Lecturas: “Cacao”, Michelle Kahn.
La acción de esta apasionante epopeya histórica se inicia en el País Vasco francés, en el siglo XVIII. David reconstruye su azaroso pasado con la ayuda de una planta alucinógena proveniente de Santo Domingo. De ahí surge esta fascinante saga que se remonta a Hernán Cortés, y que marcará el destino de una familia de chocolateros judío-portuguesa que se ve obligada a defender ante los tribunales su derecho a poder seguir ejerciendo el oficio que la ha hecho célebre en toda Europa.
La saga de la familia Alvarez Sarmiento, empezando en Luna y sus primos Daniel y Jacob, nos llevan al difícil negocio de otras épocas de su familia, al contrabando, al dominio de los más ricos y nobles sobre los llamados portugueses”. El Cacao especial de esta familia elaborado con unas gotas de ámbar y una cucharada de agua de azahar hacen una delicia de esos granos que trituran haciendo en brebaje El Cacao. Maravillosamente descritos y dibujados los distintos personajes, unos mezquinos, otros altruistas y Rivka una amargada.
Cacao, Michelle Kahn. GRIJALBO MONDADORI (2006)
Capítulo I
Septiembre de 1761 : TORMENTAS
Luna Álvarez Sarmiento
Viernes, 25 de septiembre de 1761
— El sepulturero ha cavado esta mañana la tumba de nuestra muy querida sor María —comunica sor Ángela con voz fría como el viento del norte—. Su sepultura la está aguardando, así como un lugar a la diestra del Señor —añade con una untuosidad que desmienten su tez amarillenta y su silueta, rígida y enjuta, con hábito de sarga negra.Tras hacer la señal de la cruz, vuelve a cerrar la puerta de la celda y desaparece por el pasillo de tablas chirriantes. Luna hierve de cólera. ¿Es una religiosa del convento de las Ursulinas, una sierva del amor divino, la que osa hablar de esa guisa en presencia de la mujer que agoniza? ¿Así es como concibe la caridad cristiana?
Con una extrema palidez en el rostro, los labios azulados y las manos frías, sor María respira con dificultad, se sofoca al menor movimiento. Una fetidez cadavérica, característica del escorbuto, emana de las encías hinchadas, de las que gota a gota brota una espesa sangre negra: su último diente acaba de caer. Ni jugo de apio silvestre, ni aceite de boj, ni hojas de uva de raposa picadas logran calmar el dolor de esa boca carcomida por las úlceras. Le niegan la sagrada comunión, pues el médico ha decretado que no se le puede conceder con seguridad a una persona cuya lengua está llena de agujeros. Sin embargo, la vida resiste obstinada en sus ojos, cristales negros que relucen como fósforos.
Y Luna sabe que ese fulgor la bendice, a ella que venera al Dios Elohim, al Dios de Israel.
Sor María no quiere tomar otro chocolate que el de los Álvarez Sarmiento. Por consiguiente, Luna se encarga de llevárselo en persona. Insiste en preparar ella misma el brebaje que, desde hace meses, constituye el único alimento de la ursulina. Posee el don de dosificar correctamente el agua y las virutas, de girar entre sus manos el molinillo sin más ruido que el de un ala de pájaro rozando el río, y posee asimismo un secreto: dos gotas de esencia de ámbar disueltas en una cucharada de agua de azahar.
Luna vierte la espumosa bebida en la jícara de sor María. La repugnancia y el temor al contagio la retienen de ayudar a la moribunda a alimentarse. Una novicia huérfana, que también tiene a su cargo vaciar la galanga, procede a ello. La religiosa se incorpora con gran esfuerzo, da un sorbo, vuelve a tenderse, agotada, y da las gracias con un leve movimiento de su mano diáfana.
— Os ruego que perdonéis la calidad corriente de este chocolate, mi buena sor María — dice Luna, confusa —; solo nos queda cacao de Maranhao y de las Antillas. Esperamos un cargamento de excelente caracas de Venezuela, pero el navío de Amsterdam lleva varios días de retraso.
La puerta se abre de nuevo empujada por sor Ángela, que da golpecitos en el suelo con el pie y fulmina a Luna con la mirada.
— Cesad en vuestra cháchara y volved a vuestra tienda, hija mía. Estáis aturdiendo a sor María.
