La jóven rata
Querido Maestro: parece que usted se rompió tres costillas, era por eso que ya no lo veía más en la esquina de la rue de Buci arrastrando su carrito de compras. En un quinto piso sin ascensor, su situación no le debe causar ninguna gracia; por suerte tiene la tele y a su portuguesa que le hace las compras y la limpieza los domingos a la mañana. Yo no puedo subir a verlo porque la portera me descubrió. Encontré una vivienda más decorosa que el anterior tacho de basura. (...)
Me sentía más al abrigo acurrucado en el interior de sus pantuflas, pero las últimas dos veces que traté de subir a su casa la portera primero me tiró una lata de pintura que esquivé por poco y que se derramó en el palier, lo que la puso como loca; la segunda vez, un frasco de mostaza del que guardo una cicatriz entre las orejas.
No insistí más, aunque extrañaba los tiempos en que, para subir a su dos ambientes, usted me llevaba en su carrito, y ella no sospechaba nada. Traté de escabullirme en su casa una tercera vez a la mañana temprano, cuando la escuché roncar, pero una gata me saltó encima traicioneramente (entretanto, la muy víbora se había procurado una gata persa); le mordí una oreja, lo que la hizo retroceder, pero me escapé prontamente porque es joven y de zarpazo rápido. Desde entonces, no me animo más a aventurarme.
Extracto del primer capitulo de La ciudad de las ratas. Trad. G. Marando, E. Muslip y M. Silva.
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domingo, 13 de diciembre de 2009
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