"Al lector no hay que soltarlo"
El autor de El factor humano (Seix Barral), libro sobre los esfuerzos de Nelson Mandela por buscar la paz social en Sudáfrica, habla del oficio periodístico y explica por qué cree que Maradona es una cruel metáfora de la Argentina
INGLÉS Y PORTEÑO. Carlin vivió sus años de infancia y juventud en
Buenos Aires
Por Leonardo Tarifeño
De la Redacción de LA NACION
Lo que cuenta con mayor entusiasmo no es que Clint Eastwood haya filmado una película basada en un libro suyo ( Invictus , que se estrenará en el verano argentino) ni la entrevista que acaba de hacerle a la presidenta chilena, Michelle Bachelet, sino la historia de la que según él es "la gente más triste del mundo", una sufrida minoría musulmana de Birmania cuyo retrato publicó días atrás en la revista dominical del diario El País . "Si algo me encanta de este trabajo es poder sentarme a hablar con gente muy diversa, como Leo Messi, Ferrán Adrià, Nelson Mandela, el tipo de Ruanda que mató a 150 personas a machetazos, la viuda a la que media hora atrás le asesinaron al marido o esta gente de Birmania "-dice el inglés John Carlin, ex corresponsal de la BBC, The Times y The Independent , sin duda uno de los grandes periodistas de la actualidad-; tender un puente entre esos seres humanos y un lector en Buenos Aires, otro en Madrid y otro en Londres, convencer a todos de que esa gente en apariencia tan distante tiene que ver con ellos: eso es lo que me gusta. Demostrar que las historias con nombre y apellido cuentan mejor la historia con mayúscula."
Corresponsal en El Salvador durante los tiempos de sangre y fuego, Carlin pasó seis años en la Sudáfrica de Nelson Mandela (experiencia detrás de El factor humano , el notable libro que inspiró a Eastwood), vivió al menos un año en ocho ciudades del mundo y creció y se inició como periodista en la Buenos Aires dominada por la dictadura militar. "Soy mitad argentino, mitad inglés y mitad español" dice este trotamundos vocacional, quien últimamente encontró algo parecido a un hogar en España y en la redacción de El País , desde donde narra historias de distintos rincones del planeta para El País Semanal . De paso por Buenos Aires, donde llegó vía Chile para visitar a los amigos, el autor de Heroica tierra cruel (compilación de sus crónicas sudafricanas) y Los ángeles blancos (acerca del Real Madrid) reconoce que sólo hay un tema capaz de entusiasmarlo más que las historias de vida que encuentra en sus viajes por el mundo. Ese tema es ni más ni menos que la Argentina, país que no deja de fascinarlo por la, en sus palabras, "enorme brecha entre su potencial y una realidad pobre de la que no puede salir".
-Usted conoce Buenos Aires bastante bien, vivió aquí un tiempo y habitualmente escribe sobre cuestiones argentinas. ¿Por qué cree que existe esa "brecha"?
-Me encantaría saberlo. Si algún día tuviera tiempo y posibilidades, me gustaría escribir un libro sobre el tema, aunque sospecho que ya se han escrito miles. Yo viví en Buenos Aires cuando era niño y luego regresé en 1979, justo después de terminar mis estudios en Oxford. Mis amigos de aquí eran gente cultísima, no tenían nada que envidiarles a mis colegas de Oxford. Y yo veía a esa gente culta, inteligente y trabajadora, y por el otro lado me encontraba ante un gobierno militar brutal. Para mí se trataba de dos realidades paralelas, irreconciliables. En aquel momento era algo aberrante. Hoy nada es comparable con aquello, por suerte los tiempos han cambiado, pero me da la impresión de que aquí aún hay realidades paralelas que no se concilian.
-¿Cuáles serían?
-Es difícil de explicar y más aún para mí, ya que hace tiempo que no vivo en este país. Desde afuera, parece que Argentina está estancada en los años 70 o tal vez, como dicen otros, vive un proceso de subdesarrollo permanente. Hay un feeling de atraso que se ve hasta en la calle... por supuesto, depende mucho de qué calles uno recorra, pero la sensación, superficial pero cierta, es que el mundo fue en una dirección y la Argentina en otra.
-Hace poco escribió un artículo muy crítico sobre Maradona, donde sugiere que las virtudes y defectos de Maradona reflejan cierto espíritu nacional. ¿Cree que él es una metáfora de la Argentina?
-Bueno, los dos países que han dejado una huella muy importante en mi vida han sido Sudáfrica y Argentina. Mandela es el ídolo nacional sudafricano. Y Maradona, el de la Argentina. La comparación me da miedo. Sobre todo, porque la media de la población argentina es mucho más culta que la de Sudáfrica. Lo que yo veo en la fascinación local por Maradona es cierto pensamiento mágico: como él fue un jugador fantástico, se piensa que siempre podría ser fantástico; tal vez haya un paralelo con la idea de que la Argentina fue una potencia y que entonces alguna vez podría volver a serlo. En ese sentido, creo, la metáfora es posible.