¿Replicar? ¿Soltarle cuatro verdades a la cara a la santa mujer? ¿Decirle que tiene el corazón más seco que una almadreña, que un montón de limaduras de hierro, que un hueso de albaricoque o que el fondo de una alcachofa de un siglo de antigüedad? Ya veremos. Sor Ángela tal vez pertenezca a una de las grandes familias de Bayona ligadas al alcalde o a los regidores, que no cesan de perseguir a los portugueses. De manera que más vale no tentar al diablo y mantener la boca cerrada cueste lo que cueste. Con gesto digno, Luna se envuelve con su capa, toma el cesto, que despide un aroma a cacao, sonríe a la yacente y se va sin dignarse dirigir una mirada a sor Ángela.
¿Por qué sor Ángela le profesa un odio tan intenso?, se pregunta Luna mientras contornea el muro exterior del convento. Sin la menor duda, porque Luna pertenece a la «nación» llamada «portuguesa ». Sonríe. ¡Curiosa condición para una francesa de origen español! No obstante, todos saben que el nombre «portugués » enmascara el de «judío».Una nube gris yace como una tapadera sobre los tejados de Saint-Esprit-lès-Bayonne. Va a llover otra vez. A cada paso, los tacones de Luna hacen un ruido de ventosa cuando se despegan el suelo esponjoso, y el barro mezclado con el estiércol líquido salpica de moscas sus medias blancas. Tormentas y lluvias han acumulado, al pie de las calles en pendiente, montones de inmundicias y de piedras, a los que van a parar perros y gatos muertos. Incluso la calle de Maubec, vía principal del arrabal, es una verdadera cloaca. En ella, uno se embarra los zapatos, se tuerce el pie, respira un olor infecto.En cuanto a aquella calle, la de Graouillats, es la más detestable de Saint-Esprit. Cercana a los astilleros, acusa su estrépito y favorece los malos encuentros: mozos de cuerda que lanzan escupitajos de espuma sanguinolenta, miserables ganapanes en busca de contrata o de malos encuentros, soldados bearneses conocidos por sus fechorías…, ¡y encima, ahora se acerca una oca, con el pico amenazador! Luna blande su paraguas sin conseguir intimidarla. Se plantea si golpearla, cuando de pronto aparece un dogo de ojos tiñosos. ¿Se dispone a atacarla? Afortunadamente, opta por perseguir a la estúpida oca, que emprende la huida, graznando con un grito cada vez más cascado, y que, al igual que sus hermanas, acabará servida en un plato.
Es precisamente una oca asada lo que esa noche constituirá el plato principal de la cena, una cena que habrá de sellar el destino de Luna. «¿De manera que no quieres fundar un hogar? le ha recriminado su madre en varias ocasiones—. ¿Qué será de ti cuando tu abuelo y yo hayamos desaparecido? Sabes hasta qué punto le hace sufrir la idea de que se extinga el linaje de los Álvarez Sarmiento. ¡No dejes pasar esta última oportunidad, hija mía, o lo lamentarás! Más adelante será demasiado tarde. ¡Señor Dios, qué calamidad para una señorita seguir soltera a los treinta y dos años! ¡Cuando otras ya son abuelas!» ¿Comprenderá algún día su madre que cuanto más insiste más se resiste Luna? Por lo que puede recordar, siempre ha habido borrascas entre ellas. Se diría que el único placer de Rivka estriba en emponzoñar a los demás. Luna está dispuesta a admitir, no obstante, que con frecuencia su espíritu indómito la lleva demasiado lejos. Ahora bien, ello no debe ser óbice, se dice, para que ese defecto le impida reconocer hacia dónde debe dirigirse su destino.
¿Le convendría casarse? Luna busca una respuesta en el cielo amigo. Ya empiezan a retirarse bandadas enteras de golondrinas, quién sabe hacia qué regiones… El invierno promete ser crudo.
Tras dejar a su espalda el arrabal coronado por la ciudadela, Luna holla por fin el suelo de madera roja del puente de Saint-Esprit, que permite salvar el Adour. Enfrente se extiende la ciudad de Bayona, flanqueada por fortificaciones.
Con un estremecimiento de emoción, imagina las columnas de los supervivientes españoles de 1492, convertidos por la fuerza en Portugal, despojados de sus bienes, expulsados por la Inquisición, agotados y hambrientos, que se presentaron a las puertas de la acogedora ciudad confiando en hallar residencia en ella. ¡Pues nones! Bayona se hizo la gazmoña y se cerró como una ostra. Por fortuna, Saint-Esprit, hoy apodada la «pequeña Jerusalén de las riberas del Adour», se mostró más comprensiva.
