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domingo, 27 de diciembre de 2009

Inés Fernández Moreno
Narradora en una familia de poetas

Acaba de aparecer Mármara , cuarto libro de cuentos y el sexto en la producción de la autora argentina que, desde que se liberó del peso de la tradición heredada de su abuelo y su padre, no ha dejado de escribir

Noticias de ADN Cultura
Por Patricia Somoza
Para LA NACION - Buenos Aires, 2009


Inés Fernández Moreno sigue produciendo. Acaba de aparecer Mármara (Alfaguara), su cuarto libro de cuentos y el sexto de su producción, si se le suman las dos novelas que lleva publicadas. Ella, que alguna vez se definió como una escritora tardía ("empecé a escribir grande, rompiendo alguna prohibición familiar, una prohibición interna, mía"), una narradora en una familia de poetas, desde que salió al ruedo con la coartada de la narrativa no paró de escribir. "Cuando empecé, me sucedía algo muy sistemático; cada diez o quince días, tac, se me ocurría algo: era como poner un huevo." Ahora escribe más lento, dice. En parte porque teme repetirse ("uno está encerrado es en sus propias limitaciones, incluso en las de su imaginación, en sus intereses"); en parte porque se ha vuelto más exigente y apuesta a "una escritura más austera, más expresiva, más cuidada". Mármara es la prueba de esa búsqueda.

Recién llegada de Chile, adonde fue invitada a participar de la Feria del Libro, nos recibe para hablar de su oficio y de su nuevo libro.

- Mármara se fue gestando de una manera larga y trabajosa. La crisis de 2001 y la falta de trabajo nos empujaron a trasladarnos a España, y allí estuvimos tres años. El regreso y la reinmersión en el país me llevaron mucho tiempo y por eso algunos cuentos traen todavía la cuestión de la emigración y lo que me produjo.

-¿Y cómo fue la experiencia en España?

-Hay una cosa patinosa con el lenguaje, que es tuyo pero que al mismo tiempo no lo es, y eso como escritora me producía una extrañeza, un traspié permanente. "Agarrar", por ejemplo, te empieza a parecer una palabra medio brutal y "coger" se te va volviendo natural. Y está todo lo que te pasa desde el punto de vista existencial. La pérdida de tus costumbres, de tus amigos, de tus rutinas, de tu relación con el país, la lucha contra la adversidad, las dificultades con el trabajo; te preguntás por qué este país es tan expulsivo. Entonces, aunque Mármara no es un libro que tenga un eje muy determinado, muchos de los cuentos están impregnados de estas experiencias.

-Yo diría que son varias las temáticas que los recorren. La emigración es una; los encierros, otra...

-Sí, hay tres cuentos con situaciones de encierro. Uno es el de la mujer que se queda encerrada en un balcón, una metáfora de su condición de emigrante. En España, si por alguna razón tenías que viajar a la Argentina y no tenías los papeles en regla, era probable que no pudieras volver a entrar.

-"Encerrada afuera", como dice el título del cuento. En "Carne de exportación", un cuento precioso, también hay situación de encierro.

-Sí, es el tipo que se queda encerrado en una cámara frigorífica. Eso le pasó a un amigo mío que había emigrado a Miami y había puesto una empresita de reparto de carnes. La situación condensa toda la problemática de alguien que está en un lugar que le es ajeno.

-También está "Confesiones en un ascensor".

-Sí, otro encierro. Pero vinculado con algo más dramático. Una mujer se queda encerrada con un tipo en un ascensor, y se ven obligados a una intimidad forzada. Al principio hay una fantasía erótica, pero eso se convierte en otra cosa, siniestra, que tiene que ver con la convivencia entre quienes fueron perseguidos y torturados en la época del terror, y los responsables, que pueden estar en cualquier lado.

-Ahí te metés con ese tema de una manera cifrada, lateral.

-Para mí es muy difícil contar temas vinculados con el horror, la desaparición, la tortura. Porque estamos muy cerca, y porque hay que sortear una especie de falso mérito que viene añadido, el de expresar lo "humanamente correcto" en el momento oportuno. Son materiales que exigen muchas precauciones.

-"En la periferia" se habla de los hechos de aquellos años desde alguien que está en una posición lateral, periférica y, además, de una manera muy mediada... Una posición narrativa muy interesante.

-Exacto, ésa es la manera en que yo puedo contar esa historia. Como algo periférico y como algo que va siendo visto y contado a través de muchos velos: alguien cuenta algo que le contó otro, que a su vez lo vivió de una forma indirecta. Eso por una parte. Y además, quise contarlo como una crónica, de la forma más despojada posible.

-La política desde una perspectiva íntima, personal.

