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martes, 26 de enero de 2010

La pesadilla gozosa
En torno a El hombre que fue Jueves

José Antonio Millán



Este artículo apareció originalmente en la revista Archipiélago, número 65: El hombre que fue Jueves G.K. Chesterton



El hombre que fue Jueves me llegó por transmisión oral. Me la contó mi madre cuando yo tenía once o doce años. Por más peregrino que pueda parecer realizado a mediados del siglo XX, el acto de contar una novela en el fondo no es más extraño que el extendido contar una película, que (al menos en mi juventud) se practicaba mucho. Y tal y como recuerdo que me llegó, la verdad es que la historia era comparable a las mejores películas de acción. Por cierto: parece que aún no se ha rodado ninguna sobre esta novela , a pesar de que en palabras de su traductor al español (y obsérvese la deliciosa terminología de la época) : "no entiendo cómo los editores cinematográficos de Inglaterra no han sacado de aquí una preciosa cinta en jornadas".

Al propio Chesterton no le habría repugnado una versión fílmica, puesto que se inició como actor cinematográfico en la película Rosy Rapture (1914), escrita por J.M: Barrie —sí: el autor de Peter Pan—, en la que compartía reparto con... George Bernard Shaw (de quien había dicho cariñosamente: «La mayoría acostumbra a decir que está de acuerdo con Bernard Shaw, o que no lo entiende. Yo soy el único que lo entiende, y no estoy de acuerdo con él» ). De El hombre que fue Jueves lo que sí se han hecho son muchas versiones teatrales, y una adaptacion radiofónica (otro género hoy en día desaparecido), que llevó a cabo Orson Welles en 1938, año en el que hizo otra versión para las ondas que llegaría a ser famosa: La guerra de los mundos.

Pues bien: demostrado que la obra podía perfectamente cambiar de soporte narrativo, continúo. La versión oral que recibí de mi madre no dejaba de ser un aperitivo, con lo que pronto estaba pidiéndole que me dejara el libro verdadero, para encontrarme con que no lo teníamos en casa, porque ella lo había leído en la biblioteca de su padre. Y ahí ya estaba yo dando la lata a mi abuelo para que me dejara el libro.

Los criterios por los cuales en mi familia se permitía que un niño accediera a una lectura eran muy rígidos. Mi abuelo, Nicolás González Ruiz, no sólo era el adalid del pensamiento nacional-católico aplicado a la literatura, sino que además había juzgado moral y personalmente millares de obras, glosadas puntualmente en su libro 6.000 novelas. Crítica moral y literaria . Para que una obra pudiera llegar a las manos de un niño tenía que ser un dechado de virtudes, o bien carecer de cualquier sombra de problemas doctrinales, políticos... o morales. El libro de Chesterton cumplía ambas condiciones y por tanto mi abuelo lo puso en mis manos sin dudar. Puedo fechar bastante exactamente cuándo fue, porque a su muerte, el día de los Inocentes de 1968, yo lo estaba leyendo.

El ejemplar de su biblioteca (que nunca pude devolverle) era un libro de bolsillo, originalmente en rústica, y que había sufrido el proceso que sus obras favoritas experimentaban inevitablemente. Don Nicolás (como era universalmente conocido) tenía un encuadernador de cabecera, que visitaba su casa semanalmente para entregar los ejemplares recién cuadernados y llevarse una nueva remesa de obras en peligro. Sí: mi abuelo era de una época en la que se consideraba que un libro «de verdad» iba en tapa dura, y si por desgracia alguna obra de mérito había caído en la rústica, había que apresurarse a remediarlo...


Y eso es exactamente lo que pasó con esta obra de Chesterton (no así con otras del mismo autor). El encuadernador se la llevó y, a su debido tiempo, el volumen volvió a la biblioteca reforzado con una media encuadernación en piel y pasta española, que pronto recibió en el tejuelo la etiqueta estrellada con el número manuscrito «1241», con la que mi madre —que tenía formación de bibliotecaria, y ejercía de tal en la casa paterna— le dio el alta...

