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jueves, 28 de enero de 2010

SOBRE EL LIBRO JUICIO A LOS 70, LA HISTORIA QUE YO VIVÍ

Reflexiones sobre la violencia política
Por: Juan Terranova.

¿Qué es Juicio a los 70, la historia que yo viví? ¿Una memoria política? ¿Un ensayo autobiográfico? ¿Una confesión? La prosa de Julio Bárbaro es idealista y blanda, a veces incluso un poco ingenua, y el libro, que acaba de lanzar editorial Sudamericana, tiene de todo un poco. Su lectura es amena y su problema central, uno de los grandes problemas negados de la política y la historia argentina reciente.


Los aciertos

La idea general de Juicio a los 70 es apreciar desde el presente qué pasó en los años en que la lucha armada, sobre todo peronista, tuvo peso político pero también cómo esos años inciden y resuenan en la actualidad. Con subtítulos como el muy freudiano “Autocrítica o ansiolíticos”, Bárbaro describe, explicita y construye aciertos básicos. Primero señala que algunos no pueden poner en palabras lo que les pasó, y otros no pueden dejar de hablar de eso. La idea tiene sus matices y toca varias cuerdas. Bárbaro es duro y justo cuando señala que las madres de Plaza de mayo “son deudos, no actores”. O cuando dice que comprender los 70 quizás implique “devaluarlos”, o incluso cuando se anima con una fija: “Para muchos fue más fácil pasar de pequeñoburgués a guerrillero que convertirse al peronismo”.


La crítica al Che Guevara y a “la política como acto que, para ser puro, debe convertirse en suicidio o, al menos, en fracaso” es atendible. Este conjunto de aciertos no son nuevos, ni siquiera novedosos, pero delimitan un espacio de pensamiento poco convencional, alejado del ruido mediático, y aportan en ese contrapelo para pensar nudos de sentidos históricos más manoseados que complejos. Por otra parte, su lectura del menemismo es la que podemos hacer todos. El folletín, el mercado, la traición y listo. Ahí la deuda, con un sistema económico y político semi-criminal, sigue pendiente.

Los desaciertos

“Cuando entendamos a los Herminios –escribe Bárbaro– estaremos al fin uniéndonos al sustrato de la patria sublevada, como decía el maestro Raúl Scalabrini Ortiz.” Es posible. Más allá de eso, lo que queda claro es que el mismo Herminio fue el que no entendió cómo era hacer política una vez terminada la dictadura. ¿Y Bárbaro? Bárbaro sí, fue ministro con Menem y atendió el Comfer con Kirchner, después de haber sido diputado de la vuelta de Perón. Pero la relación con los dos primeros terminó mal. A ambos critica en su libro.


Y si leyendo el ciclo de los 90 no logra ningún resultado nuevo, su punteo sobre el kichnerismo es superficial y facilista. “Parte de ese programa kirchnerista fue la liturgia de los 70” dice Bárbaro. Y sigue por ahí, como si hubiera una consecuencia directa entre los monto y Kirchner, y solamente ese canal funcionara para llevar y traer entre la actualidad y el pasado reciente. El error es grande desde el momento en que los reflejos y las posturas kirchneristas –menos Cristina que Néstor, pero hasta por ahí nomás– están bastante más cerca del peronismo partidocrático o movimientista de lo que Bárbaro parece dispuesto a aceptar.

Hay otros momentos menos graves de solapamiento y desprolijidad en el libro. Por ejemplo, cuando usa la ya famosa metáfora médica: “(…) una sociedad en la cual la violencia se había instalado como un virus”. Pero la gran bifurcación se da en el juicio a los actores. “Pinta como épicas experiencias que en realidad fueron aciagas” dice de Bonasso y no se equivoca. Pero luego es grosero, en más de un sentido, con los que impulsan Carta Abierta: “Como buenos intelectuales, a todos les sobra biblioteca y les falta estaño”. A esta altura de la discusión, esta especie de cita jauretcheana, tanguera y trunca no es argumento válido. Ni siquiera funciona como chicana.

¿Crítica o autocrítica?

