CULTURA › GUILLERMO GUTIERREZ Y LA REEDICION DE ANTROPOLOGIA TERCER MUNDO
“Hay que valorizar lo nacional en la etapa globalizadora”
Fue una revista clave en el período 1968-1973. Por allí pasaron John William Cooke, Rodolfo Walsh y Norberto Habbeger, entre muchos otros. El antropólogo destaca la importancia de volver a acceder a esos textos y habla de su resignificación en el contexto actual.
Por Cristian Vitale
1968-1973, una etapa de vértigo. Discusiones y cruces inéditos. Marxismo y peronismo. Nacionalismo y cristianismo revolucionario. Fuego y cátedras nacionales. Un pueblo en movimiento y una universidad –parte de ella, en verdad– siguiéndole los pasos. Guillermo Gutiérrez, entonces profesor y director del Departamento de Antropología de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, concebía y definía una revista enmarcado firmemente en el contexto. El objetivo –eje central– era la crítica al cientificismo sociologista, también muy de la época, actuar “desde las orillas de la ciencia”, al decir de Aníbal Ford. “Esa línea proponía una idea de la sociología y la antropología como disciplinas neutras, en el mismo sentido de las ciencias ‘duras’. Y nosotros planteábamos no simplemente una sociología o antropología ‘comprometidas’, sino que fueran un modelo de análisis y trabajo claramente políticos, donde la neutralidad no era posible”, dice Gutiérrez, bien pasados los años. La publicación, nido de reflexiones y análisis directamente vinculados con el andar militante, se llamó Antropología Tercer Mundo y duró doce números. Once definida como revista de ciencias sociales y uno como revista peronista de información y análisis. Por ella pasaron las plumas ardientes de, entre otros, Roberto Carri, John William Cooke con sus “escritos cubanos” y sus escritos inéditos, Rodolfo Walsh, Norberto Habbeger y algunos cuadros anónimos de la resistencia peronista: un cúmulo de artículos clave para pensar la época que hoy vuelve a la luz gracias al esfuerzo hurgador de la editorial de la Facultad de Filosofía y Letras. “El mérito fue de ellos”, admite su director, radicado en Bariloche.
La reedición de Antropología Tercer Mundo, gestada en el seno de la Agrupación Evita de Filo e impulsada por Hugo Trinchero, decano de la facultad, incluye, además de la copia fiel de textos –tal como salieron de la máquina de escribir– su colección completa en DVD, una introducción de Gutiérrez y una “bajada al presente” a cargo de Ana Barletta y María Laura Cenci. “La verdad es que no fue fácil reunir la totalidad de los ejemplares, ya que las pocas colecciones completas de la revista no son accesibles. Yo mismo sólo tengo unos pocos ejemplares, los demás se perdieron en los años de los milicos. Hay algo en bibliotecas de Estados Unidos, en algún centro documental de Buenos Aires, y tal vez en bibliotecas privadas. Una de esas colecciones la tenía Federico Vogelius, propietario de la revista Crisis, pero no sé qué destino tuvo”, explica Gutiérrez, sobre las dificultades de dar con el archivo. Hizo falta, además, que el equipo editorial del EFFL, más allá de recuperar los textos, los escaneara y saneara muchos ejemplares que estaban destruidos. “Hicieron un trabajo de orfebre”, reafirma Gutiérrez.
–¿Cómo y por qué razón surgió la idea de reeditar esta selección de artículos?
–Creo que la razón fue que hoy se está dando importancia a la visibilización de una diversidad de aportes realizados en los ’60 y ’70, que fueron contribuciones al desarrollo de las ideas nacionales, a las luchas populares de la época. Creo que hay sectores, en las generaciones jóvenes, que rescatan la vigencia de esos aportes.
–¿Y de qué manera cree usted que el contenido de esos textos, algunos de pluma caliente, militante, muy de los ’70, se resignifican bajo este contexto político-social?
