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Por Pablo Gianera
Después de haber publicado más de medio centenar de libros, César Aira sigue provocando en muchos lectores una de las reacciones propias de las vanguardias: la sospecha del fraude, la sensación de la estafa. Desde principios de los años noventa, los detractores fueron acumulando sobre su nombre una cantidad de presunciones: que no corrige, que nunca vuelve atrás, que arruina sus novelas. En todo esto hay una parte de verdad, pero solamente una parte.
El mito de la no corrección debería entenderse del siguiente modo: corregir incesantemente un mismo libro es una estupidez que deriva en la parálisis; un libro sólo puede corregirse con otro, con el siguiente. Quizá por eso Aira escribe tanto. Su interés por el jazz (el único cuento que publicó se llama "Cecil Taylor", por el pianista de free ) no es del todo ajeno a este sistema. Ya otro pianista, Paul Bley, había dicho que no grababa discos que pudiera comprar en una disquería. Aira trató, justamente, de escribir libros que nadie hubiera escrito. "La improvisación, por otro nombre la Belleza, la sacristía estética. Yo sí osaba esperar que [?] todos los detalles cayeran en su sitio, se hicieran lugar unos a otros, se iluminaran y justificaran", dice el narrador de La serpiente . El libro, como el jazz, se explica mientras se hace.
Si se cree en sus declaraciones, si se cree en la lista de autores favoritos que incluyó en Diario de la hepatitis (Balzac, Zola, Proust), nada le habría gustado más a Aira que escribir novelas en el sentido decimonónico. Pero entendió que esos relatos se habían vuelto imposibles. Lo prueba su confesión de que termina las novelas de cualquier modo porque se aburre de ellas; le pasa lo mismo que a un simulador fatigado por el esfuerzo de la impostura. No podría asegurarse que al lector Aira le gusten los libros del escritor Aira. Con todo, El tilo , Fragmentos de un diario en los Alpes , Cumpleaños , Varamo pueden considerarse sus obras maestras, aunque como hay tanto para elegir, cada uno tendrá sus preferencias.
Cuando se publicó la traducción al inglés de Cómo me hice monja , The New York Times publicó una reseña en la que se leía: "Estos episodios desconcertantes no construyen una historia creíble". Sin embargo, nada parece más fácil de leer que una novelita de Aira. Basta con entregarse a las tramas y a sus violentos golpes de peripecias. Claro que, a estas alturas, un lector así sólo podría ser un niño o alguien no habituado a los protocolos narrativos del realismo. Pero por otro lado la máxima "si Aira existe, todo está permitido" es insostenible. Veáse lo que el propio escritor dice sobre sus imitadores en la entrevista de las páginas siguientes. En algún momento, va a hacer falta defender a Aira de sus admiradores. Hechos novelescos que en cualquier otro escritor serían intolerables resultan verosímiles en Aira. Él creó su propio verosímil, un verosímil que lleva su nombre propio. Todo, aun lo más inverosímil, se vuelve creíble porque ocurre en una novela de Aira. Tal vez Aira sea una de las mejores refutaciones de la teoría de la muerte del autor.
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