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martes, 12 de enero de 2010

La infancia del mundo


Por Claudio Zeiger

Pocos escritores argentinos fueron tan enigmáticos y retobados como Benito Lynch. Capas de misterio superpuestas recubrieron su vida. Desde una incierta fecha y lugar de nacimiento hasta la sospecha de una oculta herida de amor y la acentuada misantropía de su carácter, no quitaron la admiración sin fisuras de lectores y críticos. Fue un escritor querido y esquivo, uno más, también, de los complicados Lynch que supo dar a luz esta tierra.

Si bien sus títulos más conocidos son dos novelas de dramas rurales, El inglés de los güesos y Los caranchos de la Florida, Lynch destacó enormemente como cuentista. Cuentos de campo, de infancia y de paraísos perdidos. Cuentos protagonizados por niños traviesos y sensibles, mujeres maternales y hombres recios pero también sensibles. “El potrillo roano” es quizá su cuento más conocido, de frecuentar antologías, pero hay muchos relatos que merecen ser destacados, y “La espina de junco” es indudablemente uno de ellos.

Se suele contraponer el campo elegíaco y espiritualizado de Güiraldes al campo más realista de Lynch, y sin embargo los dos son el campo de finales del siglo XIX con sus alambrados y demarcaciones, más agrícola que ganadero, y si bien Lynch tiende a un naturalismo suave, de crueldad atemperada, no está exento de pinceladas espirituales y de tonos de acuarela, de verdes y amarillos llenos de optimismo.

El campo de Benito Lynch es la infancia de Benito Lynch y —adivinamos, presentimos—, la infancia fue la mejor etapa en la vida de don Benito. La etapa en la que fue libre y feliz, en la que quería ser un hombre valiente, salvaje, niño recio entre gauchos.

En la adolescencia, el padre lo enviaría a vivir y estudiar a La Plata y ahí comenzó otra historia, la que finalmente conoceremos. Se hizo periodista y escritor, empezó a acumular enigmas, a ser esquivo frente a la creciente corte de admiradores y se convirtió finalmente en un impenitente solitario en la casona familiar que se iría despoblando, hasta convertirlo en el único habitante.

El fragmento de campo que siempre llevaría dentro lo convirtió en un adulto lleno de nostalgia por la infancia. La niñez, la infancia del mundo, no sólo la suya propia, es lo que expresa en forma inigualable la literatura de uno de los auténticos grandes: Benito Lynch.

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