–Yo diría que la revista, dentro de la diversidad y variedad de enfoques, tuvo un núcleo duro de temáticas: la vinculación entre la cuestión nacional y el Tercer Mundo, la crítica del cientificismo, del desarrollismo y del vandorismo, la cuestión de la verdadera ruptura que significa la “cultura popular” como herramienta de la resistencia de los pueblos, el análisis crítico del concepto del ser nacional, y también un análisis sin concesiones de las coyunturas políticas, incluyendo en esa visión crítica posicionamientos del peronismo. Hoy, creo que las temáticas de ese núcleo duro se resignifican realizando una advertencia: quienes, de una u otra forma, tenemos una función de elaboración intelectual, tenemos un deber en el ejercicio crítico de las prácticas políticas. Se trata de visibilizar lo auténtico de lo espurio, de poner en superficie por dónde pasa realmente la “línea roja”. Aquellos viejos artículos nos interpelan en ese sentido.
–¿Cree que existen lazos epocales, incluso desde lo simbólico, o se trata más bien de una revisión?
–En la revista hay aportes diversos; algunos están centrados en el contexto de la época, por lo que hoy tienen el valor de relato histórico. Pueden despertar interés por conocer el nivel de análisis y discusión propio de aquel momento. Otros artículos pueden tener un valor actual. La palabra final sobre esto la tienen quienes lean –o relean– esos trabajos y decidan qué tipo de valor les conceden.
–Más allá de la diversidad de miradas, todos los artículos tienen su epicentro en el peronismo. Personalmente, ¿qué visión tiene hoy acerca del Movimiento y a qué parte del mismo cree que representaba Antropología Tercer Mundo?
–Creo que hoy estamos ante un fenómeno de feudalización de difícil pronóstico. Aun cuando pueda presentarse unido como “partido”, en función electoralista, ese proceso poco aportará a las tareas históricas pendientes, que sólo pueden cumplirse recuperando la condición de un gran movimiento nacional. Con respecto a la pregunta en sí, nunca pretendimos representar a ningún sector del Movimiento. Habría sido demasiado soberbio, además de inconducente. Más bien diríamos que la revista expresaba posiciones, y no siempre coincidentes. Había enfoques bastante diversos. También hay que reconocer que en la etapa final, conforme a la situación nacional y a los sectores del peronismo que se iban radicalizando, la revista se radicalizó. Aparecieron notas de Walsh, de Cooke, y sobre la Resistencia Peronista... La línea editorial se volcó claramente a expresar las posiciones del peronismo de base.
–¿Sigue siendo peronista o se desilusionó ante el “giro a la derecha” que sufrió el movimiento en su devenir?
–No se trata de ilusionarse o desilusionarse, sino de analizar críticamente y tratar de aportar a los procesos actuales y futuros. La marcha de un movimiento nacional como el peronismo no es una cuestión de frustración o realización individual, sino de entender que los procesos políticos trascienden a las vidas personales. El peronismo de los ’90 fue la consecuencia no sólo de la dictadura y del proceso de “partidización” del ’83. Desde mi punto de vista, la raíz primordial de esta actualidad debemos rastrearla en los ’60 y los ’70. Digamos, el período que termina en el ’76. Fue el tiempo en que vivimos una situación pre-revolucionaria, en la que el regreso de Perón motorizaba a las multitudes. Pero en la medida en que ese proceso pre-revolucionario no abrió un espacio de participación de amplios sectores de la clase trabajadora, quedó frustrada la tarea histórica de escalar hacia una construcción revolucionaria, porque la misma era imposible sin esa presencia protagónica de la clase trabajadora. El resultado fue que, tanto el peronismo como la sociedad que lo alberga, desembocaron en una crisis aún no resuelta. La resolución de esa crisis será posible mediante nuevas construcciones políticas e ideológicas. En esas construcciones el peronismo es un basamento del que nadie puede prescindir, del mismo modo que debemos contar con los grandes aportes del marxismo y el nacionalismo popular para encarar esta nueva etapa, en una perspectiva actualizada de lo que planteaba Cooke. Así como el peronismo del ’45 fue una fusión de instrumentos de pensamiento y de acción, puestos a una escala adecuada a los objetivos del momento, ahora tenemos el desafío de nuevas elaboraciones que nos permitan recuperar la propuesta clasista, y la elaboración de nuevas estrategias para valorizar lo nacional en la etapa globalizadora, que es un hecho objetivo y anticipado por Perón hace muchos años.
–En la introducción, usted resalta el trabajo de gente ligada al pensamiento nacional y popular como Jauretche, José María Rosa o Ernesto Palacio. ¿En qué sentido ellos siguen operando como “faros de acción” frente a la intelligentsia?
