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martes, 9 de febrero de 2010

LITERATURA › GUILLERMO SACCOMANNO GANO EL PREMIO BIBLIOTECA BREVE POR EL OFICINISTA

Existencias desesperadas en un mundo que destruye al sujeto
La novela fue caracterizada como un “suceso literario” por Rosa Montero, que formaba parte del jurado que la eligió de manera unánime. El escritor, que es colaborador de Página/12, no pudo asistir a la entrega del galardón por razones de salud.



Por Silvina Friera

El título, tan anodino y prometedor, atizó la llamita de la curiosidad desde el comienzo. Los miembros del jurado se quedaron “boquiabiertos” después de leer la “extraña” e “inquietante” El oficinista, de Guillermo Saccomanno, con la que acaba de ganar el premio Biblioteca Breve, dotado de 30 mil euros. Cuando relajaron las mandíbulas y cerraron la boca, aún bajo los efectos de la intensidad y originalidad del texto, no tuvieron que discutir el veredicto. Por unanimidad, entre los 414 manuscritos que concursaban, eligieron la novela del escritor argentino, presentada bajo el seudónimo de Calemo, que se publicará a fin de mes, en España y la Argentina, a través del sello Seix Barral. En el Museo Marítimo de Barcelona, durante la conferencia de prensa, Rosa Montero elevó el texto premiado a la categoría de “suceso literario” y garantizó que no dejará “indemne” a ningún lector porque contiene una “moral sumamente turbadora”. Dicen que nunca un jurado se mostró tan exaltado y contundente. El telón de fondo de la historia premiada es una ciudad arrasada por atentados guerrilleros, amenazada por hordas de hambrientos, niños asesinos y perros clonados.

En esta urbe infernal, vigilada por helicópteros y bautizada con lluvia de ácido, se recorta el opaco y desencajado protagonista de la historia, un hombre dispuesto a la humillación con tal de conservar, con uñas y dientes, su trabajo. En este mundo absurdo, que responde a la lógica de la degradación del sujeto, el oficinista, un asesino en potencia, se enamora y se permite soñar con ser otro. Una pregunta sobrevuela por las páginas de esta novela, que encierra una antiutopía, un mundo Ballard, pero también Dostoievski: ¿de qué abyecciones es capaz un hombre por aferrarse a un sueño?

Saccomanno, él mismo lo reconoce, ha incentivado el culto del “escritor salvaje” desde que se recluyó en Villa Gesell, hace más de veinte años, para desintoxicarse de la ciudad y del ambiente literario. Algún malintencionado podría sospechar que ese costado salvaje del flamante ganador se impuso y que por eso decidió no viajar a Barcelona a recibir el premio Biblioteca Breve, que han ganado nada más ni nada menos que Juan Goytisolo, Mario Vargas Llosa, Juan Marsé, Guillermo Cabrera Infante, Carlos Fuentes y Gioconda Belli, entre otros. Seguirá siendo un “buen salvaje” y empecinado, pero las razones de ese faltazo obedecen a un virus que suena a trabalenguas macabro. Por motivos de salud, Saccomanno está internado en Buenos Aires, fuera de peligro, reponiéndose de una meningoencefalitis, y Rodrigo Fresán recogió el premio en su nombre. “Es un libro extraño, en el mejor sentido de la palabra, pero coherente con la obra de Guillermo. No es un libro común, va a sorprender mucho”, anticipó Fresán, para quien los libros de Saccomanno “se pasean por muchos lados, son como postales”.


Además de Montero, el jurado integrado por José Manuel Caballero Bonald, Ricardo Menéndez Salmón, Peré Gimferrer y Elena Ramírez, directora editorial de Seix Barral, coincidió en señalar que El oficinista presenta reminiscencias de Blade Runner y de las obras de Franz Kafka y Roberto Arlt. “Fue un auténtico descubrimiento. Este libro es un suceso literario. Se queda contigo para siempre”, ponderó Montero. “Como en la literatura rusa, este libro captura el alma de las personas”, agregó Menéndez Salmón. “Es una reflexión sobre la realidad humana y la necesidad de encontrar el amor”, apuntó Gimferrer. “Este antihéroe cautiva”, aseguró Caballero Bonald sobre el protagonista de la novela. “Hay un antes y un después de leer esta novela”, subrayó Ramírez, quien ha calificado a Saccomanno como “el perfeccionista obsesivo”.

