El programa político de una vanguardista prudente
Elvira López, junto a su hermana Ernestina, fue de la primera promoción en obtener el título de doctora en Filosofía desde la fundación de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires a principio de siglo. Lo hizo con una tesis doctoral, en 1901, titulada El movimiento feminista. Primeros trazos del feminismo en Argentina, que acaba de ser editada por primera vez por la Biblioteca Nacional. Este texto permite encontrar en Elvira López la figura de una vanguardista prudente, porque puede leerse como un programa político de anticipación a la vez que como el trazo de un límite inaugural a las posibilidades del feminismo en nuestro país.
Por Veronica Gago
1.
La tesis de Elvira López debe inscribirse en un itinerario también de vanguardia. López participó en 1900 de la creación del Consejo Nacional de Mujeres, y más tarde en el comité editorial de la revista de dicha institución. En 1906 ambas hermanas –hijas del pintor Cándido López– se suman al Centro Feminista, dirigido por una amiga de ellas, Elvira Rawson de Dellepiane, y conformado por otros nombres pioneros: Julieta Lanteri, Sara Justo, Alicia Moreau, Petrona Eyle, entre otras. Ellas elaboraron un petitorio sobre derechos para la mujer dirigido a la Cámara de Diputados, que fue presentado en 1911 por Alfredo Palacios y constituyó la base de lo que, quince años después, se aprobó como Ley de Derechos Civiles. En 1902, López, también con Rawson, fundó la Asociación de Mujeres Universitarias. Institución que impulsó en 1910 el Primer Congreso Femenino en Buenos Aires y que tuvo a las hermanas López como activistas.
2.
Volvamos a la lectura de El movimiento feminista. Primeros trazos del feminismo en Argentina. Sus advertencias, como corresponde, saltan en los primeros renglones, dan el tono de las páginas iniciales: buscan objetar la “utopía ridícula” de cierto feminismo que la autora evoca de manera irónica. Imaginemos que López prepara estas páginas con astucia táctica, con mesura argumentativa, para un jurado de varones que la examinará doblemente; por el tema: es la primera tesis sobre feminismo escrita en Argentina y en América del Sur; y por ser una de las primeras mujeres egresadas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. No es, como suele creerse en el recuento vulgar de las diferencias, que éstas se suman, como si fueran agravantes lineales de una condición de minoría. Más bien, es su composición la que genera una nueva superficie desde la cual pensar.
Las precauciones no son vanas: debe pasar por tres mesas examinatorias tras ser desaprobada en el primer intento. Su propósito es despejar malentendidos, del mismo modo en que se intentan desacreditar unos rumores que, aunque absurdos, han ganado fuerza de verdad por su circulación. Por eso la tarea es desmentir que el feminismo “se propusiera nada menos que invertir las leyes naturales o realizar la monstruosa creación de un tercer sexo” (el destacado es nuestro). Ante estas palabras, no podemos sino sorprendernos por el efecto que causan leídas en su reverso: ¡casi un siglo de anticipación temática y de vocabulario! De modo que vale la pena leer los reparos de López respecto del feminismo radical contra ellos mismos. O directamente leerla a ella en contra de sí misma.
3.
Desde hace varios años las filosofías y militancias feministas se han apropiado de la teratología: la narrativa de lo monstruoso como un saber de lo anómalo del cual partir, porque se lo tiene a mano, porque es propio. Como materialidad de una experiencia vivida de la cual destilar premisas teóricas, hacer proyecciones experienciales y vaticinar nuevos modos de vida. Haciendo de las exclusiones padecidas una condición epistemológica privilegiada y aprovechando las deformidades, lo raro (lo queer), para afilar una hermenéutica de la sospecha. Procedimiento estrictamente maquiaveliano: hacer de la debilidad, virtud. Y apostar así a una dramatización libidinal del concepto.
En esta perspectiva, la “creación monstruosa de un tercer sexo” –como ya vimos: invocada fantasmáticamente a principios del siglo pasado en esta tesis– es el nombre preciso que ha tomado, décadas después, la fuga de los binarismos simétricos, el hartazgo frente a los pendulares escarceos entre naturaleza y cultura y las grillas de una dialéctica estrecha entre femenino y masculino. Pero, por entonces, la académica argentina insiste en desacreditar un feminismo que anhelara “la transformación de la mujer en un ente anómalo, apartado de los fines para los que ha sido creada”. De nuevo: se trata de conjurar la anomalía. De aseverar que la mujer no subvertirá la comunidad.
Sin embargo, la anomalía ha prosperado. Como imagen que las perspectivas más radicales del pensamiento de posgénero han discutido –con nombres que van desde lo cyborg hasta lo poshumano– para nombrar ciertas aspiraciones y experiencias, como impulso de creación de otros sexos; sea un tercero, sea uno polimorfo. En todo caso: como un devenir-anómalo del deseo que obliga a redefinir la idea misma de comunidad.
Parte de ese desvío es el que, a la fuerza, ha logrado distinguir políticamente entre sexualidad y reproducción, argumentar que las viviendas son nuestras fábricas, y así desentrañar el patriarcado del salario y la devaluación del trabajo doméstico, promoviendo en el feminismo justamente aquello que López aseguraba, a quienes le temían, que no pretendía: “un ataque al orden social y a la religión”.
4.