–Jauretche seguirá operando mientras exista la zoncera, que es parte del carácter nacional tanto como el famoso medio pelo, expresión cultural de un sector de nuestra sociedad. Con respecto a Rosa y Palacio, más allá de la vigencia de sus obras –seguramente perdurables–, sus ideas ya están instaladas por varias generaciones por una razón contundente: establecieron la duda sobre la historiografía liberal. Las “verdades indiscutibles” del mitrismo, transmitidas generación tras generación escolar, están quebradas y ése es mérito de Rosa, Palacio y otros “nacionales” que, muchas veces en soledad y ninguneados por el establishment, aportaron a esa historiografía diferente y crítica. Y creo que por justicia debemos ubicar en ese mismo espacio a Castellani, Fermín Chávez y Ortega Peña, los hermanos Irazusta y Abelardo Ramos, por supuesto con sus respectivos enfoques.
–Poco serios para la Academia, incluso la de hoy. ¿Cómo ha padecido personalmente esta situación durante su trayectoria en el campo intelectual?
–El pensamiento nacional y popular responde a los intereses nacionales y populares, y la academia representa los intereses del establishment social, político, económico. La mejor forma de desautorizar orientaciones del pensamiento que son contrarias a esos intereses es descalificándolas, siempre midiendo a partir de un patrón de pautas que ellos consideran “serias”. Pero, más que hablar de la academia, hoy tenemos que referirnos a la burocracia cientificista nacional e internacional. Pesa más que la Academia. Y en este punto tengamos claro que no sólo hay un establishment de derecha, también la izquierda tiene bien estructurado el suyo. Y allí, por derecha, centro e izquierda están los que manejan la calificación de las universidades según los estándares que ellos mismos elaboran, los que deciden la publicación de un paper, los referatos anónimos, cuyos intereses de trenza no son nada anónimos, los que condicionan los trabajos de los universitarios mediante la regulación de incentivos, los que han hecho de la investigación y la práctica un permanente ejercicio de resolver el trabajo intelectual en el texto, subordinando cualquier realidad a la cantidad y prestigio de los autores citados en sus papers, antes que a la comprensión y la acción sobre esa realidad. Con respecto a mi propia experiencia, no me sentí afectado por estas estructuras, llámense academicistas o del establishment cientificista, porque nunca dependí de esas instancias. El mecanismo de cooptación o ninguneo del establishment lo sufren los que están solos o los que tienen intereses exclusivamente individualistas, de trepada. Cualquiera que tenga alma independiente puede actuar en espacios de autonomía sin depender de esas estructuras burocráticas.
–¿Qué textos de los reeditados volvieron a sorprenderlo y por qué?
–Destaco tres autores: Roberto Carri, Norberto Habbeger y John William Cooke. Carri, por sus críticas al cientificismo y al desarrollismo, y la justeza de su apreciación del vandorismo. El desarrollismo ya es historia, pero el cientificismo reverdeció como política restauradora en las carreras sociales, desde el ’84. Ahí, en varios casos, hay ejemplos del establishment de izquierda. Habegger nos mostró las tensiones en el catolicismo, las tensiones entre sectores, las nuevas orientaciones. Y todo ese análisis tiene una vigencia tal vez mayor porque la Iglesia, hoy, es un factor de incidencia en un nivel diferente del que era hace unas décadas. Hace años la veíamos como el soporte de las ideas más reaccionarias y hoy es un actor central en la cuestión social. Ya no se trata de los sectores tercermundistas o de base; es la institución con un compromiso diferente con los sectores excluidos. Y Cooke, del cual publicamos sus escritos cubanos, que nos entregó Alicia Eguren, me vuelve a sorprender como el teórico e ideólogo desaparecido prematuramente. Lo hubiéramos necesitado un tiempo más.
–¿Jauretcheano o cookista?
–Jauretcheano y cookista. Jauretche, por ser el desmitificador de los rostros falsos de nuestra sociedad, y porque su “sociología del estaño” fue ciencia en el sentido que le damos al concepto desde una perspectiva del saber popular. Y Cooke, por su condición de intelectual revolucionario, con la capacidad y la osadía de ubicar al peronismo dentro de un análisis y una estrategia marxista.
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sábado, 26 de diciembre de 2009
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