Aunque el ganador no pudo hacer declaraciones, en un texto de su autoría distribuido por la editorial Planeta, Saccomanno cuenta que escribió la primera versión de El oficinista en el verano de 2003, tan sólo en un mes. “Ignoraba que su proceso de corrección y ajuste me llevaría seis años”, admitía allí el flamante ganador del premio Biblioteca Breve. “Seis años en los que pasé por diferentes estados de ánimo. En todos fui el oficinista. Es cierto, lo fui alguna vez. Quizás ahora, al escribir, no tenía que observar tanto a los otros como a mí mismo. Si hay una clase que conozco y repudio es la clase media. La clase a la que pertenezco. Se define por su capacidad de sometimiento y traición.


Una clase que, en su afán de trepada y con tal de no descender un peldaño en la escala social, se identifica con sus enemigos, los ricos. Es decir, el poder.” Saccomanno plantea que lo peor del poder es que “nos inficiona”. Después de despotricar contra la clase media, “tan prolija”, “tan capaz de canalladas cobardes”, se pregunta, en una vuelta de tuerca flaubertiana: “¿Acaso soy mejor tipo por ser escritor? El oficinista también soy yo”.

La zona del Bajo, en Buenos Aires, concentra el humus de El oficinista. “Están las torres de la zona empresarial donde se encuentran desde la Bolsa hasta los bancos extranjeros, las multinacionales y los ministerios. También la marginalidad de humillados y ofendidos que incluye una villa miseria detrás de terminales ferroviarias y de ómnibus y edificios de tribunales de justicia”, describe ese Bajo que tanto le atrae, como a Antonio Dal Masetto, entre otros escritores.


“Como me gusta levantarme temprano, suelo observar a los hombres y mujeres jóvenes, triunfadores de un presunto futuro, elegantes ellos con sus trajes de Hugo Boss, glamorosas ellas con sus trajecitos Chanel, avanzando con paso firme y aire triunfador hacia una oficina en el cielo donde permanecerán cautivos más de diez horas diarias. Y encima se llevarán trabajo a la intimidad del fin de semana.”

De tanto semblantear los rostros con los que se cruzaba cada vez que abandonaba su refugio en Gesell para instalarse por unos días en su departamento en Retiro, al escritor le pareció que esos hombres y mujeres habían olvidado a las multitudes de ahorristas que golpeaban los blindajes de acero de los bancos. O las más recientes imágenes de los yuppies eyectados de Wall Street, llevándose a casa sus pocas pertenencias oficinescas en unas cajas. Sin embargo, algo de esas miradas, de esos gestos, le transmitieron la hilacha de una certeza. “Estos oficinistas que avanzan a paso firme hacia sus escritorios no olvidaron esas escenas, me digo. Es que miran hacia el futuro. El problema es que el futuro seguramente no los mira a ellos. Y si los mira, más les vale tener miedo”, plantea Saccomanno.

Ballard, Kafka, Dostoievski y Philip K. Dick son algunos de los nombres que lanzó el jurado como brújulas para orientar la atmósfera de la novela premiada. “Por la noche, cuando la city se apaga, en los umbrales de esas catedrales del dinero, bajo las recovas de una avenida y hasta en las cabinas de los cajeros automáticos, empieza a verse a los sin techo, aquellas y aquellos desgraciados pestilentes expulsados de un sistema en el que creyeron”, recuerda Saccomanno en su texto. “Más de una vez, mientras observaba este contrapunto macabro, me preguntaba cómo escribir sobre estos personajes, que quizá no sean tan diferentes en su degradación del Akaki Akákievich de El capote, de Gógol. O del hombre del subsuelo de Dostoievski. También, ¿por qué no?, Bartleby. ¿Y Samsa? También.


