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jueves, 29 de octubre de 2009

Escrito por Gabriel Catracchia Domingo, 23 de Agosto de 2009 23:38

Gotas de un cuento con final feliz

Papá y mamá buscaban a su hijo. Lo habían secuestrado hacía unos cuantos años. Secuestro millonario. Extorsivo. Pero con algunos beneficios. Los padres lo podían ver una vez a la semana pasada la medianoche.

El día era la espera de un encuentro suspendido en el tiempo. Y no poder verlo en vivo. Y no poder verlo entrar. Y no poder escuchar el grito de alegría que causaba su presencia.

Esto pasó durante 18 años. 6570 días sin su hijo. Los padres lo veían crecer a cuentagotas. Por puchitos. Era esperar verlo bajo la exclusividad de un tipo que lo retenía, que día a día lo secuestraba.

Y no se sabe si hubo torturas. Algunas comparan este secuestro con los de la última dictadura argentina, lo que hace suponer que fue una apropiación sangrienta, en manos de genocidas impiadosos, que fueron haciendo dinero y poder a costa del secuestro de un niño que lo único que quería era ser feliz, y hacer feliz a los demás.
Y el Estado nunca se hizo cargo.

Digamos la verdad: a nadie le importó nunca nada.

El Estado solía ocuparse de otras cosas consideradas por alguna gente como “más importantes”, y este secuestro pasó siempre a un plano bien subterráneo.

¿Y si el Estado fue cómplice? ¿Y si también sacaba provecho de esta apropiación?

Pasaron los años y el niño secuestrado empezó a ser famoso. Todo el país quería verlo.

Ricos. Pobres. Niños. Ancianos.

Pero claro, las diferencias económicas no tardaron en aparecer: solo los ricos, los que podían pagar cierto dinero, podían ver al niño secuestrado en vivo, en el preciso momento en que el chico respiraba y que alguien lo acariciaba para sacarle una sonrisa a la gente.

Pero los padres del niño eran pobres, y nunca podían ver a su hijo secuestrado.

Después de 18 años, un día despejado, de esos que el sol grita justicia, apareció un matrimonio bondadoso y sin problemas de dinero, con ganas de solucionar las cosas, en definitiva de hacer justicia.

No podían entender cómo a ese niño secuestrado se lo podía ver tan poco tiempo y encima grabado. El matrimonio bondadoso se cansó, sacó la chequera y puso sobre la mesa el dinero necesario para liberar al niño.

Los secuestradores no podían creerlo: era mucha plata, más de la que pedían. “¿De dónde sacaron esto?”, se preguntaban entre ellos, como buscándole un sentido existencial al negocio.

El matrimonio sonreía y posaba para las fotos, con la certeza de haber hecho uno de los aportes más importantes para la historia argentina.

Luego de duras negociaciones, el niño secuestrado fue liberado. Y ahora nadie puede creerlo: el niño liberado está en televisión todo el día, a toda hora.

Antes era la espera. Ahora es cuestión de hacer un poco de zapping, y ver al niño en todos lados, libre, sin restricciones.

Verlo a las 4, a las 5, o a las 8 de la noche sin culpa, sin necesidad de ser rico.


Alegrarse con el niño, con su vuelo.

Alegrarse junto a sus pasos mirando al cielo y agradeciendo al matrimonio bondadoso que pudo hacer justicia para que nunca más éste y otros niños estén secuestrados.


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