El brillante mundo de las palabras
Por Jorge Consiglio
Para LA NACION
Casa de Ottro
Por Marcelo Cohen
Alfaguara
437 Páginas
$ 65
Frente a una literatura de expresión inmediata, caracterizada por argumentos previsibles, un imaginario familiar y el uso de una lengua que nunca discute las convenciones del idioma, la obra de Marcelo Cohen (Buenos Aires, 1951) sigue avanzando ajena a cualquier ortodoxia y fiel a una estética minuciosa que busca el destello verbal, que merodea los márgenes del sentido para aprehender en cada palabra, en cada frase, todos los disparadores posibles de significación.
Desde El país de la dama eléctrica (1984) hasta Impureza (2007), las voces de sus narradores, sin excepción, poseen una cadencia basada menos en el tono que en la misma expresión, en el gesto rutilante del lenguaje. De ese modo logran, mediante la fuerza insondable de la palabra puesta en danza, una conmoción en el lector, un movimiento feliz del ánimo, una auténtica celebración de los vocablos. En un reportaje hecho en 1993 por Guillermo Saavedra, Cohen afirmaba: "Hay que encontrar la manera propia de decir, y en cada hombre debe ser distinta". Y agregaba: "No se trata de unirse a la semejanza, a la eterna repetición de un mismo texto, sino a la gran cadena de posibilidades infinitas".
Casa de Ottro resulta coherente con esa poética. La historia transcurre en la isla Ushoda, parte del vastísimo e insondable Delta Panorámico, archipiélago fluvial que apareció por primera vez en su obra de ficción en los cuentos de Los acuáticos (2001) y que más tarde sirvió de escenario para las andanzas de Aliano D´ Evanderey, protagonista de la extensa y ambiciosa Donde yo no estaba (2006).
La novela está narrada en primera persona por Fronda Pátegher, séptima hija de un comerciante de balanzas para productores agrarios, que estudió Ámbitos Para la Investigación Experimental En Resolución De Conflictos en los laboratorios sociales y que trabaja diseñando estrategias para el mejoramiento de la vida en común. Fronda se casó con Vados, hijo de Collados Ottro, y tuvo con él un hijo, Riscos. Su suegro, un empresario exitoso, emprende con convicción y desprejuicio su carrera política y termina por ocupar la Regencia (cargo máximo de la isla). De esta forma, se convierte en uno de los principales actores de la escena pública del lugar. Fronda, por sus habilidades y por su formación, es convocada por Ottro para que lo asesore en su campaña y en el gobierno. En el transcurso de su gestión se separa de Vados, su marido, que se recluye en una pequeña cabaña para llevar una vida austera, y se distancia de su hijo. No hay una cronología precisa en el desarrollo de la acción, hay avances y retrocesos que responden al modo en que la protagonista rescata su pasado. En el presente de la narración, Fronda es una mujer de cuarenta y siete años que habita la casa que su suegro le legó al morir. Junto con ella viven Cañada, una empleada doméstica "ciborgue", y una nutrida galería de personajes secundarios cuyas historias aparecen intercaladas en la línea principal del argumento.
Entre ellas, se destaca la de Orilla, sobrina de Cañada, protagonista de una incierta historia de secuestro con fines de prostitución y posterior fuga, vivencia que pretende contar en un reality show del pantallátor (especie de televisor local) llamado Mi novela soy yo . También está Riscos, el hijo de Fronda, un "pepolo" abocado al culto de la Perversión polimorfa.
Aunque el cosmos que organiza Cohen en sus ficciones tiene características únicas, los temas en que se apoya su imaginación y que contribuyen a darle verosimilitud no escapan de un ámbito cotidiano: la corrupción del poder, la flexibilidad de las convicciones en el ámbito político, las tensiones ideológicas, el paso del tiempo, la soledad, la compleja sustancia de los vínculos y el carácter inasible de la verdad. Estos materiales están expresados por medio de una prosa suntuosa, ágil para escapar del rigor de la fosilización retórica.
Al igual que en gran parte de su obra, en Casa de Ottro Cohen acuña distintas clases de palabras: sustantivos ("caballunques", "flaycoches", "roboto", "brachos", "frigatas", "morlojo"), adjetivos ("minini") o adverbios ("purlín") para definir el universo de sus ficciones. En algunos casos, los referentes de estos términos son reconocibles por semejanza fónica o por contexto; en otros, se corresponden con una realidad diegética. Al efecto extrañado de estos recursos se suman un uso constante de onomatopeyas ("Prrff", "chafchaf", "Mm", "Fff"), salidas espontáneas del coloquialismo y la convivencia de estilos altos, bajos y líricos. En esa línea, hay un interesante rastreo arqueológico de criollismos: "blandengue", "mequetrefe", "morondanga", "pachorrientos", "chichipíos".
Las enumeraciones se vuelven importantes en esta voluptuosa máquina verbal. Además de ese recurso, el uso que se hace de las comparaciones impregna el texto de un humor no distante del absurdo, con mucho de sarcasmo. Por ejemplo: "Esto tiene un gusto como si lo hubieran usado para lavarse los pies" o "una cara triangular y violácea como una porción de pastel de frutos del bosque" o "ligeros como empleaditos retrasados en sus obligaciones".
La novela está dividida en dos partes: "Papeles" y "Fichas". En la segunda, casi la totalidad del libro, Fronda aspira a ordenar la masa narrativa en ramas temáticas. Por esta razón titula cada ficha con el nombre de su supuesto contenido: "Cañada", "Yo", "Ottro", "Vados", "Riscos", "Situación", "Familia", "Casa". Esta división, sin embargo, no es central en Casa de Ottro. La novela se aleja de la idea tradicional de intriga: su verdadero clímax parece hallarse diseminado en la búsqueda constante que realice el lector entre los destellos de belleza atomizados de cada párrafo. Con esta excelente novela, Marcelo Cohen vuelve a mostrar la notable altura de sus desafíos poéticos.
© LA NACION
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jueves, 10 de diciembre de 2009
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