Ha corrido mucha agua bajo los puentes, y desde entonces, los negociantes portugueses* establecidos en el arrabal han enriquecido a Bayona. Con todo, transcurridos casi tres siglos, la ciudad continúa despreciándolos, humillándolos: prohibido, so pena de multas elevadas, comer o dormir intramuros, poseer tinglados, obradores o tiendas, proveerse en el mercado antes del toque de mediodía, tratar con los católicos los domingos o festivos, cerrar negocios en sábado, vender mercancías al menudeo, lo que, en consecuencia, incluía hacer y despachar chocolate.
Los portugueses solo pueden vender al por mayor, y, aun así, cada tarde deben abandonar Bayona antes de la puesta del sol, antes de que el guardia municipal portador de las llaves eche el cerrojo al corsé de murallas que protege a los buenos cristianos.
Sin embargo, pese a las humillaciones que simboliza el puente de Saint-Esprit, a Luna le encanta cruzarlo: largo, amplio y sólido, suscita la admiración de los visitantes. En los pretiles se han dispuesto unos bancos empotrados donde la gente se detiene para respirar el aire del mar, tan cercano, observar el paso de los carruajes o de los navíos que lucen pabellones extranjeros, o admirar las altas casas de piedra que bordean la plaza de Gramont.
Calesas, cabriolés, sillas de manos, peatones y jinetes circulan con alegre talante. Las carrozas se cruzan con gran estrépito, dirigiéndose bien hacia Madrid, bien hacia París. Procedentes de Capbreton, las carretas tiradas por bueyes se hunden bajo el peso de las canastas rebosantes de mújoles de las Landas. Los bateleros del Adour se cantan las cuarenta mientras los cocheros vociferan. Con un cántaro de barro depositado sobre su orgullosa cabeza, las sirvientas de las casas bayonesas acarrean el agua extraída de la fuente de Saint-Esprit.
Es una historia chusca. La ciudad nunca consiguió captar fuente alguna de agua potable, mientras que los portugueses de Saint-Esprit fueron capaces —eso sí, a sus expensas— de construir una fuente en la plaza del arrabal. Y los burgueses de Bayona se aprovisionaban en ella sin rubor mientras echaban pestes del lugar: allí las sirvientas se contagiarían de un «espíritu de libertinaje y de vicio» que acto seguido propagarían en el seno de las familias de sus señores… Más valía tomárselo a risa.
Cuando alcanza la puerta de Francia, en el otro extremo del puente, las primeras gotas de lluvia obligan a Luna a subirse la capucha. Saluda mentalmente a su majestad Luis XV. El busto real domina desde una hornacina del frontón, como para indicar bien a las claras que uno está entrando en una ciudad francesa a despecho de su estilo español.
En la plaza del Reducto, en el deleitable triángulo donde el Adour acude a juntarse con el Nive, las chalanas se apretujan ante los tenderetes adosados contra las murallas. Cual si se tratara de flores, se abren al amanecer y cierran sus pétalos a la puesta del sol. En ellos se despachan artículos de mercería, sedas y paños, telas de oro y de plata, pero también se prepara el chocolate según la receta familiar: una artimaña del abuelo David Álvarez Sarmiento, llamado el Indiano.Uno de sus amigos cristianos, el capitán de navío Hirigoyen, tiene alquilado el tenderete del Reducto a su nombre y lo cede a los Álvarez a cambio del precio del alquiler más una participación en los beneficios. Así todos quedan contentos. En principio, a los portugueses les está prohibida la venta al menudeo, pero ¿de qué vivirían si no desafiasen esas ordenanzas inicuas? A menos de un sueldo la jícara, el chocolate de los Álvarez Sarmiento pasa por ser el mejor de Bayona. A Luna le divierte ver cómo Daniel y Jacob, sus jóvenes parientes, multiplican brazos y piernas a fin de satisfacer a la gente que se apretuja ante el puesto. Menudo par esos dos: Daniel, una especie de lobo endemoniado, y su hermano pequeño Jacob, que posee el melancólico encanto de un querubín…
(C) 2003, BIBLIOPHANE-DANIEL RADFORD, PARIS
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sábado, 12 de diciembre de 2009
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