Embarazos paternos
Los desarrollos científicos en fertilización asistida incluyen las “monoparentalidades masculinas, como es el caso de hombres que acceden a una paternidad a través del alquiler de vientre o la donación de óvulos”, advierte la autora, que indaga cómo se plantea, en este escenario, la paternidad.
Por Patricia Alkolombre *
Propongo pensar algunas ideas sobre los nuevos escenarios masculinos con relación al campo de la fertilidad asistida. Estos escenarios se han generado a partir de las nuevas posibilidades que ofrece la ciencia hoy, en particular la donación de gametos –óvulos y espermatozoides– y el alquiler de vientre. Se trata de contextos muy novedosos: entre ellos están las monoparentalidades masculinas, como es el caso de hombres que acceden a una paternidad a través del alquiler de vientre o la donación de óvulos.
Estamos en un momento histórico en el que podemos preguntarnos en qué medida los avances en tecnologías reproductivas modificaron las parentalidades, y en el caso que abordaremos, las paternidades. ¿Qué fenómenos se hacen visibles a partir de estos cambios?
Hace pocos meses fue noticia el nacimiento de los mellizos Matteo y Valentín, los hijos de Ricky Martin. En una revista podíamos leer: “Ricky nos cuenta que el deseo de convertirse en padre se iba haciendo cada vez más fuerte. Después de investigar en profundidad sobre las técnicas de reproducción asistida, llegó al convencimiento de que la subrogación gestacional era la opción perfecta para él” (la subrogación gestacional es también llamada “alquiler de vientre” o “maternidad subrogada”, aunque en este caso debiéramos llamarla “paternidad subrogada”).
Se trata de una paternidad con características singulares: él es el padre de los niños, desplazando a la figura materna y constituyendo una familia monoparental. Para lograrlo consiguió que una mujer le done los óvulos y que otra le alquile su vientre.
En pleno siglo XXI, la paternidad de Ricky Martin y la de muchas parejas homosexuales masculinas que adoptan o alquilan vientres, dan lugar a pensar en este punto. Le llegó el turno al hombre: un vientre para él, diríamos. Hasta ahora siempre se habló del deseo de hijo como algo perteneciente al campo deseante femenino, pero hay rituales –como la llamada couvade–, mitos y manifestaciones de la clínica –como los delirios de embarazo masculino– que dan cuenta de la presencia del deseo de hijo en el hombre.
El término couvade proviene del francés couver, “empollar”, que a su vez procede del latín cubare: “estar acostado”. Los antropólogos lo describen como un ritual en el cual el hombre toma el lugar de la mujer en el parto: una vez que el niño ha nacido lo toma, se mete en la cama y recibe las felicitaciones de sus vecinos. Es el “lecho de parto” de los hombres e implica una relación cuerpo a cuerpo con el niño.
En los mitos la monoparentalidad está presente en los dioses “embarazados”. Entre ellos está Zeus, que dio a luz a Palas Atenea de su cabeza y a Dionisio de su muslo. También fue Zeus quien sacó a sus hermanos del vientre de Cronos.
Los matako del Chaco dicen que el demiurgo llamado Tawkxwax, que no tenía mujer, hundió su pene en su propio brazo y se dejó a sí mismo embarazado de un varón (Bernard This, El padre: acto de nacimiento, ed. Paidós, 1978). Vemos que estas figuras masculinas dan a luz muy curiosamente.
Freud sostuvo que todo delirio contiene un núcleo de verdad. Su estudio “Sobre un caso de paranoia descripto autobiográficamente” (“Caso Schreber”) lleva como epígrafe una cita de las Memorias del magistrado Daniel Paul Schreber: “Algo semejante a la concepción por una virgen inmaculada –es decir, por una virgen que jamás ha conocido varón– se ha producido en mi cuerpo. En dos ocasiones diferentes ha tenido un órgano genital femenino, aunque imperfectamente desarrollado, y he sentido en mi cuerpo sobresaltos como los que corresponden a las primeras manifestaciones vitales del embrión humano: nervios divinos que corresponden a la simiente masculina habían sido echados en mi cuerpo por un milagro divino; por lo tanto, una fecundación había tenido lugar”. El delirio de embarazo de Schreber está relacionado –entre otras cosas– con su frustrada paternidad.
Freud establece en el historial una relación entre el delirio de convertirse en mujer y la imposibilidad de tener hijos. Escribe: “Acaso el doctor Schreber forjó la fantasía de que si él fuera mujer sería más apto para tener hijos y así halló el camino para resituarse en la postura femenina frente al padre, de la primera infancia”. La esposa de Schreber había perdido seis embarazos, y él, a raíz de la muerte de su hermano, era el único hijo varón que quedaba en la familia, el único que podía perpetuar el apellido; Schreber no podía transmitir su nombre.
Entre el delirio de embarazo de Schreber y las paternidades con el auxilio de las técnicas reproductivas, al modo de Ricky Martin, podemos conjeturar el deseo de hijo en el hombre.