El programa de derechos que esta tesista asume y defiende –donde el maternalismo como destino juega un papel decisivo– supone un límite político: la desestimación del derecho al voto femenino. Su argumento es que la mujer “...cuando desea lanzarse a la arena ardiente de las luchas políticas y escalar los puestos que las debilidades de su sexo y de su misión maternal le vedarán siempre, nos parece ridícula y nos inspira tanta compasión como aquellos que empleando un lenguaje y modales harto libres, creyendo dar muestras de independencia y de superioridad de espíritu, sin comprender que sólo consiguen convertirse en seres anómalos y repugnantes”. López ya lo advierte claramente: la conversión anómala es corolario de la lucha política.
5.
Entonces, ¿quién habla en esta tesis sobre el movimiento feminista? La posición enunciativa de la autora elude la primera persona, justamente una de las conquistas teóricas de las feministas. Sin embargo, podemos volver a la idea de pensar la táctica de la tesista frente al jurado: una de las funciones retóricas de este tipo de textos académicos es deponer la primera persona. Aparece un nosotros de otro tipo. Así podemos entender que López diga, hablando de las feministas: “Ellas son sinceras y merecen nuestra consideración” (destacado nuestro). ¿La consideración de quién? ¿De la comunidad académica-científica? Seguramente. Es también el lugar que le permite discriminar entre las “fanáticas” y las “sinceras”. Y situarse en un tono que, a la vez que condena a las mujeres que pretenden “parodiar” o “igualarse” a los hombres, justifica su presencia pública como “contrapeso al hombre, harto innovador y revolucionario”. El progreso es la síntesis o “armonía” que permitirá combinar moderación femenina e intrepidez masculina.
6.
La afinidad de las mujeres con las políticas sociales y de cuidado de los otros no se le escapa a López, que analiza las tempranas inclusiones institucionales de las mujeres en Inglaterra como poor laws guardians: encargadas de hospicios, hospitales y sociedades de beneficencia. Lo mismo respecto de su inserción en la administración colonial: “Su espíritu conciliador, el arte innato de persuadir, característico de su sexo, han servido allí (las Indias inglesas: de Birmania al Congo) para secundar la acción conquistadora, y el éxito que Inglaterra ha obtenido lo debe en parte a las mujeres”. La feminización de las funciones que López pone de relieve tiene un marcado funcionalismo pacificador –en términos sociales y coloniales– y consolidan parte de su argumentación hacia un feminismo filantrópico y moralizante.
En todo este recorrido, la cuestión de la educación (de la pedagogía a la higiene) será fundamental para ser “buenas esposas”, “buenas madres”. Y López lo plantea en este sentido, sentando precedente: “La mujer es naturalmente débil, la instrucción es quién debe darle fuerzas; el ejército de las pecadoras se recluta entre las más ignorantes, pues en uno como en otro sexo, es muy raro que a una superior cultura no vaya unida una moralidad también mayor”. Se trata de un feminismo de mujeres ilustradas, contra la frivolidad (efecto de la pura ociosidad) y la ignorancia. Es la tonalidad argumentativa y afectiva que caracteriza a las primeras feministas argentinas, en su casi totalidad letradas de clase media: confianza en el progreso unida al ideal ilustrado; creencia en la ciencia que fusiona socialismo y positivismo; confirmación del maternalismo como ideología natural de lo femenino.
7.
¿Y cuál es la situación de la mujer en Argentina? “Aquí el feminismo se manifiesta más que todo en el sentido económico; la mujer que concurre a las universidades y demás establecimientos de educación, lo hace sólo buscando un título con que hacer frente a la miseria y trabaja para labrarse una posición independiente en el ancho campo de actividad que nuestras generosas leyes le ofrecen. Las palabras emancipación y reivindicaciones femeninas, igualdad de sexos ante la legislación, etc., que el feminismo europeo pronuncia a cada paso, no tienen significado para ella.” Optimista, López, respecto de la legislación; y también respecto de la migración europea de varones “que contribuyen a la transformación de la raza” al unirse con las argentinas. Aclara, además, que la raza negra y asiática, así como la indígena, son un porcentaje ínfimo en la nación: “Esto es bueno recordarlo ya que no faltan, aun en Europa, quienes crean que indio y argentino son una misma cosa”. De estas afirmaciones, López concluye entonces “que el tipo de la mujer argentina está aún en formación”. Pero, evidentemente, excluye cualquier posible contaminación de la cultura indígena, negra o asiática. La propuesta feminista es de superación intelectual y económica de las mujeres, en paralelo a un ideal de depuración racial.
8.
¿Qué será la mujer nueva? Se lo pregunta López, retomando la pregunta del feminismo internacional, y se considera una testigo de la mujer de su época como un “tipo en transición”. Ella quiere, en todo caso, que la mujer del porvenir conserve “algo de esas antiguas matronas que veneran nuestros hogares” y algo de las “bienaventuradas” bíblicas alabadas por sus hijos y esposos. Sobre estas imágenes, traza los límites proyectivos e interpretativos del feminismo y asegura: “...el movimiento feminista no pretende apartar a la mujer de sus naturales funciones; cuando habla de emancipación debe entenderse que lo que quiere es sacarla de la ignorancia que la esclaviza, y que si la palabra reivindicación está inscripta en sus banderas, ella no es atentatoria para el hogar ni para la sociedad”. Vemos, espiralado, repetirse el movimiento de todo el texto (por cierto, dedicado a su madre): Elvira López introduce el término feminismo en Argentina y, al mismo tiempo, se propone como una cauta traductora. Le pone límites precisos, ofrece una exégesis tranquilizadora. Y, finalmente, lo confina al mismo tiempo que lo proyecta a una idea iluminista y progresista, confiada en la fuerza civilizatoria de la historia.¤
En partes, este texto pertenece al prólogo del libro El movimiento feminista. Primeros trazos del feminismo en Argentina.
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sábado, 26 de diciembre de 2009
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