Se trataba de un ejemplar de la primera edicion española, publicado en Madrid por Saturnino Calleja en 1922, con traducción y prologo de Alfonso Reyes, nombre que en su momento no me decía nada. Aún no conocía la obra del gran escritor y crítico mexicano cuya influencia se extendió por al menos cuatro países (México, España, Argentina y Francia), y que —hecho que nos afecta más directamente— en 1914, con veinticinco años, despojado de su cargo diplomático, tuvo que sobrevivir en Madrid a base de artículos y traducciones.


¡Cuánto debe el duro y opaco oficio de traductor a las penurias y necesidades de la juventud! Reyes, que en México ya había publicado estudios sobre Chesterton, se apresuró en España a traducir sus obras, que fueron todas publicadas por Saturnino Calleja: en 1917, Ortodoxia; en 1920, Pequeña historia de Inglaterra; al año siguiente El candor del Padre Brown y por fin en 1922 El hombre que fue Jueves. El Reyes traductor no tenía nada que envidiar al ensayista, y sus páginas son una mezcla excelente de rigor (de traductor) y libertad (de escritor) .

Bien: heme entonces a los catorce años dedicado a la tarea de leer simultáneamente (gracias a la magia de la traducción) a dos grandes autores: Alfonso Reyes y Chesterton. Luego descubrí que en realidad estaba leyendo a tres, pero no adelantemos acontecimientos... Conocedor ya de la trama, estaba libre para entregarme prácticamente a los placeres de la relectura, lo que no impidió que devorara la novela de un tirón, para volver a comenzarla inmediatamente. La versión materna me había proporcionado una estupenda novela policiaca o de misterio, pero mi lectura me descubrió otra cosa más, difícilmente transmisible en la adaptación: que se trataba de una obra profundamente divertida. Aún más: una obra divertidísima, y que provocaba un fenómeno que ya desde el Quijote sabemos que se produce: ¡carcajadas en voz alta! .

La comicidad de la novela no provenía de sus peripecias, sino sobre todo de los diálogos de sus personajes: de los matices y sutilezas de las asombrosas relaciones que entablan. Y luego además estaba el sorprendente secreto que oculta su desenlace, y esa forma demorada de comenzar y terminar la obra, que nunca antes me había encontrado, y las singulares reflexiones sobre los hombres y el mundo, que inundaban constantemente el texto, y sobre todo el extraño clima en el que nacía y se desenvolvía la obra, y que quizás adelanta su explícito subtítulo. Porque al modo anglosajón, que con frecuencia aclara entre paréntesis tras el título el genero de una obra, este libro alertaba: «(Pesadilla)».

El hombre que fue Jueves se ha calificado de muchas cosas: de alegórica, surrealista (avant la lettre) o de pynchoniana (muy avant la lettre), pero atenerse a la etiqueta de que le dotó su autor ahorra muchos problemas de interpretación. Ya en su época Chesterton tuvo que recordarlo:

En su momento, el título llamó mucho la atención y los periodistas hicieron bromas. Algunos, al referirse a mis supuestas opiniones jocosas, simulaban confundirlo con «El hombre que fue nueves». Otros suponían naturalmente que Jueves era el hermano negro de Viernes. Y también los había que, con mayor perspicacia, lo trataban como un título totalmente anárquico como «La mujer que fue ocho y media» o «La vaca que fue mañana por la noche». Pero me interesa lo siguiente: apenas nadie entre quienes leyeron el título parece haber mirado el subtítulo —«Una pesadilla» [sic, por lo de una]— que respondía a muchísimas preguntas de la crítica.

Esta cuestión preocupo mucho a Chesterton. El día antes de su muerte aún se quejaba:

[...] aquellos que soportan la pesada tarea de leer un libro podrían posiblemente soportar la de leer la portada de un libro. Porque hay más ejemplos de los que se pueden imaginar en que el crítico más serio podría resolver muchos de sus problemas acerca de lo que es un libro sencillamente descubriendo lo que declara ser.

El clima de pesadilla, pues, tiene toda su justificación: pero ¿de qué pesadilla se trata? De la de un mundo dominado por las fuerzas del Caos —personalizados en un grupo anarquista— y en el que ya no se puede confiar en las fuerzas del Orden. Porque además de los siniestros activistas de la bomba y el incendio en el mundo late una conspiración:

Nuestra civilización está amenazada por una conspiración de orden puramente intelectual [...] El mundo científico y el mundo artístico traman, sordamente, una cruzada contra la Familia y el Estado.

