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sábado, 12 de diciembre de 2009

Puerto de Palos

De la historia del cacao… I


La hermosa historia del xocoalt, palabra maya que da origen a nuestro chocolate actual, refleja también los numerosos dramas de su tiempo, fuertemente ligados a la conquista del Nuevo Mundo por los Españoles.
El fruto del cacao, por mucho tiempo desconocido de los europeos, balanceaba sus grandes coronas bajo la sombra de abundantes hojas. En el siglo XVIII, el naturalista sueco Carl von Linné llamó a este árbol paradisíaco de hojas persistentes Theobroma cacao, del griego théos, dios, y broma, brebaje. Las leyendas mayas y aztecas relataban que sólo los dioses eran dignos de comer los frutos de esta planta.


La planta de cacao es verdaderamente un árbol. En los primeros lienzos pintados por los monjes occidentales en sus fríos monasterios y expuestos a las corrientes de aire, estos arbustos parecían salidos directamente del paraíso. Sus ramas están copiosamente pobladas de hojas alargadas y lustrosas. Estas hojas son rojas en el momento de la eclosión, luego de un verde encendido. Entre ellas crecen, incluso desde el mismo tronco, las florecillas amarillo limón de caliz rojo-rosado, dispuestas en ramos y cuya suave fragancia atrae a los insectos. Esas flores, que no crecen cerca de las hojas sino encima el tronco, fueron las delicias de los botanistas que llamaron a tal fenómeno “caulifloria”, del griego kaulo, “tallo”.


Es igualmente ahí, en los tallos o troncos, que crecen y maduran sus frutos: directamente en el tronco a veces nudoso o en las extremidades bajas de los gruesos tallos. El fruto crece poco a poco transformandose en una especie de baya gruesa y verde, alargado, punteagudo o redondeado que pesan alrededor de una libra. Las extrañas semillas que el fruto encierra se encuentran bien envueltas de una doble protección: una película verde correosa al exterior, y de una carne rosa y jugosa al interior, cuyo sabor acidulado es muy refrescante. Es por eso que los indígenas de la cuenca del Orinoco, utilizan únicamente este ábol para calmar la sed durante el camino, exprimiendo la ambrosía acidulada antes de tirar el resto.



El árbol del cacao aprecia igualmente la uniformidad paradisíaca de un clima a una temperatura aproximada de 20°, nunca más baja. No es amigo de las tempestades ni del pleno sol, pero sí de una atmósfera y tierra humedas. Es también el terreno idóneo para la reproducción de sus veinte a cincuenta semillas en forma de alubia que contiene el fruto. Una vez el fruto maduro, este estalla y libera las semillas semejantes a pequeñas piedresillas irregulares. Es en la vaina de esas semillas donde se esconden las habas de un marrón rojizo, sabor aromático y amargo. Así es el cacao original tal cual crece y madura desde las noches inmemoriables en las selvas tropicales de América.

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