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jueves, 17 de diciembre de 2009

Se fue detrás de un circo y regresó hecho un empresario


Eduardo Ovejero volvió a su ciudad natal para montar el espectáculo que creó. Empezó vendiendo golosinas al público a los 12 años. También fue payaso, contorsionista y administrador. Un sueño.

LA GACETA / OSVALDO RIPOLL

CONCEPCION.- Se fue cuando era un niño.

Partió de Concepción a los 12 años con un circo que había llegado a la ciudad. Fue vendedor de golosinas, payaso, contorsionista y administrador; pasó su vida viajando de un lado a otro con la enorme carpa. A los 45 años, Eduardo Ovejero regresó a su ciudad natal, pero esta vez como el dueño de su propio circo. Y no sólo volvió para montar un espectáculo, sino que quiere volver a sentir la ilusión que le despertaban las navidades de su niñez.
Hace un año, Eduardo cumplió el sueño de su vida: tener su propio circo.


Esto le parece increíble cada vez que recuerda el momento en el que ingresó a ese mundo de viajes, piruetas y aplausos. Lo hizo vendiendo golosinas en el circo Lowandi. Fue a fines de 1979, cuando esa empresa llegó al municipio. "Cuando se instaló, yo andaba de lustrabotas; mi familia era muy humilde. Pedí permiso para vender caramelos y galletas a los espectadores. Desde entonces, toda mi vida continuó debajo de una carpa", relató.

Ovejero regresó a Concepción casado, con cinco hijos y como dueño del circo que bautizó Varekay que, según explicó, en rumano antiguo significa "donde quiera que estés". Al espectáculo lo protagonizan cuatro de sus hijos y otros parientes.
"Mis padres me autorizaron a seguir viaje con el Lowandi. Al poco tiempo comencé a actuar como payaso, después como animador, contorsionista y durante un tiempo hice un número que gustaba mucho y que se denominaba 'El hombre de goma'. Me introducía en una caja de 45 centímetros cuadrados", relató.

Antes de crear Varekay, Eduardo tuvo un parque de diversiones, pero pronto lo vendió porque ni él ni sus hijos se acostumbraron a esa actividad. "Nos parecía muy aburrida. Necesitábamos más emociones. Por eso compré la carpa y toda la estructura de este circo", explicó. En la empresa trabajan unas 30 personas. Sus hijos Agustín, de siete años; los mellizos Carolina y Nicolás, de 20, y Matías, de 23, se desempeñan como contorsionistas y trapecistas.

A la administración
"En el Lowandi me casé y a los 37 años dejé de actuar para pasar a ejercer la administración de la empresa. Después quise integrarme como socio, pero los dueños no quisieron. Entonces me fui", manifestó. "Cuando me alejé del circo, me comencé a sentir como perdido, sin rumbo. Entonces, me terminé de convencer de que mi vida pasa por estar debajo de una carpa generando diversión con el espectáculo", manifestó. El empresario indicó que aunque ahora se dedica más a la administración de su empresa, "siempre que puedo contribuyo con alguna actuación. Es que el calor de la gente es impagable".


Eduardo está contento de haber formado una familia de artistas de circo. "Mi papá era albañil y mi mamá, ama de casa. He rastreado los antecedentes familiares y no hay ninguno que haya estado vinculado con esta actividad. Ahora mis hijos aman el circo tanto como yo. Uno no se hace rico con esto, pero lo importante es que es un trabajo que se disfruta", sostuvo el empresario.

Eduardo dijo que está muy emocionado por retornar a la ciudad que abandonó hace más de 30 años. "Es fuerte volver a encontrarme con mi gente, con los amigos y con el lugar en el que viví mi niñez. Quiero quedarme a pasar Navidad para sentir lo que sentía cuando era niño", concluyó. (C)


La emoción de la primera actuación
Eduardo Ovejero se define como un adicto a los aplausos. "La emoción de la primera actuación es imborrable. Es que los aplausos o las risas de la gente te llenan de emoción. Cuando debuté y sentí el reconocimiento del público, tuve ganas de llorar. Sentí que había cumplido con el espectáculo, que ya era alguien en la carpa", recordó.

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