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jueves, 17 de diciembre de 2009

Aquella sombra en la caverna

Por Juan Magariños de Morentín *

El acceso del hombre a la humanidad se inició, probablemente (como especulación fundamentable), cuando les atribuyó función (eficacia) semiótica a las sombras y a los reflejos. Una cosa era sentarse a la sombra de un árbol, en un mediodía abrasador, y otra, muy distinta, reconocer en esa sombra la forma del árbol bajo el que se sentaba y, aún más, reconocerse a sí mismo al contemplar su propia sombra, mientras recorría la llanura caminando, o saber que alguien (y, quizá, saber quién o qué) estaba entrando en su caverna por las sombras que proyectaba el sol desde la entrada y, alargándose, sobre el piso de la caverna. Al llegar a percibir esa sombra como suya (u otra como de alguien o de algo) el hombre accede, quizá, a uno de los primeros existentes ontológicos que configura en su mundo: su identidad. La sombra es suya; la sombra está para que él mismo sepa que él está allí; que él existe; que las formas y el movimiento de esa sombra le permiten conocer (y, después, reconocer) su propia forma y sus propios movimientos. La sombra: perfiles macizos, superficies de oclusión saturadas sin detalles interiores; adivinanza cuya clave y respuesta era (y sigue siendo) él mismo.

Por ese mismo tiempo, posiblemente, en la superficie tersa del agua del remanso de un río o en el borde acuático de un lago, ese hombre vio las cosas de su entorno reflejadas e invertidas. Reconoció, en las temblorosas formas, los árboles, los montes, el perro que lo acompañaba y un rostro en mucho semejante a los que solía ver en torno y en algo diferente a todos ellos. Vio que cambiaba la imagen del rostro sobre el agua, cuando sentía que se movían partes de la cara, y, tarde o temprano, relacionó ambos efectos y se adueñó de los gestos como le enseñaba la imagen acuática que podía hacer. Identificó los ojos vistos sobre el agua como sus ojos, invisibles hasta entonces para él, y vio la boca, la nariz, las orejas, que siempre veía cuando veía a otros, como existiendo también en él: semejantes y diferentes, lo separaban de los otros y lo configuraban como él mismo. El Narciso inicial centraba en sí mismo el posible universo de quienes integraban su entorno, atribuyéndose una identidad diferencial que comenzaba en su reflejo sobre el espejo de agua, descubierta como espejo que lo descubría como individuo.

La Palabra era Dios
“En el principio existía la Palabra/ y la Palabra estaba con Dios/ y la Palabra era Dios./ Ella estaba en el principio con Dios./ Todo se hizo por ella/ y sin ella no se hizo nada de cuanto existe./ En ella estaba la vida/ y la vida era la luz de los hombres,/ y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron” (San Juan 1.15). ¿Qué cambió en la lengua griega para pasar del Mito a la Razón? ¿Qué sintaxis gramatical cambió?; ¿qué verbos pasaron de ser transitivos a ser intransitivos o de tener todos los tiempos y modos a ser defectivos, o viceversa?; ¿o de qué lengua griega se cambió a qué otra lengua griega? ¿Qué para pasar de la Creencia a la Verdad? ¿Qué para pasar de la Filosofía a la Ciencia? ¿Qué gramática del Pensamiento se codificó?; ¿qué sintaxis del Razonamiento se articuló? ¿Cuáles fueron las siguientes semiosis dominantes?

Nanohistoria
Para que una expresión como “La construcción semiótica de la historia” tenga sentido, es necesario aceptar que: 1) Un acontecimiento es un fenómeno percibido por alguien (uno o una multitud), en algún momento (instantáneo o permanente); lo que nadie percibe nunca, no existe para el conocimiento; 2) para poder percibir, es necesario poder enunciar lo que se percibe; “veo”, “siento” “esto” puede ser individual, incluido en la memoria personal (la “memoria colectiva” es una metáfora), o compartido (incorporado a la comunicación interpersonal); ...//


...//3) para poder enunciar es necesario disponer de la(s) semiosis que contiene(n) los signos que se utilizan en esa enunciación (Le Goff, Jacques, Pensar la historia, ed. Paidós, 2005, 4) enunciar para uno mismo, o sea, incluir algo en la memoria personal (primera historia), requiere configurarlo como el resultado de la concurrencia de las semiosis de las que dispone quien memoriza; 5) enunciar para compartir (o compartir algo percibido por más de uno) requiere dar cuenta de lo memorizado utilizando las semiosis vigentes en la sociedad a la que pertenece el memorizador; 6) enunciar para uno mismo ya requiere de tiempo; el momento de percibir no es el momento de memorizar; este tiempo necesariamente diferente hace que toda memoria lo sea de un acontecimiento ya histórico (en cuanto no simultáneo, sino precedente, con relación a su registro en la memoria); este lapso permitiría identificar ontológicamente lo que podríamos designar como “nanohistoria”; ...//

...//7) tampoco la percepción es contemporánea de lo percibido; hay un tiempo necesario para el recorrido neurológico hasta donde se registra lo que se está percibiendo (Fuster, Joaquín, Memory in the Cerebral Cortex, Cambridge, MIT, 1995); para cuando llega allí, lo percibido en el mundo ya es diferente de lo registrado en la memoria, aunque su identidad perdure; saber que se percibe remite lo percibido a lo histórico; 8) saber que se percibe requiere el registro histórico de la memoria de haber percibido, en cuanto tal memoria está en el pasado de ese saber.

El siguiente proceso ya constituye una nanohistoria: Veo,/ sé que lo veo,/ y sé lo que veo.

Postulados de la nanohistoria: 1) Existe lo que desconozco, pero no sé ni siquiera que existe; 2) existe lo que conozco, pero sólo de la manera como lo conozco; por tanto, 3) la realidad es la manera que tiene el hombre de conocer su mundo y 4) no existe, para el conocimiento de ningún organismo, la realidad en sí.

Hombre y mundo
Ontología: constatación racional de la presencia del mundo, que así existe, para nosotros, como conocimiento; sólo podremos compartirlo, en gran parte, como interpretación social estandarizada, utilizando los lenguajes convencionales (mientras todavía son convencionales).

Ontopatía: constatación emocional de la presencia del mundo, que así existe, para nosotros, como sentimiento; sólo podremos compartirlo, en una pequeña parte, configurando nuevos lenguajes noconvencionales (eficaces mientras no se hacen convencionales).

Ontopoiesis: creación de un nuevo existente como conocimiento acerca del mundo (o creación del conocimiento de un nuevo existente en el Mundo); requiere la aceptación social de la transformación de la correspondiente gramática semiótica, como condición necesaria para generar un efecto ontopático u ontológico o ambos.

Nuevo cambio
Si aceptamos que los sistemas semióticos vigentes en la globalización están cambiando, y si conocemos las características de tal cambio, estaremos en condiciones de anticipar: 1) que un nuevo cambio histórico –global– está comenzando a producirse, y 2) cuál será la diversidad fundamental que identificará la nueva etapa de la historia de la humanidad.

Todo lo cual deberá comprobarse.

* Profesor en las universidades nacionales de La Plata y de Jujuy. El texto está compuesto por fragmentos del trabajo “Relación entre la historia de la humanidad y la historia de los sistemas semióticos”, presentado en el X Congreso Mundial de Semiótica, La Coruña, España, septiembre de 2009.

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