Nada es casual: en un principio esta novela se llamaría La perspectiva Nevski. Porque ésta sería una novela rusa. Existencias desesperadas en un mundo absurdo que responde a una lógica: la destrucción del sujeto. En este sentido, al modo ruso, esta novela no es de amor, sino de la búsqueda de amor. Aunque suene cursi. Aunque el amor esté en extinción. Una novela de soledad. Si lo prefieren, una experiencia rusa. De hecho, el protagonista de esta novela es ‘tan ruso’.”

Que El oficinista transcurra en un tiempo en el que conviven elementos del pasado con las tecnologías del mañana no tiene nada de novedoso para Saccomanno. “Hay ejemplos sobrados en la realidad: ese tiempo es ahora”, afirma. “Un mundo Ballard, pero también muy ruso. Cero ciencia ficción. Seamos realistas. Esa gran ciudad sobrevolada por helicópteros y estallando en atentados puede ser la tuya o la mía. Los perros clonados que asoman en la novela no son diferentes de nosotros. La tragedia del oficinista, cuyo destino parece responder a las leyes de Murphy, es decir, las leyes del capitalismo, puede ser la de cualquiera. Después de todo, un CEO, un brand manager, una executive, ¿qué son, sino oficinistas? Piensen nomás en qué ocurriría si pierden el trabajo. ¿De qué abyecciones seríamos capaces, escritores y lectores, con tal de que el poder no pise nuestros dedos agarrados a la cornisa?”

Saccomanno tiene una gran obra que comienza a instalarse poco a poco en España. El año pasado obtuvo el primer reconocimiento internacional cuando 77, la tercera parte de su trilogía conformada por La lengua del malón (2003) y Un amor argentino (2004), ganó el prestigioso premio Dashiell Hammett a la mejor novela publicada en español en la Semana Negra de Gijón. Entonces, se tomó tres bourbon para festejar lo que consideraba una “grata sorpresa”, porque no se tenía mucha fe. Lo que más le importaba de ese premio es que lleva “el nombre de Hammett, un escritor que dijo ‘no’ en tiempos en que escasean los hombres que dicen ‘no’”.

El escritor tiene calle. Toda la que podría esperarse de un porteño que nació en 1948 en el barrio de Mataderos. Y también tiene muchas, pero muchas horas de lectura. No podría ser de otra manera, con un padre socialista y militante sindical que tenía una enorme biblioteca en la que convivían Shakespeare, Bakunin, Marx, Homero, Salgari, Zola, Dostoievski y Arlt, entre otros. Se podría decir que la misma atracción por los márgenes que lo desplazó hacia Gesell, en los años ’70, cuando pasó por la carrera de Letras, lo llevó a las diagonales donde se cruzan las literaturas consideradas marginales: el comic, el cine, la novela policial, el folletín.


Su amigo el guionista Carlos Trillo lo introdujo en el ambiente, y con poco más de 20 años y escondido detrás de distintos seudónimos, publicó sus guiones en las revistas de la editorial Columba, como El Tony, Fantasía y D’Artagnan. El hombre que trabajó con los titanes del dibujo Alberto Breccia y Francisco Solano López, sabía que todos los caminos que tomaba –la publicidad, la escritura de comics y guiones– desembocarían, tarde o temprano, en la literatura.

Casi siempre, como sostiene el escritor, se escribe sobre lo que ignora. Ese ha sido su lema en las novelas y cuentos que publicó, como Situación de peligro, Roberto y Eva, Bajo bandera (II premio Municipal de Cuento), Animales domésticos, La indiferencia del mundo (I premio Municipal de Cuento), El buen dolor (premio Nacional de Novela) y El pibe. Colaborador habitual de Página/12 y maestro de talleres literarios en los que se han fogueado varias generaciones, el escritor suele advertir que “son las escrituras las que tienen que establecer las discusiones”. Cuando se publique El oficinista, en breve, los lectores podrán disfrutar esa perturbadora, sobria, onírica e incluso profética novela que ha deslumbrado al jurado español.

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