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viernes, 25 de diciembre de 2009

Tobias Wolff

Aquí empieza nuestra historia (Alfaguara)En Mortales, uno de los mejores cuentos de esta colección donde hay más de un puñado de obras maestras, uno de los atribulados hombres de Tobias Wolff le dice a un redactor de Necrológicas esta banalidad: “Uno puede ser buena persona sin ser famoso. Las gentes con grandes apellidos no siempre son grandes personas”. “Eso es verdad”, responde el redactor, “pero es una especie de verdad para las personas sin importancia”.

En Aquí empieza nuestra historia, esa frase distraída tiene el lugar de una poética. Como los de Chéjov, los cuentos de Wolff se fijan con intensidad insoportable en las pequeñas vidas de la gente pequeña, y al final encuentran en ellas una revelación inmensa que lo sacude todo.

El gran arte de Wolff es su habilidad para escoger el momento neurálgico en que sus personajes se ven —o más bien se chocan— frente a frente con las consecuencias de sus actos: en eso, por lo menos, son cuentos morales, con toda la carga de la condenada palabrita. Son cuentos, también, sobre el engaño: en todos ellos hay una gran mentira, ya sea que el personaje se la diga a los otros, ya sea que se la diga a sí mismo. Pero lo que separa a Wolff de otros grandes de su generación —léase Carver, léase Richard Ford— es su variedad de registros. Dentro de la forma ascética del cuento realista, este autor es un virtuoso. Aquí empieza nuestra historia puede leerse (también) así: como un catálogo de su virtuosismo.

Por Juan Gabriel Vásquez

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