"La búsqueda de la felicidad es la nueva religión de nuestros días"
David Lodge es uno de esos raros escritores que pueden escribir novelas serias mientras hacen reír a todo el mundo. Tal vez no esté de más aclarar que su sentido del humor, sumado a su prosa sencilla pero efectiva, y a la caracterización del pequeño mundo universitario anglosajón, lo han convertido en uno de los mejores escritores ingleses de la actualidad.
Por Marcelo Damiani para LA GACETA - LONDRES
Educado en los mejores colegios y universidades inglesas, su destino no parecía ser otro que abrazar la vida académica, publicando libros sobre las teorías literarias en boga. Sin embargo, estas experiencias rápidamente pasarían a formar parte de sus cada vez más exitosas novelas. Así nacieron esas pequeñas obras maestras como La caída del Museo Británico, Intercambios, El mundo es un pañuelo y ¡Buen trabajo! (estas dos últimas situadas en la ficticia ciudad de Rummidge, que no puede disimular su parecido con la verdadera Birmingham).
Sus posteriores novelas, Noticias del paraíso y Terapia, en cambio, se abocaron a una crítica irónica, y por lo tanto mucho más cruda, de la industria del turismo y de todos los otros postulados de ese invento de fin de siglo que se dio en llamar "new age". En los últimos años ha publicado una obra de teatro y una nouvelle del mismo nombre, Trapos sucios, donde disparaba sus dardos contra la prensa, y ¡El autor, el autor!, en el que abordaba el problema del éxito comercial como opuesto al del talento literario a través de la figura de Henry James. En esta entrevista, Lodge cuenta cómo es su libro Pensamientos secretos, cómo empezó su carrera literaria y cuál fue el origen de algunas de sus novelas.
- ¿Hubo algún momento en su vida en que decidió que iba a ser escritor?
No uno en particular que pueda recordar o describir. Cuando era muy joven (quizá a los 12 años) pensé que podría ser un periodista deportivo cuando fuera grande, y solía escribir crónicas (aunque sólo para circulación doméstica) de partidos de fútbol a los que iba en el sudeste de Londres (yo era simpatizante del Atlético Charlton). Alrededor de los 15 ya estaba interesado en la verdadera literatura, y empecé a tratar de escribir cuentos y poesías. Escribí una novela cuando tenía 18 y traté de que se publicara (por suerte no tuve éxito), y supongo que eso marca el punto en el que me formé una ambición definida por tener la profesión de escritor; aunque por muchos años (hasta que estuve cerca de los 50) no me consideré un escritor de tiempo completo.
- ¿Usted realmente piensa que las vacaciones son la nueva religión de los tiempos que corren?
Creo que la búsqueda de la felicidad en esta vida (no en la otra) es la religión de nuestros tiempos, y estamos convencidos por la publicidad y la industria del turismo que las vacaciones nos ofrecen una especie de paraíso temporario en la Tierra (felicidad sensual y alivio de nuestras preocupaciones, trabajos y sufrimientos). O que las vacaciones son una suerte de peregrinación por la cual podemos mejorarnos, purificarnos, e incrementar nuestra autoestima (turismo cultural y vacaciones de aventura). Y si la búsqueda de la felicidad es la nueva religión de nuestros días, entonces los terapeutas (curando, tranquilizando, escuchando confesiones) son sus sacerdotes.
- ¿Podría contarnos de qué se trata y por qué se llama Thinks… su último libro?
En las tiras cómicas inglesas para chicos, en mi niñez por lo menos, los pensamientos de un personaje se representaban por medio de una burbuja sobre la cabeza del personaje, con palabras adentro que empezaban con Thinks… El libro está ambientado en un campus imaginario de una universidad inglesa (no Rummidge esta vez). El protagonista masculino es el jefe de un instituto de ciencia cognitiva, y un experto en inteligencia artificial y la naturaleza de la conciencia. La protagonista femenina es una escritora que recientemente ha perdido a su marido y viene a la universidad a enseñar escritura creativa. Ellos se sienten atraídos el uno por el otro pero tienen visiones radicalmente distintas de la vida, la muerte, la conciencia y la naturaleza del individuo. Hay muchas sorpresas y descubrimientos (algunos desagradables) para ambos personajes. Es probablemente la menos autobiográfica y la más temática de mis novelas. Básicamente gira en torno a la idea de que el pensamiento es secreto, privado, y que en realidad nunca sabemos lo que está pensando otra persona. La narración alterna dos diarios personales con un reporte neutral y objetivo en tercera persona del comportamiento y los diálogos de todos los personajes.