-Como metáfora, es de las crueles.
-Sí, porque de alguna manera Maradona es el tipo del bar de la esquina, aquel que toma cervezas, se pasa el día sin trabajar, opina sobre todo (en su caso, Castro, Irak, el Papa, lo humano y lo divino) y siempre resulta muy simpático. El error, creo, es tomarlo en serio, y aquí el grado de endiosamiento es tal, que el tipo se cree capaz de opinar sobre cualquier cosa, y encima la gente le da bola. Yo no sé si en esa compleja relación entre Maradona y los argentinos no está la clave para entender la brecha entre el potencial de la gente y lo que se consigue plasmar en la realidad.
-Escribe una columna de fútbol en El País, pero también ha hecho crónicas sobre los temas más diversos. A la hora de escribir un artículo, ¿qué es lo que lo moviliza especialmente?
-Pues, no el fútbol. Ni la gastronomía, aunque he escrito mucho sobre el tema. Siempre tienen que ser historias de personas, eso es lo que más me exige. Por ejemplo, acabo de estar en Malasia y en Bangladesh para escribir una nota sobre gente que nadie conoce y que para mí es la más triste del mundo. Se trata de una minoría musulmana en Birmania. Birmania es un país muy cerrado, como Corea del Norte, y esta gente es una minoría perseguida y esclavizada, que de ahí huye a Bangladesh, un país terriblemente pobre; luego se suben a unos barcos y recorren 1500 kilómetros por la bahía de Bengala para intentar llegar a Malasia, y unos no llegan, a otros los atrapan los soldados y los meten presos, les pegan o los abandonan en alta mar en barcos sin motor...
-¿Cómo se hace para que el lector se interese por semejante drama?
-Bueno, ahí está la clave, yo soy consciente de la dificultad de persuadir a alguien de que lea eso, un texto sobre una gente de la que nunca ha oído hablar. Además, si uno tiene suficientes problemas en la vida, ¿para qué enterarse de más? El asunto es que cuando estoy allí, siento una gran responsabilidad con respecto a quienes confiaron en mí y me contaron sus historias. Un día yo le pregunté a uno de ellos por qué no luchaban contra el régimen de Birmania, y él me contestó: "Ésta es nuestra lucha, hablar con usted para que el mundo sepa lo que ocurre". Nunca me habían dicho de manera tan explícita cuál es la razón profunda de este trabajo. Publicar una nota como ésa es apenas un granito de arena, pero también creo que cuantos más granitos de arena haya, mejor.
-¿Considera que El factor humano es un granito de arena en el retrato de Nelson Mandela?
-Sí, es mi granito de arena en la consideración de quiénes son los grandes personajes de la Historia. Como aprendí en Sudáfrica, los grandes son los que unen. Los políticos más comunes generan enfrentamientos; los grandes de veras son aquellos que concilian lo que parecía irreconciliable. Mandela es un caso. Lula tal vez sea otro. O Michelle Bachelet.
-¿Qué opina del trabajo periodístico de quien también fue corresponsal en África, el polaco Ryszard Kapuscinski?
-Kapuscinski hizo un trabajo literario, era mucho más talentoso que yo. Su libertad mental es maravillosa, digna de envidia. En él hay una visión muy amplia de los hechos, la sensación de que en el periodismo no hay límites cuando uno sabe traspasarlos. Pero sobre todo, yo diría que la mayor virtud de Kapuscinski es que da gusto leerlo. Y esto es absolutamente fundamental. Uno puede tener una historia muy importante y valiosa entre manos, pero si no la escribe de una manera que permita agarrar al lector y no soltarlo hasta el final, no tiene ningún sentido. En el periodismo, al lector no hay que soltarlo nunca.
-¿Se puede ver una diferencia entre los escritores y los periodistas en el hecho de que el reportero está con un ojo puesto en la realidad que narra y otro en captar la atención del lector, mientras que el escritor de literatura no siente la obligación de atrapar al lector cueste lo que cueste?
-Sí, tal vez. Yo siempre intento que mis textos agraden por igual al especialista y al no iniciado. Lo debo haber logrado muy pocas veces, pero ésa es la idea. Por ejemplo, siento que cumplo con mi trabajo cuando me dicen que mi columna sobre fútbol, "El córner inglés", la leen mucho las mujeres que jamás abren las páginas deportivas del diario. Cuando ocurre eso, siento que cumplí con mi misión.
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jueves, 10 de diciembre de 2009
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