El criminal peligroso es el criminal culto;
[...] hoy por hoy, el más peligroso de los criminales es el filósofo moderno que ha roto con todas las leyes. En comparación con él, los ladrones y los bígamos casi resultan de una perfecta moralidad, y mi corazón está con ellos. Por lo menos, aceptan el ideal humano fundamental, si bien lo procuran por caminos equivocados. Los ladrones creen en la propiedad, y si procuran apropiársela sólo es por el excesivo amor que les inspira. Pero, al filósofo, la idea misma de la propiedad le disgusta, y quisiera destruir hasta la idea de posesión personal.

Si quiero recorrer las claves conspiranoicas de la novela de Chesterton lo tengo fácil: sólo tengo que seguir los pasajes subrayados por mi abuelo. Sus acotaciones al margen y en el texto, trazadas con vigoroso lápiz rojo (que tenía sin duda el otro extremo azul), son una guía eficaz por aquellos pasajes más reaccionarios y anti-socialistas del libro. Y así mi lectura infantil de la prosa hispanomexicana de Reyes que traslucía la trama inglesa primisecular se veía completada en un tercer nivel: qué pensaba un conservador español sobre el mundo....

El éxito de Chesterton en el universo reaccionario hispánico desde el que me llegó tenía múltiples claves: el autor era un protestante inglés convertido al catolicismo (!), había escrito novelas detectivescas (de las que en esa época se leían por toneladas) y, por último, denunciaba valientemente la conspiración atea-marxista por derrocar las bases de nuestra civilización. ¡Y en El hombre que fue Jueves se juntaban las tres!

Por supuesto que en esta novela había otras cosas, y eso es lo que me permitió seguirla leyendo y disfrutando a través de mis etapas adolescente, trotskista, militar, drogadicta, profesional y presente. En cuanto tuve rudimentos de inglés me lo compré en su lengua original, y tuve el placer de leer lo que de verdad escribió el autor mientras mi memoria me suministraba los subtítulos (fue el primero de los muchos dobletes que en mi biblioteca combinan las traducciones por las que accedí a las obras y sus originales posteriores).

¿Por qué una obra tan reaccionaria sigue cautivando a todo tipo de lectores, de los cristianos que lo difunden por Internet en la Cristian Classics Ethereal Library (¡qué maravilla de nombre!) a los devotos de Pynchon? Porque está magníficamente escrita, porque —como he dicho— es muy divertida, y porque sumerge al lector en una pesadilla controlada : una pesadilla gozosa y feliz, aunque tenga momentos duros (como las de verdad). Es un sueño rematado por una sorpresa, del que se sale con una sensación de regocijo por los crepúsculos que iluminan el mundo y por «esa inconsciente gravedad que suelen tener las muchachas».

Lamentablemente, El hombre que fue Jueves fue la primera obra que leí de Chesterton. Luego he leído muchas otras; pero, ¿qué quieren que les diga? En los mejores momentos de las más buenas sólo veo ecos de las mejores escenas de la primera que leí, y desde luego no hay ninguna que sea tan redonda. Por eso, cuando me enteré de que los esforzados editores de Archipiélago planeaban este número monográfico, me volvió algo del niño que era cuando la leí por primera vez y (casi) grité: «¡Me la pido!, ¡me la pido!».

NOTAS

G.K. Chesterton, El hombre que fue Jueves, Madrid, Saturnino Calleja, 1922. Traducción y prólogo de Alfonso Reyes. Hay edición moderna en Editorial Losada, 2003. La edición original The Man Who Was Thursday es de 1908. En la red se encuentran varias versiones inglesas íntegras accesibles: The Literature Network (http://www.online-literature.com/chesterton/man_thursday/1/), Cristian Classics Ethereal Library (http://www.ccel.org/c/chesterton/thursday/thursday.html) y Proyecto Gutenberg (http://www.gutenberg.net/etext/1695).

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