-Tal vez es el lugar desde donde yo lo viví. Soy parte de esa generación que estuvo totalmente inmersa en lo que fue pasando en los años setenta, pero no fui una militante. Siempre estuve en un lugar como de observación, con toda la culpa que eso implicaba. Y empujados por la culpa, se hacían cosas muy riesgosas. Sin ninguna protección.

-Otros cuentos tematizan la preocupación por el lenguaje. Muchos personajes aparecen reflexionando sobre las palabras, midiéndolas, tomando distancia. En "Mármara", con la pasión por el Scrabble on-line. En "Truhanes", de una manera desopilante.

-En "Truhanes" tienen que enterrar a un pariente pero no queda lugar en la bóveda, y metidos en esa situación se entretienen jugando con las palabras. Ahí está muy presente la cosa familiar. Siempre que me preguntan por este tema -medio ineludible-, tengo que decir que sí, que aquél fue un caldo de cultivo para mí. Mi viejo escribía, mi abuelo escribía, mi tía escribía, mi tío escribía; como una familia de trapecistas en un circo, decía mi viejo, la palabra estaba siempre sobre la mesa, como una cosa gozosa. El chiste verbal, los dobles sentidos, jugar al Scrabble...

-¿De dónde salen tus relatos?

-Salen de situaciones paradójicas, de pequeñas revelaciones que uno tiene. Mirá, el otro día me contaba mi hija que a la madre de una amiga se le había volado una toalla, que cayó en el cuarto piso. Y cuando fue al cuarto piso a buscarla, se encontró con un velorio y se produjo un malentendido: parecía que ella había ido al velorio cuando en realidad había ido a buscar la toalla. No sé cómo siguió la historia real, no importa, pero a mí eso me disparó algo, una curiosidad. Me interesan esas situaciones: un día estás con el lavarropas y la toalla y, de una manera arbitraria y loca, terminás en un velorio en contacto con la muerte. Yo siento que hay una tensión muy grande entre el modo en que uno organiza y lleva las riendas de su vida pensando que decide, y la arbitrariedad, el azar, la locura, el drama de la vida. Hay ahí como un choque de oleajes constante. De esa tensión, de esos choques, salen los cuentos.

-¿Estás escribiendo ahora cuentos que surgen de esos choques?

-De algún modo, sí. Pero ahora me interesan otros choques más íntimos: las relaciones entre la gente, los malentendidos, los puntos de encuentro y de desencuentro. Las contradicciones entre los sentimientos que uno tiene que tratar de cultivar, lo humano digamos (hay que ser generoso, amar al prójimo), y el monstruo, el loco o como quieras llamarlo que uno tiene dentro. Tengo la fantasía de escribir un libro que se llame "Los malos sentimientos". Hay sentimientos que son inconfesables; la envidia, por ejemplo. Y la aparición de esos sentimientos horrorosos y lo que provocan en uno, esa especie de dialéctica entre el buen sentimiento y el mal sentimiento es un lugar que me interesa para escribir. Los cuentos "posmármara" van en ese sentido. Tengo uno sobre dos minas que salen a comprar un tapado y terminan matando a otra; bueno, por ahí va la cosa.

-El punto de partida siempre parece ser lo cotidiano, y desde ahí surgen preguntas o reflexiones que abren una especie de fisura en la vida de todos los días. De la urgencia se pasa a la cavilación, quizás a la comprensión. ¿Eso es lo digno de ser contado?, ¿ese momento, ese pasaje?

-Yo creo que mi escritura está muy cerca de lo cotidiano. No soy una escritora que tenga una proyección teórica en su escritura, ni que escriba con una enorme conciencia del sustrato literario. Escribo muy pegada a mi vida diaria, vinculada al trabajo, los hijos, las reflexiones que uno hace en el subte o en la calle... De allí surge la extrañeza de vivir; lo anormal, que de pronto se manifiesta en las cosas más chiquitas, pero no en el nivel de lo fantástico (eso podría ser Cortázar), sino en el nivel de lo existencial.

-¿Y cómo es el proceso de escritura de los cuentos? ¿Tomás notas, hacés planes, escribís de un tirón, por fragmentos?

-En general, todo empieza con una idea, o mejor dicho con una situación que arrastra una idea. Si tengo a mano algo para escribir, a veces tomo algún apunte, y después escribo un fragmento; y después me imagino cómo empieza, o escribo un comienzo; y después lo dejo, y después lo retomo. Quiero decir que lo voy pensando, lo pienso mucho. Escribir es mucho pensar para mí. Son como procesos divergentes. Pensás, pensás, pensás... Y cuando lo escribís, de la escritura misma se van generando situaciones nuevas, texto nuevo. Después, cuando ya está bastante armado, viene el momento más placentero: lo volcás, lo releés, le agregás o le sacás, pero lo principal está plantado.

