La guerra del ruido
Por Diego Fischerman
No fue lo primero que leí de Antonio Di Benedetto. Fue Zama, por supuesto. Y ya en esa novela había aparecido el deslumbramiento frente a una prosa cuyas modestia y exactitud no podían compararse con nada. Eran años de excesos, de poetas embebidos en caudalosos e interminables encadenamientos de palabras, de novelistas emborrachados por la improbable evocación porteña de ciertos trópicos. Y Di Benedetto, allí o en los cuentos de un librito de sequedad esencial llamado Caballo en el salitral –una antología barata que se conseguía en esos años– mostraba, sencillamente, la posibilidad de otro camino. Las cosas podían contarse diciendo “Salí de la ciudad, ribera abajo, al encuentro solitario del barco que aguardaba, sin saber cuándo vendría”, como en el formidable comienzo de Zama. Y también, como descubrí con El silenciero, se podía hablar del sonido y de la más terrorífica –y la más inevitable– de las invasiones posibles. La del mundo, devenido ruido.
Francisco Kröpfl, un gran compositor y pedagogo argentino, resume la cuestión en una sentencia inapelable: las orejas no tienen párpados. Abel Gilbert recopila noticias de asesinatos provocados por cuestiones sonoras –una fiesta, una canción que no para de repetirse, los bajos intercambiables de las cumbias sonando hasta las cinco, o las siete, o las diez de la mañana–. Y en Guantánamo, claro, se torturaba con música. Di Benedetto nada sabía de estas cosas pero El silenciero, publicada por primera vez en 1964, hablaba de ellas. Un hombre, solitario como todos sus personajes, a quien apenas rodean otros pocos, es acosado por el ruido. Hay un piano. Hay sucesivas mudanzas. Hay un incendio final de un salón de baile. Y una cárcel en la que los ruidos no son menores. Pero más allá de la visionaria percepción del mundo como un lugar ocupado y del ruido como un ente inarticulado capaz de tomar la casa desde cualquier lado y en cualquier momento, lo que traza Di Benedetto es un relato acerado, de precisión quirúrgica sobre una batalla, o una guerra, siempre perdida. La guerra con lo otro.
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lunes, 22 de febrero de 2010
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