- Teniendo en cuenta los finales de sus novelas los lectores tienen derecho a pensar que usted es una persona optimista: ¿Es realmente así?
Soy melancólico por temperamento, pero mi visión de la vida no es trágica o nihilista. Reconozco, objetivamente, que he tenido una vida afortunada, y sería deshonesto dejar a mis personajes sin esperanza, en un estado radicalmente más miserable que el mío. Siempre he estado fascinado por la estructura del romance tradicional, expuesta tanto en las comedias poéticas de Shakespeare como en sus últimas obras, las cuales muestran a los personajes alcanzando la felicidad después del gran sufrimiento, y yo juego con variaciones modernas de esta idea. De hecho, es un reto mucho más difícil de sortear escribir una novela moderna con un final feliz satisfactorio que hacerlo con un final que no lo sea.
- En Trapos sucios usted parece preocupado por el poder de la prensa. ¿Lo está realmente?
Creo que los medios de comunicación generalmente son los intermediarios más poderosos en las modernas sociedades democráticas, y un poder enorme siempre es preocupante. Es casi un poder acéfalo, sólo preocupado por éxitos a corto plazo (exclusivas, sensacionalismo, regocijo con la desgracia ajena), así que no es tan siniestro como el poder político totalitario. Pero los medios realmente dictan la agenda política.
- ¿Qué es lo que sabe de la literatura latinoamericana?
Virtualmente nada. Lamento decirlo. Sólo conozco algunos libros de Borges, Vargas Llosa y Ariel Dorfman; eso es todo. Hay tantos libros en inglés que demandan mi atención… Y después de todo, yo fui profesor en literatura inglesa durante muchos años, y tenía que mantenerme al tanto con mi tema. Además, últimamente, no sé por qué, a la hora de la lectura, cada vez me atrae menos y menos la ficción.
© LA GACETA
Marcelo Damiani - Novelista y ensayista. Profesor de Filosofía de la Universidad Maimónides de Buenos Aires.
PERFIL
David Lodge, nacido en Londres en 1935, es uno de los escritores más destacados de habla inglesa. En 1987, después de enseñar literatura inglesa durante 27 años en la Universidad de Birmingham, de la que hoy es profesor emérito, y de enseñar en otras universidades como la de Berkeley, se dedicó a escribir a tiempo completo. Es autor de una decena de libros de crítica literaria y de 14 novelas. Dos de ellas fueron finalistas del Booker Prize, el premio literario más relevante después del Nobel. También escribió obras de teatro y adaptaciones de sus propias novelas para la televisión. Desde 1976 es miembro de la Royal Society of Literature.
Fragmento de El arte de la ficción *
El título de una novela forma parte del texto: es de hecho la primera parte de él con la que nos encontramos, y tiene por lo tanto un considerable poder para atraer y condicionar la atención del lector. Los títulos de las primeras novelas inglesas fueron inevitablemente los nombres de sus protagonistas: Moll Flanders, Tom Jones, Clarissa. La ficción se estaba formando a imagen de la biografía y autobiografía, y a veces se disfrazaba como tal. Más tarde los novelistas se dieron cuenta de que los títulos podían indicar un tema (Sensatez y sentimientos), sugerir intriga y misterio (La mujer de blanco) o prometer cierto tipo de escenario y atmósfera (Cumbres borrascosas). En algún momento del siglo XIX empezaron a atar sus historias a famosas citas literarias (Lejos del mundanal ruido), una práctica que prosigue durante el siglo XX (Por quién doblan las campanas), aunque hoy en día se considera quizá un poco vulgar. Los grandes modernistas tendieron a poner títulos simbólicos (El corazón de las tinieblas, Ulises, El arco iris), mientras que novelistas más recientes prefieren con frecuencia títulos caprichosos, desconcertantes y originales, como El guardián en el centeno… Las novelas han sido siempre mercancías además de obras de arte y las consideraciones comerciales pueden afectar a los títulos…El buen soldado de Ford Madox Ford debió titularse La historia más triste, pero se publicó en plena Primera Guerra Mundial, y sus editores lo convencieron de que optara por un título menos deprimente, más patriótico…Los editores de mi novela ¿Cuán lejos puedes llegar? me convencieron de que lo sustituyera por Almas y cuerpos arguyendo que en las librerías norteamericanas semejante título iría a parar a las estanterías de autoayuda… * David Lodge, Ediciones Península
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jueves, 3 de diciembre de 2009
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