-¿Recordás una de esas situaciones de las que salió un cuento?

-Siempre son esas situaciones paradójicas las que me despiertan las ganas de escribir. Y a veces esas situaciones aparecen a partir de una inquietud previa. Es un poco misterioso. Mucha gente me dice: "Escuchá lo que me pasó, es algo justo justo para vos que escribís". Y escucho pero me olvido, me quedo muda. Pero a veces algo me dicen esas historias. Por ejemplo, un amigo me contó que cuando iba al colegio había hecho un dibujo precioso de San Martín en un caballo, y cuando lo vio la maestra le dijo: "No, no, San Martín no tiene esa cara; además, es el Libertador, no lo podés dibujar así". Y entonces la maestra sacó una estampilla de San Martín que tenía guardada y la pegó sobre la cara que mi amigo había dibujado. Yo estaba escribiendo "Perversiones" en ese momento, un cuento que era más bien una descripción de lo que es la decadencia física y mental de una persona que envejece, y justo me contaron eso y no sé por qué misterio se me adhirió al cuento -como otra estampilla- y supe que iba a funcionar en ese contexto.

-Lo de la estampilla es inolvidable, recuerdo perfectamente la escena, pero no me acuerdo cómo aparece.

-Mirá, una vez, creo que Marcelo Cohen dijo algo que me pareció superinteresante: tener dos informaciones que no tengan nada que ver una con la otra y ver de qué forma pueden llegar a acoplarse. En "Perversiones", el personaje que envejece pintaba, y la otra le sugiere que vuelva a pintar, y ella dice que no, que se siente como si le hubieran pegado una estampilla en la cabeza, como si todo aquello con lo que contaba, su memoria, su capacidad de razonar, se le hubiera ido transformando en algo plano, como un papelito. Y así se me juntó lo del deterioro y lo de la estampilla, aunque suene un poco disparatado. En realidad, las dos personas de "Perversiones" son la misma, yo trabajé con esa idea; una es la que está consciente y ve el deterioro, y la otra es la vieja. Y esto sale de algo que me dijo mi madre una vez. "Tengo que ir con la vieja a no sé dónde", me dice un día. "¿Con qué vieja?", le pregunto. "Conmigo, con la vieja que está conmigo, ¿no te das cuenta?" Y claro, cuando uno envejece, si es inteligente y está lúcido, siente que va arrastrando a un viejo. A vos te gusta bañarte en el mar y resulta que la vieja no puede porque tiene presión alta y la sal puede hacerle daño. De ahí nació ese cuento, de esa dualidad interna.

-Vos te ganaste mucho la vida haciendo escritura publicitaria. ¿Cómo te la ganás ahora?

-Trabajé haciendo escritura publicitaria desde los 18 hasta los 55 años. Ahora intento ganarme la vida más como escritora, que es haciendo un laburito acá, otro allá. Me gano la vida muy exiguamente. Escribo alguna que otra nota, a veces hago algún folleto, a veces doy clases de español, pero básicamente organizo talleres con gente que quiere escribir.

-Y también apostás a algún concurso.

-Sí, cada tanto mando a algún concurso. Y no me ha ido mal. Además, tengo un Premio Municipal, y la verdad que eso es extraordinario, la garantía de que no me voy a morir de hambre, una base de la que partir. Estoy muy agradecida.

-¿Cómo descubriste que querías escribir ficción?

-Lo descubrí a través del periodismo. Yo escribía todo el tiempo porque escribía publicidad, ahí me manejaba con total soltura, pero escribir literariamente ni se me cruzaba por la cabeza. La cosa es que escribí un par de notas de opinión para algunas revistas y ahí encontré un espacio de libertad que me encantó. Y entonces me cayó la ficha. Sentí un placer inmenso, y pensé que tal vez tenía ganas de escribir. Una compañera de la agencia que iba a un taller con Sylvia Iparraguirre me sugirió que me sumara. Y fui, y casi enseguida ese taller pasó a ser el taller de Abelardo Castillo. Trabajar en el taller de Abelardo fue un estímulo impresionante. Fue como abrir una compuerta y darme un permiso.

-Tenías el peso de la tradición familiar. Tu abuelo Baldomero, tu padre César.

-La cuestión familiar siempre está ahí dando vueltas, te beneficia y te pone en duda. Porque yo a veces digo: ¿qué otra cosa iba a hacer? Mirá que intenté: pensé en estudiar medicina, quise ser abogada, era como una desorientada vocacional permanente. Y al final terminé escribiendo.

© LA NACION

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