Al volver a los nuevos escenarios masculinos en fertilidad asistida, se impone la pregunta acerca de la distinción entre un padre y un genitor. Se trata de la diferencia entre una transmisión biológica y otra psíquica. El genitor es quien engendra, pero no hay un sujeto, ya que el gameto donado –el esperma– queda despojado de su subjetividad en el momento que pasa a ser donado. La donación de esperma existe desde hace dos siglos (R. Frydman, L’Irresistible Désir de Naissance, Presses Universitaires de France, Paris, 1986, p.12) y en la mayoría de los países es anónima. El padre, por su parte, tiene una función, que suele llamarse función paterna y que permite el ingreso del hijo en la cultura. Su modo de engendrarlo no es llevarlo en su vientre, sino darle su nombre.
En relación con esta función se definen las figuras del bastardo, el hijo no reconocido por su padre, y del “hijo natural”, sin padre conocido. “Natural”, quizá, porque proviene sólo de una mujer, y no hay un hombre que le permita ingresar en la cultura, de acuerdo con la fórmula “madre natura, padre cultura”.
Bernard This señala que “en la tradición indoeuropea, el hombre que posee la patria potestas –potencia ligada al padre, poder detentado por el jefe de familia– debe tomar al niño sobre sus rodillas para reconocerlo, si se trata de su ‘propio’ hijo, o para adoptarlo, si no no hay vínculo ‘natural’; es el rito de agregación a la familia. El padre podría rechazar al niño, tendría el derecho de exponerlo, de dejarlo morir, puesto que aún no ha sido nombrado”. Este autor observa que el poder del padre no depende ni de su fuerza física ni de su inteligencia; es una función que él ejerce. This observa que genou, “rodilla” en francés, procede de la raíz latina gen, que corresponde a concebir, engendrar, dar a luz. Es el símbolo y la sede de la fuerza muscular que permite al hombre estar plantado sobre sus piernas; es también la potencia, el vigor, la comunidad de bienes, de rentas, la coparticipación en una herencia.
De allí que nacer no es sólo salir del vientre materno: el nacimiento debe ser declarado por el padre. El padre puede o no estar investido en sus funciones y ser el portador de la ley. Prohibición del incesto y parricidio mediante, el padre es quien lleva al niño por fuera de la familia. Función paterna de protección de la cría, dador de un útero distinto, que permitirá ingresar al hijo en la cultura.
Esa partecita femenina
Podemos ahora adentrarnos en la pregunta acerca de la paternidad y el deseo de hijo en el hombre desde la teoría psicoanalítica. Si bien en la obra de Freud no hay referencias directas al tema, esta búsqueda nos lleva al complejo de Edipo en el varón. Allí la función del padre tiene un valor central en la declinación del Edipo.
Juan David Nasio aborda la problemática de la “femineidad del padre” (“La femineidad del padre”, en Voces de femineidad, compilado por Mariam Alizade, 1991): señala la necesidad que tiene todo aquel que debe ocupar el lugar de padre de reconocer su parte femenina. Nasio distingue entre la femineidad y la idea que sobre la femineidad tiene el hombre neurótico. Esta última emerge de su angustia de castración, que a su vez remite a pasividad y sumisión: “Ella sufre por estar castrada”. Pero, advierte Nasio, cuando el hombre puede aceptar su “parte femenina”, atravesando la angustia, y ha logrado comprender que de todas formas hay una pérdida, puede asumir la paternidad habiendo atravesado el fantasma de la feminización –la “roca viva” en el hombre–. Lo podemos también traducir como la aceptación de la castración impuesta por el padre.
Desde el psicoanálisis de niños, Arminda Aberastury planteó que, en el varón, el deseo de tener un hijo del padre en su vientre es normal en las primeras etapas del desarrollo: “El varón desea estar relacionado con el padre, tomar el lugar de la madre y tener hijos. Esta raíz del deseo de un hijo condiciona en parte su represión, ya que su fuente es la homosexualidad” (Aberastury, A. y Salas, E., La paternidad, 1984, ed. Kargieman). Los impulsos amorosos hacia el padre –ser fecundado por él– son reprimidos por dos vías: desde el exterior, se le pide al varón asumir roles que marquen diferencias de sexos con la mujer, y desde el interior, por la resolución edípica, se “va a pique”, sucumbe a la represión. Es así como Aberastury plantea un origen “materno” del rol “paterno”. Dicho de otro modo, el origen “femenino” del deseo de hijo en el varón y sus vicisitudes pueden dar lugar a perturbaciones de la función paterna en el hombre.
En el afán por sostener su masculinidad, asociando lo femenino a lo castrado, todo el campo de la paternidad y el deseo de hijo en el hombre puede sufrir perturbaciones. Estas se pueden expresar –de modo patológico– en los delirios de embarazo; también en el entramado cultural que integran los mitos y rituales y en el amor infantil del niño hacia su padre. Hoy por hoy, el hombre puede decidir procrear solo, adentrarse en un territorio que era hasta hace poco exclusivamente femenino. Y es factible una mirada sobre la paternidad que incluya no sólo los aspectos que hacen al género en su perfil más tradicional: fuerza física, potencia sexual y virilidad. Se trata de ser un hombre y poder hacer presente, sin feminizarse, su deseo de paternidad.
* Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Asesora del Comité de Mujeres y Psicoanálisis (Cowapapa). Texto extractado de un trabajo presentado en el XI Congreso SPP 8º Diálogo Cowap, Lima, Perú, 2009.
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jueves, 26 de noviembre de 2009
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