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viernes, 11 de diciembre de 2009

Una fauna minúscula
Carlos Battilana


Zoo
Por Anahí Mallol
Paradiso
64 Páginas
$ 26

El título de este libro, Zoo , suscita, antes de su lectura, varias interpretaciones posibles. Por un lado, presagia animales exóticos como tigres, leones, osos y serpientes. Otra posibilidad es interpretarlo como la previsible metáfora de la sociedad: una selva infestada de animales en la que sobreviven los más aptos en detrimento de los más débiles. Ambas son factibles en este libro de poemas, el cuarto de Anahí Mallol (1968), pero es preferible restringirse a un orden minúsculo: el orden secreto del jardín.

Apelando a una suerte de fenomenología microscópica, a través de versos casi carentes de puntuación y de mayúsculas, el sujeto de enunciación calibra su mirada con el fin de observar acontecimientos que remedan una guerra por el alimento, la procreación y la subsistencia, pero que lejos de acaecer en selvas o en pantanos, en desiertos o en sabanas, ocurre en el espacio íntimo de un jardín. Así como hace algunos años Diana Bellessi reconocía en su libro El jardín (1992) la presencia de la naturaleza en un ámbito recoleto y próximo, Mallol percibe la existencia de un conjunto de insectos y de bichos en las cercanías de su propia casa, y nos cuenta los movimientos sigilosos de las hormigas, las arañas, las cigarras, las abejas, las luciérnagas, los bichos bolita, los cascarudos y los caracoles que atraviesan, como si se tratara de grandes extensiones, la superficie verde del parque.

Pero además del ejercicio placentero que supone reconocer cómo una vida distinta de la humana sucede a pocos metros de nosotros, la primera persona que enuncia estos poemas propone volverse ingrávida para disolverse bajo las leyes indóciles de la naturaleza: "así quiero estar:/ desnuda entera/ debajo de la lluvia/ como si nada/ como si nadie/ me hubiera/ tocado nunca/ haciéndome más frágil".


Una naturaleza que se muestra pequeña pero a la vez intrépida crece, a pesar de la historia y de la cultura, de modo paralelo a nosotros, en el ámbito contiguo del jardín. Como si un extraño universo de insectos y flores, tuviera existencia previa a cualquier estatuto social, este libro evoca el carácter mutable de las cosas y del mundo, y atiende los ciclos recónditos que suceden a través del tiempo.

Si el yo poético se propone participar en ese vasto y diverso campo vital que la naturaleza le ofrece, el primer gesto de integración es un acto de pudor y de modestia: recogerse sobre el propio cuerpo, replegarse hasta volverse minúscula, observar con atención y perplejidad los acontecimientos casi invisibles del jardín y aprender a mirar de nuevo, sin ojos domesticados, cómo la experiencia puede ser también un hecho de la naturaleza.

© LA NACION

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