concepción considera que las máximas autoridades de un gobierno estiman que su suerte electoral depende del nivel de actividad económica y el empleo. Por ese motivo, demandan políticas monetarias expansivas, medidas que una banca central debería resistir si es “independiente” para evitar un proceso inflacionario. Así se constituye en forma indirecta, a través de la estrategia monetaria, un dispositivo conservador de la política de ingresos dado que institucionaliza la amenaza de una mayor desocupación en el supuesto de que no se verifique una limitación en materia salarial, que en caso de excesos provocaría inflación. Para la visión ortodoxa la misión única de la banca central es preservar el valor de la moneda y la inflación es su principal enemigo. Toda la política económica debe estar subordinada a esa meta. Así el presidente del Banco Central se convierte en la figura rectora de la gestión económica. En la práctica y llevado al extremo, es la constitución de un poder autónomo dentro del espacio de gestión del poder político. Un ministro de Economía no necesita el aval del Senado para su designación ni para su remoción como establece la Carta Orgánica del BCRA para su presidente. Y ambos tienen sus respectivas cuotas de responsabilidad sobre la gestión del rumbo de la economía. Pero el titular del Palacio de Hacienda tiene la máxima y no goza de esos mecanismos institucionales de protección del presidente del Banco Central. De ese modo se ha ido consolidando la inconsistencia de otorgar autonomía a un área fundamental para el diseño de una política económica coordinada. El Banco Central se ubica en el lugar de confiable para los agentes económicos cuando su conducción interviene según su parecer, aunque estuviera en contradicción con la estrategia gubernamental. Esa credibilidad significa en los hechos que la autoridad monetaria se desprende de la responsabilidad inmediata con respecto al desarrollo de la economía real. La “independencia” se entiende como la facultad del presidente del Banco Central, desde el punto de vista institucional y práctico, para tomar las decisiones que considere más acertadas, sin previa ni posterior interferencia de ninguna otra autoridad. Resulta peculiar este pensamiento sobre la calidad institucional que coloca en un segundo plano la calidad de la representación democrática. Un rasgo característico de esa corriente es “que tiende a considerar a los gobiernos electos como agentes insensatos, ineptos y oportunistas; en tanto considera a las autoridades monetarias como agentes sensatos, idóneos y consustanciados con los intereses de los ciudadanos”, explican los economistas Martín Abeles y Mariano Borzel, en el documento del Cefid-Ar Metas de Inflación: implicancias para el desarrollo. Para agregar que “la propuesta de independencia de la autoridad monetaria conforma, desde la perspectiva teórica de, por ejemplo, la ciencia o la filosofía política, un esquema institucional manifiestamente ‘elitista’ que, al independizar a la autoridad monetaria de los gobiernos electos, excluye al soberano (electorado) de toda influencia sobre uno de los resortes fundamentales de la administración macroconómica”. Sólo la presencia dominante del pensamiento ortodoxo en la esfera de la economía puede sostener ante la sociedad ese contrasentido.
La evidencia empírica de las últimas dos décadas ha mostrado que esa forma de organización ha provocado mayores descalabros económicos que la inflación en el nivel de actividad y del empleo. Los banqueros centrales de la realidad, no los que se esbozan en marcos teóricos, no poseen el poder sobrenatural de ordenar las variables económicas que le brindaría la independencia del gobierno. El caso más paradigmático ha sido el del otrora poderoso presidente de la Reserva Federal (banca central estadounidense), Alan Greenspan. El hombre de las finanzas mundiales de los noventa con su “independencia”, la reverencia del poder político y las alabanzas del mundo financiero fue perfeccionando un sistema de casino global. Ese mercado especulativo a escala mundial explotó con la crisis de las hipotecas subprime. La caída del Muro de Wall Street, que precipitó la mayor recesión mundial desde el crac del ’29, dejó en evidencia la profunda debilidad de ese cuadro teórico acerca del funcionamiento del Banco Central.
Otro caso impactante, por el elevado costo económico y social de la “independencia” de la entidad monetaria, fue la convertibilidad, con el desenlace del corralito y la pesificación asimétrica. La experiencia histórica revela que las caídas del Producto durante el ciclo recesivo son más pronunciadas cuando mayor sea la independencia de la banca central. Esto se verifica porque las autoridades de la entidad monetaria sobreactúan su firmeza frente al poder político, que reclama flexibilidad para superar rápido la crisis, para defender lo que consideran su “credibilidad” e “independencia”.
La banca central debe estar al servicio del crecimiento económico y del empleo, con tasas bajas que alienten la inversión, y cuidando de ese modo el valor de la moneda. Este se protege cuando la tasa de inflación está controlada, a la vez que se fortalece con el vigor de la actividad económica. Estos múltiples objetivos requieren de coordinación de la política fiscal, de ingresos y monetaria con sintonía fina de la gestión económica global. La independencia del Banco Central atenta contra esa forma alternativa de funcionamiento y organización de la economía cuyo objetivo es el interés general.
A.Zaiat Página 12
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