En su núcleo central, Juicio a los 70 se presenta como crítico a una época de inútiles epifanías transgresoras. ¿Llega tarde? No se trata tanto de la cronología y el tiempo, sino de una oscilación. Bárbaro pide una necesaria autocrítica que nunca llegó y como va la cosa no va a llegar. Dice, y no es difícil constatarlo, que Horacio Verbitsky y Juan Gelman hablan del dolor del pasado sin esbozar una autocrítica. Ahora bien, él no puede, y lo sabe, encarnar esa autocrítica. Ni siquiera puede forzarla o ponerla en evidencia. Y también sabe que a la distancia y en este caso señalar los errores ajenos es gravemente antipático. Entonces, toma parte de la responsabilidad para no transformar su discurso en acusaciones y el uso de la palabra “nosotros” se vuelve esquivo. A veces “nosotros” refiere a “los militantes”, a veces a “los militantes peronistas”, y en otras partes “los militantes que no hicieron la lucha armada”. Copio apenas dos citas.

“(…) los asesinaron los militares pero la incomprensión histórica es nuestra: es culpa nuestra, pesa sobre nuestras espaldas. En cada desparecido hay un error de concepción de alguno de nosotros, inclusive la frivolidad o la incapacidad de no haber sido alternativa cuando debíamos.”

“Casi ninguno de ellos reconoció su lugar en la historia: no asumieron que las vidas inmoladas exigían un testimonio y una explicación desde la política, no sólo desde los derechos humanos.”

Nótese la diferencia de reparto entre la culpa, la responsabilidad y el uso de los pronombres personales. Ambas citas dicen mucho sobre la vuelta de la democracia. Y el pedido de “la explicación política” sigue pendiente. El rol de los Derechos Humanos como salvavidas de plomo del campo nacional y popular en la Argentina debería producir en el futuro, espero que no lejano, una extensa polémica en las nuevas generaciones de cientistas sociales.


“Fuimos –escribe Bárbaro– una generación política que se consideraba dividida por las ideas pero, quizá, apenas estaba fracturada por la ambición. Entre los resentidos, los enriquecidos y los desaparecidos, mostramos una paisaje triste del que ni siquiera logramos extraer algunas sabiduría”. Más allá del lugar en el que se pare el autor para hacer estas reflexiones, como tales son atendibles. Quizás, insisto, la voz de Bárbaro sea antes “objeto” que “critica” y los responsables de tomar la posta sean los historiadores que, por su juventud, pueden despegarse un poco más de ese momento del la historia.

Good bye, Perón

Juicio a los 70 abunda, recursivamente, en frases como esta: “El mejor homenaje a los caídos implica respetar su experiencia sin paternalismos: no tenemos derecho a cuestionar la grandeza de su entrega pero estamos obligados a debatir sobre la racionalidad de esos actos”. Son frases punzantes, que responden a una experiencia clara y a cierta lucidez. Bárbaro sabe que no todo fueron los fierros en los pasos previos a la dictadura. Hubo política. Su versión de los días que anticiparon al golpe del 76 lo demuestra. Ahora bien, el libro se queda corto. Hay un gesto de resumir todo a que aquellos que gobernaron en la soga peronistas después de Perón no lo entendieron, lo tergiversaron o corrompieron su legado.

Bárbaro puede recaer en párrafos de verdulero como el que sigue: “En la casa de mi infancia no se echaba llave a la puerta porque la seguridad venía con la integración, no con los discursos inflamados de los políticos en campaña. Creo que no escuché la palabra “desocupado” hasta después de los cuarenta años”. Para después señalar que “Ninguna de estas actitudes –la negación, la melancolía, la vergüenza- puede producir política. Y no produjo. Y así nos va.” La negación, la melancolía, la vergüenza. Es verdad, desde ahí no despega la política. ¿Y desde la nostalgia, Bárbaro? Porque no es lo mismo la melancolía que la nostalgia.

Como en la película de Wolfgang Becker, Good bye, Lenin, Juicio a los 70 demanda permanentemente una vuelta al pasado, a los orígenes. Nadie debe cambiar la escenografía. Pero la escenografía cambia, como cambia el rollo de la película para filmar. Con una cámara vacía en la mano, a Bárbaro le falta una crítica al peronismo histórico, la que sin duda es su aurea aetate. “Yo soy peronista, pero de Perón” se escucha por atrás de Juicio a los 70. Y el enunciado parece salido de alguno de los personajes más duros y poco entendidos de las novelas de Jorge Asís. Ahí sí el autor se pierde de hacer una buena autocrítica.

Juicio a los 70 es un libro simple, que cae en simplificaciones. Su autor tiene mucho para contar, aunque sus reflexiones sean cortas y demasiado directas. Y su tema es un gran tema sobre el que vale la pena volver con una mirada crítica. Ojalá sirva como disparador de un debate más extenso.



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