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lunes, 30 de noviembre de 2009

El algarrobo

El árbol, una costura entre lo finito y lo infinito.

Es unión entre la Tierra y el Sol...

Nosotros los hombres-andariegos, efímeros, hijos del viento, esclavos del tiempo-- reconocemos en él la paradoja y el misterio: cuanto más hunde sus raíces, más cerca del cielo alza su copa.

A través de los siglos, lo hemos considerado sagrado.

Y venerado por ser, además, fuente inestimable de recursos de todo tipo: alimentos, tintes, esencias medicinales, celulosa...

Es lamentable que en la actualidad le prodiguemos tanta indiferencia, cuando desde tiempos inmemoriales se lo asocia con la vida, la protección y la memoria: los tres ejes claves de toda respuesta sabia y de toda acción de verdadero amor.


El árbol que tú olvidaste
siempre se acuerda de ti,
y le pregunta a la noche
si serás o no feliz.


Lo advertía Yupanqui.


Y León Gieco recompensa y consuela:

La tierra nunca se olvida /que el árbol es su primer pensamiento.

Pero nosotros debemos al árbol una fraternidad que ni practicamos ni inculcamos a nuestros hijos. Hoy deberíamos sostener la relación respetuosa que existió desde épocas de los "antiguos" de todas las razas, hasta poco tiempo atrás. Animar el sentimiento que en 1905 Ricardo Rojas reconocía en el gaucho:
Un hombre y un árbol se reconocen hermanos: ambos parecen hundir sus raíces aborígenes en la tierra común.

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